Categoría: ALTHUSSER Luis
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Advertencia a los lectores del libro I de El capital.

 

Por primera vez en la historia editorial francesa y accesible para un público muy amplio, el libro I de El capital.

¿Qué es El capital?

Es la gran obra de Marx, a la que dedicó toda su vida desde 1850 y por la cual sacrificó, en pruebas crueles, lo mejor de su existencia personal y familiar.

Sobre esta obra debe ser juzgado Marx. Sobre ella sola, y no sobre sus “obras de juventud” aún idealistas (1841–1844); no sobre obras todavía muy equívocas como La ideología alemana[1]; ni tampoco los “Grundrisse”, borradores traducidos al francés bajo el erróneo título de “Fundamentos de la crítica de la economía política”[2]; ni siquiera sobre el célebre “Prefacio” a la Contribución[3], en el que Marx define con términos muy equívocos (por hegelianos) la dialéctica de la “correspondencia y no correspondencia” entre las Fuerzas productivas y las Relaciones de producción.

Esta obra gigantesca que es El capital contiene, simplemente, uno de los tres más grandes descubrimientos científicos de toda la historia humana: el descubrimiento del sistema de conceptos (por lo tanto, de la teoría científica) que abre al conocimiento científico lo que podríamos llamar el “Continente–Historia”. Antes de Marx, dos continentes de importancia comparables habían sido “abiertos” al conocimiento científico: el Continente–Matemáticas, por los griegos del siglo V, y el Continente–Física, por Galileo.

Aún estamos muy lejos de haber captado la dimensión de este descubrimiento decisivo y de haber sacado todas las consecuencias teóricas que derivan de él. En particular, todos los especialistas que trabajan en el dominio de las “Ciencias humanas” y (dominio más reducido) las Ciencias sociales, esto es, los economistas, los historiadores, los sociólogos, los psicosociólogos, los psicólogos, los historiadores del arte y la literatura, de la religión y de otras ideologías —e incluso los lingüistas y los psicoanalistas— deben saber que no pueden producir conocimientos verdaderamente científicos en su especialidad sin reconocer que la teoría fundada por Marx les es indispensable. Puesto que es, en principio, la teoría que “abre” al conocimiento científico el “continente” en el que trabajan, en el que sólo han producido hasta ahora nada más que algunos primeros conocimientos (la lingüística, el psicoanálisis), nada más que algunos elementos o rudimentos de conocimiento (la historia, la sociología y, en raros capítulos, la economía), nada más que puras y simples ilusiones bautizadas abusivamente conocimientos.

Sólo los militantes de la lucha de clase proletaria han sacado conclusiones de El capital: reconociendo en él los mecanismos de la explotación capitalista; agrupándose en organizaciones de lucha de clase económica (los sindicatos) y política (al principio los partidos socialistas, luego los comunistas), que aplican una “línea” de masa de lucha para la toma del Poder de Estado: “línea” fundada sobre “el análisis concreto de la situación concreta” (Lenin) en la que tienen que combatir (“análisis” efectuado por una justa aplicación de los conceptos científicos de Marx a la “situación concreta”).

Resulta paradójico que especialistas intelectuales altamente “cultivados” no hayan comprendido un libro que contiene la Teoría de la que necesitan en sus “disciplinas” y que, por el contrario, los militantes del Movimiento obrero hayan comprendido este mismo Libro a pesar de sus grandes dificultades. La explicación de esta paradoja es simple, y la dan con todas sus letras Marx en El capital y Lenin en sus obras[4].

Si los obreros han “comprendido” tan fácilmente El capital es porque habla, en términos científicos, de la realidad cotidiana con la cual tratan: la explotación de la que son objeto por medio del sistema capitalista. Es por ello que El capital se convirtió tan rápidamente, como decía Engels en 1886, en la “Biblia” del Movimiento obrero internacional. Por el contrario, si los especialistas en historia, en economía política, en sociología, en psicología, etc., han tenido y tienen aún tantos problemas para “comprender” El capital, se debe a que están sometidos a la ideología dominante (la de la clase dominante), que interviene directamente en su práctica “científica” para falsear su objeto, su teoría y sus métodos. Salvo algunas excepciones, no se dan cuenta (no se pueden dar cuenta) de la extraordinaria potencia y variedad de la empresa ideológica a la que son sometidos en su “práctica” misma. Salvo algunas excepciones, no se hallan en condiciones de criticar ellos mismos las ilusiones en que viven y que contribuyen a mantener porque, literalmente, están cegados por ellas. Salvo algunas excepciones, no se hallan en condiciones de realizar la revolución ideológica y teórica indispensable para reconocer en la teoría de Marx la teoría misma de la que su práctica necesita para volverse finalmente científica.

Cuando se habla de la dificultad de El capital, es necesario realizar una distinción de suma importancia. En efecto, la lectura de El capital presenta dos tipos de dificultades que no tienen absolutamente nada que ver una con otra.

La dificultad nº1 —absolutamente y masivamente determinante— es una dificultad ideológica, por lo tanto, en última instancia, política.

Frente a El capital hay dos tipos de lectores: los que tienen experiencia directa de la explotación capitalista (ante todo, los proletarios u obreros asalariados de la producción directa y también, con matices según su lugar en el sistema de producción, los trabajadores asalariados no proletarios) y los que no tienen experiencia directa de la explotación capitalista pero que, con todo, son dominados, en sus prácticas y su conciencia, por la ideología de la clase dominante (la ideología burguesa). Los primeros no experimentan dificultad ideológico–política para comprender El capital, puesto que habla a las claras de su vida concreta. Los segundos experimentan una extrema dificultad para comprender El capital (aunque sean muy “sabios”, yo diría: sobre todo si son muy “sabios”), puesto que existe una incompatibilidad política entre el contenido teórico de El capital y las ideas que tienen en la cabeza, ideas que “reencuentran” (puesto que las ponen en ellas) en sus prácticas. Es por ello que la dificultad nº1 de El capital es, en última instancia, una dificultad política.

Pero El capital presenta otra dificultad que no tiene absolutamente nada que ver con la primera: la dificultad nº 2 o dificultad teórica. Frente a esta dificultad, los mismos lectores se dividen en dos nuevos grupos. Los que tienen el hábito del pensamiento teórico (por lo tanto, los verdaderos sabios) no experimentan dificultades, o no deberían experimentarlas, para leer este libro teórico que es El capital. Los que no tienen el hábito de practicar obras de teoría (obreros y numerosos intelectuales que, aunque tienen “cultura”, no tienen cultura teórica) deben experimentar grandes dificultades, o deberían experimentarlas, para leer una obra de teoría pura como El capital.

Como acaban de ver, empleo condicionales (no deberían... deberían... ). Lo hago para poner en evidencia este hecho, más paradójico aún que el anterior: hasta individuos sin práctica de los textos teóricos (como los obreros) han experimentado menos dificultad ante El capital que los individuos doctos en la práctica de la teoría pura (como los sabios o pseudosabios muy “cultivados”).

Esto no ha de eximirnos de decir unas palabras acerca del tipo de dificultad tan particular que presenta El capital en tanto que obra de teoría pura, teniendo muy en cuenta el hecho fundamental de que no son las dificultades teóricas, sino las dificultades políticas, las que verdaderamente son determinantes en última instancia para toda lectura de El capital y de su libro I.

Todo el mundo sabe que sin teoría científica correspondiente no puede existir práctica científica, es decir, práctica que produzca conocimientos científicos nuevos. Por lo tanto, toda ciencia descansa sobre su teoría propia. El hecho de que esta teoría cambie, se complique o se modifique a la par del desarrollo de la ciencia considerada no modifica en nada el asunto.

Ahora bien, ¿qué es esta teoría indispensable para toda ciencia? Es un sistema de conceptos científicos de base. Basta con pronunciar esta simple definición para que sobresalgan dos aspectos esenciales de toda teoría científica: 1º los conceptos de base y 2º su sistema.

Los conceptos son nociones abstractas. Primera dificultad de la teoría: habituarse a la práctica de la abstracción. Este aprendizaje —porque se trata de un verdadero aprendizaje (comparable al aprendizaje de una práctica cualquiera, por ejemplo: el aprendizaje de la cerrajería)— se efectúa ante todo, en nuestro sistema escolar, por medio de las matemáticas y la filosofía. Desde el Prefacio del Libro I, Marx nos advierte que la abstracción es no sólo la existencia de la teoría sino también el método de su análisis. Las ciencias experimentales disponen del “microscopio”, la ciencia marxista no tiene “microscopio”: debe servirse de la abstracción, que “hace las veces de microscopio”.

Atención: la abstracción científica no es completamente “abstracta”, muy por el contrario. Ejemplo: cuando Marx habla de El capital social total, nadie lo puede “tocar con las manos”; cuando Marx habla del “plusvalor total”, nadie puede tocarlo con las manos ni contarlo; sin embargo, estos dos conceptos abstractos designan realidades efectivamente existentes. Lo que hace que la abstracción sea científica es justamente que designa una realidad concreta que existe verdaderamente, pero que no se puede “tocar con las manos” ni “ver con los ojos”. Por lo tanto, todo concepto abstracto da el conocimiento de una realidad cuya existencia revela: concepto abstracto quiere decir, entonces, fórmula aparentemente abstracta, pero en realidad terriblemente concreta a causa del objeto que designa. Este objeto es terriblemente concreto en tanto es infinitamente más concreto, más eficaz, que los objetos que podemos “tocar con las manos” o “ver con los ojos”; y sin embargo, no podemos tocarlo con las manos ni verlo con los ojos. Lo mismo ocurre con el concepto de valor de cambio, el concepto de capital social total, el concepto de trabajo socialmente necesario, etc. Todo esto se puede aclarar fácilmente.

Otro punto: los conceptos de base existen bajo la forma de un sistema, y es esto lo que constituye una teoría. En efecto, una teoría es un sistema riguroso de conceptos científicos de base. En una teoría científica, los conceptos de base no existen en cualquier orden, sino en un orden riguroso. Por lo tanto, es necesario tener en cuenta esto y aprender paso a paso la práctica del rigor. El rigor —sistemático— no es una fantasía ni un lujo formal, sino una necesidad vital para toda ciencia, para toda práctica científica. Es lo que, en su Prefacio, Marx llama el rigor del “orden de exposición” de una teoría científica.

Dicho esto, tenemos que saber cuál es el objeto de El capital; dicho de otra manera, cuál es el objeto analizado en el libro I de El capital. Marx lo dice: es “el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio que le corresponden”. Ahora
bien, se trata de un objeto abstracto. En efecto, y a pesar de las apariencias, Marx no analiza ninguna “sociedad concreta” —ni siquiera la Inglaterra de la que habla todo el tiempo en el libro I— sino el MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA y nada más. Este objeto es abstracto: esto quiere decir que es terriblemente real y que no existe en estado puro nunca, puesto que existe solamente en las sociedades capitalistas. Simplemente: para analizar estas sociedades capitalistas concretas (Inglaterra, Francia, Rusia, etc.) es necesario tener en cuenta que están dominadas por esta realidad terriblemente concreta e “invisible” (a simple vista) que es el modo de producción capitalista. “Invisible”: por lo tanto, abstracta.

Naturalmente, todo esto admite malentendidos. Hay que estar extremadamente atento para evitar las falsas dificultades de estos malentendidos. Por ejemplo, no hay que creer que Marx analiza la situación concreta de Inglaterra cuando habla de ella. Habla de ella nada más que para “ilustrar” su teoría (abstracta) del modo de producción capitalista.

En resumen, existe verdaderamente una dificultad en la lectura de El capital: una dificultad teórica. Surge de la naturaleza abstracta y sistemática de los conceptos de base de la teoría o del análisis teórico. Es necesario considerar que se trata de una dificultad real, objetiva, que sólo se puede superar por medio del aprendizaje de la abstracción y el rigor científicos. Es necesario saber que este aprendizaje no se realiza en un solo día.

Por ello, un primer consejo de lectura. Tener siempre muy presente esta idea de que El capital es una obra de teoría que tiene por objeto los mecanismos del modo de producción capitalista y de él solo.

Por ello, un segundo consejo de lectura: no buscar en El capital ni un libro de historia “concreta” ni un libro de economía política “empírica” en el sentido en que los historiadores y los economistas entienden estos términos, sino encontrar en él un libro de teoría que analiza el MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA. La historia concreta y la economía empírica tienen otros objetos.

Por ello, este tercer consejo de lectura. Cuando se tropieza con una dificultad de lectura de orden teórico, tenerlo en cuenta y tomar las medidas necesarias. No apresurarse, volver atrás con cuidado (lentamente) y avanzar sólo cuando las cosas estén claras. Tener en cuenta el hecho de que para leer una obra teórica es indispensable un aprendizaje de la teoría. Se puede aprender a caminar caminando con la condición de respetar cuidadosamente las condiciones señaladas arriba. No se aprenderá de un solo golpe (repentinamente y definitivamente) a caminar en la teoría, sino poco a poco, pacientemente y humildemente. El éxito tiene este precio.

Prácticamente, esto quiere decir que sólo se puede comprender el libro I a condición de releerlo cuatro o cinco veces consecutivamente, es decir, con tiempo como para haber aprendido a caminar en la teoría. La presente advertencia está destinada a guiar los primeros pasos de los lectores en la teoría.

Pero antes de eso, es necesario decir unas palabras sobre el público que va a leer el libro I de El capital.

¿De quiénes se va a componer, fundamentalmente, este público?

1° De proletarios, o asalariados empleados directamente en la producción de bienes materiales.

2° De trabajadores asalariados no proletarios (desde el simple empleado hasta los cuadros medio y superior (el ingeniero y el investigador), el profesor, etc.).

3° De artesanos urbanos y rurales.

4° De miembros de profesiones liberales.

5° De estudiantes.

Entre los proletarios o asalariados que leerán el libro I de El capital figuran, naturalmente, hombres y mujeres a quienes la práctica de la lucha de clases en sus organizaciones sindicales y políticas les ha dado una cierta “idea” de la teoría marxista. Esta idea puede ser más o menos justa según se pase de los proletarios a los asalariados no proletarios: no está falseada en lo fundamental.

 

[1] 1845. Obra inédita en vida de Marx. [En castellano: Marx, K.– Engels, F. La ideología alemana. Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1968. (N. del T.)]

[2] Los “Grundrisse”, manuscritos de Marx (1857–1859). [En castellano: Marx, K. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Borrador) 1857–1859, Siglo XXI, México, 1987. (N. del T.)]

[3] Prefacio a la Contribución a la crítica de la economía política (1859). [En castellano: varías ediciones. (N. del T.)]

[4] Ver. por ejemplo, el comienzo del texto de Lenin El Estado y la revolución. [Hay varias ediciones en castellano: en las Obras completas, las Obras escogidas, o en fascículo separado. (N. del T.)]

 

 

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