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1.- PRESENTACION:

 

La presentación de Kaosenlared en Euskal Herria, celebrada el pasado viernes 3 de octubre en Bilbo, mediante un debate colectivo en Zazpi Katu Gastetxea, me ha dado la posibilidad de plantear algunas reflexiones sobre la importancia de Internet en el proceso revolucionario, sobre todo en su importancia clave en el contexto mundial que se está desarrollando bajo las implacables presiones tectónicas de la actual crisis capitalista, que es mucho más que una crisis financiera, y que probablemente va a determinar un cambio de fase en la historia de la acumulación capitalista.

A la vez, las reflexiones que se van a exponer a debate están realizadas no sólo bajo la presión de tales problemas, lo que es innegable, sino también influenciadas por la experiencia vivida en la reciente VII Cumbre Social Por la Unidad de Latinoamérica y el Caribe, durante la cual se realizaron diversos encuentros y debates a cada cual más enriquecedor, desde, obviamente, la situación del capitalismo en la actualidad, los problemas internos en el avance al socialismo en los pueblos insurgentes, el choque irreconciliable entre el ALBA y el ALCA, los planes contrarrevolucionarios y terroristas del imperialismo en la región y a escala mundial, la importancia de las luchas sociales y populares en todas sus formas, desde las culturales e identitarias hasta las no violentas y las pacíficas, etc.; y el entrañable homenaje al Comandante Marulanda, “guerrillero de guerrilleros”, ejemplo vívido de la dialéctica entre lo individual y lo colectivo en la praxis revolucionaria.

 

 

2.- VIRTUDES, ERRORES Y PELIGROS DE INTERNET ROJO

 

No hay duda de que tanto esta VII Cumbre como la floreciente cantidad de encuentros, foros, reuniones y actos internacionales que se están celebrando de unos años a esta parte, tiene mucho que ver con las posibilidades de comunicación concienciadora abiertas por Internet. Tampoco hay duda de que la proliferación de debates intercontinentales casi a tiempo real y, muy especialmente, la multiplicación exponencial de “libros libres”, textos, ponencias, aportaciones y críticas, producidos y divulgados por y desde colectivos, organizaciones, movimientos, sindicatos, partidos, etc., revolucionarios, de izquierda y radicales, también es debido a las facilidades otorgadas por Internet. Se ha hablado mucho sobre si es pertinente o no la comparación de los efectos concienciadores facilitados por Internet con los que permitió el desarrollo de la imprenta europea a mediados del siglo XV; de igual modo de debate mucho sobre los efectos de Internet en la socialización del conocimiento, en su democratización, en la lucha contra esa peste inhumana de la “propiedad intelectual”, etc.; y por no extendernos, preguntas similares se están haciendo con respecto a otras nuevas o “viejas” tecnologías de la “comunicación” como son, las primeras, la telefonía móvil y los sistemas interactivos, y las radios y las televisiones autoorganizadas popularmente en las segundas.

Un ejemplo del potencial concienciador inserto en el uso revolucionario de las nuevas y viejas tecnologías de eso que llaman comunicación, lo tenemos en la rapidez con la que las izquierdas, desde su amplia variedad, avisamos de la gravedad extrema de la crisis capitalista incluso antes de verano de 2007; en la puntualidad casi diaria con la que las izquierdas revolucionarias hemos seguido el agravamiento de la crisis capitalista en estos meses, forzando a la casta intelectual burguesa y reformista a situarse a la defensiva; en el seguimiento simultáneo de los intentos de reorganización del capitalismo, como el del fracaso de la cumbre de Doha, o de los procesos de coordinación y ascenso del neofascismo y del fascismo, de la extrema derecha militarista y racista, del terrorismo y de la guerra global contra los pueblos y las mujeres; y por ir acabando, a la vez que se hacía y hace todo esto también las izquierdas proponemos alternativas viables, nos autocriticamos e intentamos mejorar las estrategias y las tácticas necesarias para conseguir la emancipación humana.

Pero hemos de evitar cometer tres errores garrafales. El primero consiste en invertir el efecto por la causa, es decir, en creer que la razón de lo arriba visto es la creación de Internet y no la existencia previa de personas aisladas u organizadas en grupos, colectivos, círculos, organizaciones, movimientos o partidos que mal que bien, con heroísmo tenaz, aguantaron siquiera en soledad o en cuadro, e incluso en la clandestinidad, las sucesivas oleadas represivas capitalistas para, sin dejar de trabajar nunca, emerger a la superficie de la realidad --digo “superficie” porque siempre estuvieron dentro de la realidad, aunque en su “fondo”-- con muchas dificultades y problemas, pero con la teoría y la experiencia suficientes como para comprender de inmediato las posibilidades concienciadoras que ofrecían los nuevos medios. Fue esta militancia de base preexistente la que forzó luego la explosión concienciadora mediante Internet y otros medios, no a la inversa. Sin estas mujeres y hombres Internet apenas hubiera tenido el efecto concienciador actual, lo mismo que la imprenta no hubiera servido de mucho en este sentido sin la previa existencia de agudas contradicciones sociales de toda índole en la Europa de aquél tiempo.

Comprender este primado de las contradicciones sociales objetivas sobre los desarrollos tecnológicos que nacen a raíz de tales tensiones, es imprescindible para no cometer los otros dos errores siguientes. Uno de ellos, el segundo, consiste en creer que dado que Internet y el resto de medios son los “creadores del pensamiento crítico” basta con reducir nuestra praxis a la sobreproducción de textos para ser colgados en la Red, es decir, abandonar la decisiva y vital praxis revolucionaria entre las gentes, dentro de las masas explotadas, siendo parte de ellas, para recluirnos en la ficción electrónica, en el ciberespacio de la irrealidad virtual, imaginando “teorías” desvinculadas de lo real. Por el contrario, la efectividad de Internet radica en que muchas de las ideas que expande han nacido en la acción colectiva e individual, en la militancia en cualquiera de sus muchas formas de expresión. Otras son teoría elaborada en base a luchas anteriores y otras, por último, son hipótesis a confirmar en el futuro pero siempre por medio de la acción, de la praxis. Parafraseando a Marx: en Internet como en la lucha de clases, vale más un paso adelante, un avance práctico, una conquista sintetizada en un escrito divulgado y propuesto a debate y crítica constructiva en la Red, que cien programas abstractos cuando no abstrusos frutos de otros tantos delirios individuales.

El tercer error garrafal es una conclusión de los dos precedentes y consiste en creer que como Internet es lo primero y está por encima de las contradicciones, por ello mismo no corre riesgo alguno de ser sometido a control, vigilancia y represión por el poder dominante, o muy poco.

Dado que previamente se había desechado la existencia de contradicciones, la importancia decisiva de la praxis, la supeditación de Internet a las necesidades de la emancipación, etc., por estos mismos errores ahora se cree que Internet no puede ser objeto de la represión. En realidad ocurre lo contrario, que cuanto más potencial concienciador circula por Internet más peligroso se vuelve para el capitalismo y más riesgos corre. ¿O tenemos que recordar que ya existen páginas webs reprimidas por su alta eficacia revolucionaria, como www.basque- red.net, por ejemplo, una de las primeras en ser clausurada, si no la primera? Una mirada a la prensa muestra cómo se están implementando controles y vigilancias para frenar el uso concienciador de Internet, o para simplemente impedirlo con cualquier argucia. La hipocresía y el cinismo burgués no se detienen ante nada en su necesidad de justificar la represión, y no dudan en poner al mismo nivel la pederastia, el narcotráfico, la prostitución, la delincuencia en general, etc., y sin matizar ahora, con la lucha revolucionaria transustanciada en “terrorismo”, mientras que el terrorismo en cuanto tal, es decir, el imperialismo y la civilización burguesa, es santificado como “intervención humanitaria”.

Lo malo es que estos tres grandes errores, así como otros menores, es que son cometidos en un contexto mundial determinado por la aceleración de la crisis capitalista. No tiene la misma gravedad equivocarse en momentos de reflujo en las luchas, en contextos en los que la expansión capitalista permite a la burguesía jugar con ventaja haciendo algunas concesiones, que en momento de ascenso de las luchas, de debilidad burguesa que le obliga a endurecer su represión, de agudización de las contradicciones sociales, etc., cuando las condiciones objetivas y subjetivas tienen más posibilidades de fusionarse en la acción. Es por esto que antes de continuar debemos debatir un poco sobre el momento actual.

 

 

3.- LA MENTIRA DEL MIEDO Y EL PAPEL DEL ESTADO

 

Es mentira que la actual crisis sea producto del “miedo” y “nerviosismo” de los inversores, o efecto de su “peculiar psicología” necesitada de “mercados tranquilos”, de “normalidad social”, circunstancias “no volátiles”, “estables y prometedoras”, etc. No se puede negar que una de las características de la economía mercantil es la de la incertidumbre por cuanto la ausencia de un plan democrático y la supremacía del interés egoísta de una minoría dominante y explotadora hace que los datos económicos sólo sean conocidos después del proceso entero de producción, cuando ya es tarde, cuando se han contabilizado las pérdidas y los beneficios, nunca antes, nunca con anterioridad al desenvolvimiento del proceso. Las palabras técnicas que se emplean para definir esta característica objetiva e insuperable de toda economía sujeta al dictado del mercado, y de forma especialmente cruda y ciega en el capitalismo, hablan de “ex antes”, es decir, planificar antes de poner en marcha el proceso productivo, frente a “ex post”, es decir, esperar ansiosamente al final del proceso para conocer los resultados.

El socialismo se caracteriza por aplicar el “ex ante”, la planificación democrática, y el comunismo es la planificación permanente de los productores asociados. Pero el capitalismo se caracteriza por lo contrario, por anteponer la necesidad imperiosa de la máxima ganancia en el mínimo tiempo posible, de cada burgués, de cada monopolio y gran corporación transnacional, sobre el resto de objetivos, lo que le exige desarrollar la máxima explotación y la máxima rentabilidad, y cuando éstas no se pueden lograr por lo que fuera, necesita ciegamente buscar otros recursos, desde la ingeniería financiera especulativa y suicida, la corrupción generalizada y, en caso extremo, la guerra. Pero estas salidas, que son “racionales” en los casos concretos, se transforman dialécticamente en una irracionalidad global, sistémica, que se confirma desastrosamente siempre después de los procesos económicos y cuando se hacen las cuentas, sobre todo después de las crisis parciales y cortas, cuando estallan las crisis sistémicas, cuando las fases u ondas de desarrollo giran de dirección.

La burguesía como clase sólo piensa en el “ahora”, nunca en el “luego”, y jamás en los resultados a medio y largo plazo, jamás en el “después del después”. No puede hacerlo porque además de las contradicciones y límites creados por la explotación asalariada, también actúa la competencia y el canibalismo entre los burgueses concretos, que se devoran mutuamente. Ambas contradicciones insuperables le exigen, como clase social, lanzarse al océano sin salvavidas, sin plan ni previsión alguna, esperando flotar a costa de la humanidad trabajadora y de las fracciones burguesas débiles y cansadas que se ahogan en cada crisis. Sale victoriosa la fracción que logra nadar hasta el puerto de la siguiente fase expansiva del capitalismo, agarrándose a los cadáveres de los demás, sobre todo de las masas trabajadoras, una vez que podridos por la larga duración del temporal, de la crisis, emergen hinchados a la superficie.

Pero que la clase burguesa no pueda pensar como clase, como conjunto de relaciones sociales atadas al máximo beneficio individual, no pueda pensar en el “luego”, en el “ex post”, esta impotencia no significa que no existan pequeños sectores que sí intentan hacerlo dentro de sus limitaciones insuperables. Básicamente, hay tres sectores que lo intentan: el que defiende proyectos socioeconómicos llamados “clásicos”, que giran alrededor de las tesis de A. Smit y D. Ricardo, que se fían solamente en el mercado y que minimizan la importancia del Estado, reduciéndolo a su papel represor, militar e ideológico; la que defiende la postura anterior pero llevándola al extremo absoluto, al sálvese el que pueda, o escuela “neo clásica”, o de los “economistas vulgares” como los llamó Marx, pero que también defienden la necesidad del Estado como centralizador estratégico y frecuentemente táctico del terror y de la guerra, corriente que ahora toma cuerpo en el neoliberalismo más inhumano. Por último, está el modelo keynesiano, que opta por la intervención autoritaria y proburguesa del Estado para motivar la producción con inversiones y ayudas, y engañar a las clases trabajadoras. Ninguna de las tres corrientes, que se multidividen en una jungla de tendencias puras y mixtas, reniega del vital papel del Estado de la clase burguesa, al contrario, tanto en silencio como a gritos piden, exigen y logran que esta máquina de opresión intervenga de mil modos en beneficio de sus negocios.

Pues bien, uno de los objetivos del Estado es el de garantizar que las contradicciones internas del capitalismo no multipliquen las incertidumbres inherentes al mercado, es decir, asegurar la mayor tranquilidad posible a los inversores burgueses. El miedo de éstos no rige la economía en su conjunto ni a largo plazo, sino que es producido por las tensiones internas del sistema, de modo que al aumentar éstas se produce un incremento del miedo, que tiende a desaparecer dando paso a la esperanza y luego a la euforia conforme se estabiliza el sistema y se reinicia la fase expansiva. Las medidas socioeconómicas, políticas y culturales, todas ellas con un contenido interno antiobrero, facilitan dicha recuperación y con ella la vuelta de la confianza burguesa, que empezará a declinar sólo después de que sean innegables los síntomas de una nueva crisis. Según el capitalismo va quemando estrategias y tácticas para salir de cada crisis sistémica, los elementos pensantes de la burguesía como clase han de idear nuevas alternativas para responder a los nuevos problemas. Como veremos, lo que ahora sucede es que se está acabando la efectividad de las estrategias impuestas desde comienzos de la década de 1970, en respuesta al agotamiento definitivo de la fase expansiva posterior a 1945.

Las masivas inyecciones de capital que están realizando los Estados en la actualidad, no es en modo alguno contradictorio con la naturaleza y función histórica de este aparato en el capitalismo, sino al contrario. Lo que ocurre es que por diversas razones, la izquierda ha ido perdiendo capacidad de crítica teórica e implantación política y cultural, a la vez que las tonterías reformistas e interclasistas han calado con la ayuda de la presión de la propaganda burguesa. El mito neoliberal de que había desaparecido el Estado desplazado por las llamadas “instituciones globales”, ha permitido ocultar la permanente acción subterránea e invisible en la propaganda, pero con efectos dramáticos sobre las condiciones de vida y trabajo de las clases y pueblos explotados. Durante las últimas décadas, la burguesía neoliberal no ha tenido ningún problema en “contradecirse” totalmente al decir que su Estado había “desaparecido” pero, a la vez, imponer un intervencionismo aplastante en dos grandes niveles: el de la privatización gracias al Estado de todos los gastos sociales y áreas públicas, y el del “keynesianismo militar” masivo inseparable del “keynesianismo tecnocientífico”. La acción estatal conocida y oficial, o silenciada y subterránea ha sido una característica permanente del neoliberalismo, y ahora lo único que ocurre es que sale ha masificado su intervencionismo pero sin pretender ocultarlo.


 

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