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NOTA A LA EDICIÓN

 

El nombre de George Lukács se ubica entre los teóricos más des­tacados del pensamiento marxista en nuestro siglo. Nacido en 1885, se forma bajo la influencia del pensamiento de Georg Simmel y Max Weber, y con este bagaje inicial aborda la proble­mática hegeliana y posteriormente la marxista.

Lukács se vincula al movimiento revolucionario encabezado por Béla KuMarx-Engelslmina en la formación de la efímera República de los Consejos en Hungría, en 1919. En 1023 aparece Historia y conciencia de clase, publicada por la editorial «Malik» de Berlín. Forma el texto un conjunto de ensayos breves, que cons­tituyen su obra más influyente y más controvertida.

Historia y conciencia de clase retorna a la cuestión de la validación de la relación objetosujeto en el sentido en que fue esbozada por Marx y que interviene en la creación misma del materialismo histórico. Y lo hace en el contexto de la problemática marxista madura, y vale decir de la problemática marxistaleninista, pues­to que ¿Qué hacer? ha sido manejado por Lukács. Al decir «retor­na» se significa un hecho: el discurso sobre el tema en el período que media entre su tratamiento expreso por Marx (1845) y la preparación ole la obra de Lukács (19181922) se ha desenvuelto dentro de los límites de una teoría del conocimiento tradicional. En Historia y conciencia de clase reaparece el nexo objeto­sujeto considerado en la medida en que trasciende la relación cognoscitiva monista a que había sido circunscrito y en su verda­dera dimensión estructural y funcional dentro de la dinámica del sistema social.

La posición de Lukács se enmarca en coordenadas estrictamente teóricas y ocurre en un momento de características muy especiales que no pueden dejarse de reconocer. La crisis revolucionaria de principios de siglo ha tocado a su fin con el saldo siguiente: se consolida la dictadura del proletariado y se inicia el proceso de construcción socialista en la URSS con la ausencia lamentable­mente temprana de Lenin, su cabeza directriz insustituible, y sin punto de apoyo externo ya que los demás esfuerzos revolucio­narios, del período han fracasado. En el resto del movimiento comunista europeo, especialmente dentro de la socialdemocracia alemana, su bastión más sólido, predomina una fuerte corriente reformista o aun en las fracciones de izquierda más consecuentes, de impotencia casi absoluta. Frente a esto, en el plano teórico es bien conocido el proceso que se inició, con la muerte de Lenin y que condujo a un conjunto de mecanismos de restricción teórica que se harán típicos y que encuentran explicación en un contexto más amplio de circunstancias históricas. La obra de Lukács, que ve la luz en este entorno, resulta condenada en el V Congreso de la Internacional Comunista en 1924, por boca de Zinoviev conjuntamente con Marxismo y filosofía de Karl Korsch, y le vale la expulsión del CC del Partido Comunista Húngaro.

La condenación del libro y sus implicaciones inmediatas provocan en Lukács un efecto singular. A diferencia de otros teóricos marxistas de la época cuya producción tuvo un destino semejante (Korsch, Bloch), Lukács antepuso la defensa de su derecho de pertenencia oficializada al marxismo a la opción de abandonar el reconocimiento partidario para concentrarse en un quehacer teórico dentro de un marco ilusorio de libertades y de responsabilidades estrictamente personales. Lukács nunca dejó de militar en las filas del partido comunista, y esto lo distingue definitiva­mente de Korsch, de Bloch y de otros contemporáneos. Desde 1930 hasta la liberación de Hungría vive y produce en la Unión Soviética.

Sin embargo, el curso de su trayectoria teórica queda marcado por los hechos de 1924. No le vale su brillante ensayo sobre Lenin (que es a su vez una ratificación de criterios en el leni­nismo) como crédito para una posible rectificación de la sanción oficial. Desde entonces su centro de atención deriva cada vez con más acento de la problemática política y del proyecto de realización revolucionaria hacia los problemas de la creación artística y literaria a los que ya había dedicado trabajos de juventud.

Desde su ensayo sobre Lenin, Lukács se aleja muy raras veces de la problemática estética, y solamente en dos ocasiones en empe­ños verdaderamente significativos. En El joven Hegel y los pro­blemas de la sociedad capitalista, especie de saldo a una deuda de formación. Después de la 11 guerra mundial publica El asalto a la razón que pretende explicar el enraizamiento del nacional­socialismo en "la perspectiva del irracionalismo alemán a partir de las doctrinas de Nietzsche y Schopenhauer. El texto de este ensayo tiene que ver mucho más directamente con la historia de la filosofía occidental que con la problemática ideológica y polí­tica del nacionalsocialismo.

Por lo demás el recuento de su producción importante a partir de la década del 30 lo dan los hitos siguientes: La novela histórica (1937), publicado por entregas en la revista Literaturni Kritik, en la URSS. Los trabajos sobre Balzac, Goethe, Thomas Mann, el realismo alemán del siglo XIX. El grupo de ensayos que integran las Aportaciones a la historia de la estética (1954) que fueron escritos entre 1932 y 1952. Los prolegómenos a una estética marxista, en que procura una fundamentación a su monumental Estéti­ca, a la que parece haber decidido consagrar la última etapa pro­ductiva de su. vida y que cuenta ya con cuatro volúmenes publicados.

La extensa obra estética de Lukács —que interesa por su profun­didad desde antes de Historia y conciencia de clase— constituye materia obligada de referencia, tal vez la más completa en el género desde una óptica inequívocamente interna al pensamiento marxista contemporáneo. Subyace a la obra el esfuerzo más coherente que se ha llevado a cabo hasta hoy por racionalizar la afir­mación de un realismo supuestamente inherente a la creación artística y literaria en el ámbito de las relaciones socialistas.

Desde la edición original de Historia y conciencia de clase sólo fue reeditada en 1957 en francés por «Éditions de Minuit», sin la autorización del autor. Recientemente fue publicada en italiano, esta vez con el consentimiento de Lukács, y con un prefacio que escribió a propósito en 1967, y en el que será necesario detenerse.

A más de cuarenta años de distancia, Lukács critica el libro desde sus actuales posiciones. Se entremezclan en el texto del prefacio un conjunto de argumentos críticos que si bien unos pueden resultar válidos, otros pueden estar sujetos a polémica. Sin embar­go, se ha preferido la inclusión del mismo en esta edición para que el lector tenga los elementos de análisis, que toda lectura rigurosa supone para una cabal comprensión de los valores perdu­rables que en la obra se encuentran; lo que motivan que la misma sea hoy nuevamente impresa.

EL EDITOR

 

PREFACIO

En un viejo escrito autobiográfico (1933), he definido la primera etapa de mi evolución como mi camino hacia Marx. Los ensayos reunidos en el presente libro caracterizan mis verdaderos años de aprendizaje del marxismo. Al recoger y publicar aquí los docu­mentos más importantes de ese período (de 1918 a 1930) quiero subrayar precisamente su carácter de intentos, sin atribuirles en modo alguno un significado actual en la lucha presente por un marxismo auténtico. Esta puntualización es un imperativo de honradez intelectual si se tiene en cuenta toda la incertidumbre que hoy existe acerca de cuál es el que debemos considerar como núcleo fundamental, y método permanente del marxismo. Por otro lado, cualquier esfuerzo para captar correctamente la esencia del marxismo puede tener una importancia documental, a condición de que se logre mantener una actitud suficientemente crí­tica, tanto con relación a esos esfuerzos como con respecto a la situación actual. Por consiguiente, los ensayos de este libro no ilustran sólo los momentos de mi evolución persona/, sino que muestran al propio tiempo las etapas de un camino más general; etapas que, una vez que se haya adoptado la suficiente distancia crítica, no carecen de significado también para comprender la si­tuación actual y superarla.

Como es natural, no me es posible caracterizar correctamente mi actitud de 1918 con respecto al marxismo sin remitirme breve­mente a su prehistoria. En el esbozo autobiográfico que acabo de mencionar, he recordado que leí algo de Marx ya siendo estu­diante de bachillerato. Más tarde, en 1908 aproximadamente, tomé en consideración también El capital para dar un fundamento sociológico a mi monografía sobre el drama moderno. Me intere­saba entonces sobre todo el Marx «sociólogo», que yo miraba a través de lentes metodológicas ampliamente condicionadas por Simmel y Max Weber. Reanudé mis estudios sobre Marx du­rante la primera guerra mundial, impulsado esta vez por intereses filosóficos generales y bajo el influjo predominante, no ya de los, estudiosos contemporáneos de las «ciencias del espíritu», sino de Hegel.

Naturalmente, aun esta influencia hegeliana era muy discorde. Por un lado, Kierkegaard había desempeñado un papel importante en mi formación juvenil —en Heidelberg, en los últimos años de la preguerra me proponía incluso ocuparme de su crítica a Hegel en un ensayo monográfico—; por el otro, el carácter contradictorio de mis ideas sociopolíticas me inclinaba hacia el sindicalismo y sobre todo la filosofía de Sorel. Yo trataba de superar el radicalismo burgués, pero rechazaba la teoría socialdemócrata (espe­cialmente la de Kautsky). Erwitt Szabe, guía espiritual de la oposición húngara de izquierda en la socialdemocracia, llamó mi atención sobre Sorel. Además, durante la guerra leí las obras de Rosa Luxemburgo. Todo esto daba como resultado una amal­gama, internamente contradictoria en la teoría, que se volvería decisiva para mi pensamiento en los años de la guerra y de la inmediata posguerra.

8  Creo que si quisiéramos reconducir a un único denominador «desde el punto de vista de las ciencias del espíritu» las patentes contra­dicciones de aquel período, para reconstruir una evolución espi­ritual orgánica e inmanente, nos alejaríamos de la verdad efectiva. Si se admite, en el caso de Fausto, que un mismo pecho puede albergar dos almas, ¿por qué no ha de ser posible reconocer la acción simultánea y contradictoria de tendencias espirituales opuestas en un mismo hombre, un hombre normal que pasa de una clase a la otra, en el proceso de una crisis mundial? Yo por lo menos, en la medida en que puedo volver con la memoria a aquellos años, encuentro en mi mundo ideal de entonces tendencias simultáneas, por un lado, hacia la asimilación del marxismo y la activación política y, por el otro, hacia una constante intensifi­cación de planteamientos caracterizados por un puro idealismo ético.

La lectura de mis artículos de aquel período no puede sino con­firmar esta existencia simultánea de contrastes netos. Si pienso, por ejemplo, en mis ensayos literarios de esa época, que no son ni muy numerosos ni muy importantes, encuentro que muchas veces el idealismo agresivo y paradójico que los matiza es superior al de mis primeras obras. Pero al mismo tiempo avanza también el proceso irrefrenable de asimilación del marxismo. Así, si yo veo en este dualismo desarmónico la línea fundamental que carac­terizó las ideas de aquellos años no se debe llegar por eso al extremo opuesto, a presentar una especie de cuadro en blanco y negro, como si una positividad revolucionaria en lucha contra la negatividad de las supervivencias burguesas agotara la dinámica de estas oposiciones. El tránsito de una clase a la clase que le és específicamente enemiga es un proceso muy complejo. Si me Miro a mí mismo hacia atrás en el tiempo, veo que mi actitud con respecto a Hegel, mi idealismo ético, con todos sus elementos de anticapitalismo romántico, contenían sin embargo algo positivo para la imagen del mundo que surgía para mí de esa crisis: desde Fuego, tuve primero que superar esas tendencias en tanto que tendencias dominantes, y aun codeterminantes, hasta que —modi­ficadas varias veces radicalmente— se transformaron en elementos de una nueva imagen del mundo, ya unitaria. Es más, tal vez cabe afirmar aquí que mi propio conocimiento íntimo del mundo capitalista intervino en esta nueva síntesis como algo parcialmente positivo. Nunca incurrí en el error, que he observado en muchos obreros e intelectuales pequeño burgueses, un error impuesto, en último análisis, por el mundo capitalista. Me ha preservado de ello el odio que se remonta al período de mi adolescencia, un odio lleno de desprecio hacia la vida en el capitalismo.

9   Pero no siempre la confusión es el caos. Hay en ella tendencias           que, si bien a veces pueden reforzar temporalmente las contra­dicciones internas, acaban sin embargo por hacerlas explícitas. Así, la ética representaba un estímulo hacia la praxis, hacia la acción, es decir, la política, y por ende hacia la economía; todo esto llevaba a una profundización teorética y finalmente a la filosofía del marxismo. Por supuesto, se trata de tendencias que habitual­mente sólo se desarrollan de una forma lenta y no homogénea. Ya durante la guerra, después de la revolución rusa, empezó a hacerse sentir una orientación de este tipo. Como observo en el prefacio de la nueva edición, la Teoría de la novela surgió cuando. todavía dominaba un estado de desesperación general: no debe asombrarnos, pues, el hecho de que en ella yo viera el presente, al estilo de Fichte, como una condición de contaminación total,; ni de que cualquier perspectiva o solución resultara una vana utopía. Una perspectiva para el futuro se abrió ante mí en la propia realidad, sólo con la revolución rusa, con el derrocamiento del zarismo y, con más razón, con el del capitalismo. A pesar de que nuestro conocimiento de los hechos y los principios fuera todavía muy limitado y poco seguro, vimos sin embargo que —¡por fin!— se abría ante la humanidad un camino que nos llevaría más allá de la guerra y del capitalismo. Ciertamente, al hablar de este entusiasmo no debemos tratar de embellecer el pasado. Yo también —y aquí hablo a título exclusivamente personal— viví un breve momento de transición, cuando las últimas vacilaciones ante la decisión última y definitivamente correcta hicieron surgir provisionalmente una malograda cosmesis espiritual, adornada con ar­gumentos de complacida abstracción. Pero la decisión ya era inevitable. El breve ensayo Táctica y ética muestra sus motivos humanos interiores.

En cuanto a los pocos ensayos del período de la República Húngara de los Concejos y a su preparación, no hay mucho que decir. Nosotros estábamos —y yo lo estaba tal vez menos que nadie espiritualmente muy poco preparados para las grandes tareas que teníamos por delante; nuestro entusiasmo trató, simple pero hones­tamente, de sustituir a la ciencia y a la experiencia. Me limitaré a recordar los únicos hechos que aquí nos interesan en particular: teníamos escaso conocimiento de la teoría leninista de la revo­lución, de su prosecución esencial del marxismo en estos campos. Sólo se habían traducido y nos eran accesibles pocos artículos y opúsculos y, en cuanto a los hombres que habían participado en la revolución rusa, algunos eran poco dotados desde el punto de vista teórico (como Szamueli) y otros estaban, desde el punto de vista intelectual, bajo la influencia de la oposición rusa izquierda (como Bela Kun). Hasta la emigración vienesa no me fue po­sible alcanzar un conocimiento más profundo de Lenin como teórico, de modo que también en mi pensamiento de entonces hubo una operación dualista. Por un ledo, no logré asumir une actitud de principio correcta con respecto a los errores oportunistas fatales de la política de entonces, ni tampoco con respectó a la solución puramente socialdemócrata del problema agrario; por el otro, mis propias tendencias intelectuales en el dominio de la política cultural me impulsaban hacia una postura abstracta­mente utopista.

10 Hoy, a la distancia de casi medio siglo, me pa­rece asombroso que hayamos logrado dar vida a no pocas cosas susceptibles de desarrollo. (Para no salirnos del ámbito de la teoría, quisiera recordar que ya en ese período estaba redactando los dos ensayos ¿Qué es el marxismo ortodoxo? y El cambio de función del materialismo histórico. Aunque los elaboré luego para Historia y conciencia de clase, no modifiqué su orientación fundamental.)

La emigración a Viena inicia un período de estudios dedicados sobre todo al conocimiento de las obras de Lenin, estudios que desde luego no me alejaron ni por un instante de la actividad revolucionaria. Era necesario ante todo dar una continuidad al movimiento obrero revolucionario en Hungría, encontrar consignas y adoptar medidas que fueran capaces de mantener su fisonomía a pesar del «terror blanco» y promover el desarrollo, de rechazar las calumnias contra la dictadura —tanto las de la reacción como las de los socialdemócratas— e iniciar al propio tiempo una auto­crítica marxista de la dictadura del proletariado. Además, en Viena nos encontramos con la corriente del movimiento revolu­cionario internacional. En aquella época, los emigrados húngaros eran tal vez los más numerosos y los más divididos, pero no eran los únicos. De una forma más o menos estable, en Viena vivieron como emigrados muchas personas procedentes de los países bal­cánicos y de Polonia; además, Viena era un centro internacional de tránsito, donde entrábamos constantemente en contacto con co­munistas alemanes, franceses, italianos, etc. No debe extrañarnos, pues, que la revista Kommunismus, surgida en esas circunstancias, se convirtiera por algún tiempo en el órgano principal de las co­rrientes de extrema izquierda en la III Internacional. Además de los comunistas austríacos y de los emigrados húngaros y polacos, que constituían el núcleo directivo interno y el grupo de colabo­radores permanentes, también simpatizaron con la revista, y apor­taron sus esfuerzos, italianos de extrema izquierda como Bordiga y Terracini, holandeses como Panrrekoek y Roland Holst, etc.

En estas circunstancias aquel dualismo de tendencias en mi evolu­ción del que ya hemos hablado, no sólo alcanzó su punto culmi­nante sino que asumió además una nueva forma de doble crista­lización. en el terreno práctico y  el teórico. Como miembro del colectivo interno de la revista Kommunismus participé intensa­mente en la elaboración de una línea politicoteórica «de izquierda». Esta línea se basaba en la confianza, todavía muy viva entonces, de que la gran oleada revolucionaria que había de llevar en breve al mundo entero, o por lo menos a toda Europa, al socialismo no había refluido en absoluto a pesar de las derrotas sufridas en Finlandia, en Hungría y en Munich. Acontecimientos como el putsch de Kapp, la ocupación de las fábricas en Italia, la guerra soviéticopolaca y, finalmente, la «acción de marzo» reforzaron en nosotros la convicción de que la revolución mundial se acercaba rápidamente, de que la tras formación total del mundo civilizado estaba próxima.

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