Categoría: KOHAN Nestor
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¿Por qué el Che hoy?

Nos educaron para la obediencia.

Nos enseñaron a bajar la cabeza y no mirar a los ojos.

Nos disciplinaron para decir siempre que sí.

Nos indujeron a rechazar todo camino que no sea el institucional o el electoral-parlamentario.

Nos intentaron convencer, de manera “científica” y “pragmática”, que no es viable el socialismo y, menos que nada, en un continente del Tercer Mundo.

Nos demostraron una y mil veces que América latina es subdesarrollada y vive en crisis permanente por la falta de capitalismo, por la falta de inversiones, por la falta de capitales.

Nos machacaron con que “El Estado somos todos”.

Nos volvieron a insistir con que “Todos somos iguales ante la ley”.

Nos castigaron y nos golpearon en nombre de “La división de poderes”.

Nos reclamaron comprensión.

Nos pidieron que apoyemos a la burguesía nacional “en nombre de la Patria”.

Nos censuraron.

Nos callaron.

Nos reprimieron.

Nos ilegalizaron.

Nos endeudaron. Nos explotaron. Nos expropiaron. Nos dejaron sin trabajo.

Nos persiguieron.

Nos secuestraron. Nos humillaron. Nos violaron. Nos torturaron.

Nos desaparecieron.

Más tarde...

Nos mostraron el camino de la reconciliación.

Nos volvieron a solicitar comprensión.

Nos inculcaron el culto a la PAZ.

Nos pidieron todos los días la otra mejilla.

Nos volvieron a obligar, ahora en nombre de “La Democracia”, a bajar la cabeza y obedecer.

Nos dieron mil ejemplos y uno más de que la Revolución hoy es imposible.

Pero el ejemplo del Che sigue vivo. Insoportablemente vivo. Inconmensurablemente vivo.

 

Por eso, junto a nuevas generaciones de jóvenes guevaristas, estudiamos cómo el Che desnudó el camino del atraso, la miseria, la desocupación, el hambre y el subdesarrollo latinoamericanos: no como un destino metafísico inmodificable sino como la consecuencia necesaria y estructural del desarrollo desigual, combinado y dependiente del capitalismo mundial y el imperialismo.

Por eso insistimos con el Che en que no hay que apoyar nunca más a la burguesía nacional, que sólo tiene de “nacional” la escarapela y sólo se acuerda de la patria en tiempos del mundial de fútbol.

Por eso insistimos con el Che en que las Fuerzas Armadas y el Ejército argentino son un ejército opresor, un ejército de ocupación, un ejército al servicio de nuestros enemigos, los enemigos de nuestro pueblo. Un ejército que aunque habla nuestro mismo idioma y tiene una retórica “nacionalista” está al servicio del imperialismo.

Por eso, junto al Che, rechazamos todas las reconciliaciones, todos los perdones, todas las paces con nuestros verdugos. Nada de diálogo ni de mejillas ingenuas, ofrecidas mansamente a nuestros enemigos de ayer, de hoy y de siempre.

Por eso, de la mano del Che, seguiremos insistiendo en que el único camino de las transformaciones sociales no pasa necesariamente por el Parlamento y el consejo deliberante.

Por eso, caminando al lado del Che, continuamos creyendo en el socialismo como la única alternativa mundial, política y ética al mismo tiempo, frente a la barbarie capitalista globalizada.

Por eso, querido Ernesto Che Guevara, te recordamos con alegría y esperanza. Porque tu proyecto sigue siendo el nuestro. En la política y en la vida cotidiana.

 

El ejemplo del Che Guevara, espejo de varias generaciones ([1])

La propuesta del Che Guevara

El Che Guevara, vivo e indomesticable, no es un mármol seco ni un bronce frío. Cada generación de argentinos y argentinas dialoga con él desde sus propios problemas, sus dudas, sus alegrías y tristezas, sus sueños, sus desafíos pendientes, sus anhelos incumplidos. Encontrarnos con él significa abrir un diálogo.

¿Qué nos ofrece el Che? Un ejemplo de vida auténtica, donde queda abolido para siempre el doble discurso y la doble moral. Pero no sólo eso. Un pensamiento político revolucionario donde lo central es el problema del poder. Una concepción de la revolución, donde la conciencia antimperialista, clasista y socialista es fundamental, donde se disipan las ilusiones en la institucionalidad del sistema, en la progresividad de la “burguesía nacional”, en las reformas y medias tintas, en el populismo. Una lectura filosófica muy sutil y refinada del marxismo donde los cambios políticos, económicos y sociales deben ir acompañados de un cambio en la subjetividad popular.

¿Dónde encontrar ese pensamiento que durante tantos años los militares argentinos quisieron ocultar, incluso quemando sus libros?

 

Sus principales escritos

En “El socialismo y el hombre en Cuba”, el Che desarrolla su concepción filosófica del humanismo marxista. Allí explica el papel central de la categoría de “enajenación” para comprender el carácter alienante del mercado capitalista. En su “Carta a Armando Hart Dávalos” también desarrolla su visión del estudio de la filosofía.

En “¿Qué debe ser un joven comunista?” se explaya sobre el papel central que la juventud debe jugar en todo proceso de transformaciones radicales.

En el “Discurso de Argel” deja en claro la perspectiva independiente que Cuba construyó frente a la URSS y China y en defensa de Vietnam.

En “La planificación socialista, su significado”; “Sobre el sistema presupuestario de financiamiento”; “El plan y el hombre” y “Sobre la concepción del valor” polemiza con los partidarios del socialismo mercantil, defendiendo la necesidad de la planificación socialista. Una reflexión que el Che corona con su libro recientemente publicado Apuntes críticos a la economía política, donde cuestiona el manual oficial de economía en la URSS.

En “Táctica y estrategia de la revolución latinoamericana”; “Guerra de guerrillas: un método” y “Contra el burocratismo” desarrolla algunas de sus principales tesis sobre el poder.

En “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental” describe la necesidad de unir el antimperialismo y el anticapitalismo, mientras impugna el carácter dependiente de las “burguesías nacionales” latinoamericanas y rechaza la mentira del “capitalismo nacional”.

 

El Che y las generaciones argentinas 

Aunque su vida y su obra aun tienen mucho que decirnos, cada generación se acerca a él y lo interpela a su manera.

La generación del ’60 vio en la figura del Che Guevara y en la Revolución Cubana el resumen de lo que se podía conseguir mediante la lucha revolucionaria. La encarnación concreta de lo que la antigua izquierda ya no podía proporcionar: ejemplo moral, lucha contra la enajenación y la explotación (al mismo tiempo), crítica de la burocracia, internacionalismo genuino y, sobre todo, un método de lucha político-militar: la guerrilla. No “el vanguardismo de cuatro loquitos, aislados del pueblo y autoritarios, en busca de adrenalina” (como hoy describen al guevarismo los arrepentidos, los bien pensantes y los funcionarios seudoprogresistas de diversos ministerios estatales), sino tan sólo una forma de lucha político-militar. Para aquella generación del ’60 Guevara encarna la cabeza más visible y seductora de un proyecto político continental, impulsado por la Revolución Cubana y Fidel Castro. Una estrategia política donde se cuestiona el gradualismo reformista, la telaraña institucional y la ilusión impotente que pretende “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Desde ese pensamiento político —sustentado en una lectura no eurocéntrica de la historia latinoamericana y en una ácida crítica de la dependencia y el desarrollismo económico— el guevarismo de los ’60 privilegia: (a) la construcción de poder popular y (b) la confrontación directa con el poder armado de los Estados nacionales y el imperialismo.

 

Guevarismo o populismo

La generación del ’70 vuelve a encontrar en el Che Guevara el ejemplo de vida que todos anhelamos. Pero lo descifra desde otro lugar. La perspectiva de Guevara encarna, entonces, la posibilidad de encontrar una salida revolucionaria a la crisis orgánica que en la Argentina estalla con el Cordobazo [mayo de 1969], apenas un año después del mayo francés y la masacre mexicana de Tlatelolco. Pero, a comienzos de esa nueva década, la figura insurgente de Guevara se entremezcla en nuestro país con el fantasma populista de un militar, el general Perón.

Inspirándose en el marxismo revolucionario del Che, a comienzos de los ’70 existieron corrientes políticas que dieron una dura batalla por la conciencia antimperialista, clasista y socialista, de los trabajadores y la juventud. La más significativa fue la encabezada por Mario Roberto Santucho. Estas vertientes políticas no aceptaron encolumnarse, en nombre de “la liberación nacional”, detrás del general Perón y su proyecto de país burgués. Fueron valientes, abnegadas y heroicas. Se inspiraron principalmente en el Che pero también bebieron de toda la tradición previa de marxismo latinoamericano que se inicia con el peruano José Carlos Mariátegui y con el cubano Julio Antonio Mella. No obstante su originalidad, estas corrientes no lograron conquistar la hegemonía sobre el conjunto del pueblo.

En los ‘70, la mayoría de la juventud argentina vio en el Che a un revolucionario que era parte de una constelación mayor, donde también brillaban otras “estrellas”: los militares nacionalistas Velazco Alvarado [Perú], Torres [Bolivia] y el propio Perón. Esa fue la opción mayoritaria dentro de la juventud y los trabajadores argentinos. Ante la debilidad histórica de la antigua izquierda y el stalinismo local y frente al carácter minoritario del guevarismo, no hubo fuerzas suficientes para instalar un proyecto antimperialista, clasista y socialista de masas. El nacional-populismo fue hegemónico.

Quizás ello explique las trágicas ilusiones depositadas —incluso por numerosos sectores, abnegados y combatientes, que entregaron sin reservas su vida— en el supuesto carácter “nacional” del Ejército argentino, en el supuesto carácter “progresista” del pacto social del empresario Gelbard y en el supuesto carácter “revolucionario” del liderazgo de Perón.

La historia, muchas veces, es una diosa rencorosa y vengativa. No perdona, no tiene piedad. Las falsas ilusiones políticas se pagan con sangre. En escasísimo tiempo —meses—, la “revolución peronista” se desplomó sin pena ni gloria, pero con muchísima tragedia. Las enseñanzas políticas del Che Guevara, que siempre desconfió del carácter “progresista” de la burguesía nacional y del carácter “democrático” de los ejércitos burgueses, lamentablemente no fueron escuchadas por la mayoría de nuestro pueblo. Si el guevarismo hubiera podido ganar la conciencia de la mayoría de la clase obrera y la juventud argentina, seguramente otro hubiera sido el desenlace de los ’70. Quizás también hubiéramos perdido, o no, —¿quién lo sabe? La historia nunca sigue un determinismo rígido, siempre está abierta— pero no hubiésemos sido golpeados de esa manera...

 

La dictadura militar y el Che Guevara

Después vino 1976, la dictadura, el terror, el genocidio, la masacre, los desaparecidos, los presos, los niños robados, la tortura masiva y los exiliados. Martínez de Hoz y Videla, deuda externa y represión, dos caras de una misma moneda. Así nació, a sangre y fuego, el neoliberalismo en Argentina. El Che Guevara desapareció de escena. No sólo se quemaron sus libros, también su imagen y su póster. 

A partir de la retirada ordenada de los militares en 1983 —con la complicidad de la Multipartidaria y la totalidad de los partidos políticos del sistema, principalmente el radicalismo y el peronismo—, el pueblo volvió a la búsqueda. Los jóvenes de la generación del ’80, que no habían vivido los ’60 y los ’70, se abocaron a reconstruir el pasado.

 

¿Guevara uno de los dos demonios?

Un sector de intelectuales y políticos, quebrados, reciclados, conversos y aggiornados, sumados al alfonsinismo, y muchos otros que se arrepentían de aquello en lo que nunca habían creído del todo, le proporcionó a la juventud un relato tramposo, sesgado, unilateral. “Los militares y los revolucionarios eran iguales: terror de derecha y terror de izquierda”, profesaba la tristemente célebre teoría de los dos demonios. Los que no lo ubicaban como “demonio”, sugerían que el Che Guevara había sido un rebelde idealista y bienintencionado, pero.... no entendía nada de política.

Entonces volvió el Che masivamente en las remeras, pero no en política. ¿Quién se animaba, en los ’80, a defender la actualidad política de Guevara? No sus canciones o su iconografía, sino el eje central de su pensamiento político? Pocos, muy pocos...

Y en los ’90 vino Menem (con la vieja retórica y la añeja puesta en escena nacional-populista). Y la devastación privatizadora del país. Y la caída del Muro de Berlín. Y la euforia capitalista mundial. Y todo lo que ya sabemos.

 

El regreso del Che y el socialismo del siglo XXI

Pero, ante tamaña desnudez, desorientación y orfandad política, a inicios del siglo XXI resurge imponente la figura de Ernesto Guevara. Nadie lo planificó. Simplemente hace falta. Se necesita un pensamiento político que permita hacer un balance crítico de aquello que se derrumbó con el Muro (el stalinismo) y de lo que se hundió, impotente, en la mugre menemista (el neoliberalismo).

Entonces al abrirse el siglo XXI, retorna la figura del Che. Se palpa en el aire. Miles y miles de jóvenes de la nueva generación, hartos de la vieja política, hastiados del sistema capitalista, con muchas preguntas por delante, pero a la búsqueda de una nueva alternativa de vida, enarbolan en marchas y movilizaciones, en estadios de fútbol, en plazas, en parques, en recitales, casi fanáticamente, la bandera del Che.

Se producen entonces las grandes rebeliones contra el capitalismo globalizado. Ya no sólo en África o Asia sino incluso en las metrópolis imperialistas. Allí también, miles de jóvenes, de todas las tribus, de todos los colores, comienzan a enarbolar el emblema del Che. Y vienen las rebeliones populares en América Latina. El Che deja de ser una figura restringida a la Revolución Cubana para propagarse como reguero de pólvora. El 19 y el 20 de diciembre de 2001 explota una rebelión popular que derriba al gobierno neoliberal de Fernando De la Rúa. Y las asambleas populares y los piqueteros y las fábricas ocupadas y los estudiantes y un debate político que hacía 30 años no vivía la Argentina.

¡Vuelve el Che!. A inicios del nuevo siglo una nueva generación de trabajadores y jóvenes rebeldes se vuelcan hacia él. Guevara, inspirador del socialismo del siglo XXI, retorna para quedarse. Aprendiendo de los errores y de las falsas ilusiones del pasado que tanta sangre y dolor nos costaron, esta vez, sí, tiene que ser la vencida.

 

El marxismo  y la filosofía del Che ([2]

    Aniquilar e incorporar. En esos dos movimientos se articulan y condensan las estrategias que los poderosos han desarrollado frente al Che. Una vez capturado, lo asesinaron, despedazaron su cadáver y como a tantos otros compañeros, lo “desaparecieron”. Luego, se dedicaron pacientemente a incorporarlo.

 

 

 

[1] El siguiente trabajo fue redactado originariamente en febrero de 2007 con el carácter de texto independiente que acompañaría a modo de prólogo una biografía sobre el Che Guevara editada por “Le Monde Diplomatic - Capital Intelectual”, primera de una Colección de divulgación popular dedicada a los “Fundadores de la izquierda latinoamericana”. Cuando leímos la biografía completa —claramente  crítica del Che, repleta de lugares comunes de la derecha y donde se daba crédito como si fueran ciertas, por ejemplo, a las infamias del agente de la CIA y asesino de Guevara Félix Rodríguez—  decidimos retirar en forma inmediata nuestro texto de la edición. La editorial aceptó esta decisión y reemplazó nuestro texto por otro, redactado por el ex guerrillero, ex marxista, ex guevarista y actual funcionario del gobierno de Kirchner, Luis Mattini (Arnold Kremer), prologuista de esta biografía mercantil.. 

[2] La primera versión de este texto nació originariamente a fines de 1992, como ponencia leída en diciembre de ese año en un encuentro de filosofía en La Paz, Bolivia. Una breve síntesis fue allí publicada en el suplemento cultural del periódico Presencia (La Paz, 24/1/1993) bajo el título “El papel del hombre en la filosofía de la praxis”. Luego de haber sido reelaborado más de una vez, el ensayo fue publicado en Argentina en la revista América Libre (N°11, 1997), en Cuba en Debates Americanos (N°3, 1997) y en México en Dialéctica (Año 22, N°31, 1998).

 

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