Categoría: LENIN
Visitas: 1996

     

 

 

LA TAREA PRINCIPAL DE NUESTROS DIAS[1]

 

[Eres mísera y opulenta,
eres vigorosa e impotente,
madrecita Rusia![2]

La historia de la humanidad realiza en nuestros días uno de los más grandiosos y difíciles virajes, un viraje —podríamos decir sin ninguna exageración— de enorme significación para la liberación del mundo. Viraje de la guerra a la paz; un viraje de una guerra entre bandidos, que llevan a la matanza a millones de tra­bajadores y explotados, para establecer un nuevo sistema de re­parto del botín robado por los más fuertes de ellos, a una guerra de los oprimidos contra los opresores por librarse del yugo del capital; un viraje de un abismo de sufrimientos, torturas, hambre ydegradación, al futuro luminoso de la sociedad comunista, el bienestar general y una paz duradera. No es de extrañar que en los puntos culminantes de este brusco viraje, cuando en derredor del del viejo orden todo se quiebra y desmorona con terrible ruido, y el nuevo orden nace en medio de indescriptibles sufrimientos, haya quien sienta vértigo, quien se deje llevar por la desesperación, quien busque salvarse de la realidad, a veces demasiado amarga, con una frase bonita y atractiva.

A Rusia le tocó en suerte observar con particular claridad y sufrir con particular crudeza y dolor el más agudo de los agudos virajes de la historia, cuando vira del imperialismo a la revolución comunista.

En unos cuantos días destruimos una de las monarquías más antiguas, poderosas, bárbaras y brutales. En unos cuantos meses pasamos por una serie de etapas de conciliación con la burguesía, de abandono de las ilusiones pequeñoburguesas,
etapa para las cuales otros países necesitaron decenas de años. En unas
cuantas semanas, después de derrocar a la burguesía, aplastamos su resistencia abierta en la guerra civil. Con la victoriosa marcha triunfal del bolchevismo pasamos de un extremo al otro de un vasto país. Hemos elevado a la libertad y a una vida independiente a las capas más bajas de las masas trabajadoras oprimidas por el zarismo y la burguesía. Instauramos y consolidamos la República Soviética, un nuevo tipo de Estado, infinitamente superior y más democrático que la mejor república burguesa parlamentaria. Instauramos la dictadura del proletariado, apoyada por los campesinos pobres, y comenzamos un sistema de trasformaciones socialistas ampliamente concebido. Despertamos la fe en sus propias fuerzas y encendimos el fuego del entusiasmo en millones y millones de obreros de todos los países. Lanzamos en todas partes el llamamiento a la revolución obrera internacional. Lanzamos el reto a los bandidos imperialistas de todos los países.

Y en pocos días fuimos derribados por un bandido imperialista, que cayó sobre gente inerme. Nos obligó a firmar una paz increíblemente dura y humillante, tributo por haber osado, incluso por brevísimo plazo, libramos de las tenazas de hierro de la guerra imperialista. El bandido aplastó, estranguló y desgarró a Rusia con tanta mayor ferocidad, cuanto más amenazante se irguió ante él el fantasma de la revolución obrera en su propio país.

Nos vimos obligados a firmar una paz “de Tilsit”. No nos autoengañemos. Hay que tener el valor de mirar de frente la amarga verdad sin adornos. Es preciso medir, en toda su amplitud, hasta el fondo, todo ese abismo de derrota, desmembramiento, esclavitud y humillación al que hemos sido lanzados ahora. Cuanto más claramente lo comprendamos, más se afirmará, templará y fortalecerá nuestra voluntad de liberación, nuestro anhelo de salir de la esclavitud y elevarnos de nuevo a la independencia, nuestra firme decisión de lograr, a cualquier precio, que Rusia deje de ser mísera e impotente y se convierta en vigorosa y opulenta, en el pleno sentido de estas palabras.

Y puede serlo, porque, a pesar de todo, aún nos quedan sufi­ciente territorio y riquezas naturales para proveer a todos y a cada uno, si no con abundantes, al menos con adecuados medios de subsistencia. Nuestras riquezas naturales, nuestras fuerzas humanas y el magnífico ímpetu que la gran revolución ha dado a la fuerza creadora del pueblo, son abundante material para crear una Rusia verdaderamente vigorosa y opulenta.

Rusia será así, si desecha todo desaliento y toda fraseología; si, apretando los dientes, reúne todas sus fuerzas; si pone en tensión cada nervio y cada músculo; si llega a comprender que la salvación sólo es posible por el camino que hemos emprendido, el camino de la revolución socialista internacional. Seguir adelante por este camino sin desanimarse por las derrotas; colocar, piedra sobre piedra, los sólidos cimientos de la sociedad socialista; trabajar sin descanso para crear una disciplina y una autodisciplina, para consolidar en todas partes la organización, el orden, la eficiencia, la colaboración armónica de las fuerzas de todo el pueblo, implantar el control y el registro amplio de la producción y distribución de los productos: tal es el camino que conduce a la creación del poderío militar y el poderío socialista.

Es indigno de un verdadero socialista fanfarronear o dejarse llevar por la desesperación si se le ha infligido una grave derrota. No es cierto que estemos en un callejón sin salida y no tengamos más remedio que elegir entre una muerte “sin gloria” (desde el punto de vista de un szlachcic), como es esta paz durísima, y una muerte “gloriosa'’ en una lucha desesperada. No es cierto que hayamos traicionado nuestros ideales o a nuestros amigos al firmar esta paz “de Tilsit”. No hemos traicionado a nada ni a nadie; , no hemos santificado ni encubierto ninguna mentira; no nos hemos negado a ayudar a un solo amigo ni compañero de infortunio con cuanto pudimos, con cuanto estuvo a nuestro alcance. Un jefe militar que hace replegar hacia la retaguardia profunda del país los restos de un ejército que ha sido deshecho o huye a la desbandada presa del pánico, que, en caso extremo, protege ese repliegue aceptando la paz más dura y más humillante, no traiciona a las unidades del ejército a las que no está en condiciones de ayudar y que han quedado aisladas por el enemigo. Ese jefe mi­litar cumple con su deber al elegir el único camino para salvar lo que aún puede ser salvado, al no aceptar aventuras, al no ador­nar la amarga verdad ante el pueblo, “al ceder terreno para ganar tiempo”, al aprovechar cualquier tregua, aunque sea mínima, para reunir fuerzas, para permitir que su ejército descanse o se recupere, si padece desorganización y desmoralización.

Hemos firmado una paz “de Tilsit”. Cuando Napoleón impuso a Prusia, en 1807, la paz de Tilsit, el conquistador aplastó  todo el ejército de los alemanes, ocupó la capital y todas las ciudades importantes, introdujo su policía, obligó a los vencidos; a proporcionarle a él, al conquistador, cuerpos auxiliares para nuevas guerras de rapiña, desmembró a Alemania, estableciendo alianzas con algunos Estados alemanes contra otros. Y a pesar todo, aun después de una paz semejante, el pueblo alemán se mantuvo firme, supo reunir sus fuerzas, supo erguirse y conquistar el derecho a la libertad y la independencia.

Para todo el que quiera razonar y sepa razonar, el ejemplo de la paz de Tilsit (que ha sido sólo uno de los muchos tratados duros y humillantes impuestos a los alemanes en esa época) indica con claridad lo puerilmente ingenua que es la idea de que una paz durísima significa en toda circunstancia un abismo de desastre, en tanto que la guerra es la senda del valor y la salvación. Las épocas de guerras nos enseñan que la paz ha servido más de una vez en la historia de tregua, de período para acumular fuerzas para nuevos combates. La paz de Tilsit fue para Alemania una gran humillación, y, al mismo tiempo, un viraje hacia un gran resurgimiento nacional. En aquel entonces la situación histórica no permitía a ese resurgimiento otra salida que la de un Estado burgués. En aquel entonces, hace más de cien años, la historia la hacían un puñado de nobles y pequeños grupos de intelectuales burgueses, mientras las masas de obreros y campe­sinos permanecían amodorradas, dormidas. En aquél entonces, por eso, la historia sólo podía arrastrarse con una lentitud espantosa.

Hoy el capitalismo ha elevado la cultura en general, y la cultura de las masas en particular, a un nivel mucho más alto. La guerra ha sacudido a las masas, sus inauditos horrores y sufrimientos las han despertado. La guerra ha dado un impulso a la historia, que ahora avanza vertiginosamente, con la velocidad de una locomotora. La historia la hacen ahora, por propia iniciativa, millones, decenas de millones de hombres. El capitalismo está maduro para el socialismo.

Por lo tanto, si Rusia marcha hoy —y de esto no cabe duda— de una paz “de Tilsit” hacia el resurgimiento nacional, hacia la gran guerra patria, la salida para este resurgimiento no es en dirección al Estado burgués, sino en dirección a la revolución socialista mundial. Desde el 25 de octubre de 1917 somos defensistas. Estamos por la "defensa de la patria"; pero la guerra patria hacia la que nos encaminamos es una guerra por la patria socialista, por el socialismo como patria, por la República Soviética, como destacamento del ejército mundial del socialismo.

“¡Odio al alemán, muerte al alemán!”; tal ha sido y sigue siendo la consigna del patriotismo común, es decir, del patriotismo burgués. Pero nosotros diremos: “¡Odio a los bandidos imperialistas, odio al capitalismo, muerte al capitalismo!” y, al mismo tiempo: “¡Aprende del alemán! ¡Permanece fiel a la alianza fra­ternal con los obreros alemanes! Se han retrasado en venir en nuestra ayuda. Nosotros ganaremos tiempo, los esperaremos, y ellos vendrán en nuestra ayuda".

Sí, ¡aprende del alemán! La historia marcha con zigzags y dando rodeos. Las cosas han resultado de tal modo, que es precisamente el alemán quien encarna hoy, junto a un imperialismo feroz, los principios de la disciplina, la organización, la colabo­ración armónica, basadas en la industria maquinizada más moderna, el control y el registro más rigurosos.

Y esto es, precisamente, lo que nos falta. Esto es, precisamente, lo que tenemos que aprender. Esto es, precisamente, lo que nuestra gran revolución necesita para poder pasar, a través de una serie de duras pruebas, del comienzo triunfal al final victorioso. Esto es precisamente lo que necesita la República So­cialista Soviética de Rusia para dejar de ser mísera e impotente, para ser definitivamente vigorosa y opulenta.

11 de marzo de 1919.

 

Izvestia del CEC de toda Rusia,
núm. 46, 12 de marzo de 1918.
Firmado: N. Lenin

Se publica de acuerdo con el
texto del folleto de N. Lenin La
tarea principal de nuestros días.
Moscú, 1918.

 

 

[1] Este artículo, junto con el trabajo de Lenin “El infantilismo ’de izquierda’ y la mentalidad pequeñoburguesa” (véase ob. cit., t. XXIX), fue publicado en mayo de 1918 como folleto bajo el título La tarea principal de nuestros días, para el cual Lenin escribió un breve prólogo. (Ed.)

[2] Lenin cita en el epígrafe un fragmento del poema ¿Quién vive bien en Rusia?, de N. A. Nekrásov. (Ed.)

 

 

  Ver el documento completo en