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A MODO DE INTRODUCCIÓN

 

Estamos asistiendo a la última etapa de la existencia del PCE como Partido Comunista.

Para unos es una sorpresa; para otros, motivo de alegría; para muchos, entre los que nos contamos, motivo de pena.

En cuanto a la explicación de las causas de la descomposición del PCE, las hay para todos los gustos, pero la inmensa mayoría de las gentes las colocan en estos últimos siete años. En fracasos electorales, en lucha entre los del exilio y los del país, y entre generaciones y profesiones.

La verdad es que el origen de las causas viene de mucho más lejos. En las páginas que siguen yo voy a dar mis opiniones sobre aquellas causas que yo considero las principales. Y para hacerlo voy a recurrir a hechos vividos por mí desde nuestra guerra y a las opiniones dadas por otros y también por mí a partir de 1939.

Sólo aclarando diferentes épocas pasadas de la vida del PCE, de sus órganos dirigentes y de sus hombres se puede comprender lo que está sucediendo hoy dentro del PCE y en el movimiento comunista español en su conjunto. Debo confesar, sin embargo, que habrá cosas que aún se quedarán en el tintero, o ya en el papel, pero que hacerlas públicas y llegar hasta el fondo de su verdadero contenido no ayudaría al comunismo en la época en que vivimos y en la etapa inmediata, y yo soy, ante todo, comunista.

Una de las preguntas con que más me encuentro es cómo Carrillo pudo llegar a la Secretaría General del Partido. Sí, es difícil de comprender, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta la propia historia del PCE, cómo surgió, las diferentes etapas por que pasó, la composición de sus diferentes direcciones, las características de sus máximos dirigentes a lo largo de su existencia.

Se debe tener en cuenta, asimismo, que de 1920 a 1982, es decir de los sesenta y dos años de lo que fue PCE, casi cincuenta los ha pasado en la clandestinidad, terreno abonado para toda clase de vulneraciones en un partido revolucionario.

Por ejemplo, son muchos los que acusan a Carrillo de haber sido enviado al PCE por determinados servicios de espionaje. Conste que yo no quiero caer en la práctica de la «espionitis» de la que desde hace tantos años vengo acusando a Carrillo; pero los hechos están ahí y cuanto más vueltas le doy más me encuentro con un Carrillo tremendamente sospechoso de ser autor de todo eso que él ha acusado falsamente a tantos comunistas honestos; es decir, de haber sido enviado al PCE por servicios de espionaje.

Por poco que nos fijemos nos encontramos con un Carrillo escurridizo y siempre con contradicciones al hablar de sí mismo. Yo leí algunas biografías encargadas por Carrillo a ciertas gentes: Debray y Gallo, A. María Yagüe, donde Carrillo les cuenta lo que le parece y como le conviene. Ahora tiene anunciada otra biografía de Carrillo su socio de fechorías, en otra época, Fernando Claudín. Ése sí que podría decir cosas sobre determinadas épocas siniestras de Carrillo. Claudín, junto con Dolores, fueron guardianes en Moscú de las dos maletas de microfilmes con las historias de una parte de los crímenes de los años cuaren­

ta y parte del cincuenta.

Pero Claudín no escribirá sobre eso. Claudín, como buen empollón, parirá un soporífero mamotreto para aumentar el confusionismo que ya existe, y, a la vez, echarle un cable a su compadre Carrillo y cubrirse él mismo de sus propias responsabilidades.

Pero veamos algunos hechos en que se basan las sospechas de unos y las acusaciones de otros sobre Carrillo.

Al producirse la sublevación fascista, Carrillo estaba en Francia y no regresa a España hasta un mes después. Ahí tenemos ya un mes del que no conocemos nada de lo que hizo Carrillo. Él cuenta una historia, pero nadie puede confirmarla, nadie dice haberle visto durante ese mes.

Después de ese mes de misterio Carrillo aparece en Madrid donde, aprovechándose de que Trifón Medrano y otros comunistas dirigentes de las JSU están en el frente, se apo­ dera, junto con Ignacio Gallego, Federico Melchor, González Jerez, Manuel Azcárate, Fernando Claudín y otros del mismo corte, de la dirección de la organización juvenil.

Sobre su conducta en la guerra, luego en Francia y su estancia en Moscú hablo en Otro lugar, por eso no lo haré aquí.

Una de las cuestiones que más llama la atención a los camaradas son las relaciones de Carrillo con los yanquis.

En el capítulo que aquí dedico a la lucha por la paz, trato de la oposición de Carrillo a que denunciáramos las bases militares norteamericanas en España, a que preparásemos nada contra ellas y a que se publicaran los dos folletos preparados por mí. En esa época yo lo achacaba a las malas relaciones que había entre él y yo. Pero con el tiempo he ido ligando hechos. Todo ello lo uní con cosas más lejanas y más cercanas.

Las facilidades que encontró Carrillo en Estados Unidos en 1940, a su llegada allí procedente de la Unión Soviética; la facilidad con que pudo moverse por América latina hasta 1944, año en el que regresó a Europa. Las facilidades con que Carrillo contó para ese regreso. En plena guerra llegó a Lisboa, procedente de Montevideo, con toda tranquilidad, atravesando un mar dominado por yanquis e ingleses; vivió la gran vida durante varias semanas en un Estoril plagado de agentes de servicios secretos; pasó tranquilamente a África por un área también plagada de ingleses y yanquis, área en la que incluso los jefes de la resistencia francesa no penetraban sin el visto bueno de la CSS (la predecesora de la CIA) y del Intelligence Service, para desembarcar, no menos tranquilamente, en Argelia, ciudad en la que permaneció unas semanas para seleccionar unas cuantas personas y ponerlas a disposición de los servicios secretos yanquis, que después de instruirlas las enviaron a España para hacer espionaje por su cuenta. Completó Carrillo su obra en África echando del Parti­

do a los que no se le sometían, y terminada su misión allí entró en Francia, cruzando otra vez un mar estrictamente dominado por ingleses y norteamericanos. ¿Quién tenía interés en que Carrillo llegara a Francia antes que ningún otro dirigente del PCE? El Partido, no. Carrillo vino a Europa por cuenta de otros, pero no por una decisión de la dirección del Partido. Carrillo, en América, estuvo siempre

independiente del Partido.

Viendo las relaciones cada vez más estrechas de Carrillo con los yanquis hoy, su conducta pasada aparece con toda claridad. Su actividad de ayer era la preparación de su política, de sus actividades y de sus relaciones de hoy.

En cuanto a la tan frecuente interrogante de cómo es posible que Dolores lbárruri le permitiera a Carrillo la destrucción del Partido, también en las páginas que siguen encontrará el lector una parte de la explicación. Dolores lbárruri ha odiado siempre a Carrillo; ha dicho sobre él las cosas más despreciativas que yo haya podido escuchar. Pero Dolores lbárruri le tiene miedo. Carrillo ha logrado irla comprometiendo en sus crímenes y cada vez que en los años sesenta y setenta yo la invité a que dijera la verdad al Partido, me respondía que prefería tirarse por una ventana. La última vez que intenté convencerla fue en febrero de 1970, en su casa de Moscú. Casi todo el secreto está en los hechos sangrientos en que Carrillo ha logrado comprometerla. Y digo casi todo, y no todo, porque queda algo más que prefiero no incluir aquí.

 

Capítulo primero

 

DISCUSIONES EN MOSCÚ, 1939

 

Yo llegué a Moscú el 14 de abril de 1939. En la estación me esperaba el camarada Manuilski, miembro del Secretariado de la Internacional Comunista. Nos llevó a Carmen, a la niña y a mí a su dacha en Kúntsevo, cerca de Moscú, donde habíamos de residir hasta septiembre, en que yo ingresé en la Academia Militar.

El camarada Manuilski esperaba mi llegada para ir los dos al sanatorio de Barbija, donde estaban en tratamiento Jorge Dimitrov y José Díaz, y para donde salimos después de dejar a Carmen y a la niña en la dacha. Llegamos al sanatorio a las once de la mañana y partimos a las ocho de la noche porque los médicos ya nos echaron. Durante nueve horas estuve bajo el fuego de las preguntas de los tres.

Me impresionó el amplio y profundo conocimiento que los camaradas Dimitrov y Manuilski tenían de todo el problema español y el humanismo que se desprendía de todas sus preocupaciones en cuanto a la trágica situación en que se encontraba el pueblo español después de la derrota y de los españoles recluidos en los campos de concentración en Francia y África.

De vez en cuando, según yo iba hablando, Dimitrov o Manuilski tomaban el teléfono para dar las instrucciones que debían ser comunicadas a París, en relación con la situación de diferentes camaradas, pero el tema central de las preguntas era el político. ¿Qué había pasado en el último período de la guerra, y sobre todo en la zona centrosur? ¿Cuál había sido la actitud de los órganos dirigentes del Partido y de sus diferentes miembros? ¿Cuál había sido la conducta de Togliatti y de los demás delegados de la IC?

Fui reservado en mis respuestas y me callé cosas y opiniones que más tarde dije en las reuniones de la dirección del Partido presididas por José Díaz. Me parecía que eso era lo correcto, y José Díaz fue el primero en apreciarlo así.

En el resto de abril y primeros días de mayo fueron llegando diferentes miembros de la dirección del Partido: Dolores Ibárruri, Jesús Hernández y su mujer, Juan Comorera y la suya, Pedro Checa y la suya, Togliatti y la suya, Vicente Uribe y Modesto. Todos ellos se fueron alojando en la dacha de Manuilski. José Díaz salió de la clínica y también vino a alojarse allí con su mujer y su hija. Llegó asimismo a Moscú Santiago Carrillo, con su mujer y su hija, mas con gran sorpresa para mí no lo trajeron a la dacha ni lo llevaron al hotel Lux, donde estaban Enrique Castro y otros miembros del CC, sino que lo metieron en el hotel Nacional, y ello a pesar de ser miembro suplente del Buró Político, mientras que Comorera, Modesto y yo sólo lo éramos del CC. Pero ésta no sería mi única sorpresa en relación con Carrillo.

 

 

Discusiones en Moscú

 

Hacia últimos de mayo dimos comienzo en la dacha a un examen de nuestra guerra y sobre todo del final de la misma. Participábamos en ese examen, bajo la presidencia de José Díaz, secretario general del Partido, los miembros del BP Dolores Ibárruri, Vicente Uribe, Jesús Hernández y Pedro Checa, y los miembros del CC Juan Comorera, Juan

Modesto y yo. Participaba asimismo Palmiro Togliatti, que había sido hasta el último momento delegado principal de la IC ante nuestro Partido. Segunda sorpresa para mí: la no participación de Carrillo, siendo miembro del BP y estando en Moscú desde mediados de mayo.

En el libro Mañana España (pp. 73-79) recurre Carrillo a inventar fechas para querer demostrar que él no estaba en Moscú cuando esas discusiones tuvieron lugar.

Carrillo llegó a Moscú, junto con su mujer e hija, en mayo de 1939, y no el 26 de diciembre como él afirma. De Moscú sale para América junto con su mujer e hija y Juan Comorera. El viaje lo hicieron a través del Japón. Toda esa estancia en Francia y Bélgica es falsa. Carrillo mezcla unas fechas e inventa otras según le convienen. Falso también su residencia en el hotel Lux. Vivió en el hotel Nacional. Falso lo de su trabajo como secretario de la Internacional

Juvenil Comunista y lo de sus reuniones con el secretariado del Komintern. Y falso, asimismo, que la misión que él llevaba para América tuviese nada que ver con la organización de la juventud. La misión era otra.

Con todas esas falsedades Carrillo quiere ocultar la verdad de que vivió en Moscú como apestado, sin participar en las discusiones políticas que allí hubo ni en ninguna actividad dirigente.

Debo decir que yo casi no conocía personalmente a Carrillo. Le había visto dos o tres veces durante la guerra, ninguna de ellas en el frente; y un día en el parque Máximo Gorki de Moscú nos encontramos por casualidad al estar yo paseando con mi mujer y nuestra hija y él también con su mujer y su hija.

En mis conversaciones con Uribe en 1961, a las que me referiré más adelante, éste me dijo que Togliatti y José Díaz se habían opuesto a que Carrillo fuese a vivir a casa de Manuilski, donde vivíamos los demás, y que participase en nuestras reuniones.

Esta oposición se debía a que, lo mismo en el Secretariado de la Internacional Comunista que en el Buró Político de nuestro Partido, existía un estado de ánimo de repulsión hacia él, no sólo por su pasado trotskisante, sino porque había cosas sucias en su conducta. Había no sólo la indecente carta a su padre, sino también el haber sacado de la cárcel de Madrid, cuando era jefe de policía, a un tío suyo falangista y haberle hecho pasar al campo enemigo.

Había la traición a Largo Caballero, gracias al cual Carrillo había llegado a la Secretaría General de las Juventudes Socialistas, y había las persecuciones contra sus propios compañeros de dirección de la juventud socialista que no se sometieron a él incondicionalmente al realizarse la unificación de las Juventudes Comunistas y Socialistas, creándose las Juventudes Socialistas Unificadas.

Otra cosa sobre la que había —y sigue habiendo y un día se llegará a aclarar— graves sospechas es su papel en la muerte de Trifón Medrano, desaparecido el cual Carrillo quedaba como dirigente absoluto de las Juventudes Socialistas Unificadas. De esto algo dijo Indalecio Prieto y, una vez que surgió en una conversación del CE del Partido, Carrillo se puso furioso y paró toda posible discusión.

Al revés de lo que hacían Carrillo y otros miembros de la dirección de las JSU en aquella época y actualmente miembros del CE del Partido de Carrillo, de emboscarse en la retaguardia, Medrano empuñó el fusil desde el primer día de la sublevación, conquistando en los combates de Madrid, de la Sierra y de Talavera sus galones de comandante y aumentando su prestigio de auténtico dirigente de la juventud española.

En tal caso, José Díaz no sólo se negó a que Carrillo participase en las discusiones a las que vengo refiriéndome, sino que ni siquiera quiso hablar con él.

Cuando llevábamos unas tres semanas discutiendo entre nosotros, dio comienzo una discusión paralela con el Secretariado de la IC en la que participaba todo nuestro grupo. Esas discusiones que duraron unos dos meses no fueron nada fáciles con el Secretariado de la Internacional Comunista, pero sobre todo entre nosotros. En las discusiones con el Secretariado de la IC estábamos todo el grupo, pero los que tomaron una mayor participación fueron José Díaz, Vicente Uribe y Jesús Hernández.

Las discusiones entre nosotros, repito, no sólo no fueron nada fáciles, sino que en diferentes momentos adquirieron una gran violencia, sobre todo al tratarse el último período de la guerra en Cataluña y en la zona centro-sur. José Díaz exigió una y otra vez una explicación de por qué no se habían cumplido las decisiones tomadas antes de su salida para la Unión Soviética —a donde se marchó muy enfermo— de que el BP del Partido y la dirección de las JSU se trasladaran a Madrid y a Valencia, quedándose en Cataluña Uribe con su doble carácter de miembro del BP y de ministro del Gobierno. Insistía José Díaz, y con razón, en que durante la batalla del Ebro había quedado clara la conducta capituladora de toda una serie de altos mandos y de dirigentes políticos en la zona centro-sur. Sostenía José Díaz, y también con toda razón, que una de las enseñanzas de la batalla del Ebro era que el ejército de la zona catalana no podría resistir solo todo el peso del ejército enemigo; por eso era necesario mover a los ejércitos de la zona centro-sur para obligar al enemigo a dividir sus propias fuerzas.

En el libro Alerta a los pueblos el general Rojo escribe: «La batalla de Cataluña comenzamos a perderla al suspenderse la operación sobre Motril. Hubiera bastado ese ataque, en relación con las subsiguientes maniobras de Extremadura y Madrid, para desarticular el plan adversario o, cuando menos, si Franco sacaba tropas de Cataluña, para ganar algún tiempo más del que nos concedió el temporal de lluvias y lograr que el ansiado armamento hubiera llegado oportunamente para ser útil en Cataluña y en la región central.»

¿Dónde estaban, mientras esto sucedía, los miembros más destacados de la dirección del Partido y de las JSU?

En su casi totalidad, en Cataluña y con los coches enfilados hacia la frontera.

 

 

 

 

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