INDICE

 Prefacio

 Primera parte: La crisis de las tijeras
.... 1. Compás de espera
.... 2. Los apuros de la clase obrera
.... 3. El estallido de la crisis
.... 4. Las tijeras se cierran
Segunda parte: El mundo capitalista
.... 5. La ocupación del Ruhr
.... 6. El ultimátum de Curzon
.... 7. El nacionalismo alemán y el comunismo
.... 8. Bulgaria y los campesinos
.... 9. El fracaso alemán
.... 10. El reconocimiento diplomático
Tercera parte: El triunvirato en el poder
.... 11. El triunvirato se impone
.... 12. Tiranteces y presiones
.... 13. La campaña contra Trotski
.... 14. La muerte de Lenin
.... Nota A: El, programa de los 46
.... Lista de abreviaturas
.... Bibliografía
.... Indice alfabético

 

PREFACIO

En el prefacio al primer volumen de La Revolución bolchevique, 1917-1923, publicado en 1950, manifesté el propósito de continuar esta obra con otra parte que se titularía La lucha por el poder, 1923-1928. Subsiguientes consideraciones y un examen más concienzudo del material me han inducido a modificar este plan en diversos aspectos. En primer lugar, los meses anteriores a la última enfermedad de Lenin y las primeras semanas tras su muerte, es decir, el intervalo desde marzo de 1923 a mayo de 1924, parecen constituir una especie de periodo intermedio —una tregua o interregno, tanto en el partido como en la problemática soviética— en el que, en la medida de lo posible, se evitaban o se mantenían en suspenso las decisiones susceptibles de controversia. En el nuevo plan este periodo ocupa un volumen aparte, el que ahora aparece bajo el título de El interregno, 1923-1924. En segundo lugar, aunque el periodo que abarca desde 1924 a 1928 constituye una sola unidad en muchos aspectos, es más conveniente dividirlo en dos partes para su estudio. En tercer lugar, el título que se pensó en principio para definir este periodo parecía poco adecuado y demasiado vulgar, si tenemos en cuenta la importancia fundamental de los problemas planteados. Con arreglo a mi plan actual, la tercera parte de mi proyecto llevará el título de El socialismo en un solo país, 1924-1926, que abarcará aproximadamente desde el verano de 1924 hasta los primeros meses de 1926, y que ocupará dos volúmenes. La proclamación del «socialismo en un país» nos dará la oportunidad de hacer ciertas reflexiones, que considero apropiadas para esa tercera parte, sobre las relaciones existentes entre la revolución bolchevique y el legado material, político y cultural del pasado ruso.

Una vez más, me hallo en deuda de gratitud con muchos que ya me ayudaron en los comienzos de mi empresa. De nuevo las fuentes más importantes de material las he encontrado en el British Museum y en las bibliotecas de la London School of Economics y del Royal Institute of International Affairs. También utilicé las bibliotecas de la School of Slavonic Studies de la Universidad de Londres y del Institute of Agrarian Affairs de la Universidad de Oxford, la Bibliothéque de Documentation Internationale Contemporaine de la Universidad de París, y las de la International Labour Office de Ginebra y del International Instituut voor Sociale Geschiedenis de Amsterdam. Fue en este último instituto donde encontré una copia mecanografiada del hasta ahora inédito «programa de los 46», cuya traducción incluyo en el presente volumen. Vayan mis más cálidas expresiones de agradecimiento a los bibliotecarios de todas estas instituciones y a su personal por la incondicional ayuda que me prestaron y por la inagotable paciencia con que recibieron y solventaron satisfactoriamente mis prolijas preguntas.

En comparación con sus predecesores, el presente volumen se resiente del hecho de que no me fue posible visitar los Estados Unidos mientras estuve ocupado con él. Sin embargo, le quedo profundamente obligado a Mrs. Olga Gankin, del Hoover Library and Institute de Stanford, por su inagotable amabilidad al contestar a mis más pertinaces requerimientos y al facilitarme datos procedentes de los ricos recursos de la biblioteca, todavía sin investigar en parte. Parece que, hasta la fecha, son pocos los eruditos que hayan rebuscado en los archivos de Trostki de la Houghton Library de la Universidad de Harvard, y, que yo sepa, no se ha publicado todavía el registro sistemático de lo que esos archivos contienen. Esto constituye una de las lagunas más lamentables en nuestro conocimiento de la historia soviética.

Manifiesto mi agradecimiento de manera especial a Mr. Isaac Deutscher, biógrafo de Stalin y Trotski, tanto por leer y enjuiciar una parte considerable de mi manuscrito como por poner a mi disposición las notas que tomó de los archivos de Trotski; a Herr Heinrich Brandler por transmitirme sus recuerdos personales de los acontecimientos de 1923; a Mr. Maurice Dobb y a Mr. H. C. Stevens por prestarme libros y folletos que, de otra manera, hubiera echado en falta; a Mrs. Degras por ofrecerse de nuevo a leer las pruebas de imprenta y al Dr. Ilya Neustadt por recopilar el índice temático, dos tareas particularmente onerosas, por las que tanto el autor como los lectores nos hemos de sentir en deuda con ellos.

La bibliografía es continuación de la que aparece al final del tercer volumen de La Revolución bolchevique, 1917-1923 y tiene el mismo objetivo limitado. Algunos críticos de ese volumen se lamentaron de que no facilitara una bibliografía más completa, con inclusión de fuentes secundarias. Esto sería una tarea de perfeccionamiento; pero he de dejar, con pesar, que otras manos se apliquen a ese trabajo. Las fuentes secundarias que he considerado útiles se citan en las notas.

E.H. Carr

5 de enero de 1954

  

Primera parte

LA CRISIS DE LAS TIJERAS

Capítulo 1

COMPAS DE ESPERA

 

En el invierno de 1922-1923, tras dos años de la NEP, la economía soviética dio muestras de un notable renacimiento, debido, en parte, al proceso natural de recuperación tras la larga prueba de la guerra y de la guerra civil; en parte, a la excelente cosecha de 1922, y, en parte, a la nueva política inaugurada en marzo de 1921. La producción aumentó de manera considerable en la agricultura y en la industria rural y artesana; de forma menos pronunciada, en las industrias fabriles productoras de artículos de consumo, y apenas algo en la industria pesada productora de bienes de capital; mientras los campesinos eran los principales beneficiarios de la NEP, los trabajadores industriales vieron elevarse un tanto su mísero nivel de vida, al tiempo que se les liberaba del reclutamiento laboral; se desarrollaba el comercio interno y externo; se establecieron las bases de un sistema fiscal y de un presupuesto estatal viable y se tomaron las primeras medidas para crear una moneda estable. Por otra parte, ninguno de estos objetivos era particularmente socialista. La estructura de la economía era capitalista o precapitalista, con la excepción de las industrias nacionalizadas; y éstas se vieron obligadas a adaptarse a un contorno casi capitalista, al tener que desarrollar sus actividades con base en principios comerciales. Los éxitos de la NEP se consiguieron con métodos capitalistas y acarrearon dos consecuencias concomitantes, que los marxistas siempre habían considerado males característicos del capitalismo: desempleo a gran escala y violentas fluctuaciones de precios.

El problema latente desde 1917 en la revolución victoriosa, y que no podía faltar en el intento de llevar al socialismo a una comunidad predominantemente rural, era que la revolución dependía del apoyo del campesinado. En 1921 pareció haberse resuelto temporalmente el problema con el establecimiento de la NEP: la alianza con los campesinos se había asegurado de tal forma, que podría aguantar hasta que el estallido de la revolución proletaria en Europa sirviera de alivio al agobiado proletariado ruso. Pero, al hacer Lenin el mutis final, la cosa comenzó a verse menos clara. El renacimiento de las tensiones económicas, debidas esencialmente a las tremendas fluctuaciones de los precios, abrió una nueva brecha entre la industria y la agricultura y puso en duda la eficacia de la NEP.

En las declaraciones del partido y del propio Lenin ya se había llamado la atención sobre ciertas inconsistencias de la NEP, basadas en la equívoca posición del campesino como aliado imprescindible del proletariado y, al propio tiempo, como último obstáculo que había que vencer para llegar al socialismo[1]. Lenin se dio perfecta cuenta, al comienzo de la NEP, de las anomalías que le eran inherentes:

Hay más contradicciones en nuestra realidad económica que las que existían antes de la nueva política económica: mejoras parciales y pequeñas en la posición económica de algunos sectores de la población y que afectan a pocas personas; y absoluta incapacidad para que los recursos económicos satisfagan las necesidades perentorias del resto, de la mayoría. Estas contradicciones se han agudizado. Y es natural que, mientras hacemos un pronunciado viraje, no sea posible escapar en seguida de estas contradicciones[2].

En el undécimo congreso del partido, en la primavera de 1922, bajo la presión de quienes insistían en las consecuencias desastrosas de la NEP para la industria, Lenin anunció el fin de la «retirada»[3] y se entendió que no se harían más concesiones a los campesinos. Sin embargo, en el mismo congreso, Lenin se refirió con el mayor énfasis a la necesidad de «restablecer el eslabón», de acudir en socorro del campesino «arruinado, empobrecido, miserable y hambriento», o «nos enviarán a todos al diablo»[4]. En su discurso ante el cuarto congreso de la Comintern, en noviembre de 1922 —su penúltimo discurso en público—, Lenin habló tanto de la satisfacción que se había dado a los campesinos, como de la necesidad de que se arbitraran subsidios estatales a favor de la industria pesada («si no los encontramos, estaremos perdidos»)[5]. Una semana más tarde, en su último discurso, se refirió a la «retirada» todavía en progreso, y añadió con franqueza:

Todavía no sabemos dónde y cómo debemos ahora reformarnos, adaptarnos y reorganizarnos para iniciar un sostenido movimiento de progreso después de la retirada[6].

En uno de sus últimos artículos, escrito en enero de 1923, describió el orden soviético como «fundado en la colaboración de dos clases: los trabajadores y los campesinos», y expuso lo que él consideraba la tarea primordial del partido:

Si se producen serios antagonismos entre estas dos clases, el rompimiento será inevitable; pero en nuestro orden social no existen motivos forzosos ni inevitables para que se efectúe ese rompimiento, y la tarea principal de nuestro comité central, de la comisión central de control y de todo el partido es la de vigilar con cuidado las circunstancias que pudieran dar origen a un rompimiento y anticiparse a ellas, pues, en última instancia, el destino de nuestra república dependerá de si las masas campesinas marchan con los trabajadores y permanecen fieles a su alianza con esa clase, o si permiten que los hombres de la NEP, es decir, la nueva burguesía, las separen de los trabajadores y las hagan romper con ellos[7].

De esta manera, mientras que en 1922 Lenin se hacía eco de la opinión que exigía que se reemprendiera la marcha hacia el socialismo, su último requerimiento era el de mantener la conexión con el campesinado por encima de todo. Mientras el compromiso se mantuviera, todo iría bien. Pero en cualquier crisis que se planteara, y en la que el compromiso quedara inoperante de no hacerse nuevas concesiones a una u otra de las partes, cualquier actuación podría justificarse con citas apropiadas de la fuente principal.

Los primeros síntomas de crisis comenzaron a manifestarse ......................[..................] 

 

 

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