Isaac Deutscher, polaco de nacimiento y residente en Inglaterra desde los años de la segunda preguerra mundial, es el más prestigioso entre los escritores occidentales especializados en el estudio y la interpretación de la realidad soviética. Militante del Partido Comunista polaco en su juventud, Deutscher se apartó de este en los años inmediatamente posteriores al gran conflicto ideológico que culminó con la consolidación del stalinismo. A partir de ententes se dedicó, desde una posición de observador independiente, al análisis del desarrollo político y social del país soviético. Entre las obras más importancia figura, además del presente volumen, su monumental biografía en tres volúmenes de León Trotsky.

En esta biografía política del hombre que gobernó a la Unión Soviética durante un cuarto de siglo, Isaac Deutscher ha cumplido la difícil tarea de enfrentarse con objetiva actitud de historiador a los grandiosos acontecimientos que determinaron el destino de millones de seres humanos. El Stalin que emerge de este libro no es ni el jefe endiosado en torno al cual nació y se desarrolló el famoso culto a la personalidad, ni la encarnación de todas las maldades políticas que han presentado los detractores sistemáticos del comunismo. Es un hombre dentro de una época, y en él se resumen y cobran relieve humano las contradicciones, las grandezas y las miserias de todo un periodo histórico. En ese sentido, el protagonista de esta biografía lo es tanto José Stalin como la propia Revolución Rusa.

 

 

PREFACIO A UNA EDICION POPULAR

  

La edición original de este libro fue publicada en el verano de 1949, y al cabo de sólo unos cuantos meses un crítico británico, G. L. Arnold, podía decir ya que "al igual que su protagonista, el libro se ha convertido en el foco de una controversia animada y en ocasiones feroz" y que "ninguna biografía publicada en estos últimos años ha despertado semejante interés ni ha suscitado un resentimiento y una hostilidad tan apasionados". La controversia se extendió a muchos países y continuo durante años, pero quizá en ninguna parte provocó mi obra "un resentimiento y una hostilidad tan apasionados" como entre ciertos críticos en los Estados Unidos. Es, pues, particularmente grato para mí que el libro sea ofrecido nuevamente, y en una edición popular,[1] a los lectores norteamericanos

Durante todos estos años nunca he replicado a los críticos de mi Stalin. Antes que contestar a los ataques, he preferido dejar que los acontecimientos hablen por sí mismos; siempre tuve la certeza de que mi interpretación de Stalin y el stalinismo resistirían la prueba del tiempo. Todavía, desde luego, es lícito discutir si esa certeza se ha visto plenamente justificada o no: la perspectiva histórica en que ahora podemos ver a Stalin acaso sigue siendo insuficiente. Pero por lo menos tenemos una perspectiva, mientras que en los años 1947-1948, cuando escribí este estudio, no teníamos ninguna. Y por eso quizá no sea demasiado prematuro hacer un balance, tentativo cuando menos, de la controversia.

En el debate no han faltado, desde luego, los excesos polémicos. Así por ejemplo, mientras el Daily Worker[2] de Nueva York, al mismo tiempo que me describía como un "renegado" y como "un portavoz del gran capital y de la City de Londres", descubría que en mi Stalin "la espuria fachada de la historiografía equilibrada... sólo encubre una salvaje predisposición y un empleo inescrupuloso de cuanta calumnia y mentira se han utilizado contra Stalin y la Unión Soviética", autores como Bertram D. Wolfe, David Shub y el ya desaparecido Franz Borkenau, por no mencionar a otros, insinuaron oscuramente mi "aprendizaje comunista en la Unión Soviética" y descubrieron que el propósito que me animaba era el de ocultar la verdad sobre Stalin o "vestirlo con la piel del cordero", y que yo, en efecto, había producido "la más habilidosa apología de la política soviética, tanto interior como exterior, publicada en muchos años". Aun antes de que el libro apareciera, The New Leader[3]hizo circular un extenso memorándum, en forma de folleto de gran tamaño, con el propósito declarado de denunciar "la multitud de inexactitudes, la supresión de hechos claves y las resabiosas evasiones que dan al libro de Deutscher su carácter pernicioso". Los patrocinadores del memorándum atribuían la paternidad del mismo a "dos expertos rusos de nacimiento" que, por razones que no se explicaban, preferían mantenerse en el anonimato. En algunas oficinas editoriales de Nueva York se mencionó libremente el nombre de uno de estos expertos, quien, por cierto, asumió públicamente la responsabilidad como patrocinador del memorándum, pero no como autor. Curiosamente, el mismo experto, un conocido menchevique, al reseñar mi libro bajo su propia firma, no tuvo nada que decir sobre la "multitud de inexactitudes". Esto no resultaba nada sorprendente, puesto que el tratado anónimo fundaba su acusación en una colección de "citas" mañosamente sacadas del contexto o burdamente deformadas. Acorde con el clima político de aquel entonces, este tipo de ataque alevoso no dejó de tener sus efectos: recuerdo un caso, cuando cierto club de suscriptores de libros, cuyo jurado había decidido hacer del Stalin su selección especial, "cambió de opinión" en el último momento y en un arranque de pánico retiró el libro "pernicioso" de su lista.

Pero dejemos a un lado los incidentes cómicos de la controversia y ocupémonos de su aspecto más serio. Yo terminé de escribir este libro cuando Stalin se encontraba en la cúspide de su poder y los últimos años de su mando pertenecían aún al futuro. Por necesidad interrumpí la historia de su vida y su obra en los años 1945-46 y llegué a la conclusión de que, aunque todavía era demasiado pronto para formular "un juicio seguro sobre el hombre, sus aciertos y sus fracasos", resultaba claro no obstante que Stalin pertenecía "a la estirpe de los grandes déspotas revolucionarios, la de Cromwell, Robespierre y Napoleón". Stalin no era grande moral o intelectualmente, sino "por el alcance de sus empresas, la importancia de sus acciones, la vastedad del escenario que dominaba". Revolucionario lo era "porque puso en práctica un principio fundamentalmente nuevo de organización social" y porque, sobre la base de la propiedad pública y por medio de una economía planeada, industrializó y colectivizó la sociedad soviética, transformando así perdurablemente su estructura. "Finalmente, su inhumano despotismo no sólo ha viciado una gran parte de sus logros, sino que aún puede llegar a provocar una violenta reacción contra éstos, en que la gente podría inclinarse a olvidar, durante cierto tiempo, contra qué reacciona: la tiranía del stalinismo o su ejecutoria progresista en lo social".

Refiriéndome a la moda, corriente entonces, de asemejar a Stalin con Hitler, indiqué ciertamente sus similitudes, pero tuve buen cuidado de poner de relieve las diferencias:

 

"Hitler fue el jefe de una contrarrevolución estéril, mientras que Stalin ha sido tanto el jefe como el explotador de una revolución trágica y contradictoria pero creadora... No hay una sola esfera en la que Hitler haya hecho avanzar a la nación alemana más allá del punto en que se encontraba cuando  él tomó el poder. En la mayor parte de las esferas la ha hecho retroceder terriblemente... Stalin se propuso, extirpar la barbarie de Rusia recurriendo a medios bárbaros. Dada la naturaleza de los medios que empleó, buena parte de la barbarie.. ha vuelto a renacer... Ello no obstante, la nación ha avanzado en la mayoría de las esferas de su existencia... Rusia es ahora la primera potencia industrial de Europa y la segunda del mundo. Su mente ha sido despertada de tal modo que difícilmente podrá adormecérsela otra vez"

 

Señalé que en el stalinismo, pese a su carácter totalitario, la inspiración socialista, con todo y la supresión de que fue objeto, no se había extinguido en modo alguno: "De tal suerte, ha habido muchos elementos positivos y valiosos en la influencia educativa del stalinismo, elementos que muy probablemente se volverán, a la larga, contra sus peores aspectos... Es seguro que la mejor parte de la obra de Stalin... sobrevivirá a éste.. Pero, a fin de salvarla para el futuro y de darle su pleno valor, la historia todavía tendrá que ... depurar y reformar rigurosamente la obra de Stalin..."

Fue principalmente esta apreciación general del stalinismo la que suscitó los ataques. Un crítico tan moderado y razonable como el Profesor Hans Kohn me reprochó la falta de una actitud desapasionada en mi enfoque de "la revolución leninista en su conjunto". "Deutscher", escribió el Profesor Kohn refiriéndose a mi enfoque, "no hace un alegato en favor de Stalin, y revela una y otra vez su claro reconocimiento de la despiadada tiranía de Stalin. Pero nunca duda de 'la ejecutoria progresista en lo social' del leninismo y el stalinismo" y de que la revolución bolchevique "se justificará ante la posteridad debido a que creó las bases para una organización superior de la sociedad y para el progreso en un futuro no muy remoto". Esto, la importancia que le atribuí a la economía planeada y la comparación que hice entre las revoluciones industriales inglesa y rusa, le pareció casi descabellado al crítico. Sostenía éste que, en contraste con la revolución industrial inglesa, "Stalin ... había creado precisamente las condiciones que harían improbables cualesquiera consecuencias fructíferas de la revolución industrial". Otros autores siguieron lineamientos similares en su argumentación y desecharon como "hazañas de credulidad" lo que yo había dicho sobre el progreso económico y educativo de la Unión Soviética: algunos incluso se burlaron de mi afirmación de que bajo Stalin "toda la nación había sido enviada a la escuela" y de que "su avidez de conocimientos, en las ciencias y las artes, había sido estimulada por el gobierno de Stalin hasta el grado en que se había hecho insaciable y embarazosa" —embarazosa para el stalinismo, desde luego.

El blanco favorito de los ataques de los críticos fue mi comparación entre Stalin y los grandes déspotas revolucionarios anteriores y mi predicción de que la revolución rusa entraría en una fase en que la obra de Stalin sería "rigurosamente depurada y reformada". Permítame la benevolencia del lector transcribir aquí el siguiente pasaje del muy extenso ensayo de Franz Borkenau sobre mi libro. El ensayo apareció en Der Monat y fue reproducido, como artículo especial, en publicaciones periódicas que auspicia en diversos países el Congreso por la Libertad de la Cultura:

 

La perspectiva de Deutscher es enteramente falsa ... La persona de Napoleón pudo ser separada de los destinos de Francia, y los logros de la revolución y del periodo napoleónico indudablemente fueron salvados. Pero es más que dudoso que el destino de Rusia pueda ser separado del stalinismo, aun en el caso de que Stalin llegara a morir de muerte natural. La ley interna del terror stalinista conduce a la Rusia de Stalin, en grado no menor, si bien más lentamente, de lo que la ley del terror nazi condujo a la Alemania nazi a su conflicto con el mundo y, por lo tanto, a la catástrofe total no sólo para el rebelión  terrorista, sino también para la nación gobernada por éste... El peligro del libro de Deutscher consiste en que, en lugar de esta grave e inquietante perspectiva, presenta otra que es normal y tranquilizadora. Según la concepción de Deutscher, no hay nada terrible que temer porque, en lo fundamental, los terrores pertenecen ya al pasado. A esta concepción, nosotros oponemos la opinión de que la revolución del siglo veinte muestra paralelismos con las revoluciones anteriores sólo en su fase inicial, pero que posteriormente introduce un rebelión  de terror sin término, de hostilidad hacia todo lo humano, de horrores que no conllevan remedios y que sólo pueden curarse por ferro el igni (a hierro y fuego). ¿Es Stalin un nuevo Cromwell u otro Hitler? Para cualquiera que tenga un conocimiento verdadero de los regímenes de terror ruso y alemán, la respuesta es clara.

 

La conclusión de Borkenau ubicó la controversia en su justa perspectiva (e indirectamente explicó su "ferocidad"). Lo que interesaba primordialmente a Borkenau y a la escuela de pensamiento a la que éste pertenecía (escuela que durante una década ejerció una gran influencia en la "sovietología'' occidental) no eran los méritos o deméritos históricos de mi Stalin, sino su significación respecto de la guerra fría y de los supuestos en que se apoyaba su participación en ella como cruzados anticomunistas. Su supuesto principal consistía en que el stalinismo, siendo "inseparable" de los destinos de Rusia, habría de sobrevivir a Stalin; y que, por no conllevar ningún antídoto contra sí mismo y por ser "enemigo de todo lo humano", sólo podía ser destruido a hierro y fuego. Aunque, o más bien porque, yo había escrito mi libro al margen de la guerra fría y me había negado a hacerme eco de los gritos de batalla y las consignas de cualquiera de los dos bandos, mi libro implícitamente desbarataba esta noción; y así, inevitablemente, se vio envuelto en la guerra fría y se convirtió en blanco de los ataques de los cruzados. Habent sua fata libelli

Basta reenunciar ahora los términos de la controversia para ver cómo se ha resuelto ésta, cuando menos en la medida en que puede decirse que tales argumentos han sido resueltos definitivamente. Después del XX Congreso del Partido Comunista soviético, de los sputniks y los luniks, y en medio del griterío que, justificada pero tardíamente, se ha levantado en la prensa norteamericana acerca del grado en que la Unión Soviética ha igualado al Occidente en diversos campos de la educación, después de todo eso, ¿quién osará seguir burlándose de las aseveraciones de que en la Unión Soviética "toda la nación había sido enviada a la escuela" de que a la larga "los elementos valiosos muy probablemente se volverán contra sus peores aspectos", de que una reacción positiva y progresista habría de producirse en el seno mismo de la sociedad soviética y de que así la historia "depuraría y reformaría la obra de Stalin"? He tenido incluso la satisfacción un tanto dudosa de ver que muchas de mis afirmaciones tan ardorosamente impugnadas se han convertido casi en lugares comunes de los comentarios cotidianos sobre los asuntos soviéticos, lugares comunes que ahora emplea, con gran fervor y desparpajo, más de uno de mis críticos más "'feroces". Tanto es así que algunas veces he deseado poder desechar el lenguaje con que he analizado mi tema y las expresiones y los términos que he acuñado; empero, irónicamente, heme aquí presentándolos una vez más ante los lectores. Pero quizá en su contexto original estos términos y expresiones parecerán un poco menos gastados.

El Stalin aparece en esta edición tal como fuera publicado originalmente, sin ningún cambio. Si me propusiera volver a escribir el libro, probablemente lo redactaría en un estilo algo diferente. Ahora que, al cabo de un largo intervalo, vuelvo a leer estas páginas, noto el carácter deliberadamente cauteloso de muchas afirmaciones y el tono de reserva que traté de mantener mientras intentaba colocar a mi protagonista en una perspectiva histórica antes de que el tiempo y los acontecimientos hubieran creado esa perspectiva. Pero, independientemente de las diferencias de detalle y de los cambios de énfasis con que yo pudiera volver a narrar la historia, resulta mejor, pesándolo todo, publicarla sin alteraciones. El hecho de que el libro haya sido, durante tantos años, el objeto de una controversia tan extensa y animada, probablemente haya hecho del texto original algo así como un documento que incluso su propio autor debe abstenerse de retocar. Y, en lo general, yo sigo defendiendo la interpretación de Stalin y el stalinismo que se ofrece aquí.

Es claro que en los últimos años se ha hecho accesible para el investigador una gran cantidad de nueva documentación histórica, que haría posible introducir nuevo material ilustrativo y ampliar algunas partes del relato. Esta nueva documentación, sin embargo, lejos de contradecir la historia tal como la he narrado, la confirma ampliamente. Todo lo que podría revisarse en el momento actual es la explicación de sólo algunos incidentes de importancia secundaria y de una o dos opiniones expresadas hipotéticamente. Así, por ejemplo, las revelaciones de Jruschov en el XX Congreso del PCUS acerca de la manera como Stalin realizó las grandes purgas vienen a confirmar completamente lo que yo tuve a bien decir en el capítulo "Los Dioses Tienen Sed". "Stalin" señalé yo, "no se presentó en ningún momento en los tribunales. El hombre que supuestamente era la víctima principal de tantas siniestras e inmensas conspiraciones ni siquiera fue llamado a comparecer como testigo. Y, sin embargo, a través de todo el macabro espectáculo podía sentirse su presencia en la concha del apuntador. Y, a más de ser el apuntador, era lambien el autor, el director y el productor siempre invisible". Al mostrar a Stalin moviendo tras bastidores los hilos de los procesos, cotejando personalmente y firmando centenares de listas negras con los nombres de las victimas, y ordenando a la NKVD la aplicación de torturas y la extracción de confesiones, Jruschov ha hecho visible ante la posteridad al "autor, director y productor siempre invisible".

Hay sólo una fase de las purgas que Jruschov ha puesto de relieve más agudamente que yo: la fase en que Stalin, habiendo destruido todas las oposiciones antistalinistas, trotskistas, zinovievistas y vejaministas, procedió a aterrorizar a sus propios partidarios y seguidores y a disgregar la propia facción stalinista. Jruschov, el viejo stalinista, tenía sus motivos especiales para ocuparse de esta última fase de manera que casi excluía las fases anteriores y más importantes, alrededor de las cuales centré yo mi relato. Aún así, también he indicado brevemente la última fase, cuando narré los conflictos de Stalin con Ordzhonikidze, Rudzutak, Mezhlauk y otros stalinistas prominentes. Jruschov no ha hecho ningún intento de profundizar en las motivaciones de Stalin y en la lógica del terror que condujo a éste, del aniquilamiento de todos los grupos antistalinistas, a la virtual destrucción de su propio grupo. Tratando de poner de manifiesto esa lógica, yo escribí:

 

A medida que se ampliaba el círculo vicioso del terror, pocos hombres de importancia se sintieron seguros. Algunos se vieron impulsados a actuar para detener el horrible perpetuum mobile. Tal acción no provino de los inermes dirigentes de las antiguas oposiciones, sino de hombres que hasta entonces habían estado exentos de toda sospecha, cuyos espíritus no habían sido doblegados por interminables retrartaciones y cuyas manos aún empuñaban algunas de las palancas del poder. La reacción contra el terror comenzó entre los colaboradores más cercanos de Stalin... a comienzos de 1937.

 

Jruschov ha confirmado indirectamente esta explicación, pero no ha dicho nada sobre la forma que asumió entre los colaboradores de Stalin la oposición al terror. ¿Trató ésta de detener el horrible perpetuum mobile por medio de una revuelta palaciega? ¿Hubo o no algún intento de atarle las manos al amo del terror? A la luz de la situación descrita por Jruschov habría sido natural, casi inevitable, que la idea de una revuelta palaciega se incubara entre los colaboradores cercanos de Stalin. Jruschov tiene razones obvias para negarse a arrojar luz sobre este asunto; pero yo no tengo motivos para revisar mi conclusión de que "era inevitable que la conspiración imaginaria que obsesionaba a Stalin comenzara, entre la orgía de las purgas, a adquirir la carne y la sangre de la realidad"; y que aquellos que empezaron a fraguar una conspiración no fueron Zinóviev, Kámenev, Bujarin y sus semejantes, sino los colaboradores más íntimos de Stalin y los militares. Basándome en diversos informes antistalinistas, acepté, no sin reservas, la versión de que el mariscal Tujadievski contempló ciertamente la posibilidad de un golpe, no "en contubernio con alguna potencia extranjera", como lo acusó Stalin, sino por su propia iniciativa y por sus propios motivos que no eran depravados. Tujachevski ha sido rehabilitado recientemente en la Unión Soviética; pero la rehabilitación ha sido pronunciada de esa manera sumaria y enigmática que deja en la oscuridad todas las circunstancias pertinentes de la purga en las fuerzas armadas. Mientras esas circunstancias no se aclaren, no veo ninguna razón definida para revisar mi propia explicación parcialmente hipotética, y supongo que esta será confirmada cuando se arroje, si se arroja, plena luz sobre el hecho.

Las circunstancias del asesinato de Kírov en 1934 constituyen otro enigma todavía irresuelto. Yo escribí que "la policía política de Leningrado había tenido conocimiento de la preparación del atentado y no había hecho nada para evitarlo"; e hice claro que Stalin utilizó el asesinato de Kírov como pretexto para desencadenar el terror, pero no supuse que la NKVD de Leningrado se comportara así por órdenes de Stalin. Jruschov alude a la complicidad directa de Stalin en el crimen, pero luego añade que nada se sabe con certeza y deja el misterio tan oscuro como antes. Así, pues, tampoco en relación con este asunto me encuentro en una posición que me permita revisar la narración.

 

 

 

[1] Vintage Books, Inc., Nueva York, 1960.

[2] Órgano del Partido Comunista de los Estados Unidos. [N. del T.]

[3] Revista norteamericana de izquierda. [N. del T]

 

 

 

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