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Jesús Beguiristain era el colaborador más antiguo de Malagón. Resulta difícil establecer una biografía exacta de este personaje. Al parecer, sus padres eran tipógrafos y fundadores de Izquierda Republicana en el municipio guipuzcoano de Lasarte-Oria.

Tras la sublevación militar ingresó en la Bala Roja y luego en el Batallón UHP, mientras que sus hermanos José y Narciso también fueron milicianos. Durante la Guerra Civil mandó la 4ª y la 157ª brigadas en el Norte y la 103ª en Extremadura.

Fue degradado al retroceder su unidad ante el enemigo. La contienda se cebó en su familia: su padre fue fusilado en Burgos y a su madre la raparon al cero, le obligaron a beber aceite de ricino y pasó muchos años encarcelada.

Durante la II Guerra Mundial uno de sus hermanos sirvió en una división blindada aliada y murió en combate. Beguiristain pasó el período de la guerra mundial en México y llegó a Francia en los años cuarenta, incorporándose al Equipo Técnico. A decir de los que le conocieron era un auténtico virtuoso del pincel que a veces sustituía como reto los sellos de correos por dibujos propios. La presión de estar siempre encerrado, sin ver la luz del sol, falsificando documentos, le resultaba difícil de soportar. El tabaco y la botella de coñac eran su forma de evasión.

Murió de cáncer del pulmón en 1964 y más de 3.000 españoles asistieron al entierro. También durante los años 60 murió por problemas cardíacos otro de los primeros colaboradores de Malagón. Atendía al nombre de Luis Olivares, pero no era su verdadera identidad. Sus funciones eran más bien administrativas, si bien también realizaba sus “pinitos” como dibujante. Su relación con Malagón y Beguiristain eran mala y parece que cesó en su trabajo cuando la Oficina se trasladó de Toulouse a París.

 

Aparecido en el libro de “Malagón, autobiografía de un falsificador”, pág. 159:

..... La fortuna, además, nos trajo a Jesús Beguiristain, un vasco recién llegado de México, y un técnico de verdadera valía. Jesús nos vino como anillo al dedo porque estábamos teniendo muchos problemas para abastecer en cantidad suficiente documentos que llevasen fotografía. “Andrés”, en adelante así llamaríamos a Jesús, dominaba muy bien la técnica del dibujo litográfico. Desde el momento de su incorporación y sin apenas necesidad de adaptación, corrió con la responsabilidad del dibujo de las reproducciones de documentos para , a continuación, hacer los grabados de las planchas de cinc, tarea ésta que era realizada por los camaradas de Le Patriote. La integración del nuevo compañero me vino a liberar de mucho trabajo y permitió que me dedicara a investigar cómo manipular los originales que nos llegaban con fotos incorporadas en al misma cartulina. Mantengo fresco el recuerdo de uno e aquellos documentos, que utilizó para su trabajo en Cataluña José Serradell Pérez “Román”. Después de muchas pruebas tuve que pintar la foto a pincel casi en su totalidad, pues de principio contaba con una imagen muy tenue lograda a base de gelatina bucromatada.

Con nosotros: Luis, Jesús y yo, vivía también una muchacha, Carmen Izaurrondo, que se ocupaba de la comida, la limpieza y de las tareas de la casa. Su hijo, Sergio (de cuatro o cinco años), igualmente compartía techo y comida junto a su madre. Era una muchacha navarra a la que se le había dado la falsa información de que su marido había delatado a sus compañeros. La reacción de esta mujer fue arrancarse de cuajo el recuerdo de su compañero; ni vivo ni muerto. Imagino que si la pusieron con nosotros se debió a que alguien estimaba que ella, a pesar de todo, era de plena confianza. Con el tiempo, Jesús y la navarra iniciaron una relación de pareja que fue estupenda, lo mismo entre Jesús y el niño, Sergio. Jesús Beguiristain se había casado durante la guerra, y su mujer permaneció en España con un hijo cuando él se exilió.