Categoría: GOULDNER Alvin W
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PREFACIO

 

La primera sección de mi estudio sobre el marxismo comienza a cumplir varias promesas: primero, la de contribuir al estudio de los orígenes de la teoría social occidental esbozado e iniciado en mi libro Introducción a Platón (1955); segundo, la promesa hecha en La crisis de la sociología occidental (1970) de realizar un estudio del marxismo tan crítico e indagador como mi estudio de la sociología occidental; y tercero, la promesa hecha en La dialéctica de la Ideología y la Tecnología (1976) de desarrollar su análisis como una trilogía. Este es el tercer volumen aludido.

O al menos parte de él, pues ya he señalado que éste estudio comienza a cumplir esas varias promesas. La primera parte de mi estudio del marxismo se centra en su evolución, generada por sus propias contradicciones internas y anomalías emergentes, en su mayoría ya en vida de Marx y Engels. Otro volumen trata de los efectos de esas contradicciones y anomalías en la obra de marxistas posteriores, como Lenin, Stalin, Trotsky, Lukács, Gramsci, Althusser y otros. La tercera parte de mi estudio del marxismo estará dedicada a sus orígenes, inclusive sus orígenes técnicos en otras teorías sociales, junto con un análisis del problema de la creatividad teórica, así como a los orígenes sociales e históricos del marxismo, su base de clase. La parte cuarta, y la final, esperemos, abordará el problema de la racionalidad y de los límites del marxismo en términos de su posición en la evolución histórica de los modos del discurso

Mary Grove ha administrado nuestro despacho —un verdadero pandemónium— con santa paciencia y buen humor, valiente y talentosa al mismo tiempo. Vicki Ibera, quien junto con Mary llevó a cabo gran parte de la mecanografía, ha estado magnífica. Pero particular relieve quiero dar a otra clase de «ser»: a la antigua y agitada ciudad de Ámsterdam, donde comencé y —en verdad— avance mucho en esta obra, y a los estudiantes de la Universidad de Ámsterdam que escucharon a éste americano extraño de modo alentador y estimulante. Mi obra sobre el marxismo es básicamente un producto de Ámsterdam.

Alvin W. Gouldner

 

 

Parte I

LA CONTRADICTION INTERNA DEL MARXISMO

 

 

«En todos los filósofos, es precisamente el "sistema" lo perecedero; por la sencilla razón de que surge de un imperecedero deseo del espíritu humano: el de superar todas las contradicciones.»

Friedrich Engels

 

«¡Ay!, dos almas conviven en su pecho, y cada una de ellas trata de apartarse de la otra.»

Johann Wolfgang von Goethe

 

«...esta lucha es un conflicto definido, no por la indiferencia de las dos partes en su distinción, sino por su ligazón en una unidad. Yo no soy uno de los combatientes enzarzados en la batalla, sino ambos, y soy la lucha misma. Soy el fuego y el agua...»

  1. W. F. Hegel

 

Capítulo 1

INTRODUCCION

 

 

Habiéndose propuesto cambiar el mundo, no elaborar una nueva interpretación de él, la teoría marxista debe ser evaluada en la balanza de la historia.

 

según la creencia común, un ventoso día de octubre, en la fangosa San Petersburgo, las fuerzas militares del Partido Bolchevique asaltaron el Palacio de Invierno, arrestaron al Gobierno Provisional que había reemplazado al Zar meses antes y se hicieron con el poder del Estado. En realidad, el asalto al Palacio de Invierno fue algo más confuso, pues muchos revolucionarios habían estado infiltrándose en el gran palacio durante todo el día, a través de sus cientos de entradas, y estaban ya dentro cuando se produjo el ataque final. En verdad, este asalto sólo fue la culminación de movimientos militares menos espectaculares, pues ya días antes los bolcheviques se habían apoderado de la mayoría de los edificios públicos, el edificio de correos, la estación del ferrocarril, las oficinas de telégrafos y otros centros de comunicación vitales.

De todos modos, el 24 de octubre de 1917 (según el viejo calendario, el 6 de noviembre según el nuevo), el Partido Bolchevique que Lenin había podado cuidadosamente y había preparado constantemente para que se sometiese a su voluntad durante quince años, llegó al poder en Rusia. Estos fueron, en verdad, «diez días que conmovieron al mundo», como los describió John Reed, y hay poco en el mundo —dentro de las naciones y entre ellas— que no haya experimentado la influencia de este suceso.

Desde aquel entonces, muchas otras naciones han caído también bajo el gobierno de partidos políticos marxistas, todos los cuales han aprendido de la experiencia de los bolcheviques, cuando no fueron modelados por ella. Además de la gran nación china, otras que están bajo el dominio de Estados marxistas son: Afganistán, Albania, Alemania oriental, Angola, Bulgaria, Camboya, Corea del norte, Cuba, Checoslovaquia, Etiopía, Hungría, Laos, Letonia, Lituania, Mongolia, Polonia, Rumania, Vietnam, Yemen del Sur y Yugoslavia. El lector comprobará si la lista se ha ampliado o reducido desde entonces. En este momento alrededor de un tercio de la población del mundo vive bajo el gobierno de Estados que se consideran marxistas, y todo esto ha ocurrido en poco más de medio siglo.

Nunca en la historia del mundo ha habido un cambio tan profundo en las vidas humanas y los sistemas sociales de tantas naciones en un lapso tan breve. Nunca, por ejemplo, un conquistador militar, un profeta religioso o un nuevo modo de vida han alcanzado una difusión tan vasta en lo que, desde cualquier punto de vista históricamente informado, debe ser considerado como el menor tiempo posible en que pueden haber ocurrido sucesos de tal magnitud. Han ocurrido dentro del lapso normal de una vida. Esto ha sido un acontecimiento único, y aun vivimos en medio de él. El epicentro histórico de este terremoto político, cuyos temblores todavía se sienten por todo el mundo, fue la toma del poder por los bolcheviques en Rusia.

«La victoria bolchevique en noviembre de 1917 bien puede ser descrita —escribe Merle Fainsod— como uno de los triunfos más notables de la ingeniería revolucionaria en la historia humana. En vísperas de la revolución de marzo [la que derrocó al zar] la totalidad de los miembros del Partido Bolchevique fue calculada, generosamente, en 23.600. En el breve espacio de ocho meses, este pequeño grupo pudo acumular apoyo suficiente para tomar el poder en una nación de más de 150.000.000 de habitantes.»[1] ¿Cómo sucedió esto? Una pequeña pregunta para un gran problema. Fainsod señala que durante la Primera Guerra Mundial el gobierno zarista sufrió pérdidas ruinosas de hombres, territorio, recursos, reputación pública y legitimidad, y que estas pérdidas engendraron una desesperación generalizada.

 

«Solamente los bolcheviques entre los partidos revolucionarios —escribe Fainsod—pudieron obtener ventaja de la desorganización reinante. Una fuente importante de la fuerza del Partido Bolchevique fue su organización altamente centralizada, su composición de activistas y la decisión de su líder, Lenin.»

 

Esto es sustancialmente correcto, pero se ha dejado de lado algo importante: el papel único de una teoría social especial, el marxismo, en la creación del Partido Bolchevique, en su densa cohesión, en el modelamiento de las tácticas y la estrategia del Partido y en su sentido misional en la determinación de la historia. Fainsod, y en realidad una importante escuela de intérpretes de la Revolución de Octubre, callan en lo concerniente al papel de esta teoría. (Mas adelante volveré a ellos.) Ciertamente, el hombre que dio forma al Partido Bolchevique, que lo creó comisión por comisión, congreso por congreso, casi hombre por hombre, que lo esbozó minuciosamente en su libro de 1902, ¿Qué hacer?, el Lenin que conocía al Partido Bolchevique como un jardinero japonés conoce su pequeña planta bonsai que ha cultivado rama por rama durante quince años, ese hombre no calló sobre la teoría, sino que proclamó a voces su importancia para los bolcheviques.

 

La teoría: cambiar el mundo

En ¿Qué hacer?, Lenin comenzaba citando la Crítica del programa de Gotha de Marx. En ella, Marx escribió a los líderes alemanes del partido: «Si debéis formar alianzas, entrad en acuerdos para satisfacer las metas prácticas del movimiento, pero no cedáis en cuestiones de principio, no hagáis «concesiones» en la teoría.»[2] Luego el mismo Lenin añadió:

 

Esta era la idea de Marx. Sin embargo, hay entre nosotros quienes tratan —en su nombre— de disminuir la importancia de la teoría. Sin una teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario. Nunca podrá insistirse demasiado en esto, en una época en que la prédica de moda del oportunismo se combina con la dedicación a las formas más estrechas de actividad práctica. La importancia de la teoría para los socialdemócratas rusos es aun mayor... el papel de vanguardia sólo puede desempeñarlo un partido guiado por una teoría  avanzada.[3]

 

Mas adelante, Lenin cita a Friedrich Engels en el mismo sentido:

 

Es deber específico de los dirigentes lograr una comprensión cada vez más clara de los problemas teóricos, liberarse cada vez más de las frases tradicionales heredadas de una concepción antigua del mundo, y recordar constantemente que el socialismo, habiéndose convertido en una ciencia, exige el mismo tratamiento que toda otra ciencia: debe ser estudiado.[4]

 

Lenin insistía, y volveré a esto más adelante, en que «una conciencia socialista sólo puede llevarse a ellos [esto es, a los trabajadores] desde fuera. La historia de todos los países muestra que la clase obrera, abandonada a su propio esfuerzo, no puede desarrollar más que una conciencia sindical... Pero la teoría del socialismo nació de las teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por los representantes cultos de las clases propietarias, los intelectuales. Los fundadores del socialismo científico moderno, los mismos Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa.»[5]

El Partido Bolchevique mismo fue concebido al principio, en gran medida, como el instrumento con el cual los teoretiki —que editaban el periódico de Lenin, Iskra— podrían imprimir una conciencia propiamente socialista sobre la clase obrera y los organizadores «prácticos». El carácter organizativo centralizado del partido estaba destinado, en parte, a proteger el plasma germinal teórico de sus dirigentes, colocando el partido bajo el control de los teóricamente más informados y asegurando su influencia sobre los que tenían menos preparación teórica: «disminuir el papel del "elemento consciente" —añadía Lenin— significa, quiéraselo o no, aumentar la influencia de la ideología burguesa entre los trabajadores. Todos los que hablan de "exagerar la importancia de la ideología", de exagerar el papel del elemento consciente, etc., imaginan que el movimiento obrero, pura y sencillamente, puede elaborar una ideología independiente por sí mismo, sólo con que los trabajadores "arranquen su destino de las manos de los líderes”».[6]

Pero el punto que Lenin deseaba destacar era que un revolucionario serio no puede sobrestimar la importancia de lo teórico: «un hombre débil y vacilante en cuestiones teóricas, con una visión estrecha y que justifica su propia flojedad... tal hombre no es un revolucionario, sino un lamentable aficionado.[7] Así, aunque algunos historiadores ahora afirman que la historia bolchevique sólo fue el resultado de la fuerza de las circunstancias, y no de la adhesión bolchevique a una teoría específica, el hombre que más que ningún otro moldeó esos sucesos nos dice, en cambio, que la teoría fue decisiva en la formación de la organización bolchevique y que, sin teoría, seguramente no habría habido Revolución de Octubre.

Es importante comprender por qué esos historiadores minimizan el papel de la teoría marxista. Por lo general, la suya fue una reacción contra la opinión, saturada ideológicamente, que consideraba todo proceso en la Revolución Rusa como el «resultado lógico» de alguna adhesión teórica. Así, incontables análisis del estalinismo, por ejemplo, han sostenido que éste fue una «consecuencia directa», una «realización y un resultado lógico» del marxismo y el leninismo. Con tal concepción mecanicista, no es menester prestar mucha atención a la historia, al modo como los sucesos realmente ocurrieron, a lo que la gente verdaderamente dijo e hizo y a las confusas circunstancias en las que se hallaron. Basta invocar la teoría marxista para explicarlo todo. Este modelo es una forma de idealismo vulgar, en el que la historia es sencillamente contemplada como el producto de una idea. Es fácil comprender, por ello, que obstaculizase el estudio histórico serio y mereciera la oposición a él.

Pero ha ocurrido a menudo que, en el calor de la polémica contra este idealismo vulgar, algunos historiadores exagerasen la posición opuesta y no asignasen importancia alguna a la teoría bolchevique y al marxismo. El idealismo vulgar fue reemplazado por un eclecticismo no menos vulgar, por un tácito énfasis en la insignificancia de la racionalidad humana; por una exageración de la importancia de la irracionalidad en los asuntos humanos y en la psicopatología de los líderes en el proceso histórico. Pero, en esta medida, tales historiadores fracasaron en su especial obligación de atender a la unicidad de los sucesos. Pues lo que fue realmente único en los bolcheviques, y especialmente en sus líderes, fue que eran hombres devotos de la teoría; sin embargo, en algunas descripciones son tratados como si fueran recientes pragmatistas del «fin de la ideología», sólo preocupados por lo que «funciona». Nada puede estar más alejado de la verdad. Mucho más que la mayoría de los otros dirigentes políticos, los bolcheviques fueron definidos y moldeados por su adhesión intelectual a una teoría, al marxismo, y en particular a la interpretación de Lenin del marxismo. Ellos, y lo que hicieron, son incomprensibles sin el conocimiento de esta teoría

Esto no significa afirmar que los bolcheviques no fueron influidos por otras condiciones, por la «fuerza de las circunstancias». Tampoco significa que no cambiasen a veces su teoría o que actuasen en abierta violación de ella. Pero subsiste la consideración fundamental: la influencia que tuvo sobre ellos la teoría autoconsciente y articulada fue mucho mayor que lo normal en política, y los sucesos que se ramificaron a partir de sus hechos serán opacos si se ignora o desprecia la teoría especial a la que ellos adherían.

El quid no es que todo lo que los bolcheviques hicieron se hiciese porque lo dictaba su teoría, o porque fuese la imagen especular de la teoría marxista. Parte de lo que hicieron si lo fue; por ejemplo, la gran importancia que atribuían al Estado como instrumento para controlar la economía. En otros casos, aun cuando fuesen ignoradas las prescripciones de la teoría, esta siguió teniendo consecuencias, del mismo modo que una ley tiene consecuencias aunque se la viole, como en los delitos. Argüir que, puesto que hay algunas diferencias entre las políticas de los bolcheviques y la teoría marxista, sus políticas no fueron influidas por la teoría, es como llegar a la conclusión de que una ley no tiene consecuencias puesto que es violada . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

 

 

 

[1] Merle Fainsod, «Soviet Communism», en Internacional Encyclopedia of Social Sciences, vol. 3, ed. a cargo de David L. Sills, 17 vols. (Londres, Macmillan & Co., 1968), p. 105.

[2] V. I. Lenin, What is to Be Done?, Nueva York, International Publishers, 1929, citado en p. 27.

[3] Ibid., pp. 27-28, las bastardillas son de Lenin.

[4] Citado en Lenin, ibid., p. 30.

[5] Ibid., pp. 32-33.

[6] Ibid., pp. 39-40.

[7] Ibid., p. 118.

 

 

 

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