Categoría: LEKTORSKI
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   INDICE

I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

1.  Diferentes soluciones al problema de la relación sujeto-objeto en la filosofía premarxista
1.1. Planteamiento del problema en la filosofía antigua
1.2. El problema sujeto-objeto en la filosofía de los Siglos XVII y XVIII
1.3. El problema sujeto-objeto en la filosofía idealista clásica alemana (Kant y Hegel).

II. EL SABER Y EL OBJETO DEL SABER
2.1. El objeto del saber, ¿es dado al sujeto o es su construcción?
2.2. El papel del criterio de la invariabilidad en la reconstrucción del objeto
       Interpretaciones filosóficas de cuestiones metodológicas en las ciencias naturales
2.3. Simplicidad, economía y “equilibrio” del sujeto y objeto
2.4. El conocimiento como concordancia con el objeto y como actividad del sujeto

III. LA ACTIVIDAD COMO ESENCIA DE LA RELACION SUJETO-OBJETO
3.1. Acerca de los métodos para un análisis de la actividad del sujeto
3.2. La actividad como mediador entre sujeto y objeto.
        El sujeto gnoseológico y el sujeto individual
       (La solución marxista del problema)
3.3. El sujeto como objeto y como actividad.
      (H. Rickert, L. Wittgenstein, R. Carnap)

 

I. PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA

 

1. Diferentes soluciones al problema de la relación sujeto-objeto en la filosofía premarxista

En la teoría del conocimiento llamamos “sujeto” al ser cognoscente y “objeto” a todo proceso o fenómeno sobre el cual el sujeto desarrolla su actividad cognoscitiva. De este modo el problema de la relación entre sujeto y objeto se presenta como el problema de la relación de quien conoce con lo que es cognoscible. En esencia, se trata de la naturaleza, del carácter y las propiedades específicas de la relación cognoscitiva, así como de las particularidades de los elementos que intervienen en esta relación (sujeto cognoscente y objeto conocido o susceptible de ser conocido). Es bajo estas condiciones como la tradición gnoseológica, en la Europa occidental moderna, ha planteado el problema sujeto-objeto en la teoría del conocimiento. Especialmente los filósofos de los siglos XIX y XX plantean y discuten, con este perfil, el tema en cuestión, independientemente de su filiación filosófica y del modo como resuelven el problema fundamental de la filosofía.

Al abordar nuestro tema desde el ángulo puramente terminológico, encontramos que el problema no ha sido formulado con los términos “sujeto” y “objeto” —en su significado señalado anteriormente—, hasta el advenimiento de la filosofía clásica alemana, esto es, a partir de la filosofía de Kant. Los términos “sujeto” y “objeto” poseían en la filosofía antigua, medieval y también, parcialmente, en la filosofía moderna, una acepción completamente diferente a la de la filosofía contemporánea. La palabra “sujeto” es la traducción latina de un término análogo, de Aristóteles. El término denomina aquello de qué se habla en dos significados fundamentales: a) materia, es decir sustancia sin forma y b) el ser individual, es decir, lo de una y otra manera formado, lo concreto, Subiectum del latín sub “bajo” y lacere “tirar”. El sujeto es la base, aquello que se encuentre bajo la multiplicidad externa de las formas fenoménicas de la sustancia).

En la filosofía estoica el concepto “sujeto” era una de las cuatro categorías fundamentales; representaba el ser sin cualidades el sujeto universal, último, indeterminable. Trataba de darle al término “sujeto”, ontológicamente, una acepción lógica formal. Los estoicos comenzaron a designar con el vocablo “sujeto” —además de los señalado anteriormente— aquella parte de la orientación que trata del sujeto. Boethius fue el primero que contrapuso en una oración, el sujeto al predicado, y es precisamente éste el significado de la expresión que se ha conservado, hasta hoy día, en la lógica formal.

Es en la filosofía medieval donde, por primera vez, se plantea la oposición entre sujeto y objeto. El famoso filósofo escolástico Juan Duns Escoto planteó que lo “subjetivo” es la orientación a cosas existentes, reales. Lo “objetivo” (obiectum, del latín ob “contra” y iacere “tirar”: lo opuesto) es la orientación hacia las cosas que surgen de las operaciones del pensamiento. El significado de los conceptos “sujeto” y “objeto”, es, aquí, totalmente diferente del sentido que tienen actualmente. El sujeto es considerado como algo plenamente real y, el objeto, como un ente espiritual que no existe en las cosas sino en la mente del ser humano.

Esta terminología se conserva también en la filosofía de los siglos XVII y XVIII. Descartes fue el filósofo —según nuestro punto de vista—, en toda la historia de la filosofía de Europa occidental, que más acentuó el carácter subjetivo de la conciencia, del pensamiento, del “yo”. Este filósofo francés no entendió los conceptos de “los subjetivo” y “lo objetivo” en su acepción moderna, sino en el sentido de la filosofía escolástica. Lo subjetivo, para él, existe en las cosas mismas, mientras que lo objetivo, sólo existen en el intelecto. Como consecuencia del carácter específico de su filosofía, Descartes hace una distinción más precisa que los escolásticos entre lo subjetivo y lo objetivo.

Kant invirtió el significado tradicional de los conceptos “sujeto” y “objeto”. Este hecho no se debe a un capricho terminológico, sino al resultado de la propia naturaleza de su filosofía. En su forma externa, Kant, mantuvo el significado tradicional de dichos conceptos. Su “sujeto trascendental” es el fundamento de la realidad empírica, de la naturaleza, del mundo de los objetos. Su “objeto” es el producto de la actividad de este sujeto, su construcción trascendental. Sin embargo, a diferencia de la filosofía escolástica, así como de la metafísica racionalista de los siglos XVII y XVIII. Kant afirmó que la conciencia no se apropia de las cosas dadas, de los objetos, sino que la conciencia trascendental fundamenta las cosas y que aparece propiamente como su creadora. De este modo la conciencia trascendental aparece como “sujeto” y la cosa asuma el papel de “objeto”.

A partir de Kant se estableció en la filosofía la tradición terminológica, según la cual, el término “sujeto” concuerda con el ser cognoscente y, a su vez, el término “objeto” concuerda con la cosa cognoscible. No obstante, el significado de los vocablos “sujeto” y “objeto” y la comprensión de la relación sujeto-objeto, están determinados, naturalmente, por el sistema filosófico dentro del cual se inserta el problema sujeto-objeto.

Como hemos visto en nuestra exposición terminológica las expresiones “sujeto” y “objeto” se desarrollaron relativamente tarde, cambiando su significado a lo largo de la historia de la filosofía. De aquí que no sea posible decidir si un determinado filósofo trató o no del problema de la relación sujeto-objeto, basándose en el uso que diera a los conceptos “sujeto” y “objeto”. Si tomamos como punto de partida el significado moderno de los conceptos, en el cual, en la teoría del conocimiento, entendemos este problema sujeto-objeto como el problema de la relación entre el ser cognoscente y lo cognoscible, debemos indagar el asunto de que se trata en el estudio de la historia de la filosofía en donde se cuestione esta relación cognoscitiva, sin importar en que forma terminológica aparece.

Hay que tomar en cuenta también que, a lo largo de la historia de la filosofía, el problema de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto cognoscible aparece como algo específico en diferente medida. Es decir, en cuanto a la exactitud con que se trata esta relación, al grado de diferenciación entre sujeto y objeto y a la comprensión de su relación como algo especifica. Así, por ejemplo, para la filosofía antigua y medieval, el problema sujeto-objeto no tomó la forma categórica con que aparece en la filosofía de los siglos XVII y XVIII, después de Descartes.

La distinción exacta entre sujeto y objeto, así como la selección consecuente de las propiedades específicas para el sujeto (para lo subjetivo), es característica sólo de la filosofía moderna de la Europa occidental. Y, al mismo tiempo, le es también característico el hecho de que algunos filósofos busquen sustituir la filosofía neokantiana o machista no hubiera existido el problema sujeto-objeto. Sobre esto hay que tomar en cuenta una tesis conocida en la metodología marxista que afirma que la conciencia del filósofo sobre el carácter de sus concepciones puede ser muy diferente de su contenido real. Un análisis profundo comprueba que cuando un filósofo declara eliminado el problema sujeto-objeto, también, en realidad, se da una solución determinada al problema. Lo mismo se puede decir de aquellos casos en los que el problema es conocido, como tal, insuficientemente, como sucede en la filosofía antigua, por ejemplo.

Finalmente, se debe señalar que, a diferencia de muchas corrientes de la filosofía burguesa de los siglos XIX y XX que consideran el problema sujeto-objeto solamente como problema gnoseológico, para la filosofía marxista el problema gnoseológico de la relación sujeto-objeto, es sólo un aspecto del problema filosófico total de la relación entre ambos. Por ello, para la filosofía marxista la consideración del sujeto como ser cognoscente y del objeto como cosa cognoscible es solamente la abstracción de una parte del papel real del sujeto y del objeto. La filosofía marxista ha formulado que la relación cognoscitiva surge y se deriva de una relación práctica entre sujeto y objeto.

No se puede abarcar totalmente el problema del conocimiento sin el análisis de la relación activa entre sujeto y objeto; relación que aparece en formas diversas (por ejemplo, en la forma de la transformación del objeto para la satisfacción de determinadas necesidades materiales de la sociedad o en la forma de la apropiación artística de la realidad). Con esto queremos señalar que entendemos por sujeto el ser cognoscente y por objeto la cosa cognoscible; por relación entre sujeto y objeto, la relación del ser cognoscente con la cosa cognoscible, y por lo tanto, subrayamos que el tema de este trabajo no es la investigación del problema sujeto-objeto en todos sus aspectos, sino, exclusivamente, la parte gnoseológica de esta problemática. No pensamos que el sujeto sea tan sólo un ser cognoscente. Desde el punto de vista de la filosofía marxista, el sujeto es un ser activo, práctico, y el objeto es la cosa sobre la cual se desarrolla la praxis. Sólo en base a esta praxis, el sujeto se convierte en sujeto cognoscente y el objeto en coso cognoscible. Es por eso que nuestras consideraciones sobre qué entendemos por “sujeto” y “objeto” no deben de ser comprendidas como definiciones de los conceptos “sujeto” y “objeto”. Tales conceptos sirven exclusivamente para la delimitación de aquella parte del problema sujeto-objeto que constituye el propósito de la presente investigación.

Desarrollaremos primero, la forma en que se presenta el problema sujeto-objeto en la filosofía premarxista.


1.1 Planteamiento del problema en la filosofía antigua

Una particularidad de la filosofía antigua es que, originalmente, no se plantea conscientemente el problema sujeto-objeto aunque objetivamente existe en ella desde el comienzo del pensamiento filosófico en la antigua Grecia. El pensamiento filosófico surge, entre otras cosas, cuando la incoherencia entre el ser real del objeto y el saber subjetivo dado de este objeto, se convierte en objeto de la actividad intelectual. Para los filósofos de la antigua Grecia, originalmente, el problema se plantea en forma meramente cosmológica, en forma de la filosofía natural. La cuestión se presentaba así: ¿cuál es la relación mutua entre la sustancia y sus formas fenoménicas, la relación entre lo individual y lo múltiple, entre reposo y movimiento, etcétera? Esta es la problemática planteada por la filosofía natural jónica y de Heráclito. Más tarde, en la escuela eleática, se enlaza el planteamiento cosmológico en forma conciente, con elementos de la teoría del conocimiento: a la sustancia le corresponde el saber verdadero, y a sus formas fenoménicas externas corresponde el simple opinar, el saber falso. La división teórica de la realidad entre ser (sustancia) y no-ser, se refleja en la división del saber, entre el saber verdadero y mero opinar. La contrastación lógica entre la sustancia y sus formas fenoménicas, externas, entre ser y no ser, trae a esta filosofía elementos de una misma oposición estricta entre saber y opinar. Además, con esto, se conjuga la pregunta, ¿de qué modo de puede llegar del saber subjetivo al saber objetivo, es decir, al saber que corresponde a la esencia verdadera del objeto?

La etapa histórica que sigue dentro de la filosofía antigua en la discusión del problema sujeto-objeto, está relacionada con la aparición de los sofistas. Para los sofistas las cuestiones gnoseológicas se encuentran ya en el centro del interés filosófico. Anteriormente se daba la división del saber en subjetivo (opinar) y objetivo (saber verdadero); se había establecido también el complicado problema de la relación mutua entre estas formas del saber. Pero, hasta los sofistas, nadie puso en duda la posibilidad de que la sustancia única, el ser, sea cognoscible. Tampoco se cuestionó la validez universal del saber verdadero.

Los sofistas fueron los primeros filósofos que señalaron el papel de las diferencias individuales en el conocimiento de la realidad, el papel de las condiciones perceptuales, etcétera. Así, afirmó Protágoras, el ser es para cada quien diferente: quien vive en correspondencia con la naturaleza, percibe aquello que puede aparecer al ser humano que vive en correspondencia con la naturaleza; quien vive en contra de la naturaleza, sólo percibe aquello que a un ser humano tal puede aparecer; la percepción depende del ánimo, de la condición física del hombre, etcétera. Ya antes de los sofistas se sabía, que hay características subjetivas del saber. Este criterio se basaba en la afirmación de que las mismas propiedades en diferentes situaciones cognoscitivas no se mostraban perdurables, que le faltaba sustancialidad al saber subjetivo. Los presocráticos lo llamaron “saber según opinión”; Demócrito lo llamó “saber oscuro”. Los sofistas expusieron, además, que el saber también es de naturaleza subjetiva por las particularidades individuales de los hombres cognoscentes y por las condiciones cognoscitivas particulares de cada caso. Más, de ahí concluyeron que no puede haber ningún saber universalmente válido y, consecuentemente, tampoco un saber objetivo de la sustancia. Negaron, por tanto, la posibilidad de un saber objetivo. Para ellos era válido que algo sea como aparece, que el hombre sea la medida de todas las cosas. En este sentido, y por primera vez, tuvieron validez los argumentos que dese entonces —aunque en diferentes versiones— han sido sostenidos repetidamente por los fenomenalistas y escépticos.

En la filosofía antigua, lo significativo de Platón, se percibe, entre otras cosas, en su afirmación de que cada saber real debe de tener un carácter universal, persistente y objetivo y que, en consecuencia, no puede depender de las particularidades individuales y personales del sujeto cognoscente. De ahí surge la doctrina platónica de la validez universal del concepto. Para la filosofía antigua es característica la afirmación de la unidad del saber y de su objeto. Esto lo vamos a tratar todavía más a fondo. No es extraño que Platón reconozca el concepto como medio para el conocimiento objetivo de la realidad, pero, a la vez, que postule un mundo de las ideas como objetivo real para el saber verdadero. Este mundo, para él, es lo invariable que se opone a toda variabilidad subjetiva de las opiniones.

La doctrina de Platón fue el primer gran sistema idealista en la historia de la filosofía; correspondía a una serie de necesidades mítico-religiosas y socialmente reaccionarias en su tiempo. Sin embargo no se debe pasar por alto que en la filosofía de Platón se está reconociendo por primera vez, claramente, la necesidad de superar los momentos subjetivos del saber para poder reconstruir acertadamente el objeto en la actividad cognoscitiva. Con esto se presentó la tarea de encontrar aquellas propiedades del objeto que se muestran perdurables en relaciones cognoscitivas distintas. Esa es una tarea que, como veremos, ha jugado un gran papel en toda la historia de la filosofía y que, ahora, se vuelve a discutir con mayor énfasis; por ejemplo, en relación con los problemas metodológicos de las matemáticas, la física y la sicología.

Sin embargo, Platón no podía resolver el problema de que se trata, y el propio planteamiento de éste tiene algunas desventajas considerables, como el dualismo de un mundo de ideas como realidad verdadera, el ser verdadero, por un lado, y, por otro, el mundo de las cosas materiales como el mundo del no-ser. Dentro de tal concepción, la relación entre ser y no-ser, entre ideas y cosas, naturalmente no se puede aclarar —dejando de lado el misticismo obvio de Platón—. A pesar de ello, hay que reconocer que el planteamiento del saber invariable significa un progreso para la historia de la filosofía en general y para el problema sujeto-objeto en particular. El materialismo espontaneo de los presocráticos tenía razón en reconocerle un carácter material al objeto del conocimiento. Pero a diferencia de Platón no se preguntaba de un modo lógico exacto, de qué tipo es la relación entre el objeto, como algo cuyas propiedades permanecen perdurables bajo diferentes situaciones cognoscitivas, y la opinión cambiante. Además, es Platón el primer que hace evidente el concepto como medio cognoscitivo —a diferencia de la percepción sensorial—, y quien pregunta por el carácter del objeto correspondiente. Con los primeros filósofos de Mileto[1] apareció el problema de la relación sujeto-objeto al preguntarse éstos por la relación entre sustancia, se (el agua en Tales, el apeiron[2] en Anaximandro, etcétera) y no-ser. En Platón, sin embargo, se considera este problema por medio del planteamiento de la relación mutua entre el mundo de las ideas y el mundo de las cosas.

Mas, el problema de la relación entre ser y no-ser, respectivamente entre saber “verdadero” y “opinar”, no es la única forma en la cual se presenta el problema sujeto-objeto en la filosofía antigua. Ya los presocráticos tardíos plantearon en forma completamente conciente la pregunta acerca de la relación entre el ser cognoscente y la cosa cognoscible y, por lo tanto, también se preguntaron de qué modo se trasforma el objeto en saber sobre él mismo.

En este sentido es específico para la filosofía antigua lo siguiente: todas sus reflexiones sobre el conocimiento parten de la condición....................... 

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