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PRÓLOGO. La crisis del capitalismo que toca ahora

 

LAS CRISIS SON esenciales para la reproducción del capitalismo y en ellas sus desequilibrios son confrontados, remodelados y reorganizados para crear una nueva versión de su núcleo dinámico. Mucho

es lo que se derriba y se deshecha para hacer sitio a lo nuevo. Los espacios que fueron productivos se convierten en eriales industriales, las viejas fábricas se derriban o se reconvierten para nuevos usos, los barrios obreros se gentrifican. En otros lugares, las pequeñas granjas y las explotaciones campesinas son desplazadas por la agricultura industrial a gran escala o por nuevas e impolutas fábricas. Los parques empresariales, los laboratorios de I+D y los centros de distribución y almacenaje al por mayor se extienden por todas partes mezclándose con las urbanizaciones periféricas conectadas por autopistas con enlaces en forma de trébol. Los centros metropolitanos compiten por la altura y el glamur de sus torres de oficinas y de sus edificios culturales icónicos, los megacentros comerciales proliferan a discreción tanto en la ciudad como en los barrios periféricos, algunos incluso con aeropuerto incorporado por el que pasan sin cesar hordas de turistas y ejecutivos en un mundo ineluctablemente cosmopolita. Los campos de golf y las urbanizaciones cerradas, que comenzaron en Estados Unidos, pueden verse ahora en China, Chile e India, en marcado contraste con los extensos asentamientos ocupados ilegalmente y autoconstruidos por sus moradores oficialmente denominados slums[áreas urbanas hiperdegradadas], favelas o barrios pobres.

Pero lo más llamativo de las crisis no es tanto la trasformación total de los espacios físicos, sino los cambios espectaculares que se producen en los modos de pensamiento y de comprensión, en las instituciones y en las ideologías dominantes, en las alianzas y en los procesos políticos, en las subjetividades políticas, en las tecnologías y las formas organizativas, en las relaciones sociales, en las costumbres y los gustos culturales que conforman la vida cotidiana. Las crisis sacuden hasta la médula nuestras concepciones mentales y nuestra posición en el mundo. Y todos nosotros, participantes inquietos y habitantes de este mundo nuevo que emerge, tenemos que adaptarnos al nuevo estado de cosas mediante la coerción o el consentimiento, aunque añadamos nuestro granito de arena al estado calamitoso del mundo a causa de lo que hacemos y de cómo pensamos y nos comportamos.

En medio de una crisis es difícil prever dónde puede estar la salida. Las crisis no son acontecimientos sencillos. Aunque tengan sus detonantes evidentes, los cambios tectónicos que representan tardan muchos años en materializarse. La crisis arrastrada durante tanto tiempo que comenzó con el desplome de la bolsa de 1929, no se resolvió definitivamente hasta la década de 1950, después de que el mundo pasara por la Depresión de la década de 1930 y la guerra global de la de 1940. De igual manera, la crisis de la que advirtió la turbulencia en los mercados de divisas internacionales en los últimos años de la década de 1960 y los acontecimientos de 1968 en las calles de muchas ciudades (de París y Chicago a Ciudad de México y Bangkok) no se solucionó hasta mediados de la década de 1980, después de haber pasado, a principios de la de 1970, por el colapso del sistema monetario internacional establecido en 1944 en Bretton Woods, por una década turbulenta de luchas laborales (la de 1970) y por el ascenso y la consolidación de las políticas del neoliberalismo bajo la égida de Reagan, Thatcher, Khol, Pinochet y finalmente Deng en China.

A posteriori no es difícil detectar numerosas señales que preceden a los problemas mucho antes de que la crisis explote ante nuestros ojos y se haga pública. Por ejemplo, las crecientes desigualdades en términos de riqueza monetaria y de renta de la década de 1920 y la burbuja de los activos del mercado inmobiliario, que explotó en 1928 en Estados Unidos, presagiaban el colapso de 1929. De hecho, la forma de salir de una crisis contiene en sí misma las raíces de la siguiente crisis. La financiarización global propulsada por el hiperendeudamiento y cada vez menos regulada, que comenzó en la década de 1980 para solucionar los conflictos con los movimientos obreros, tuvo como resultado, al facilitar la movilidad y la dispersión geográficas, la caída del banco de inversiones Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008.

En el momento que escribo han pasado más de cinco años desde aquel acontecimiento que desencadenó los colapsos financieros en cascada posteriores. Si el pasado sirve de algo, sería necio esperar ahora indicaciones claras sobre qué aspecto tendría un capitalismo revitalizado (si es que tal cosa es posible), pero ya deberíamos contar con diagnósticos concurrentes sobre lo que está mal y con una proliferación de propuestas para enmendar las cosas. Lo que sorprende es la penuria de teorías o estrategias políticas nuevas. A grandes rasgos, el mundo está polarizado entre la continuación, como en Europa y Estados Unidos, si no la profundización, de los remedios neoliberales monetaristas y basados en las políticas del lado de la oferta, que enfatizan la austeridad como la medicina adecuada para curar nuestros males; y la recuperación de alguna versión, normalmente aguada, de una expansión keynesiana de la demanda financiada mediante el endeudamiento, como en China, que ignora la importancia que atribuía Keynes a la redistribución de la renta a las clases bajas como uno de los componentes clave de sus políticas públicas.

Sea cual sea la estrategia política que se siga, el resultado favorece al club de los multimillonarios que constituye ahora una plutocracia cada vez más poderosa tanto a escala nacional como en el mundo entero (caso de Rupert Murdoch). En todas partes, los ricos se están haciendo cada vez más ricos a toda velocidad. Los cien multimillonarios más ricos del mundo (de China, Rusia, India, México e Indonesia, tanto como de los centros tradicionales de riqueza de América del Norte y Europa) añadieron 240 millardos de dólares a sus arcas solo en 2012 (suficiente, calcula Oxfam, para terminar con la pobreza mundial de un día para otro). En comparación, en el mejor de los casos, el bienestar de las masas se estanca, o más probablemente se degrada de manera acelerada o incluso catastrófica (como en Grecia y España).

Esta vez, la única gran diferencia institucional parece ser el rol de los bancos centrales, con la Reserva Federal de Estados Unidos jugando un papel de liderazgo o incluso dominante en el ámbito mundial. Pero desde su fundación (allá por 1694 en el caso británico), el papel de los bancos centrales ha sido proteger y rescatar a los banqueros y no el ocuparse del bienestar de la gente. El hecho de que Estados Unidos haya podido salir estadísticamente de la crisis en el verano de 2009 y de que las bolsas, casi en todas partes, hayan recuperado sus pérdidas, ha sido consecuencia directa de las políticas de la Reserva Federal. ¿Augura esto un capitalismo global dirigido por la dictadura de los bancos centrales del mundo cuya misión principal es proteger el poder de los bancos y los plutócratas? Si es así, ello no parece ofrecer una posibilidad de solución a los problemas actuales de unas economías estancadas y de unos niveles de vida en descenso para la mayoría de la población mundial.

Hay también mucha cháchara sobre las posibilidades de una solución tecnológica provisional de los males actuales de la economía. Aunque el entrelazamiento de nuevas tecnologías y nuevas formas organizativas ha jugado siempre un papel importante en la facilitación de la salida de las crisis, este nunca ha sido determinante. Ahora, la fuente de esperanza apunta hacia un capitalismo «basado en el conocimiento» (con la ingeniería biomédica y genética y la inteligencia artificial en primer plano), pero la innovación es siempre una espada de doble filo. Después de todo, la década de 1980 nos legó la desindustrialización gracias a la automatización, de forma que empresas como General Motors (que empleaba trabajadores sindicados y bien pagados en la década de 1960) han sido sustituidas por empresas como Walmart (cuya inmensa masa de trabajadores no está sindicada y gana salarios bajos), que son ahora los mayores empleadores privados de Estados Unidos. Si la actual oleada de innovación apunta en alguna dirección, es hacia la disminución de las posibilidades de empleo para los trabajadores y el aumento de la importancia de las rentas derivadas de los derechos de propiedad intelectual para el capital. Pero si todo el mundo intenta vivir únicamente de las rentas y nadie invierte en hacer algo, entonces claramente el capitalismo se dirige hacia una crisis de un tipo completamente distinto.

No son solo las élites capitalistas y sus acólitos académicos e intelectuales los que parecen incapaces de romper de manera radical con su pasado o de concretar una salida viable de la intolerable crisis de bajo crecimiento, estancamiento, desempleo elevado y pérdida de la soberanía del Estado ante el poder de los propietarios de los bonos de deuda pública. Las fuerzas de la izquierda tradicional (partidos políticos y sindicatos) son claramente incapaces de organizar una oposición sólida contra el poder del capital. Han sido derrotadas tras treinta años de ataques ideológicos y políticos por parte de la derecha, mientras el socialismo democrático está desacreditado. El colapso estigmatizado del comunismo realmente existente y la «muerte del marxismo» después de 1989 pusieron las cosas peor todavía. Lo que queda de la izquierda radical actúa ahora mayoritariamente fuera de los canales de la oposición organizada o institucional, esperando que las acciones a pequeña escala y el activismo local puedan a la larga converger en algún tipo de gran alternativa satisfactoria. Esta izquierda, que por extraño que parezca acoge una ética de antiestatismo libertaria e incluso neoliberal, está alimentada intelectualmente por pensadores como Michel Foucault y todos los que han vuelto a juntar los fragmentos posmodernos bajo el estandarte de un posestructuralismo en gran medida incomprensible que favorece las políticas identitarias y se abstiene de los análisis de clase. Los puntos de vista y acciones autónomos, anarquistas y localistas abundan por doquier, pero dado que esta izquierda quiere cambiar el mundo sin tomar el poder, la clase capitalista plutócrata, cada vez más consolidada, se mantiene sin que se desafíe su capacidad de dominar el mundo ilimitadamente. Esta nueva clase gobernante se apoya en un Estado de seguridad y vigilancia que no duda en la utilización de sus poderes de policía para aplastar cualquier tipo de disidencia en nombre de la lucha antiterrorista.

Este libro está escrito en este contexto. El planteamiento que he adoptado es poco convencional, ya que sigue el método marxista, pero no necesariamente sus prescripciones, y es de temer que los lectores desistan por ello de seguir resueltamente los razonamientos que aquí se exponen. Pero es evidente que necesitamos algo diferente en cuanto a métodos de investigación y concepciones mentales en estos tiempos intelectualmente estériles si deseamos escapar del paréntesis actual en el que se hallan inmersos el pensamiento económico, la aplicación de las políticas públicas y la política tout court.

Después de todo, es evidente que el motor económico del capitalismo está pasando por dificultades graves. Avanza a bandazos entre chisporroteos que amenazan con una parada en seco o explosiones episódicas sin previo aviso aquí y allá. Las señales de peligro aparecen a cada paso junto con los pronósticos de una vida plena para todos en algún punto del camino. Nadie parece comprender de manera coherente el cómo, no digamos ya el porqué, de que el capitalismo esté en un momento tan malo. Pero siempre ha sido así. Las crisis mundiales han sido siempre, como Marx dijo una vez: «la concentración real y el ajuste forzoso de todas las contradicciones de la economía burguesa».[1]Desentrañar esas contradicciones debería revelarnos mucho sobre los problemas económicos que tanto nos aquejan. Con toda seguridad merece la pena intentarlo en serio.

También parecía correcto dibujar los resultados probables y las consecuencias políticas posibles que se derivan de la aplicación de este modo distintivo de pensamiento a la comprensión de la economía política del capitalismo. Estas consecuencias pueden no parecer realistas a primera vista, no digamos ya practicables o políticamente digeribles. Pero es vital que se lancen alternativas, por muy extrañas que parezcan, y si fuera necesario, que se adopten si las condiciones así lo indican. De esta manera se puede abrir una ventana a todo un campo de posibilidades sin explotar y sin reconocimiento. Necesitamos un foro abierto —una asamblea global, por así decirlo— para analizar en que punto se halla el capital, hacia dónde se encamina y qué debe hacerse al respecto. Espero que este breve libro contribuya de algún modo al debate.

 

Nueva York, enero de 2014

 

 

INTRODUCCIÓN SOBRE LA CONTRADICCIÓN

 

Tiene que haber una forma de examinar el presente que muestre en su interior cierto futuro como potencialidad; de otro modo, sólo se hace a la gente desear infructuosamente [...]

Terry Eagleton, Why Marx Was Right, p. 69.

En las crisis del mercado mundial se revelan aparatosamente las contradicciones y antagonismos de la producción burguesa. En lugar de investigar cuáles son los elementos contradictorios que entrechocan, los apologetas se contentan con negar la catástrofe misma y se obstinan en afirmar, frente a su periodicidad regular, que si la producción tuviese lugar según prevén los manuales, nunca se darían crisis. La apologética se resume pues en el falseamiento de las relaciones económicas más simples y especialmente en sostener la unidad frente a la contradicción.

Karl Marx, Theories of Surplus Value, tomo 2, p. 500.

 

EN INGLÉS EL concepto de «contradicción» se utiliza con dos significados básicos diferentes. El más común y más obvio deriva de la lógica de Aristóteles, cuando dos proposiciones son tan opuestas que no pueden ser ambas ciertas a la vez. La afirmación «todos los mirlos son negros», por ejemplo, contradice en ese sentido la afirmación «todos los mirlos son blancos». Si una de esas afirmaciones es cierta, la otra no puede serlo.

El otro uso es el que se refiere a dos fuerzas aparentemente opuestas simultáneamente presentes en una situación, una entidad, un proceso o un acontecimiento determinado. Muchos de nosotros, por ejemplo, experimentamos una tensión entre las exigencias del empleo con el que nos ganamos la vida y la construcción de una vida personalmente satisfactoria en el hogar. A las mujeres en particular se les aconseja constantemente sobre cómo mantener un mejor equilibrio entre los objetivos de su carrera profesional y sus obligaciones familiares. A cada momento nos vemos tironeados por tales tensiones, que tenemos que superar un día tras otro evitando que nos estresen o agoten demasiado. Podemos incluso soñar con eliminarlas interiorizándolas. En el caso de las contradicciones entre la vida en familia y el trabajo, por ejemplo, podemos situar esos dos aspectos rivales de nuestra actividad en el mismo espacio y no separarlos en el tiempo; pero eso no siempre ayuda, como reconocerá quienquiera que se vea obligado a permanecer pegado a la pantalla del ordenador, esforzándose por cumplir un plazo marcado, mientras los niños juegan con cerillas en la cocina (por esta razón suele ser costumbre separar netamente los espacios y tiempos de la vida y el trabajo).

Siempre han existido tensiones entre las exigencias de la producción organizada y la necesidad de reproducir la vida cotidiana; pero a menudo son latentes, más que abiertas, y como tales permanecen inadvertidas para la gente que intenta cumplir sus obligaciones diarias. Además, esas oposiciones no están siempre claramente definidas, sino que pueden ser porosas e interpenetrarse. La distinción entre trabajo y vida, por ejemplo, a menudo se difumina (yo suelo tener ese problema). Del mismo modo que la distinción entre fuera y dentro depende de la existencia de fronteras nítidas, y a veces puede no haberlas, hay muchas situaciones en las que resulta difícil delimitar oposiciones claras.

Pero hay situaciones en las que las contradicciones se hacen más obvias. Se agudizan y llegan a un punto en que la tensión entre deseos opuestos se hace insoportable. Es el caso de la que se suscita entre los alicientes profesionales y una vida familiar satisfactoria, las circunstancias externas pueden cambiar y convertir lo que en otro tiempo fue una tensión aceptable, en una crisis: las exigencias del empleo pueden alterarse (por ejemplo, con un cambio de horario o ubicación) y también pueden modificarse las circunstancias en el frente hogareño (una enfermedad repentina, la suegra que se hacía cargo de los niños después de la escuela se va a vivir a Florida...), así como los sentimientos íntimos de las personas: alguien experimenta una epifanía, se concluye que «no se puede seguir así» y se abandona asqueado el empleo o el hogar. Principios éticos o religiosos recién adquiridos pueden exigir una forma diferente de estar en el mundo. Distintos grupos de la población (por ejemplo, mujeres y hombres) o distintos individuos pueden sentir y reaccionar de forma muy diferente frente a contradicciones similares. En la definición y apreciación del poder de las contradicciones existe un poderoso elemento subjetivo; lo que es insoportable para uno puede no significar nada especial para otro. Aunque las razones pueden variar y las condiciones diferir, las contradicciones latentes pueden intensificarse de repente hasta convertirse en crisis violentas. Una vez resueltas, las contradicciones pueden también atenuarse de repente (aunque rara vez sin dejar marcas y a veces cicatrices de su paso). El genio queda así temporalmente encerrado de nuevo en la botella, por decirlo así, de modo habitual mediante algún reajuste radical entre las fuerzas opuestas enfrentadas que se hallan en la raíz de la contradicción.

 

[1]Karl Marx, Theories of Surplus Value, Parte 2, Londres, Lawrence and Wishart, 1969, p. 540. [ed. cast.: Teorías sobre la plusvalía, Barcelona, Crítica, 1977].

 

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