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Comunidad Amazónica y Globalización

 “EL AGUILA ARPIA, espíritu protector del bosque y de los hijos del bosque, vuela ritualmente, dominando horizontes de tonos verdes, y va descubriendo numerosas heridas cada vez más profundas y delicadas que están enfermando el Cai Pacha, el espacio que conforman los bosques, las montañas, los ríos, las lagunas y pantanos, el espacio de unión del ser humano, del sacha  runa, con la naturaleza.

Recuerda el águila arpía, que en el pasar de los tiempos había visto la desaparición de sus hijos ardas, bolonas, bracamoros, chirinos... y hace muy poco, también la muerte del último tetete... Ahora ve con ansiedad la situación de los cofanes, sionas, secoyas, de los antiguos abijiras, hoy llamados huaorani, y de los pocos záparos que quedan. Con su vuelo incansable vela también por el futuro de los mundos shuar, achuar, shiwiar y quichua.

Mira que las heridas son profundas, miles de brocas y dardos de diamante y acero envenenan y desangran las intimidades de los supai, los seres de las profundidades de las aguas y de las montañas, los seres que guían y armonizan toda la vida.

Con un ojo divisa redes de venas y arterias extrañas, como anacondas gigantescas, que recorren retorcidas cientos de leguas grabando una grotesca cerámica en la cara de Iwia, la selva. Con el otro ojo ve lenguas de fuego y gas, arcilla química, aguas hirvientes que van desarticulando e interrumpiendo  la integridad y balance genético de millones de especies, nunca identificadas. Contamina la chacra, la laguna, el río, va arrasando y desforestando enormes espacios. Se crean ciudades, se abren carreteras, surgen plantaciones y haciendas y se militariza la selva.

Por dentro de esas venas de metal y tuerca fluye el oro negro como transfusión de vida y de riqueza hacia el consumismo sediento. Se roban especies vegetales y animales y sobre todo sabiduría, inquietando más al águila arpia, quién ahora grita de dolor.”

Juan Aulestia M.

OXFAM AMERICA

 

 

En abril de 1492 la reina Isabel y el rey Fernando concedían a Cristóbal Colón derechos de propiedad  y conquista sobre las tierras recién descubiertas. Asentadas así las bases jurídicas  que expropiaban de todo derecho a los pueblos del continente americano, el papa Alejandro VI, interpretando la voluntad divina, promulgaba una “bula de donación” mediante la que otorgaba a los reyes católicos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, todas las islas y territorios descubiertos o por descubrir a 100 leguas hacia el oeste y hacia el sur de las Azores. En 1494, la jurisprudencia canónica  reajustaba  esta voluntad divina en el Tratado de Tordesillas repartiendo el papa entre portugueses y españoles un nuevo mundo apenas descubierto. En 1529 acuerdan a su vez una línea de demarcación entre España y Portugal en el lejano oriente.

 

LA GUERRA CAPITALISTA CONTRA LA BIODIVERSIDAD

 

Estamos en la primera globalización  del capitalismo, asentada en  la lógica del imperialismo del capital comercial. La hegemonía ibérica contestada posteriormente por Inglaterra, Holanda y Francia niega toda dignidad e identidad propia a los pueblos de las tierras descubiertas. El genocidio sistemático de las poblaciones autóctonas en el continente americano va parejo con el trabajo forzado en las minas y en la encomienda ([1]) y con la  infame esclavitud aplicada a las juventudes del África Sub-Sahariana([2]). Sobre la muerte de miles de pueblos y sobre millones  de cadáveres, Europa civilizaba las nuevas tierras integrando los salvajes en la cristiandad. Sobre la gran destrucción se imponen las lenguas, culturas, valores, etnotipo, etc. del mundo europeo dominador. Los pueblos de Ayba-Yala ( nombre propio del continente americano) se identificaban aquí con la naturaleza que debe ser conquistada y sometida. Toda reivindicación de los derechos  de los “otros” se convierte en un robo  a la propiedad y derecho de los conquistadores. Pueblos, culturas, personas,  tierras, bosques, ríos, biodiversidad y trabajo son propiedad del capital comercial y de los nuevos conquistadores. El hecho de ser diverso, profesando una cultura, una lengua o una religión diferente era suficiente para la pérdida de todo derecho o pertenencia..

Los estados nacionales construidos en Europa y América en el siglo XIX a imitación de las modernas naciones creadas por las burguesías francesa y americana, destruyen las comunidades autóctonas y provocan verdaderas limpiezas étnicas al objeto de homogeneizar el territorio([3]). Estamos en la II globalización del capitalismo. El modelo del proceso es el Estado-lengua-nación, en el que la burguesía directora del proceso utiliza la lengua y la cultura del grupo mayoritario o dominante de un territorio sobre el conjunto del nuevo territorio-mercado, exterminando las realidades socio-culturales diferenciadas([4]).

Este es el caso de las nuevas naciones americanas, que sometidas a valores occidentales, proclaman abstractamente la igualdad jurídica de todos los ciudadanos ante la Ley, se olvidan de la esclavitud negra,  niegan la especificidad india  y consideran “privilegios” los residuos de libertad que mantenían estas comunidades. De esta manera, ellas vehiculizarán  un proceso de homogeneización, que lleva a la guerra de exterminio cultural y físico de las comunidades autóctonas.

Los procesos de industrialización y consiguiente urbanización hieren a su vez de manera creciente a los recursos no renovables y contaminan los recursos renovables,  desequilibrando el conjunto del ecosistema. Conocemos a si mismo una progresiva y profunda transformación en los mecanismos de dominación. .Así, la intervención de la lógica de la dominación del primer capital financiero en los territorios de ultramar mercantiliza las relaciones humanas, de manera que los mecanismos coercitivos de dominación propios de la época anterior son progresivamente sustituidos por los mecanismos de dominación económica de este período. Los flujos de monocultivo y monoproducción propios de una economía monetaria que exporta materias primas e importa productos manufacturados disuelve a la vez las comunidades campesinas autóctonas y la biodiversidad natural.

 

[1] El cataclismo fue enorme. Se destruyeron o dejaron extinguir los enormes cultivos de maíz, yuca, fríjoles, pallarés, maní, papa dulce, de la costa del pacífico; se desertizaron grandes extensiones de tierra labrada, anteriormente vitalizadas por la red incaica de irrigación; se quemaron las grandes obras de la cultura autóctona y se fundieron sus preciosas obras de arte para convertirlas en barrotes de ora y de plata. Los indios eran masivamente arrancados de las comunidades agrícolas (entre ellos iban centenares de indios escultores, arquitectos, ingenieros y astrónomos de la antigua cultura) y obligados al trabajo forzado en condiciones atroces en el interior de las minas. Se vivía 4 años, sólo 4 años en las minas de mercurio de Huancavelica  y se estima en 8 millones de vidas indias (cerca de la población total del Estado Español en la época de la conquista) las devoradas por la montaña de la plata de Potosí en tres centurias. La población descendió rápidamente. En las islas del Caribe y en algunas regiones de Norteamérica  acabaron con todos sus habitantes ; de los ocho millones de habitantes que se  contabilizaban en 1.530 para el Imperio Inca sólo quedaba 1,3 en 1.590; de los 25 millones que se contabilizaban  en 1.519 en el México central, apenas sobrevivía un millón en 1.605; los cerca de 70 millones  de indios que poblaban el continente en el momento en que llegó Colón se habían reducido siglo y medio después, a sólo tres millones y medio

[2] Ante el agotamiento físico de la mano de obra indígena, se recurrió a la importación de esclavos negros en proporciones enormes. En las minas de oro de Ouro Preto, los negros morían rápidamente  y sólo  excepcionalmente llegaban a vivir siete años  de trabajos forzados. No se sabe cuántos negros pisaron el suelo americano. Se sabe que fueron muchísimos más que los blancos que allí llegaron, pero evidentemente en las minas de oro o en las plantaciones de azúcar y algodón, sólo unos pocos sobrevivieron.

[3] Los ejércitos de Bolivar, Artigas, San Martín y Sucre derrotaron al imperio español. Negros, indios, mestizos y blancos pobres conformaron los ejércitos de los libertadores, pero como en otros lugares de América su triunfo se tornó en desdicha.

[4] La nueva aristocracia criolla, que había sido parte del sistema colonial de dominación, mandaba en los nuevos estados, mientras que para ellos.... continuaba la hacienda, el despojo de los Ayllus, los diezmos, la servidumbre, el exterminio, la marginación y la aculturización. La independencia criolla parceló las tierras comunitarias primero para reconstruir los grandes latifundios más tarde; reorganizó la colonización de la Amazonía, promovió la pérdida de identidad colectiva de las nacionalidades indígenas,  e impusó el reino de la propiedad privada y el comportamiento individualista.

 

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