PREFACIO
I
Los criterios seguidos en la realización de esta nueva edición de los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, aun correspondiendo en su inspiración a aquéllos anunciados oportunamente cuando tal edición fue proyectada,[1] no pueden fundamentarse adecuadamente sin insistir en la trabajosa génesis de la obra y de su fortuna. Por lo general, las controversias interpretativas originadas por la obra gramsciana prefieren prescindir de este aspecto. Se tiende a considerar esta génesis como un simple hecho, una circunstancia externa, esto es, algo a lo que no debe darse un peso excesivo en la evaluación de la importancia y del significado teórico de la obra. En tal actitud es posible reconocer un elemento positivo: el rechazo a reducir el valor de la obra gramsciana a los límites de una dimensión heroico-sentimental de "testimonio de la época", solamente susceptible de evocaciones conmemorativas. Sin embargo, no hay duda de que separar la trama de determinadas nociones teóricas sobre el modo como aquélla se ha formado, nos expone más fácilmente al riesgo de malinterpretado, y, en el caso de Gramsci, tal cosa ha sucedido más de una vez.
Algo semejante, por lo demás, ha sucedido también con los juicios sobre el hombre Gramsci. La sombra de la leyenda ha acompañado siempre su actividad y su obra. Objeto de odios implacables y de sarcasmos despectivos por la forma corno se entregó a la lucha política, podía suscitar por el mismo motivo una admiración que a menudo desembocó en la hipérbole o en amplificaciones deformantes. Incluso en el conocido retrato trazado por Gobetti en 1924 para La Rivoluzione Liberale,[2] cuando Gramsci fue elegido diputado en un parlamento ya fascistizado, se introdujeron algunos elementos legendarios: aparece la imagen de un Gramsci visto como "profeta" revolucionario ("más que un táctico o un combatiente"), así como otros rasgos en los que se refleja más el carácter del retratista que e! de su modelo. No puede decirse que aquella imagen fuese falsa, sin ninguna relación con la realidad. Debe decirse más bien que en este Gramsci gobettiano, como en otras descripciones legendarias evocadas en ese mismo periodo, la realidad es transfigurada, convertida sobre todo en mensaje de acción, fuente de repercusiones emotivas, al menos mientras logre hallar destinatarios apasionados. Cierto es que no eran muchos entonces estos destinatarios; en la sombra discontinua de su leyenda tos vacíos seguramente predominaban sobre los llenos. En 1927, antes aún de que se efectuara el proceso del Tribunal Especial, Togliatti escribía en Lo Stato Operaio, la revista del Partido Comunista Italiano publicada en la emigración, su primer artículo sobre Gramsci, "un dirigente de la clase obrera". "La historia de nuestro partido está aún por escribirse. Quien la escriba y sepa captar, por encima de los sucesos políticos y administrativos particulares, la gran línea de su formación histórica como vanguardia de la clase obrera, tendrá que dar a Antonio Gramsci el lugar de honor".[3] Pero también podía suceder que poco después, al llegar Gramsci al reclusorio de Turi para cumplir la condena que le fuera impuesta por el Tribunal Especial, los primeros detenidos políticos, incluso aquéllos de su mismo partido, con los que entró en contacto, ignoraban hasta su nombre y acogieron al recién llegado como a "uno cualquiera".[4]
El mismo Gramsci ha dejado una colorida descripción de la experiencia que pudo hacer con su propia "fama" durante las peregrinaciones por cárceles italianas en los primeros meses de detención. En una carta del 16 de febrero de 1927 (escrita para confortar a su cuñada preocupada por su suerte) encontrarnos estas anotaciones divertidas: "Yo no soy conocido fuera de un círculo bastante restringido, por ello mi nombre es deformado de todas las formas más inverosímiles: Gramasci Granusci, Grámisci, Granísci, Gramásci, hasta Garamáscon, con todos los intermedios más extraños". En la cárcel de Palermo, durante un "tránsito", un ácrata ultraindividualista, que rechazaba cualquier nombre que no fuese "el Único" ("Soy el Único y basta") lo presenta a otro detenido: "Me presentó, El otro me miró largo rato, luego preguntó: `¿Gramsci, Antonio?' `Sí, Antonio', respondí. 'No puede ser, replicó, porque Antonio Gramsci debe ser un gigante y no un hombre tan pequeño.' No dijo nada más, se retiró a un rincón [...] y se puso, como Mario ante las ruinas de Cartago, a meditar en sus ilusiones perdidas". Más tarde, también el brigadier de la escolta, que le preguntó durante el interrogatorio si era pariente del "famoso diputado Gramsci", mostró desconcierto al descubrir que el recluso a él confiado era precisamente el "famoso diputado": "Me dijo que se había imaginado siempre mi persona como 'ciclópea' y que estaba muy desilusionado". Pero luego no renunció a exhibirle su variopinta cultura de autodidacta, y en cierto punto comenzó a llamarle "maestro".[5]
En estos episodios, aunque marginales, es lícito ver el signo emblemático de los límites impuestos a la difusión de una leyenda confiada en gran parte a una tradición oral, a los testimonios de los amigos y compañeros de lucha. indirectamente también Gramsci contribuyó, sin quererlo, a determinar estos límites, con su negativa, por ejemplo, a autorizar la publicación de sus artículos periodísticos, aparecidos en su mayor parte anónimos en el Grido del Popolo y en el Avanti! turinés, en L'Ordine Nuovo semanal, y luego en todos los órganos de prensa del nuevo partido comunista. Las razones de moralidad cultural con que Gramsci justificó esta negativa (hablando de escritos del día, que debían morir "después de cada día") tal vez no lo dicen todo. Ciertamente, ayuda más a comprender el carácter del hombre —que influyó profundamente, si no andamos errados, en el carácter de su obra— aquel esfuerzo continuo de construcción de si mismo que es la característica más original e inconfundible de su personalidad tal como se revela en los Cuadernos y en las Cartas de la cárcel. En esta fatigosa construcción de si mismo Gramsci no vio nunca la misión de un "gigante", sino más bien el simple deber de un "hombre medio". Así, en una página famosa de los Cuadernos, podía hablar de su propia experiencia como peculiar de un "triple o cuádruple provinciano" cuyos procesos vitales "se caracterizan por el continuo intento de superar un modo de vivir y de pensar atrasado";[6] y en una carta menos conocida (de noviembre de 1927) sentía la necesidad de reaccionar ante algunas manifestaciones de pánico que le había parecido advertir en algunas actitudes de personas de su familia, recordando los sufrimientos padecidos desde su juventud y las penosas condiciones que le habían templado el carácter:
Me he convencido de que aun cuando todo está. o parece perdido, es preciso reanudar tranquilamente el trabajo, recomenzando desde el principio. Me he convencido de que es preciso contar siempre sólo con uno mismo y con las propias fuerzas; no esperar nada de nadie y por lo tanto no buscarse desilusiones. Que es necesario proponerse hacer sólo lo que se sabe y se puede hacer y seguir el propio camino. Mi posición moral es óptima: unos me creen un satanás, otros me creen casi un santo. Yo no quiero hacer el papel ni de mártir ni de héroe. Creo ser simplemente un hombre medio, que tiene sus convicciones profundas, y que no las cambia por nada en el mundo.[7]
Aunque quisiera pensarse que esta "posición moral" no tiene mucho que ver con el contenido de los Cuadernos, con los temas político-teóricos que interesan hoy al lector contemporáneo, es difícil negar que tiene que ver con su génesis y estructura. Gramsci inicia la redacción de los Cuadernos, en la cárcel de Turi, el 8 de febrero de 1929, exactamente dos años y tres meses después del arresto (8 de noviembre de 1926). La lentitud de esta gestación depende sólo en parte de condiciones externas. Prisionero de aquel régimen en el que el marxismo se ha convertido en un delito, él sabe que debe estar preparado para todo: incluso para "desaparecer como una piedra en el océano" (ésta es la primera impresión que recibe cuando en la cárcel romana de Regina Coeli cree, erróneamente, haber sido destinado a la deportación en Somalia).[8] En la incertidumbre del destino que le aguarda, aun cuando por un momento parece abrirse el resquicio de una perspectiva menos pesimista, el problema del estudio se le presenta inicialmente como un sistema de autodefensa contra el peligro de embrutecimiento intelectual por el que se siente amenazado. En Ustica, cuando solicita, y obtiene, la fraternal ayuda de su amigo Piero Sraffa para un suministro regular de libros y revistas, es en esto, sobre todo, en lo que piensa.[9] Pero Ustica no es más que un breve paréntesis (con algunos aspectos no del todo desagradables, tras los dieciséis días pasados en Regina Coeli en el más completo aislamiento), y en la cárcel de Milán, en espera del proceso (7 de febrero de 1927-11 de mayo de 1928), el problema del estudio vuelve a presentarse en una forma más apremiante, por la confluencia de exigencias contrapuestas, Leer y estudiar para ocupar el tiempo en forma útil, para defenderse de la degradación intelectual y moral a que somete la vida carcelaria, sigue apareciendo aún como una exigencia vital, pero a condición de que ésta encuentre un objetivo superior, en un resultado perseguido por sí mismo, y no sólo como medio instrumental para sobrevivir físicamente. Entre el estudio como razón de vida y el estudio como medio de supervivencia se determina una tensión que no es fácil resolver en términos de equilibrio. De esta tensión surgió la primera idea de los futuros Cuadernos.
La idea, ligada a un primer programa de trabajo, es expuesta en la conocida carta a Tania del 19 de marzo de 1927. Ahí comienza Gramsci por señalar cómo el estudio es "mucho más difícil de lo que parece". En cuanto a leer, lee mucho ("más de un volumen al día, además de los periódicos"). Pero no está satisfecho: "Estoy obsesionado (y este fenómeno, creo, es propio de los encarcelados) por esta idea: que sería preciso hacer alguna cosa `für ewig', según una compleja concepción de Goethe, que recuerdo atormentó mucho a nuestro Pascoli. En suma, querría, según un plan preestablecido, ocuparme intensa y sistemáticamente algún tema que me absorbiese y centralizase mi vida interior". Sigue el esbozo de un "plan" articulado en cuatro puntos, el primero de los cuales parece ciertamente el más significativo y será determinante para el desarrollo del trabajo concreto de los Cuadernos: "una investigación sobre la formación del espíritu público en Italia durante el siglo pasado", o sea "sobre los intelectuales italianos, sus orígenes, sus agrupamientos según las corrientes de la cultura, sus diversos modos de pensar, etcétera, etcétera". En estos "etcétera, etcétera" debe incluirse en primer lugar la vinculación del tema con aquel programa de acción política que condujo a Gramsci a la cárcel: él mismo lo señala mencionando poco después, para aclarar la naturaleza del asunto, su ensayo sobre la cuestión meridional escrito poco antes del arresto: "Pues bien, quisiera desarrollar ampliamente la tesis que entonces esbocé, desde un punto de vista 'desinteresado', für ewig' "[10]
Esta insistencia en el "für ewig", en el carácter "desinteresado" de la investigación, estaba destinada a provocar en algunos no pocas perplejidades, derivadas sobre todo de la propensión a acreditar una versión pragmática del marxismo. ¿Una señal de desinterés político, una tentación metafísica? En realidad, respecto a una interpretación tan simplificadora, Gramsci se había apresurado preventivamente a subrayar la complejidad de la concepción goethiana del "für ewig", pero tampoco puede pasarse por alto su insólita mención de Pascoli, un autor tan poco afín a él, si se piensa que precisamente en una lírica pascoliana el significado de "para siempre" está ligado a la idea de la muerte. Aunque la idea de su propia muerte ya se le había vuelto familiar —y esta familiaridad había marcado, como él mismo recuerda, un "giro moral" en su existencia—,[11] Gramsci no se había resignado nunca a aceptarla como un hecho ineluctable, como una señal de impotencia. No había elegido el papel de mártir o de héroe, y quería ser solamente, como ya vimos, "un hombre medio, que tiene sus convicciones profundas, y que no las cambia por nada en el mundo".
Pero los dos canales principales de que se había servido, antes del arresto, para difundir sus convicciones —la conversación oral y la palabra escrita en los periódicos—, se habían obstruido ahora y no era fácil sustituirlos. Si para e] primero, el canal de la conversación oral (y se sabe, por testimonios concordantes, la importancia que éste tenía para Gramsci, que no era un orador de mítines), podía esforzarse por encontrar un sucedáneo en la escasa correspondencia que le estaba permitido mantener, para el segundo el problema de la transformación se presentaba aún más complejo y difícil. Era preciso escribir, no para un público inmediato, para lograr efectos inmediatos, sobre temas condicionados por circunstancias externas inmediatas, sino para supuestos lectores imaginarios, sin saber si llegarían a encarnarse, y cuándo, en lectores reales. La elección de los temas, y en primer lugar del "plan" de la investigación, debía, por lo tanto, superar los límites de lo inmediato, y solamente podía surgir de un esfuerzo de profundización teórica de toda su experiencia (de la centralización de su vida interior, según la expresión del mismo Gramsci).
Una idea bien clara que, sin embargo, aún necesitó, para pasar a la fase de realización, un largo proceso preliminar. Ya en el momento en que la idea es expuesta en la citada carta del 19 de marzo. Gramsci no oculta ciertos titubeos y parece interrogarse acerca de la validez de su proyecto. El hecho mismo de haber pensado en cuatro temas distintos provoca en él cierta perplejidad ("ya esto es un indicio de que no logro recogerme"), pero luego subraya que en el fondo —"para quien observe bien"— existe entre ellos cierta homogeneidad: "el espíritu popular creativo en sus diversas fases y grados de desarrollo, está en la base de todos ellos en igual medida". En realidad, en torno a este eje homogéneo se mueven experiencias muy diferentes, e incluso distanciadas en el tiempo: el primer tema remite a las reflexiones sobre la función de los intelectuales italianos en el desarrollo de la cuestión meridional, con base en el reciente esbozo de 1926; el segundo remite a sus primeros estudios juveniles, a la escuela de Matteo Bartoli, en la Universidad de Turín, con un nuevo proyecto de estudio de lingüística comparada (y aquí el "für ewig" retorna con una variante irónica: "¿qué cosa podría ser más 'desinteresada' y für ewig' que esto?"); los temas tercero y cuarto, por último (un estudio sobre el teatro de Pirandello y un "ensayo sobre las novelas de folletín y el gusto popular en literatura"), reflejan la experiencia del Gramsci crítico teatral entre 1915 y 1920. Aunque en distinta medida, todos estos hilos resultarán luego efectivamente entretejidos, junto con muchos otros, en la trama unitaria de los Cuadernos; pero en aquel primer proyecto las líneas del cuadro tenían forzosamente que aparecer inciertas, y para precisarlas era necesario aún mucho trabajo, verificaciones y búsqueda interior. Un trabajo tanto más comprometido si se piensa en las dramáticas experiencias históricas de que Gramsci fue partícipe durante esa última década, y que constituyen el fondo implícito de sus investigaciones, no tanto como su marco sino más bien como su razón de ser fundamental: guerra y posguerra, desarrollo y crisis del movimiento obrero. Revolución de Octubre e Internacional Comunista, lucha de masas y crisis del Estado, nacimiento y ascenso del fascismo.
[1] Cfr. Valentino Gerratana, “Sulla preparazione di un’edizione critica dei ‘Quaderni del carcere’”, en Gramsci e la cultura contemporánea, Actas del Congreso Internacional de Estudios Gramscianos celebrado en Cagliari el 23-27 de abril de 1967, a cargo de Pietro Rossi, vol, II, Editori Riuniti-Instituto Gramsci, Roma, 197’, pp. 155-76.
[2] Cfr, La Rivoluzione Liberale, 22 de abril de 1924 (año III, n. 17); “Antonio Gramsci” (en la sección “Uomini e idee”); el artículo se halla ahora recogido en Piero Gobetti, Scritti politici, a cargo de Paolo Spriano, Einaudi, Turín, 1960.
[3] El artículo se encuentra recogido ahora en Palmiro Togliatti, Gramsci, Editori Riuniti, Roma, 1967, pp. 3-6.
[4] Cfr, Ercole Piacentini, ”Con Gramsci a Turi”, testimonio recogido por Paolo Giannotti, en Rinascita, 25 de octubre de 1974, p. 32: “Desde hacía dos años me encontraba en Turi; una mañana la puerta del patio de ‘paseo’ se abrió y entró un hombre pequeño de estatura, un poco deforme [. . . ]. Curiosos de saber lo que sucedía afuera, no aproximamos. “¿Sois políticos?”, preguntó. “Me llamo Gramsci.” Siguió preguntando a qué movimientos pertenecíamos. Yo y Ceresa dijimos ser comunistas, los otros eran todos anarquistas. A decir verdad nadie sabía quién era Gramsci, era uno cualquiera”.
[5] Cfr. Antonio Gramsci, Lettere dal carcere, a cargo de Sergio Caprioglio y Elsa Fubini Einaudi, Turín, 1965, pp. 50-51.
[6] Cfr. en la presente edición, tomo 5, cuaderno 15 (II) § <19>.
[7] Gramsci, Letter del carcere, cit., p. 126.
[8] Ibíd., p. 398 (carta a su mujer del 13 de enero de 1931).
[9] Cfr. la carta a Piero Sraffa del 11 de diciembre de 1926 (ibid., p. 15).
[10] Ibid., p. 58.
[11] Cfr. la citada carta a su mujer del 13 de enero de 1931, en la que recuerda la siniestra impresión recibida ante la noticia —que luego resultó inexacta— de una deportación a Somalia: “Ahora me río de ello, pero ha sido un golpe moral en mi vida, porque me he acostumbrado a la idea de deber morir en breve” (ibid., p. 398).
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