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Nota: ponencia escrita para la revista Laberinto

Trabajo libre contra tripalium

 

La crisis actualiza un debate anterior al comunalismo inglés del siglo XVII que recuperaba tierras baldías de la nobleza bajo el lema de omnia sunt communia: todo es de todos. Müntzer lanzó esta consigna a comienzos del siglo XVI siguiendo una de las dos «almas enemigas» que corroen a las religiones precapitalistas como «medios de integración y protesta»[1]: la que guardaba la memoria herida de la propiedad comunal, mientras que las iglesias protestantes y el catolicismo seguían el «alma» de la propiedad privada que se imponía sobre la comunal conforme se afianzaban los Estados tributarios. Recordemos que hasta poco antes del capitalismo a muchos pueblos «les era totalmente desconocida la propiedad privada del suelo».[2]

Muchos textos escritos en la Mesopotamia del -3000 giraban alrededor de la explotación del trabajo, como la Epopeya de Gilgamesh y El poema del muy sabio Atharasis que narra en forma mítica la lucha entre los igigi, cansados de la sobreexplotación agotadora, y los anunnaki, que vivían apropiándose de los bienes producidos por los campesinos igigi.[3] Para acabar con las resistencias de los explotados igigi los anunnaki lanzaron el Diluvio Universal y crearon una nueva raza humana pasiva, explotable eternamente e incapaz de pensar en su autogestión e independencia de todo amo.

Roma conocía la fluctuante pervivencia del «alma» comunalista en sectores campesinos y en el siglo XIII Tomás de Aquino admitió que in extrema necessitate omnia sunt communia. Surge aquí un debate que recorre la pugna entre la doctrina social católica que asume una autogestión respetuosa con la propiedad privada, para lo que tal vez podría recurrirse in extrema necessitate al muy limitado derecho a la rebelión de Tomás de Aquino,[4] y la autogestión socialista que asume la autodefensa violenta contra la explotación, según el principio de que «tomado en el más estricto sentido del término, el pacifismo es sumamente inmoral».[5]

Ideales de igualitarismo existen en el Islam: «Según el propio Mahoma, la riba, es decir, la ampliación de la fortuna, es un pecado muy grave».[6] Si vamos al otro extremo del mundo, «el mito utópico del comunismo agrario del jingtian estará muy vigente en China hasta pleno siglo XX. Los primeros marxistas vieron en él la versión del “comunismo primitivo”; los teóricos del “modo de producción asiático” se refirieron a él hacia 1930, haciéndolo suyo».[7] Conocemos la resistencia tenaz y polivalente[8] de los pueblos originarios americanos para defender sus tierras comunales y sus identidades[9] pero casi desconocemos el rechazo de los indios a aceptar el dinero[10] de los blancos a finales del siglo XVIII, por sus destructivos efectos, ya que facilitaban la especulación sobre sus tierras y destruían sus redes comunitarias. Intuitivamente los indios sabían que «el dinero es un depósito de poder social»[11] y esa esencia inhumana termina pudriendo toda experiencia de «banca ética», «moneda social», etc.

Una mezcla de especulación, proteccionismo y «libertad de comercio» que imponían los Estados a los pueblos precapitalistas y Estados débiles ayudó al auge capitalista. M. Beaud ha definido estas formas brutales de acumulación como «lo antiguo y lo nuevo».[12] Los actuales TTIP, TiSA y TLC son mejoras contemporáneas de la «libertad de comercio» de aquellos siglos iniciales. Por ejemplo, el Tratado de Methuen de 1703 mediante el que el imperio portugués anulaba de facto su independencia económica a cambio de la protección internacional de la expansiva Inglaterra.[13] C. Andrés Ortiz sostiene que los intentos de la Unión Europea para forzar tratados de libre comercio con Mercosur y Unasur siguen la estela del Tratado de Methuen que enriqueció a la minoría y empobreció a la mayoría.[14]

La acumulación originaria del capital[15] muestra la destrucción salvaje de lo comunal y de la autogestión de pueblos precapitalistas, proceso consustancial al capitalismo como bien demostró Rosa Luxemburg y D. Harvey confirma en el presente.[16] Luego Marx insiste en el papel creciente del capital ficticio, ya denunciado por Gilbart en 1834 con una frase: «Todo lo que facilita los negocios, facilita también la especulación y que ambos van, en muchos casos, tan íntimamente unidos, que resulta difícil decir dónde acaban los negocios y dónde empieza la especulación».[17]

La historia del capital es despiadada: expropia los comunales e ilegaliza y reprime el derecho consuetudinario que permitía a los pueblos sobrevivir con su uso, derecho precapitalista que Marx[18] defiende y justifica. El capital recurre al terror, a las corrupciones y especulaciones para impulsar al capital-dinero y especulativo, creándose una espiral de explotación sistemática que multiplica las corrupciones y violencias extremas. Ante esto, ocurre que «los obstáculos que la solidez y la estructura interiores de los sistemas nacionales de producción precapitalista oponen a la influencia disgregadora del comercio se revela de un modo palmario en el comercio de los ingleses con la India y con China»[19] porque la pequeña agricultura, la industria doméstica y la propiedad comunal oponen la más tenaz resistencia «a la producción de la gran industria».[20]

¿De dónde surge ese potencial de resistencia anticapitalista? De la dialéctica del trabajo, es decir, del hecho de que antropogenia y trabajo sean prácticamente la misma praxis liberadora que queda, sin embargo, anulada por la dominación de la clase propietaria de las fuerzas productivas.[21] El capitalismo anula el potencial liberador del trabajo mediante la unidad dialéctica de la explotación asalariada y de su subsunción en el capital, en un proceso simultáneo sometido a la ley general de la acumulación.

Mientras que el trabajo libre es una actividad orientada a un fin y modelada «según las leyes de la belleza»;[22] bajo el capital el trabajo es alienante, forzado, enajenado. «Trabajo» en el lenguaje de quien tiene que trabajar para vivir también significa «dificultad, impedimento, perjuicio, penalidad, molestia, tormento, suceso infeliz, estrechez, miseria, pobreza o necesidad con que se pasa la vida».[23] La palabra «trabajo» viene del instrumento romano de tortura llamado tripalium.

Autogestión,[24] asociación cooperativa,[25] cooperación,[26] consejismo,[27] sindicalismo y sindicatos[28] y otras prácticas son praxis diversas en sus formas pero unidas contra el tripalium. Diversidad apreciable en las cinco acepciones del término autogestión: social revolucionaria; pedagógica y cultural; popular, de comunidades y colectivos; en el trabajo en comités y comisiones; y sobre todo «la gestión por parte de los productores directos de los medios de producción en una escala general -en un pueblo, una comarca e, inclusive, en el conjunto de la economía social de un país. En este caso se habla de la autogestión social generalizada siempre en sintonía con las aspiraciones y necesidades de un autogobierno popular ejercido por los propios trabajadores -y sin intermediarios».[29]

 

[1] F. Houtart: Religión y modos de producción precapitalistas, IEPALA, Madrid 1989, pp. 11 y ss.

[2] F. Houtart: Religión y modos de producción precapitalistas, IEPALA, Madrid 1989, pp. 11 y ss.

[3] A. Rebollo: «Una historia de rebelión y diluvio», Días rebeldes, crónicas de insumisión, Octaedro, Barcelona 2009, pp. 10-12.

[4] A. Eide: «El derecho a oponerse a las violaciones de los derechos humanos...», Sobre la resistencia a las violaciones de los derechos humanos, Serbal/Unesco, Barcelona 1984, pp. 42-43.

[5] T. Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, Barcelona 2011, p. 177.

[6] J. Chesnaux: «Las tradiciones igualitarias y utópicas en Oriente», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo I, p. 48.

[7] J. Chesnaux: «Las tradiciones igualitarias y utópicas en Oriente», Historia General del Socialismo, Destino, Barcelona 1976, tomo I, p. 29.

[8] Ciro F. S. Cardoso y H. Pérez Brignoli: Los métodos de la historia, Crítica, Barcelona 1981, p. 322.

[9] B. R. Narvaja y Luisa V. Pinotti: Violencia, población e identidad en la colonización de la América hispana, Endeba, Buenos Aires 2001, pp. 60 y ss.

[10] W. R. Jacobb: El expolio del indio norteamericano, Alianza Editorial, Madrid 1973, pp. 105 y ss.

[11] D. Harvey: Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, IAEN, Madrid 2014, p. 66.

[12] M. Beaud: Historia del capitalismo. De 1500 a nuestros días, Ariel, Madrid 1986, pp. 29-55.

[13] Ma Palacios Alcalde: «Portugal en el siglo XVIII», Gran Historia Universal, CIL, Madrid 1986, tomo 18, pp. 155-156.

[14] C. Andrés Ortiz: ¿Reedición del Tratado de Methuen?, 29 de julio de 2015 (www.rebelion.org).

[15] K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, libro I, pp. 607-649.

[16] D. Harvey: Guía de «El Capital» de Marx, libro I, Akal, Madrid, pp. 295-304.

[17] K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, libro III, p. 387.

[18] K. Marx: «Los Debates sobre la Ley acerca del Robo de Leña», En Defensa de la libertad, Los artículos de la Gaceta Renana 1842-1843, Fernando Torres Editor, Valencia 1983, p, 226.

[19] K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, libro III, p. 322.

[20] K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, libro III, pp. 322-323.

[21] P. Walton y A. Gamble: Problemas del marxismo contemporáneo, Grijalbo, Barcelona 1976, p. 46.

[22] N. Kohan: Empecemos leyendo a Marx, Gama Gráficas Diseño, León 2013, p. 145.

[23] Diccionario, Espasa-Calpe, Madrid 1957, tomo VII, p, 658.

[24] M. Markovic: «Autogestión», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, pp. 58-59.

[25] S. Yeo: «Asociación cooperativa», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, pp. 51-53.

[26]

[27] B. Fine: «Cooperación», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, p. 178.

[28] R. Hyman: «Sindicalismo» y «Sindicatos», Diccionario de pensamiento marxista, Tecnos, Madrid 1984, pp. 673-678.

[29] A. Velarde: Invitación a la autogestión: en busca de una alternativa social (www.praxisenamericalatina.org).

 

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