INDICE REDUCIDO

SECCION TERCERA. LUCHA DE CLASES

CAPITULO I LAS CLASES SOCIALES; LUCHAS Y ALIANZAS 
CAPITULO II LA HUELGA Y LOS SINDICATOS 
CAPITULO III REFORMISMO Y REVOLUCION 
 CAPITULO IV DE LA REVOLUCION PERMANENTE A LA REVOLUCION CULTURAL CHINA
CAPITULO V LOS CONSEJOS DE FABRICA Y EL CONTROL OBRERO
CAPITULO VI LAS LUCHAS CONTRA EL IMPERIALISMO

SECCION CUARTA ACCION POLITICA Y SOCIAL

CAPITULO I EL ESTADO Y EL DERECHO
        A) E. Pasukanis
        B) A. Gramsci
        C) N. G. Alexandrov
        D) L. Altnusser
        E) N. Poulantzas
        F) Vacca
       G)  Ingrao
CAPITULO II EL PARTIDO POLITICO
        A) K. Kautsky
        B) A. Gramsc:
        C) P. Togliatti
        D) L. Althusser
        E) R. Rossanda
        F) G. Frank
        G) M. Suslov
        H) E. Berlínguer
        I) Marcháis  
CAPITULO III LA DICTADURA DEL PROLETARIADO
        A) G. Marcháis
        B) S. Carrillo
        C) E. Baíibar
        D) L. Aithusser 
CAPITULO IV EL EUROCOMUNISMO
        A) G. Marcháis
        B) E. Berlinguer
        C) Carrillo

853 Bibliografía

 

PROLOGO

 

1. A tres años de distancia

Hace casi tres años escribí el Prólogo a los dos primeros tomos de TEMATICA DEL MARXISMO, la amplísima selección de textos que Enrique Castells, que en aquellos momentos se veía obligado a aparecer bajo el pseudónimo “Juan del Turia”, publicó en aquellas fechas. En dicho Prólogo hice sinceros elogios de la utilidad y oportunidad del trabajo y por ello acepté la propuesta de Castells de colaborar en el tercer tomo que anunciaba. Tres años ha sido el tiempo necesario para llevarlo a impresión, plazo bastante superior al que nosotros mismos prevenimos.

El tiempo de los relojes y de los calendarios tiene muy poco que ver con el tiempo de la historia. En la cronología, tres años no constituyen una distancia relevante, pero en la historia concreta pueden constituir verdaderos abismos. En palabras más directas, estos tres años nos han puesto en una coyuntura verdaderamente lejana de aquella en la que aparecieron los dos primeros volúmenes. Basta hacer referencia al rechazo del leninismo en amplios ámbitos comunistas, la batalla contra Marx de considerables sectores socialistas, e incluso comunistas, el desinflamiento ideológico y político de las alternativas comunistas de izquierda, en fin, a otro nivel no menos importante, la desaparición de la perspectiva de “ruptura democrática” y la entrada en una fase de consolidación política del Estado burgués. Todo ello nos sitúa a enorme distancia de aquella coyuntura.

Cuando Castells y yo iniciamos el trabajo escogimos como guía “la lucha por el marxismo”. El proceso histórico del pensamiento marxista no ha sido simplemente una lucha por enriquecerlo, por desarrollarlo, por cubrir lagunas, por incorporar nuevos campos de reflexión... y por arraigarlo entre las masas, especialmente en la marxistización del socialismo; ha sido también una constante lucha por legitimarse, una constante contraposición de posiciones cuya validez y eficacia estaba en función de su capacidad para presentarse como el “verdadero marxismo”.

No creemos que sea exagerado afirmar que, en toda la amplia producción literaria marxista, abundan mucho más las críticas a autores y formulaciones teórico-ídeológicas encuadradas en el seno del marxismo que las dirigidas contra posiciones filosóficas externas. Creemos que suele conocerse mejor la crítica de Gramsci a Bujarin que su crítica a Croce; la de Lukács al "marxismo ortodoxo” que la hecha por él a Schopenhauer; la de Korsch a Kautsky y a Lenin que no su fina crítica de Spengler Toymbee o el Estado fascista. Ha sido así y habrá que aceptar que ha sido necesariamente así. Y si puede parecer lamentable esta especie de endofagia, la relativa ignorancia, por buena parte de los intelectuales marxistas, de la producción teórica burguesa (apenas paliada por los momentos de formación académica), el gasto de energías en combates internos, etc., convendría pensar que el marxismo ha estado casi siempre a la defensiva, ha tenido siempre la necesidad de consolidarse y que, en esta tarea, el laxismo teórico e ideológico es el peor enemigo. Además, el desarrollo histórico del marxismo debe pensarse en su relación con el proyecto socialista, ya que en un programa de transformación social alternativa es más importante la unidad ideológica interna que los obstáculos externos.

De todas maneras, la lucha por el marxismo, las confrontaciones entre los marxistas, ha sido uno de los principales ejes de la producción marxista. Luchas en los distintos campos de la teoría, de la filosofía a la estrategia, de la economía al análisis sociológico, de la concepción del imperialismo a la concepción del Partido. Y nuestro proyecto tendía a esto, a seleccionar una serie de textos que reflejan distintas posiciones en torno a una serie de problemas o campos de reflexión.

El principal problema técnico que se plantea a un proyecto así es el de resolver la localización histórica del debate. Parece que una antología de textos se apoya en el presupuesto de que tienen por sí mismo un valor en sí (estético, literario, teórico, etc.), tienen una cierta universalidad que va más allá de su contenido históricamente determinado. Y esto no siempre es aceptado entre los marxistas, especialmente en los sectores en que el historicismo ha arraigado con fuerza. Las posiciones historicistas en el seno del marxismo tienden a subrayar, a este respecto, que un autor es expresión de su época, que su obra responde a las condiciones sociales y teóricas en que se produjo, que su reflexión es siempre toma de posición ante la realidad, etc. Radicalizando estos presupuestos es posible llegar a afirmar que un texto aislado de la biografía del autor, y esta biografía aislada de la cronología y la descripción histórica exhaustiva, no tiene ningún valor.

Para nosotros no era éste el problema, pues consideramos que el enfoque historicista es unilateral. Pensamos que, efectivamente, para historiar el pensamiento de Gramsci o de Althusser, para ofrecer una explicación histórica de su obra, hay que recurrir a los marcos teóricos y sociales que la dan sentido (aunque sin llegar a ese límite del “expresivismo”, en el cual todo elemento de una coyuntura refleja y expresa los otros y la totalidad, sino respetando cierta autonomía del pensamiento, diferente según autores, momentos, obras, etc.). Pero también pensamos, aunque en su elaboración estén históricamente determinadas, que esas producciones teóricas tienen un elemento de generalidad que les hace transcender su propio tiempo. Y, en el peor de los casos, siempre pueden constituir materia prima de nuevas reflexiones, base de inspiración y de análisis.

Nuestro problema era seleccionar aquellos textos que, por un lado, contuvieran esos elementos de generalidad, es decir, no fueran simples valoraciones coyunturales; por otro, que fueran los más ricos cara a inducir nuevas reflexiones, cara a abrir el camino de nuevas teorizaciones. Pero, además, la tarea se veía complicada por dos nuevos objetivos a añadir: primero, que esos elementos de generalidad presentes en los textos seleccionados y esas características de potenciar nuevas reflexiones, estuvieran dirigidos al momento actual, sirvieran para abordar algunos de los problemas que la lucha por el socialismo presenta hoy; segundo, que no podíamos renunciar a dar una imagen de debates y de desarrollo histórico de los mismos, a pesar de las limitaciones que cara a este objetivo presenta toda obra antológica.

Estos eran los objetivos, y aquí está el resultado, para que otros lo valoren.

La coyuntura teórica y social ha cambiado mucho. En el Prólogo a los dos primeros volúmenes insistía en la oportunidad de aquel trabajo de “Juan del Turia” cara a la perspectiva que —según yo creía— se abría para la lucha por el socialismo en nuestro país. Pensaba yo entonces que la larga duración de la lucha antifascista había impedido que en nuestros espacios intelectuales y políticos se hubiesen desarrollado los debates sobre problemas teóricos, políticos, estratégicos, etc., tal como había sucedido en la Europa occidental. Como máximo habíamos tomado posición ideológica a favor o en contra del joven Lukács, de la hegelianización del marxismo, del tema del humanismo, de la teoría imperialista tercermundista, de la desestalinización, etc. Nos identificamos desde fuera, nos proyectamos en tal o cual opción. Pero, en el fondo, eran problemáticas muy lejanas de las cuestiones de urgencia que nos planteaba nuestra realidad política. Seguimos más o menos de cerca unos debates que protagonizaban otros, que sabíamos importantes, pero que tenían lugar fuera de la caverna. Por todo ello, acabada la etapa antifascista, situados por fin fuera del “Estado de excepción”, veíamos como probable que tuviéramos que retomar esos debates. Sin duda que los mismos se darían sobre el suelo trazado, por los resultados en otros países, por las “experiencias” de los otros; pero creíamos que era buen momento para aprender, que vencido el fascismo habría que revisar teorías y esquemas, analizar la realidad concreta, configurar una ideología orientadora de la actitud socialista en cada uno de los numerosos lugares de la vida social. Y, por ello, creíamos que trabajos como el de “Juan del Turia” podían ser de alguna manera útiles

Las perspectivas han cambiado. La situación en que los socialistas han quedado en la actual correlación de fuerzas nos hace ser más pesimistas. Ciertamente no creemos que se pueda hablar de un empobrecimiento en cuanto a la producción teórica en el espacio socialista (debido más al nivel de partida que no a los progresos); pero sí que se ha perdido fuerza ideológica, convicción, firmeza en el proyecto, fe en la revolución. Además, cuando se ha llegado renunciar al leninismo, y en amplios sectores al marxismo, no es para ser optimista. Es decir, al menos coyunturalmente, el “consumo" de producción marxista ha decrecido, y de momento no hay razones para pensar en fuertes cambios en la situación. Los problemas del movimiento obrero y de la estrategia socialista son tratados, por los partidos obreros hegemónicos, en un marco de análisis que parece exigir más derecho constitucional comparado y estadísticas que no conocimiento de esas reflexiones históricas de los dirigentes y teóricos comunistas. En resumen, hoy más que nunca tenemos la sensación de que el trabajo teórico, de cualquier estilo y nivel, sirve para poco; de que la política se hace al margen de la teoría, al margen de los principios y al margen de la experiencia histórica; de que la escisión entre el “intelectual” y el “político” ha llegado a ser dramática

Pero, curiosamente, así llegamos a lo que pretendemos que sea uno de los centros de esta reflexión: el tema de la desideologización de la vía socialista y el tema de la escisión entre teoría y política en el campo marxista. Dos temas muy ligados entre sí que, cada uno a su manera, protagonizan esa “lucha por el marxismo” que nuestra selección de textos quiere mostrar y que, además, caracterizan no solamente la situación actual sino la mayor parte del marxismo desde los años 20.

La lucha por el marxismo, por establecer sus límites, su contenido, su status de cientificidad, por recuperar el “verdadero marxismo”, por demarcar marxismo de revisionismo, por establecer sus relaciones con la ciencia, con la política, con la moral, por convertirlo en ciencia de la historia, en filosofía de la liberación, en teoría de la producción capitalista.... las mil y una formas y lugares de los debates que constituyen la historia del marxismo tienen una característica relevante: su fuerte ideologización. Un simple y somero recuerdo de esa historia basta para convencerse de que ha sido en los momentos de mayor ideologización cuando ha aparecido una producción teórica más rica y relevante. Es en el Bernstein-Debatte donde, tras la muerte de Engels, se aglutina una intensa producción teórica, participando en ella Kautsky, Plejánov, Labriola, Sorel, Rosa, etc. En el fondo de la “concepción materialista de la historia” aparecía la contraposición de estrategias al socialismo, y también el tema de la ética en el proyecto socialista, polarizando el debate, radicalizando las posiciones. Y, en esa confrontación ideológica, a través de ella, el marxismo de aquel tiempo ofreció un nutrido grupo de textos que enriquecían el corpus marxista, aparte de potenciar fuertemente el conocimiento de las obras de Marx y Engels y de contribuir a la marxistización del socialismo.

Igualmente podríamos decir en torno a problemas como el del “derrumbe”, o el del Partido, activado por el “¿Qué hacer?” de Lenin, o el de la estrategia y la organización de clase en el momento consejista, o el del humanismo, o algunos más recientes como los centrados en la teoría de los modos de producción, o en la teoría del imperialismo, o en la dictadura del proletariado... En todos ellos un análisis medianamente objetivo permite descubrir que, en torno a un problema teórico como lugar, lo que se lleva a cabo es una fuerte lucha ideológica, contraposición de estrategias, de opciones políticas, de ideologías. Pero, a pesar de ello, es a través de esa ideologización del debate, que hace que buena parte del material no tenga otro valor que el de testimonio histórico, por donde aparecen los trabajos que marcarán una fase en el marxismo: Reforma o Revolución, Materialismo y Empiriocriticismo, Historia y conciencia de clase, Pour Marx...

Recordemos, por ejemplo, la ideologización de los debates marxistas a raíz de 1968, con la proliferación de posiciones en el seno del marxismo; recordemos la búsqueda de legitimación, la guerra de citas, el escaso rigor filológico y la frivolidad metodológica de buena parte de la literatura del momento. Pero, al mismo tiempo, y a pesar de que la escasa distancia histórica nos dificulte una justa reconstrucción global de los debates, es fácil de aceptar que ha sido uno de los momentos de mayor riqueza en la producción teórica, mayor intensidad en la lectura de obras marxistas y mayor expansión a nivel de conciencia social. Se cuestionaron teorías aceptadas, se abrieron nuevos campos de reflexión, se introdujo nuevo aparato conceptual de análisis, se afirmaron nuevas alternativas... Y todo ello, bajo el ropaje de un ideologismo que sorprende un poco a quienes tienen por modelo de desarrollo teórico las formas “normales” de la práctica científica, debe ser valorado positivamente, como enriquecimiento y expansión del marxismo.

En definitiva, el marxismo no ha ido haciendo sus aportaciones teóricas bajo prácticas metodológicas y analíticas usuales; el marxismo se ha enriquecido siempre en los momentos de lucha —y aún confusión— ideológica, como si éste fuera su terreno fértil. El marxismo ha conocido sus mejores momentos cuando se ha puesto en cuestión la estrategia, el modelo de socialismo, la estructura del Partido, o las teorías sobre el Estado, sobre el Imperialismo, etc., más o menos consolidadas. Más aún, cuando el marxismo ha sido usado para legitimar un orden social o aparatos, instituciones o ideologías, como en la URSS, cuando se ha convertido en teoría conservadora-legitimadora, en lugar de concebirse y practicarse como teoría progresiva-subversiva, ha dado pocos pasos hacia adelante, se ha enquistado en sistematizaciones y continuas reiteraciones. Al contrario, mientras el marxismo ha sido arma de la oposición, teoría negadora de la realidad existente, ha encontrado sus momentos de mayor fecundidad.

Estamos constatando hechos, pero que pueden ayudar a comprender algunos problemas. Nosotros no pensamos que el “materialismo dialéctico” legitime la pasividad del sujeto, niegue su praxis activa y revolucionaria, le convierta en un ser contemplativo.... como ha criticado buena parte del “marxismo occidental” a la filosofía soviética; ni tampoco creemos que la “filosofía de la praxis” conduzca a la lucha revolucionaria, como bien prueba la historia. Estamos hablando solamente de la producción marxista. Y, en este nivel, el anquilosamiento de la producción marxista en la URSS no está exento del hecho de ser el marxismo la filosofía en el poder, reforzado por su aislamiento en la política de socialismo en un sólo país y por muro cultural —y político— respecto a occidente. En cambio, en occidente la producción marxista ha sido mucho más rica, a pesar de la esterilidad de buena parte de ella, por haberse dado en un clima de fuertes luchas ideológicas, de fuertes radicalismos políticos y sociales.

Pues bien, de esta relación entre marxismo y lucha ideológica pensamos que se puede extraer una consecuencia. Pensamos que la “crisis del marxismo” se da unida a la desideologización creciente en nuestros medios sociales. Los años que siguieron al 68, de fuerte hegemonía de ideologías alternativas en los sectores sociales más conscientes, han dado paso a cierto desencanto político, pero también —y a medio plazo nos parece más grave— al desencanto ideológico. Lo que no consiguió una década antes la llamada al “fin de las ideologías” de los ideólogos de los gobiernos tecnócratas, parece que se está consiguiendo ahora. El radicalismo ideológico, al cual no siguió una materialización política —y mucho menos social— que lo capitalizara y reprodujera, está desembocando en una desideologización peligrosa. Y, sin ideología, en un capitalismo capaz de satisfacer medianamente cierto nivel de necesidades, difícilmente se encuentran razones —o motivaciones — para luchar, para trabajar en un proyecto de alternativa social.

Ciertamente, la situación política de la izquierda hegemónica no parece que vaya a enfrentarse a esta tendencia. La política de consenso, de pactos, de enmohecimiento de los principios en aras de la táctica, o de transgresión de los mismos en nombre del realismo y del pragmatismo, en nada favorece la reproducción ideológica. Considerar el “pasotismo" como moda del lumpen intelectual, o como adolescencia prolongada de unas generaciones coyunturales, nos parece un grave error.

El “pasotismo” es una forma —en un nivel social determinado— de expresarse la desideologización política de la que hablamos. Desideologización que borra las fronteras entre comunismo y socialdemocracia, entre comunismo y catolicismo de izquierda, entre socialistas y contestatarios. Más aún, acaba presentando el proyecto socialista como una simple racionalización político-económica de la vida social y al partido en el poder como grupo de ineptos incapaces de ordenar bien las cosas. Y, con esa imagen, se pierden las ganas de luchar.

En resumen, la crisis del marxismo actual no es tanto efecto de la impotencia de la teoría para dar pasos adelante en la vía socialista cuanto triunfo de la desideologización. Ha habido en la historia momentos de evidente impotencia política que, en cambio, han sido fértiles en producción marxista. Pues impotencia era lo del joven Lukács y Korsch, impotencia los trabajos de Althusser (impotencia del PC ante el gaullismo), impotencia las reflexiones de Rosanda, de Colletti o de Havemman. La debilidad política no ha sido nunca elemento determinante de la miseria del marxismo.

Quizás sea hora de releer El asalto a la razón[1] de Lukács, que curiosamente nunca tuvo buena crítica. El “irracionalismo” que él combatía, y que entendía como último refugio de la ideología burguesa que, impotente para mantener su hegemonía a través de una filosofía con árbitro en la razón, negaba a ésta el valor de criterio, le negaba autoridad y valor, minando así el poder de la ideología socialista, que representaba la nueva racionalidad. Sin valorar en conjunto su obra, quizás sea hora de preguntarnos si no es la “desideologización” el último refugio de la ideología burguesa, que no sólo niega ya la razón, sino la ideología; que incapaz ya de legitimar el sistema social que ha establecido no tiene otra forma de hegemonía ideológica que reproduciendo la desideologización. Quizás aquí cobren sentido las llamadas al “socialismo utópico”: pues, al fin, es preferible luchar por un socialismo utópico, e incluso luchar utópicamente por el socialismo, que apuntalar la desideologización.

 

2. El marxismo en la unidad socialista.

La historia del marxismo es, en buena parte, la historia de la lucha por poseer a Marx. Junto a las tareas de interpretación, de comentarios, de críticas, de desarrollos, de difusión... ha habido siempre la lucha por el “verdadero marxismo”. No se trata de las confrontaciones normales que, en cualquier práctica teórica, y fruto de las diferencias metodológicas, de la selección de la información, de las distintas experiencias, etc., aparecen y que, en realidad, constituyen esas “contraposiciones internas” del desarrollo de las teorías. Se trata de algo cualitativamente diferente. La lucha por el “verdadero marxismo”, la lucha por la autolegitimación como auténtico heredero del espíritu —y, a veces, de la letra— de Marx, ha sido el rasgo característico de casi un siglo de pensamiento marxista. Este rasgo es el que da sentido a las grandes posiciones confrontadas, a las grandes líneas que habitualmente distingue la historiografía. El principio de fidelidad a Marx ha sido tan fuerte (y con frecuencia mucho más fuerte), como el principio de ajustarse a la realidad. Muchas experiencias han sido negadas porque, al menos aparentemente, no cuadraban en la teoría marxista. El corpus marxista fue usado, a veces, como el principio de autoridad, como se usó el Génesis frente a la representación del mundo abierta por Copérnico - Galileo; Marx fue usado, a veces, como . . . . . . . [ . . . . . . ]

 

 

Ver el documento completo