INDICE
Introducción
        Aspectos de la ciencia
1.1. LA CIENCIA COMO INSTITUCION
1.2. LOS MÉTODOS DE LA CIENCIA
        Observación y experimentación
        Clasificación y medición
        El aparato científico
        El lenguaje de la ciencia
        La estrategia de la ciencia
        Ciencia y arte
        Científico e ingeniero
1.3. LA TRADICIÓN ACUMULATIVA DE LA CIENCIA
        Esquema del progreso científico y técnico
        Función de los grandes hombres
1,4, LA CIENCIA COMO MEDIO DE PRODUCCIÓN
        Carácter clasista de la ciencia primitiva
1.5. LA CIENCIA NATURAL COMO FUENTE DE IDEAS
1.6. INTERACCIÓN DE CIENCIA Y SOCIEDAD

 

NECESIDAD Y CARÁCTER DE LA CIENCIA

 

Introducción

Este libro intenta describir e interpretar las relaciones existentes entre el desarrollo de la ciencia y el de los restantes aspectos de la historia humana. Su objetivo último es conducirnos a una comprensión de algunos de los problemas más importantes suscitados por el impacto de la ciencia en la sociedad. La civilización, tal como la conocemos hoy y en sus aspectos materiales, sería imposible sin la ciencia, que además se halla profundamente implicada en los aspectos intelectuales y morales de aquella. La difusión de las ideas científicas ha sido un factor decisivo en la configuración del modelo general del pensamiento humano. En los conflictos y aspiraciones de nuestro tiempo, particularmente, podemos encontrar una imbricación creciente y continua de la ciencia. Los hombres viven con el temor de ser destruidos por la bomba atómica o las armas biológicas, pero también con la esperanza de obtener una vida mejor mediante la aplicación de la ciencia a la agricultura y a la medicina. Los dos campos en que actualmente se divide el mundo ejemplifican objetivos diferentes en el uso de la ciencia; la urgente necesidad de su reconciliación se debe en parte a la naturaleza catastrófica y suicida de la guerra científica.

La marcha de los acontecimientos sitúa ante nosotros, cada vez más insistentemente, problemas relativos a la ciencia tales como el apropiado uso de la misma en la sociedad, la militarización de la ciencia, las relaciones de la ciencia con los gobiernos, el secreto científico, la libertad de la ciencia, el lugar de la ciencia en la educación y en la cultura general. ¿Cómo resolver esos problemas? El intento de solucionarlos recurriendo a principios aceptados o a verdades autoevidentes sólo puede dar lugar a confusión. Tales principios no pueden dar una respuesta clara, por ejemplo, a cuestiones como la de la responsabilidad del científico ante la tradición de la ciencia, ante la humanidad o ante el Estado. En un mundo que cambia rápidamente poco puede esperarse de ideas que se toman inalteradas de una sociedad que se ha desvanecido después de revocarlas. Pero esto no quiere decir que los problemas sean insolubles ni que, consiguientemente,  haya que caer en la irracionalidad y el pesimismo impotente tan característicos actualmente entre los intelectuales de los países capitalistas. En último término, tales problemas deben resolverse y se resolverán en la práctica mediante el intento de encontrar un camino para utilizar y desarrollar la ciencia de manera más armoniosa y con mejores resultados para la humanidad. Se ha obtenido ya mucha experiencia en países en que la ciencia se ha dedicado conscientemente a tareas constructivas y a fomentar la prosperidad, e incluso en la Gran Bretaña y en los Estados Unidos la experiencia del uso de la ciencia en la guerra y en la preparación de la guerra ha enseñado a los científicos algo de lo mucho que podría hacerse en la paz.

Pero la experiencia no es suficiente por sí misma y, en realidad, nunca puede actuar aisladamente. Consciente o inconscientemente, está necesariamente guiada por teorías y actitudes extraídas del fondo general de la cultura humana. En la medida en que es inconsciente, su dependencia de la tradición será ciega y únicamente conducirá a la repetición de unas soluciones ya intentadas que el cambio en las condiciones ha hecho inoperantes. En la medida en que es consciente, implica un conocimiento más amplio de la relación general de la ciencia a la sociedad cuya primera exigencia es el conocimiento de la historia de la ciencia y de la sociedad. En la ciencia, más que en ninguna otra institución humana, es necesario investigar el pasado para comprender el presente y dominar el futuro.

Hasta hace muy poco tiempo esta afirmación habría merecido escasa atención por parte de los científicos activos. En la ciencia natural, y especialmente en las ciencias físicas, se sostiene firmemente la idea de que el conocimiento actual cancela todo el conocimiento del pasado tomando su lugar. Se admite también que el conocimiento futuro convertirá en anticuado el conocimiento presente, que, sin embargo, es por el momento el más aceptable. Todo lo útil del conocimiento anterior queda absorbido en el actual; lo que ha quedado fuera de éste son sólo los errores de la ignorancia. En suma, en palabras de Henry Ford, «La historia es un tamiz».

Por fortuna, en nuestros días es cada vez mayor el número de científicos que empiezan a advertir las consecuencias de esa actitud de desprecio hacia la historia y, por lo tanto, aumenta también el de los capaces de apreciar inteligentemente el lugar de la ciencia en la sociedad. Sólo ese conocimiento puede evitar que los científicos, pese a todo el prestigio de que gozan, se cieguen y queden atrapados sin remedio en el gran drama contemporáneo del uso y el abuso de la ciencia. Es verdad que en el pasado reciente los científicos y buena parte del público consiguieron instalarse muy finamente en la cómoda creencia de que la aplicación de la ciencia conduciría automáticamente a una segura mejora en el bienestar humano. La idea, realmente, no es muy vieja: en los tiempos de Roger Bacon era todavía una especulación revolucionaria y peligrosa, siendo afirmada por primera vez, en forma confidencial, por Francis Bacon trescientos años más tarde; únicamente los cambios inmensos y progresivos en la ciencia y en la producción a que dio lugar la Revolución Industrial hicieron de esa idea de progreso una verdad segura y perdurable, casi una trivialidad, en los tiempos Victorianos. No es ciertamente ahora, en estos días angustiosos y encapotados, cuando se advierte por primera vez que el poder que puede dar la ciencia es más directamente capaz de aniquilar del planeta la civilización e incluso la vida misma que de asegurar un ininterrumpido progreso en las artes de la paz, aunque también aquí se ha suscitado la duda, y algunos neomalthusianos temen que, incluso poniendo remedio al mal, la ciencia siga siendo peligrosa en un planeta superpoblado.

Sea para bien o para mal, la importancia de la ciencia actual no precisa ser subrayada; necesita, con todo, y debido precisamente a su importancia, ser comprendida. Es por medio de la ciencia que toda nuestra civilización está siendo transformada muy rápidamente. La propia ciencia se está desarrollando, y no, como en el pasado, poco a poco e imperceptiblemente, sino a grandes saltos, de un modo visible por todos. La tremenda fábrica de nuestra civilización ha cambiado va enormemente a lo largo de nuestra vida y sigue cambiando más y más rápidamente de año en año. Para comprender cómo tiene lugar ese cambio no es suficiente conocer las tareas a las que se dedica la ciencia actualmente: también es esencial saber cómo ha llegado a ser lo que es, cómo ha respondido en el pasado a las sucesivas formas de sociedad y cómo ha servido, a su vez, para modelar éstas últimas. Muchas gentes dan por sentado que, puesto que la ciencia afecta a sus vidas cada vez más, debe seguirse que los propios científicos controlan efectivamente el mecanismo de la civilización y, consiguientemente, son responsables amplia e inmediatamente de los males y catástrofes de nuestra época. La mayoría de las personas que trabajan actualmente en la ciencia saben cuán lejos de la verdad está esa creencia. El uso al que se destina el trabajo de los científicos queda casi por completo fuera de sus manos. Su responsabilidad sigue siendo, por lo tanto, puramente moral. E incluso esa misma responsabilidad se elude con frecuencia en la tradición de la ciencia mediante la exaltación de una desinteresada búsqueda de la verdad indiferente a las consecuencias que de ella puedan seguirse. Esa tan conveniente evasión de la responsabilidad funciona bien, como veremos, en la medida en que el progreso social general, ampliamente debido a la ciencia, figure en el orden del día. El científico puede entonces identificarse razonable y fácilmente con las ideas económicas y políticas en boga y ser feliz limitándose solamente a seguir el camino que ha elegido libremente. Pero ante un mundo de creciente escasez, miseria y temor, y en el que la misma ciencia está cada vez más directamente implicada en los aspectos menos agradables de la guerra, esa actitud comienza a descomponerse. La responsabilidad moral del científico en el mundo de hoy es difícil de eludir.

La alternativa no es la irresponsabilidad, sino una responsabilidad social más consciente y activa mediante la cual la ciencia pueda, por una parte, hacer una contribución explícita a la planificación de la industria, la agricultura y la medicina para fines que el científico pueda aprobar plenamente, y, por otra, extenderse y transformarse hasta convertirse en parte integral de la vida y del trabajo de todos.

El cambio de una ciencia socialmente irresponsable a una ciencia socialmente responsable solamente está empezando. Su naturaleza y sus directivas no están completamente formuladas. Únicamente es un aspecto, aunque vital, de las grandes transformaciones sociales a que da lugar el paso de una economía motivada por el afán posesivo individual a una dirigida al bienestar común. Se trata de uno de los cambios más trascendentales de la historia humana y de ahí la importancia capital del hecho de que pueda ser ampliamente debatido y bien conocido de antemano, pues ese cambio contiene a la vez graves peligros y posibilidades ilimitadas. La necesidad de lograr esa transformación del mejor modo posible y de asegurar en cada estadio una utilización inteligente de la ciencia constituye la más poderosa razón del estudio de las relaciones de la ciencia y la sociedad en el pasado, pues sólo por medio de ese estudio puede aquello comprenderse adecuadamente.

  

Aspectos de la ciencia

Antes de dar comienzo a esa investigación debe decirse algo acerca del significado y alcance de la ciencia misma. Naturalmente, también puede parecer más natural y conveniente empezar con una definición de la ciencia. El profesor Dingle, en su extenso comentario dedicado a mi libro The Social Function of Science, exige que así se haga. Según él, el autor debería empezar: «identificando ese fenómeno y delineando tan claramente como fuera posible lo que es en sí, aparte de cualquier función que pueda tener y de cualquier relación en que pueda estar con otros fenómenos; sólo entonces puede proceder a considerar el papel que ha desempeñado, o podría desempeñar, en la vida social».

Mi experiencia me ha convencido de la futilidad de semejante empresa. La ciencia es tan vieja, ha sufrido tantos cambios a lo largo de su historia, está tan encadenada en cada punto a las restantes actividades sociales que cualquier tentativa de definición —y han sido muchas— sólo puede expresar más o menos inadecuadamente uno de los aspectos, tal vez de importancia secundaria, que ha tenido en algún período de su desarrollo. Einstein ha expuesto este punto a su modo:

«La ciencia como algo existente y completo es la cosa más objetiva que puede conocer el hombre. Pero la ciencia en su hacerse, la ciencia como un fin que debe ser perseguido, es algo tan subjetivo y condicionado psicológicamente como cualquier otro aspecto del esfuerzo humano, de modo que la pregunta ¿«cuál es el objetivo y el significado de la ciencia?» recibe respuestas muy diferentes en diferentes épocas y de diferentes grupos de personas.»

La idea de definición no puede aplicarse estrictamente a una actividad humana que en sí misma es sólo un aspecto inseparable del proceso único e irrepetible de la evolución social.

La ciencia es, en razón de su naturaleza, cambiante, y lo es más que cualquier ......... [..........]

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