INDICE 3

.....   Prefacio

Quinta parte: La Rusia soviética y el mundo

....  21. De Octubre a Brest-Litovsk
....  22. La doble política
....  23. El año del aislamiento
....  24. Tentativas diplomáticas
....  25.  La revolución en Europa
....  26. La revolución en Asia
....  27. La NEP en la política exterior
....  28. Rusia y Alemania
....  29. Hacia Genova y Rapallo
....  30. Retirada en la Comintern
....  31. Consolidación en Europa
....  32. La cuestión oriental
....  33. El Extremo Oriente: I. Eclipse
....  34. El Extremo Oriente: II. Resurgimiento
 Nota E: La actitud marxista ante la guerra
Nota F: La prehistoria de la Internacional Comunista
Lista de abreviaturas
Bibliografía
Índice alfabético

 

PREFACIO

 

La publicación de este volumen completa la primera serie de mi estudio de la historia de la Rusia soviética. Los tres volúmenes, en conjunto, pretenden describir los elementos esenciales de la Revolución bolchevique hasta el primer momento de la consolidación del poder en sus manos en el invierno de 1922-23. Para estas fechas había alcanzado su punto culminante la primera marea de recuperación económica que siguió a la implantación de la NEP en 1921 y a la excelente cosecha de 1922; los nuevos códigos agrarios, laboral y civil prometían estabilidad legal; se habían hecho progresos sustanciales encaminados al establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con los países extranjeros; y la Internacional Comunista no ocupaba ya el centro de la escena. El régimen se había consolidado. Por vez primera desde 1917 había empezado a alumbrar un sentimiento de seguridad, y precisamente en el momento en que parecían haberse superado definitivamente los obstáculos más graves, Lenin fue abatido por la enfermedad; su retirada de la escena marca, por tanto, un alto en el camino, tan idóneo como dramático. Las vicisitudes que habrían de tener lugar desde ese momento en adelante pertenecen a un nuevo período.

La principal dificultad que he encontrado para distribuir los materiales de este tercer volumen ha sido el mantener simultáneamente ante la vista del lector las corrientes diversas e interconexas de las relaciones de la Rusia soviética con el mundo exterior.

Puede lograrse quizá mayor claridad tratando las relaciones soviéticas con Europa y con Asia en compartimentos estancos o haciendo una tajante división entre las actividades del Narkomindel y la Comintern, pero ello se logra a costa de sacrificar la complejidad y la confusión de la imagen auténtica y a riesgo de alentar opiniones dogmáticas con respecto a la importancia primordial de este o el otro aspecto de la política soviética. Por consiguiente, he intentado, en la medida de lo posible, distribuir el material de modo que se entrelacen los diferentes hilos de la trama y que queden claras las conexiones internas entre ellos. Como excepción al plan general he reservado los dos últimos capítulos del volumen para tratar las relaciones con el Extremo Oriente, puesto que, a causa de la guerra civil y de la persistencia de la intervención japonesa en Siberia, el Extremo Oriente entró en la corriente general de la política soviética en una fecha considerablemente más tardía que Europa o que el resto de Asia. Como en los dos volúmenes anteriores, el momento exacto, en el tiempo, en que he puesto punto final a la narración de los hechos, ha variado de acuerdo con las exigencias del tema en cuestión. Como regla general, las relaciones con los países europeos no se han examinado más allá del año 1922, puesto que la ocupación francesa del Ruhr en enero de 1923 fue el punto de partida de una nueva cadena de acontecimientos por toda Europa. Por otro lado, se han continuado examinando los debates de la Conferencia de Lausanne hasta su conclusión en el verano de 1923; y el término natural de los capítulos referentes al Extremo Oriente coincide con el final de la misión Joffe y la llegada de Karajan, en agosto de 1923.

El reunir el copioso pero disperso material utilizado en este volumen ha constituido en sí mismo una tarea importante, y sin duda existen fuentes valiosas que se me han pasado por alto o que no he podido hallar. Como los archivos y bibliotecas de la Unión Soviética están aún virtualmente cerrados a la investigación independiente, el acervo más rico de material disponible para la historia soviética ha de buscarse en los Estados Unidos. En 1951 visité de nuevo este país aceptando la amable invitación de la Universidad de Johns Hopkins de Baltimore, en la que pronuncié una serie de conferencias sobre las relaciones germano-soviéticas entre 1919 y 1939. En esta ocasión pude, pues, consultar el material soviético existente en la Biblioteca del Congreso y en la Biblioteca Pública de Nueva York, así como en la de la Universidad de Columbia. Desgraciadamente no tuve tiempo para volver a visitar la colección más rica y que abarca un período más dilatado de todas las colecciones de material soviético existentes fuera de Rusia: el Instituto y la Biblioteca Hoover en Stanford; pero, sin embargo, estoy especialmente en deuda con la señora O. H. Gankin, de la Biblioteca Hoover, por la infatigable generosidad y la paciencia con que ha contestado a mis numerosas preguntas y por su deminio y conocimiento de las vastas colecciones de material allí reunidas.

Estoy también especialmente en deuda con un gran número de escritores, eruditos e investigadores de los Estados Unidos, algunos de ellos amigos personales y otros a los que no conozco directamente, pero que de la manera más generosa me han dado acceso a material o información que poseían y me han ayudado a llenar importantes lagunas de mis conocimientos. El señor Gustav Hilger, durante muchos años consejero de la embajada alemana en Moscú y residente ahora en Washington, me proporcionó hallazgos personales suyos en muchas cuestiones importantes y significativas de la historia de las relaciones germano-soviéticas; sus memorias, anunciadas ya para su publicación, serán una fuente indispensable para los futuros historiadores. El señor G. W. F. Hallgarten me permitió leer sus notas sobre los documentos procedentes de los archivos militares alemanes capturados, que se conservan ahora en Washington. El profesor Owen Lattimore, de la Universidad Johns Hopkins, puso a mi disposición material mongólico, publicado e inédito, en su traducción inglesa, y me permitió beneficiarme de sus conocimientos, únicos en cuestiones mongolas. El señor Rodger Swearingen y el señor Paul Langer me transmitieron una gran cantidad de material de fuentes japonesas sobre la historia del comunismo japonés, que podrán ahora hallarse en su libro titulado Red Flag in Japan: International Communism in Action, 1919-1951, publicado en los Estados Unidos al tiempo que este volumen va a la imprenta. El señor A. S. Whiting, de la Universidad Northwestern, me mostró el manuscrito de su tesis sobre las relaciones chino-soviéticas entre 1917-1922, que será publicado en fecha próxima, y dirigió mi atención hacia las discrepancias existentes en los registros del II Congreso de la Comintern a que se hace mención en la página 265 (nota 66) y en la 266 (nota 67). El señor George Kahin, de la Universidad de Cornell, me dio valiosas informaciones extraídas de fuentes locales sobre el primer desarrollo del comunismo en Indonesia. Un amigo, que desea permanecer en el anonimato, me dio acceso a la correspondencia diplomática germano-soviética inédita que cito en la página 108 (notas 118 y 120), y página 337 (notas 50 y 52). Finalmente, el señor William Appleman Williams, de la Universidad de Oregón, vino en mi ayuda en la última etapa de mi trabajo, enviándome extractos esclarecedores de los papeles inéditos de Raymond Robins y de Alex Gumberg, así como notas tomadas por él en los Archivos Nacionales de los Estados Unidos, junto con una parte del manuscrito de su libro, American-Russian Relations, 1781-1947, que se ha publicado en Estados Unidos durante este otoño.

A no ser por esa ayuda, tan amplia y generosamente acordada, el volumen hubiera adolecido incluso de la falta de ese grado imperfecto de equilibrio y de comprensión que ahora puede pretender. Muchos de aquellos cuyos nombres he citado, y a los que dirijo esta insuficiente expresión de agradecimiento, diferirán mucho de mí, y unos de otros, en su interpretación de los sucesos que se examinan; pero el que la ayuda mutua no sea estorbada por estas divergencias es un síntoma alentador de la independencia que la verdadera investigación trata siempre de conservar y alentar. He recibido una vez más la valiosa asistencia de casi todos aquellos que, en este país, me ayudaron en los dos volúmenes anteriores y a los cuales expresé en ellos mi agradecimiento. A sus nombres tengo que añadir los del profesor V. Minorsky, que me ayudó como experto consejero en cuestiones de Asia Central, tanto en el primero como en este tercer volumen; el del señor V. Wolpert, que atentamente me permitió ver el manuscrito incompleto de su estudio sobre la Federación Mundial de Sindicatos, que ha de publicarse bajo los auspicios del Real Instituto de Asuntos Internacionales y que leyó las partes de mi manuscrito que se refieren a la fundación de la Profintern, y el del señor F. L. Carsten, que me prestó una serie de folletos y periódicos raros que arrojan no poca luz sobre la historia del comunismo alemán. El señor Isaac Deutscher leyó también una parte sustancial de mi manuscrito y me hizo críticas penetrantes. La señora Jane Degras, a quien ya soy deudor de ayuda inteligente y experta en mi constante búsqueda de material, echó sobre sus hombros la tarea de leer la totalidad del texto en pruebas, y purgarlo así de muchas equivocaciones y erratas de imprenta. Estoy una vez más en deuda a los eficaces y consagrados empleados de las bibliotecas de la Escuela de Economía de Londres y del Real Instituto de Asuntos Internacionales. Consciente de mis propias dificultades en rastrear las fuentes, he emprendido la tarea de incrementar la utilidad práctica de una bibliografía, necesariamente incompleta y selectiva, indicando dónde pueden hallarse los volúmenes que se citan, si no están en el Museo Británico. El señor J. C. W. Horne, del Museo Británico, tuvo la bondad de comprobar la bibliografía con el catálogo del museo. Finalmente (por razones obvias), pero en modo alguno el último, es merecedor de mi más fervoroso agradecimiento el doctor Ilya Neustadt, de University College, de Leicester, que emprendió la ardua tarea de compilar el índice de los tres volúmenes.

La terminación de La Revolución Bolchevique, 1917-1923, me ha llevado, naturalmente, a considerar las perspectivas de la obra de más envergadura para la que fue proyectada como preludio. Aunque estoy quizá en mejor situación que nunca para apreciar el vigor del argumento, ahora en boga, en favor de las empresas colectivas cuando se trata de escribir historia moderna, abrigo aún la esperanza de ser capaz de llevar adelante independientemente mi tarea, si es que puedo contar con el mismo apoyo de tantos como hasta ahora me han ayudado. He hecho ya en gran parte la labor de investigación y algo de la redacción de la nueva serie, y espero poder completar un nuevo volumen para el año próximo, aunque aún no he llegado a las últimas conclusiones con respecto a su alcance, disposición y título.

 H. Carr

20 de octubre de 1952

Quinta parte

 

LA RUSIA SOVIETICA Y EL MUNDO

  

Capítulo 21

DE OCTUBRE A BREST-LITOVSK

 

«El movimiento socialdemócrata —escribía Lenin a comienzos de su carrera— es en su misma esencia internacional»[1]. Y era internacional en dos sentidos. La Revolución francesa había introducido y popularizado la idea de la Revolución como un fenómeno que saltaba por encima de las fronteras, de tal modo que era, al mismo tiempo, derecho y deber de los revolucionarios llevar a otros países la antorcha de la liberación prendida en el suyo propio; éste fue el origen del concepto de guerra revolucionaria. La Revolución de 1848 no se había limitado a un país, sino que, en un proceso de contagio, se había extendido por toda Europa hasta las fronteras de Rusia. Se daba por admitido que la revolución socialista seguiría ese modelo y, tras lograr la victoria en un país, se difundiría rápidamente por toda Europa, y eventualmente por todo el mundo; en parte, por un proceso de contagio, y, en parte también, por la acción deliberada de los revolucionarios. Ahora bien, la socialdemocracia era también internacional en otro sentido. «Las diferencias nacionales y los antagonismos entre los pueblos —declaraba el Manifiesto comunista— se desvanecen cada día más... La supremacía del proletariado hará que se borren aún más de prisa.» El grito de batalla del movimiento socialdemócrata era «¡Proletarios de todos los países, uníos!» Su programa consistía en derribar las barreras nacionales «para abrir el camino a una división de un tipo diferente, a la división de clases»[2]. La lealtad a la clase tiene siempre precedencia, como insistía Lenin, sobre la lealtad a la nación[3]. En virtud de este principio proclamó Lenin, sin dejar lugar a dudas, en 1914, «la transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil». Desde octubre de 1915 consideraba ya la posibilidad de que la revolución proletaria pudiera estallar primeramente en un país atrasado como Rusia, y en tal caso el gobierno proletario ruso tendría por misión completar la revolución democrático-burguesa en el interior, alzar la bandera de una paz democrática (que los gobiernos democrático-burgueses de Europa no podrían aceptar) y suscitar y extender las revoluciones nacionales en los países asiáticos en contra de las potencias imperialistas. De este modo se prepararía el camino para la revolución socialista, tanto en Europa como en Rusia[4].

Cuando Lenin llegó a Petrogrado el 3 de abril de 1917 era ya grave la cuestión de la guerra y la paz. Tanto el derrocamiento del zar como el establecimiento de un gobierno democrático eran considerados por el Gobierno Provisional y por los eseritas y mencheviques, que constituían mayoría en el Soviet de Petrogrado, como justificación para apoyar el esfuerzo de la guerra en nombre de la defensa de la Revolución. La mayoría del Soviet no difería del primer Gobierno Provisional, en el que Miliukov era ministro de Asuntos Exteriores, más que en su insistencia en una campaña activa para una paz «democrática sin anexiones ni indemnizaciones». La mayor parte de los bolcheviques de Petrogrado tomaron la misma postura; Kámenev se había declarado francamente en pro de la defensa nacional[5].

Lenin dedicó al tema la primera de sus diez Tesis de Abril. Empezaba insistiendo en que el Gobierno Provisional era un gobierno capitalista y que su advenimiento al poder no había cambiado el carácter de la guerra, en lo que a Rusia se refiere, como «guerra de latrocinio imperialista», y que por consiguiente no podía permitirse ninguna concesión ante el «defensismo revolucionario». Sin embargo, las recomendaciones positivas eran más prudentes y se limitaban a una campaña para convencer a unas masas, aún muy dispersas, «del indisoluble lazo existente entre el capital y la guerra imperialista», a la organización de la propaganda en el ejército y a la «fraternización»[6].

Diez días después, en la conferencia del partido celebrada en Petrogrado, presentó una resolución larga y detallada sobre la guerra, que reiteraba el ataque contra el «defensismo revolucionario», pero que contenía párrafos evidentemente destinados a aplacar las críticas y disipar vacilaciones. Admitía que «no tendría ningún sentido suponer que la guerra pueda terminar por una negativa unilateral de los soldados de ningún país a continuarla, por un cese unilateral de la acción militar, un simple ‘hincar las bayonetas en tierra’». El proyecto de resolución incluía la invitación a la conferencia para que «proteste una y otra vez contra la infame calumnia extendida por los capitalistas contra nuestro partido de que estamos a favor de una paz separada con Alemania». El emperador germánico era un «ladrón coronado» como Nicolás II o cualquiera de los monarcas aliados. Se citaba una......................[..................] 

 

 

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