Visitas: 2608

         original

 

Informe presentado por la camarada Dolores Ibárruri

 ante el Pleno ampliado del Comité Central

del Partido Comunista de España

(Septiembre de 1970)

Transcripción íntegra del opúsculo

de 61 páginas (125 × 210 mm),

publicado por Editions Sociales,

París 1971.

 

España, Estado multinacional

Camaradas:

 

Después de haber conocido, a través de la discusión del informe del camarada Carrillo, lo que pudiéramos llamar torneo de abnegación, de heroísmo, de combatividad y de inteligencia política que ha representado la lucha de nuestros camaradas, de la clase obrera y de los campesinos contra el régimen, y en la que permanentemente se arriesga la libertad y aun la vida, como en Granada, me siento ante vosotros un tanto perpleja y desconcertada.

Y me siento desconcertada y perpleja porque al exponer en esta reunión, y en nombre del Comité Ejecutivo, el problema nacional, os comprometo u obligo a añadir, a los múltiples motivos que impulsan y animan nuestra lucha contra la dictadura, uno más: el de la defensa del derecho de las nacionalidades existentes en nuestro país a la autodeterminación, ya que, entre las cuestiones que en la lucha por la democratización de España deberán ser resueltas con prioridad a otras más generales, está el problema nacional, que es en substancia el derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a disponer libremente de sus destinos.

Y ello no sólo porque es de justicia, sino porque la correcta solución de esta exigencia nacional de catalanes, vascos y gallegos, hará más viable la solución de los múltiples problemas políticos, económicos y sociales que han de surgir ante la clase obrera y fuerzas democráticas al desaparecer la dictadura.

En España la cuestión nacional –que con la República comenzó a abordarse– va indisolublemente unida a la lucha por la democracia y el socialismo.

De aquí que la clase obrera de nuestro país, como la clase más consecuentemente revolucionaria, y que lleva en sí misma el futuro de una España socialista, debe ser la más interesada en la defensa del derecho de estas nacionalidades a la autodeterminación.

Por dos razones: Primera, porque en la lucha contra la reacción, que tiene la responsabilidad histórica de que este problema siga aún sin resolver, el peso de la clase obrera puede ser decisivo. Y segunda, porque sólo la participación de la clase obrera en esa lucha puede asegurar la solución del problema nacional de acuerdo con los intereses fundamentales del desarrollo democrático de nuestro país.

Por otro lado, es evidente que la solución del problema nacional, de una manera popular y democrática, será uno de los más serios golpes a la reacción oligárquica y monopolista, y permitirá al mismo tiempo establecer nuevas formas de entendimiento y de colaboración entre todos los pueblos de España.

Cuando, en 1939, el general Franco proclamaba su voluntad «de imperio» en la España «una y grande», sólo en la oquedad del Panteón del Escorial podía hallar eco y resonancia la histriónica declaración del Caudillo, si los muertos fuesen capaces de reaccionar ante los descomunales disparates de los vivos.

Frente al dictador, se levantaba la historia multisecular de los pueblos peninsulares en lucha permanente por sus derechos y libertades, defendidos y .mantenidos en el largo combatir contra los invasores extranjeros; se levantaba la realidad multinacional de España que clamaba con la voz inextinguible de las naciones y regiones vivas y actuantes: «fuimos, somos y seremos»..

La España «una, grande e imperial», que campea en las banderas franquistas bajo símbolos medievales, como el yugo y las flechas, arrancados de viejos escudos, que hablan de guerras y de luchas fratricidas, no tiene nada de común con la verdadera España.

En su territorio peninsular e insular, España es varia y múltiple en sus hombres y en sus pueblos, y nada ni nadie puede borrar esta realidad. Un nexo común fundamental existe entre todos los pueblos y regiones de España: la clase obrera. Ella es igual a sí misma en todas las regiones y nacionalidades. Ella es hoy, y lo será aún más mañana, el aglutinante humano y social del multinacional Estado español, que habrá de estructurarse democráticamente al desaparecer la dictadura franquista.

De aquí nuestra insistencia en que la clase obrera haga suya, junto a todas las fuerzas nacionales democráticas y en interés del desarrollo de nuestro país, la defensa del derecho de Cataluña, Euzkadi y Galicia a la autodeterminación.

«Es necesario fundir –aconsejaba Lenin refiriéndose a la lucha por el derecho de las nacionalidades– en un torrente revolucionario único, el movimiento proletario y campesino y el movimiento democrático de liberación nacional.»

Y en respuesta a algunos jóvenes camaradas que preguntan ¿dónde está el origen de la estructuración centralista actual del Estado español?, yo quiero responder aunque sea brevemente: Este proceso centralizador, que es común al desarrollo de la burguesía en todos los países, tiene en España características específicas.

Iniciado por los Reyes Católicos, es continuado por monarquías extranjeras que aplastan violentamente los fueros y libertades de los pueblos y regiones peninsulares, mientras dejan subsistiendo derechos y privilegios aristocráticos y feudales que han pesado duramente sobre toda la vida española y frenado el desarrollo político, económico y social de España.

Al analizar el nacimiento y desarrollo de la burguesía en el «Manifiesto del Partido Comunista», Marx y Engels dicen de ésta:

«Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en un pequeño número de manos. La secuela obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, teniendo intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras distintas, fueron reunidas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola tarifa aduanera.»

Y así, el Estado centralizado y centralizador asumió por sí y ante sí, en interés de las clases que representaba, que eran la naciente burguesía y los grandes propietarios agrarios, todas las prerrogativas que antes de su formación aparecían como de derecho natural, tradicional e inalienable de las distintas entidades nacionales o regionales, sometiendo a éstas a un rasero unificador que rechazaban y que a la fuerza fueron obligadas a aceptar.

Siendo esto cierto en general –y Marx se apoyaba en distintos ejemplos, y fundamentalmente en los de Inglaterra y Francia, cuya burguesía hizo la revolución contra el feudalismo–, en nuestro país se produjo de una manera distinta, lo que explica su atraso, la diferencia en su desarrollo y la subsistencia del problema nacional, que hoy discutimos.

La ley, que la fuerza impuso, se hizo costumbre sin que en los pueblos que eran enyugados al Estado centralizador desapareciese el sentimiento de su idiosincrasia nacional. Sentimiento que en las condiciones creadas en España continúa vivo y actuante y es portador de una gran fuerza movilizadora y revolucionaria.

¿Se puede continuar aceptando el concepto tradicional reaccionario uniformador impuesto por la violencia a los pueblos y regiones de España por las oligarquías terratenientes, financieras y monopolistas que la dictadura de Franco encarna?

No; no puede aceptarse, porque España es Cataluña, es Euzkadi, es Galicia. España es Aragón, es Navarra, es Castilla, es Asturias y León, es Extremadura y Andalucía, es Valencia, es Murcia y Albacete. Es la España multinacional y multirregional.

Y si el concepto de la España «una» nunca fue aceptado por los pueblos que se sentían oprimidos por el yugo centralizador, hoy la repulsa a ese Estado y a esa situación abarca incluso a fuerzas y clases sociales que en otros tiempos mantenían opiniones distintas.

La dictadura franquista, con la que las tuerzas más obtusas y reaccionarias creían haber asegurado por siglos su dominación sobre unos pueblos capaces de inmolarse defendiendo su derecho a ser libres –por su brutalidad, por su incompetencia, por su cínico aprovechamiento de todas las riquezas nacionales en beneficio de la camarilla gobernante–, ha radicalizado el proceso democrático y descentralizador que hoy sacude hasta los cimientos del régimen.

Y si «París bien vale una misa», como dijo un rey francés no católico, la transformación de nuestra vieja España en una España democrática y progresiva, en la que las nacionalidades y regiones tengan la posibilidad de desarrollarse, bien vale el esfuerzo de la clase obrera, de los campesinos y fuerzas democráticas por lograr esa transformación...

 

Nuestra posición

 

En este orden los comunistas nos pronunciamos por el reconocimiento, sin ninguna limitación y con todas sus consecuencias, del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.

A nadie que conozca, aunque sea parcialmente, la teoría marxista leninista, puede extrañar que sea el Partido Comunista de España el más consecuente defensor del derecho de las nacionalidades a la autodeterminación.

Y ello, no como una posición política propagandística o coyuntural, sino con la firme decisión de luchar por que sean una realidad las aspiraciones nacionales de los pueblos que entran en la composición del Estado español.

Esto no es casual. Es la continuación consecuente, no sólo de la política de la Internacional Comunista, de la Internacional de Lenin, respecto a las nacionalidades, sino de la Primera Internacional, de la Internacional de Marx y Engels.

Oponiéndose a las teorías anarquistas del prudhonismo, que rechazaba la lucha por los derechos nacionales, en nombre de una pretendida revolución social, Marx promovía en un primer plano el principio internacionalista de las naciones, declarando «que no puede ser libre el pueblo que oprime a otros pueblos»...

Consecuente con este criterio, y desde el punto de vista de los intereses del movimiento revolucionario de los obreros alemanes, Marx exigía, en la revolución de 1848, que la democracia victoriosa en Alemania proclamase y llevase a cabo la liberación de los pueblos oprimidos por los alemanes, como exigía igualmente en 1867 la separación de Irlanda de Inglaterra, añadiendo «aunque después de la separación se llegue a la federación».

Reafirmando las opiniones de Marx respecto al derecho de las nacionalidades a desarrollar su personalidad independiente, la defensa de este derecho constituyó una de las tesis marxistas aprobadas en el Cuarto Congreso de la Internacional Socialista celebrado en Londres en 1896, en la que se decía:

«El Congreso se declara favorable a la autonomía de todas las nacionalidades.

Expresa su simpatía a los trabajadores de todos los países, que sufren actualmente bajo el yugo del despotismo militar o nacional o de cualquiera otro despotismo.»

De esta tesis, los partidos socialistas de Europa, con excepción de los marxistas rusos, encabezados por Lenin, aceptaban únicamente la llamada autonomía nacional cultural.

Sólo después de la revolución socialista de Octubre de 1917, al constituirse –en 1919– la Internacional Comunista, esta tesis, respaldada por las realizaciones soviéticas en la solución del problema nacional, fue incorporada a los programas de aquellos partidos comunistas en cuyos países existía el problema nacional, entre ellos el nuestro, que la mantuvo permanentemente en sus programas, como una premisa revolucionaria de primera categoría, en la lucha por la revolución democrática y por el socialismo.

El reconocimiento del derecho de autodeterminación de los pueblos y naciones, es la piedra angular de la teoría marxista leninista en la cuestión nacional, y a quienes niegan la existencia en España del problema nacional, considerándola como una nación única, quiero recordarles algunas opiniones expresadas por hombres que nada tienen de común con el comunismo acerca de la formación de los pueblos de España.

En un admirable estudio del conocido historiador catalán Bosch y Guimpera, publicado en 1940, y refiriéndose a la situación real de España en orden a la no fusión de los pueblos peninsulares, se dice que:

«Los pueblos que arrancan del proceso secular de las naciones medievales en que cristalizaron, siguen dando a España el carácter de un complejo polinacional, y la

 

 

 

 

Ver el documento completo          original