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1.- LA DIALÉCTICA COMO ARMA REVOLUCIONARIA:

 

Ahora hace tres años nos reunimos aquí, en el local bilbaíno de IPES, para debatir sobre la dialéctica materialista. Presenté un texto escrito --“La dialéctica como arma, método, concepción y arte”, a disposición en Internet--, pero mi intervención oral fue una aplicación del método que vertebraba ese escrito general a las especiales condiciones y necesidades del independentismo socialista vasco. Los organizadores de este debate han estimado necesario retomar aquella intervención oral a la luz de lo acaecido en este trienio, desde octubre de 2007 a octubre de 2010. Han realizado una trascripción de mis palabras y me han pedido que, a partir de lo dicho entonces y teniendo en cuenta las “novedades” acaecidas, presente otro escrito sobre la dialéctica marxista en el independentismo vasco.

No hay duda que en este trienio se ha producido una aceleración del tiempo histórico, especialmente del tiempo del capital, una agudización de las contradicciones que hacen bullir a nuestro pueblo y al capitalismo mundial. Como veremos luego, la aceleración del tiempo atañe directamente a la esencia de la dialéctica materialista ya que es una confirmación empírica objetiva de la corrección de su método. Las “novedades” surgidas en estos tres años, que se explican desde las leyes del surgimiento de lo “nuevo” a partir de la agudización de la lucha de contrarios, las analizaremos más adelante. Ahora debo empezar defendiendo lo esencial de la dialéctica marxista, a saber, que es un arma revolucionaria en el cuádruple sentido de la palabra: arma, método, concepción y arte.

En primer lugar la dialéctica sirve ante todo para hacer la revolución socialista, para avanzar en la construcción de un poder obrero y popular, en la democracia socialista en suma. En Euskal Herria, la dialéctica sirve para mostrar, por un lado, cómo las contradicciones se agudizan y avanzan, y, por otro lado, para descubrir qué dirección debemos tomar para evitar la derrota estratégica. Sin este contenido de práctica radical, la dialéctica marxista pierde su naturaleza revolucionaria, hundiéndose en una simple divagación reformista al uso de intelectuales absorbidos por el sistema. Ahora mismo, por ejemplo, en el Estado español aparecen periódicamente determinados artículos a favor o en contra de una dialéctica totalmente despolitizada, aislada de cualquier reflexión sobre la realidad de la explotación, y limitada a algunas aportaciones válidas en su especificidad sectorial sobre las relaciones entre la lógica formal, la lógica dialéctica, etc. Es un espectáculo penoso que muestra la derrota estratégica irrecuperable de una corriente que ha reducido el marxismo a una simple interpretación despolitizada y pasiva.

En segundo lugar, la dialéctica permite avanzar en la práctica del pensamiento científico-crítico, del pensamiento antidogmático, ateo y materialista, el que se enfrenta sin piedad a todos los dogmas y en especial a sus propias limitaciones, las impuestas por los sucesivos poderes opresores que han ido constriñendo el potencial crítico y emancipador del pensamiento social, a saber, el sistema patriarcal, la esclavización de los pueblos y la opresión de las naciones, y la explotación de clase. Mientras que una visión descontextualizada de las sucesivas contradicciones históricas causas por las síntesis sociales de los modos de producción, reduce la dialéctica a un conjunto de reglas más o menos aplicables a debates sobre epistemología, mientras esto es así, por el contrario, la dialéctica materialista busca llegar a la interacción entre la verdad objetiva históricamente determinada y las contradicciones sociales que condicional las sucesivas ontologías elaboradas en los respectivos modos de producción.

En tercer lugar, la dialéctica en cuanto método del marxismo es y no tiene más remedio que ser una concepción de la existencia humana, de la vida colectiva e individual, de la permanente interacción entre la ética, los valores y la axiología con el proceso de conocimiento, con la epistemología, y, a la vez, como hemos dicho arriba, con la definición de lo real objetivo que existe en cada época histórica, mejor decir en cada modo de producción, o si se prefiere con la ontología creada por cada “civilización”, entendida ésta como la síntesis social de un modo de producción. La dialéctica materialista, como concepción de praxis vital, es por ello mismo atea y por ello mismo es a la vez ética y moral. Mientras que quienes despolitizan la dialéctica también niegan su contenido axiológico, de valores éticos revolucionarios, por el lado opuesto la práctica real del método dialéctico va mostrando día a día la permanente interacción entre los valores, el pensamiento crítico y la definición de lo real objetivo, es decir, la interacción entre axiología, epistemología y ontología.

En cuarto lugar, la dialéctica es a la vez un método de creatividad estética, de integración consciente del poder de creación artística de la especie humana en la totalidad de su existencia. Esta cuarta característica ha sido sistemáticamente menospreciada o negada incluso, pero va recuperando su importancia conforme, por un lado, el capitalismo avanza en la mercantilización absoluta de la existencia humana, lo que implica la muerte del arte en cuanto esencia creativa; y por otro lado, se conocen ya de forma irrebatibles los efectos destructores de la degeneración burocrática en los países del denominado “socialismo real”, y cómo la reinstauración del capitalismo más salvaje en estos países fue muy facilitada por el “socialismo gris y triste” que anuló toda creatividad, esperanza y alegría vitales, valores estos inherentes a la dialéctica del arte. Mientras que esta característica está ausente, como hemos dicho, en quienes reducen la dialéctica a una justificación de las concesiones al “buen gusto” y al “sentido común” burgués, acordes con el orden establecido, por el contrario, para el marxismo la dialéctica es la creatividad que palpita en el “todo estético” que debe ser la revolución.

No hace falta insistir que estas cuatro característica no pueden estar en modo alguno separadas e incomunicadas entre sí, sino que forman una unidad, un sistema en el que sus diversos componentes interactúan dando cuerpo a una totalidad que es superior a la simple suma de sus partes. Según en qué circunstancias y condiciones, tal o cual componente adquirirá más importancia que los demás, pero siempre como elemento integrante del método en su conjunto y supeditado a éste, de modo que no existiría fuera de él. Este contenido de método múltiple, flexible y abierto, a la vez que crítico y radical resulta inaceptable a la ideología burguesa.

 

2.- LA DIALECTICA DE LO INTERNO Y DE LO EXTERNO

 

Una de las mayores tergiversaciones que premeditadamente se hace del la dialéctica marxista es afirmar que ésta consiste en un método doctrinario y dogmático que de forma apriorística se debe aplicar a todo problema, antes de haberlo empezado a estudiar. Recordemos el lecho de Procusto de la mitología griega: Procusto esperaba a los viajeros al anochecer. Les invitaba a su casa y a la hora de dormir les enseñaba la cama. Si el invitado tenía suerte y su estatura coincidía con la longitud de la cama, no había problemas. Pero si el invitado era más pequeño Procusto le descoyuntaba los huesos, agrandándole el cuerpo hasta alcanzar la longitud de la cama. Si el invitado era más grande que el lecho, su cuerpo era reducido, troceado, hasta que cupiese en la cama. Según este mito, la realidad debe supeditarse a la teoría y si por suerte ambas coinciden, mejor para la teoría, pero si no coinciden la teoría, el pensamiento humano en general, ha de supeditarse a la realidad, reduciéndose o siendo forzado, hasta que coincida con el problema al que nos enfrentamos.

La propaganda burguesa identifica la dialéctica marxista con el lecho de Procusto, aunque en la práctica cotidiana cualquier persona ha de aplicar aunque sea sin darse cuenta las leyes dialécticas, por no hablar ahora de metodología dialéctica inherente al pensamiento científico-crítico. En realidad, la dialéctica lo que hace es mostrar la unión interna entre la especie humana y la naturaleza objetiva para, a partir de ahí, facilitar y acelerar el tránsito del reino de la necesidad al reino de la libertad. Podemos reinterpretar desde la dialéctica el mito de Procusto: la realidad objetiva está compuesta por la cama, Procusto y la persona visitante. La cama es la realidad objetiva construida por la acción humana y preexistente al visitante. Procusto es el poder explotador, y el visitante es la realidad social que puede desarrollar un pensamiento crítico. La persona visitante toma conciencia del riesgo que supone para su vida la exigencia de Procusto de que se tumbe en el camastro, y decide intervenir derrocando a Procusto y estudiando el lecho para descubrir su trampa, anulándola. Investigada la realidad y derrocado el poder unido a ella, el visitante puede decidir tumbarse en la cama tal cual, o transformarla anulando su peligrosidad, o no acostarse.

La praxis humana ha ido descubriendo a lo largo de siglos de experiencia determinadas constantes ocultas en la realidad en la que vive. No las descubre desde el comienzo de su existencia, sino que lo logra penosamente a lo largo de milenios, con enormes problemas y derrotas, con retrocesos y estancamientos prolongados. Las leyes del pensamiento racional nacen de esta experiencia colectiva, durante la autogénesis de nuestra especie, y a cada problema nuevo al que se enfrenta ha de empezar de nuevo pero con la ventaja de la experiencia adquirida, que se plasma en un método que debe ser sometido siempre al criterio de la práctica, que debe ser confirmado en cada nuevo problema. Nunca el método de pensamiento racional, y menos la dialéctica, puede aplicarse antes de la investigación del nuevo problema, sino siempre durante su estudio y siempre al son de los avances materiales realizados. Esto es así porque la realidad siempre está en movimiento, siempre está en interacción con otras realidades que le circundan e influencia, siempre tiene tensiones y contradicciones internas que luchan y que se enfrentan y, en suma, porque nunca la realidad coincide con su apariencia, nunca la naturaleza de un problema aparece de inmediato reflejada en su forma externa. Es esta diferencia más o menos grande entre lo aparente y lo real lo que obliga al pensamiento humano a bucear hasta la raíz para ir descubriendo sus leyes de evolución en el mismo proceso de inmersión en la realidad, hasta llegar a su fondo.

La dialéctica es tan antigua como nuestra especie y ha ido enriqueciéndose al unísono que nuestra autogénesis. Ha adquirido muchas formas y se ha presentado bajo muchas escuelas filosóficas, sean materialistas o idealistas, y en su forma actual h insiste en que lo real es móvil, que nada es estático, que todo interactúa sobre todo y que la contradicción interna presiona sobre el movimiento de lo real, de modo que lo nuevo surge de las lucha de contrarios de lo viejo. Sin entrar en mayores precisiones ahora, la dialéctica marxista advierte que sus leyes y categorías son el producto de la experiencia anterior y que, por tanto, es como mínimo conveniente no desperdiciar tal experiencia acumulada y ver si vuelve a ser confirmada y mejorada en la nueva realidad. La dialéctica advierte que nunca ha de ser aplicada antes, porque entonces no sirve de nada, sino que debe ser confirmada y mejorada en la propia investigación, que es en definitiva la que decide por cuanto ella es la práctica consciente y la consciencia práctica. No impone un método único, sino que recomienda que no se desprecie el conocimiento acumulado, y que por simple economía de esfuerzo intelectual y material se tenga la mente preparada con antelación para buscar en el interior de los problemas en cambio permanente lo que, hasta ahora, siempre se ha descubierto: las leyes del movimiento de la materia. De hecho es lo que ahora mismo estamos empezando a hacer.

 

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