INDICE

CAPÍTULO PRIMERO - INTRODUCCIÓN. 

PRIMERA PARTE - La Filosofía Presocrática 

CAPÍTULO II - LA CUNA DEL PENSAMIENTO OCCIDENTAL: JONIA. 

CAPÍTULO III - LOS PIONEROS: LOS PRIMEROS FILÓSOFOS JONIOS. 

CAPÍTULO IV - LA SOCIEDAD PITAGÓRICA. 

CAPÍTULO V - EL MENSAJE DE HERÁCLITO. 

CAPÍTULO VI - EL UNO DE PARMÉNIDES Y DE MELISO. 

CAPÍTULO VII - LA DIALÉCTICA DE ZENÓN. 

CAPÍTULO VIII - EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO.

CAPÍTULO IX - EL AVANCE DE ANANÁGORAS. 

CAPÍTULO X - LOS ATOMISTAS. 

CAPÍTULO XI - LA FILOSOFÍA PRESOCRÁTICA.

 

SEGUNDA PARTE - El Período Socrático. 

CAPÍTULO XII - LOS SOFISTAS.

CAPÍTULO XIII - ALGUNOS DE LOS SOFISTAS. 

CAPÍTULO XIV - SÓCRATES. 

CAPÍTULO XV - LAS ESCUELAS SOCRÁTICAS MENORES

CAPÍTULO XVI - DEMÓCRITO DE ABDERA 

 

TERCERA PARTE - Platón 

CAPÍTULO XVII - VIDA DE PLATÓN 

CAPÍTULO XVIII - LAS OBRAS DE PLATÓN 

CAPÍTULO XIX - LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO 

CAPÍTULO XX - LA DOCTRINA DE LAS FORMAS

CAPÍTULO XXI - LA PSICOLOGÍA DE PLATÓN

CAPÍTULO XXII - LA TEORÍA MORAL 

CAPÍTULO XXIV - LA FÍSICA DE PLATÓN 

CAPÍTULO XXV - EL ARTE 

 

CUARTA PARTE - Aristóteles 

CAPÍTULO XXVI - LA ACADEMIA ANTIGUA

CAPÍTULO XXVII - VIDA Y OBRAS DE ARISTÓTELES 

CAPÍTULO XXVIII - LA LÓGICA DE ARISTÓTELES 

CAPÍTULO XXIX - LA METAFÍSICA DE ARISTÓTELES 

CAPÍTULO XXX - LA FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA Y LA PSICOLOGÍA. 

CAPÍTULO XXXI - LA ÉTICA DE ARISTÓTELES

CAPÍTULO XXXII - LA POLÍTICA 

CAPÍTULO XXXIII - LA ESTÉTICA DE ARISTÓTELES 

CAPÍTULO XXXIV - PLATÓN Y ARISTÓTELES 

 

PARTE QUINTA - LA FILOSOFÍA POSTARISTOTÉLICA 

CAPÍTULO XXXV - INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO XXXVI - EL ESTOICISMO ANTIGUO 

CAPÍTULO XXXVII - EL EPICUREÍSMO 

CAPÍTULO XXXVIII - ANTIGUOS ESCÉPTICOS, ACADEMIAS MEDIA Y NUEVA 

CAPÍTULO XXXIX - LA ESTOA MEDIA 

CAPÍTULO XL - EL ESTOICISMO TARDÍO 

CAPÍTULO XLI - LOS CÍNICOS, LOS ECLÉCTICOS Y LOS ESCÉPTICOS

CAPÍTULO XLII - LOS NEOPITAGÓRICOS 

CAPÍTULO XLIII - EL PLATONISMO MEDIO 

CAPÍTULO XLIV - LA FILOSOFÍA JUDEOHELENÍSTICA 

CAPÍTULO XLV - EL NEOPLATONISMO PLOTINIANO 

CAPÍTULO XLVI - OTRAS ESCUELAS NEOPLATÓNICAS 

CAPÍTULO XLVII - REVISIÓN FINAL.

APÉNDICE I - ABREVIATURAS USADAS 

APÉNDICE II - NOTA SOBRE LAS FUENTES 

APÉNDICE III - ALGUNAS LECTURAS RECOMENDADAS 

 

CAPÍTULO PRIMERO INTRODUCCIÓN

 

¿POR QUÉ ESTUDIAR LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA?

 

1. Difícilmente podríamos llamar «culto» a quien careciese en absoluto de conocimientos históricos. Todos reconocemos que cada cual debería saber algo de la historia de su propio país, de su desarrollo político, social y económico, de sus riquezas literarias y artísticas..., y que sería preferible que esa historia la pudiese relacionar además con la del resto de Europa, y aun, en cierta medida, con la del mundo entero. Ahora bien, si cabe esperar que un inglés educado y culto posea algún conocimiento sobre Alfredo el Grande, la reina Isabel I, Cromwell, Marlborough y Nelson, así como acerca de la invasión normanda, la Reforma y la revolución industrial, parece igualmente claro que debería saber siquiera alguna cosa sobre Rogerio Bacon y Duns Escoto, Francis Bacon y Hobbes, Locke, Berkeley, Hume, J. S. Mili y Herbert Spencer.

Más aún, si del hombre culto se espera que no ignore por completo las cosas de Grecia y Roma, si le avergonzaría tener que confesar que no ha oído hablar nunca de Sófocles o de Virgilio y que nada sabe de los orígenes de la cultura europea, también puede exigírsele algún conocimiento sobre Platón y Aristóteles, dos de los más importantes pensadores que ha habido en el mundo, dos figuras cumbres de la filosofía europea.

Un hombre culto ha de tener al menos cierta idea respecto a Dante, Shakespeare y Goethe, san Francisco de Asís y fray Angélico, Federico el Grande y Napoleón I; ¿por qué no hemos de esperar que sepa algo también acerca de san Agustín y santo Tomás de Aquino, Descartes y Espinosa, Kant y Hegel? Sería absurdo suponer que debemos informarnos sobre los grandes conquistadores y destructores, y mantenernos, en cambio, en la ignorancia con respecto a los grandes creadores, aquellos que han contribuido más positivamente a la formación de nuestra cultura europea. Mas no sólo los grandes pintores y escultores nos dejaron el tesoro de un legado perdurable, sino que también los grandes pensadores, como Platón y Aristóteles, san Agustín y santo Tomás de Aquino enriquecieron Europa y su cultura. Entra, por ende, dentro de una formación completa del hombre el tener al menos algunas nociones acerca de la filosofía europea, ya que también nuestros filósofos, tanto o más que nuestros artistas y nuestros generales, han contribuido, para bien o para mal, a la configuración de nuestra época.

Nadie habrá que considere la lectura de las obras de Shakespeare o la contemplación de las creaciones de Miguel Ángel como pérdidas de tiempo, pues sus valores intrínsecos no han disminuido porque hayan pasado ya siglos desde la muerte de sus autores. Así, tampoco debería considerarse tiempo perdido el dedicado a estudiar el pensamiento de Platón, de Aristóteles o de san Agustín, puesto que sus creaciones intelectuales perduran como extraordinarios logros del espíritu humano. El que después de Rubens hayan vivido y pintado otros muchos artistas no aminora el valor de la obra de Rubens; el que desde los tiempos de Platón hayan filosofado otros pensadores, no quita interés ni belleza a la filosofía platónica.

Pero, si es de desear que toda persona culta sepa algo de la historia del pensamiento filosófico, en el grado en que se lo permitan sus ocupaciones, sus aptitudes mentales y su necesaria especialización, ¡cuánto más deseable no será esto para todos los que estudian precisamente filosofía! Me refiero, en concreto, a los estudiantes de filosofía escolástica, que la estudian como la philosophia perennis. No deseo discutir el hecho de que hay una filosofía perenne; pero, ciertamente, tal filosofía no llovió del cielo, sino que nació del pasado; y, si queremos apreciar con exactitud la obra de santo Tomás, de san Buenaventura o de Duns Escoto, hemos de tener cierto conocimiento de Platón, Aristóteles y san Agustín. Además, si hay una filosofía perenne, algunos de sus principios no pueden menos de haber influido hasta en los filósofos de la época moderna que, a primera vista, más alejados parezcan de las posiciones defendidas por santo Tomás de Aquino. Y aunque así no fuese, resultaría instructivo ver qué consecuencias se siguen de unas premisas falsas y de unos principios erróneos. Como tampoco se negará que es detestable la costumbre de condenar a pensadores cuya mentalidad y puntos de vista no se han comprendido o examinado en su genuino contexto histórico. Convendría asimismo tener en cuenta, por otro lado, que las posibilidades de aplicar a todos los campos de la filosofía los principios verdaderos no se agotaron, por cierto, en la Edad Media y que bien puede ser que debamos algunas enseñanzas a los pensadores modernos, por ejemplo, en lo referente a la teoría de la Estética o a la Filosofía Natural.

2. Se objetará, tal vez, que los diversos sistemas filosóficos del pasado son meras reliquias de la Antigüedad; que la historia de lafilosofía es sólo un registro de «sistemas refutados y espiritualmente muertos, ya que cada uno de ellos ha dado muerte y sepultura al anterior»[1]. ¿No dijo Kant que la Metafísica «deja siempre en suspenso al entendimiento humano, con esperanzas que ni se disipan ni se cumplen nunca», que «mientras cualquier otra ciencia progresa sin cesar», en la Metafísica los hombres «giran perpetuamente alrededor del mismo punto, sin avanzar ni un solo paso»?[2] El platonismo, el aristotelismo, la escolástica, el cartesianismo, el kantismo, el hegelianismo... han tenido todos ellos sus períodos de gran predicamento y todos también han sido puestos en duda: el pensamiento europeo puede «representarse como un desordenado conjunto de sistemas metafísicos desechados e incompatibles».[3] ¿Para qué estudiar los trastos viejos del desván de la historia?

Pero, aun en la hipótesis de que todas las filosofías del pasado hayan sido no sólo discutidas (lo cual es obvio), sino también refutadas (que no es en modo alguno lo mismo), sigue valiendo lo de que «los errores son siempre instructivos»[4], en tanto se admita, claro está, que la filosofía es posible como ciencia y no, de suyo, un fuego fatuo. Para poner un ejemplo de la filosofía medieval: las conclusiones a que llevan, por una parte, el realismo exagerado y, por otra, el nominalismo indican que la solución al problema de los universales ha de ser intermedia entre esos dos extremos. La historia del problema sirve así como de prueba experimental de la tesis aprendida en las clases. Parecidamente, el hecho de que el idealismo absoluto haya sido incapaz de explicar de un modo satisfactorio las individualidades finitas ha de ser bastante para apartar a cualquiera de meterse por la senda monista. La insistencia de la filosofía moderna en la teoría del conocimiento y en la relación sujeto-objeto, pese a todas las extravagancias a que ha conducido, ha de poner meridianamente en claro que tan imposible es ya reducir el sujeto al objeto como el objeto al sujeto. Y el examen del marxismo, no obstante lo fundamental de sus errores, nos enseñará a no despreciar la influencia que ejercen la técnica y la vida económica del hombre en las más altas esferas de la cultura humana. En especial, para quien no se proponga aprender un sistema filosófico determinado sino que aspire a filosofar, por así decirlo, ab ovo, el estudio de la historia de la filosofía es indispensable, pues sin él correrá el riesgo de meterse por callejones sin salida y de repetir los errores de quienes le precedieron, peligros que un serio estudio del pensamiento pretérito le evitará seguramente.

3. Verdad es que un estudio de la historia de la filosofía acaso engendre cierta inclinación mental al escepticismo, pero debe recordarse que el hecho de que los sistemas se sucedan unos a otros no prueba que toda filosofía sea falsa. Si X abandona y combate la posición de Y, esto no demuestra, de suyo, que la posición de Y sea insostenible, puesto que X puede haberla abandonado sin motivo suficiente o ateniéndose a unas premisas falsas cuyo desarrollo implicaba el alejamiento de la filosofía de Y. El que haya habido en el mundo muchas religiones —budismo, hinduismo, zoroastrismo, cristianismo, mahometismo, etc. — no prueba que el cristianismo no sea la verdadera; para probarlo haría falta refutar por completo toda la Apologética cristiana. Pues, lo mismo que es absurdo hablar como si la existencia de varias religiones desautorizase ipso facto la pretensión de toda religión a ser ella la verdadera, así también es absurdo hablar como si el sucederse de las distintas filosofías demostrase ipso facto que ni hay ni puede haber una filosofía verdadera. (Naturalmente, al hacer esta observación no quiero decir que en ninguna otra religión salvo en la cristiana haya valores verdaderos. Es más, entre la religión verdadera [revelada] y la verdadera filosofía hay esta gran diferencia: que mientras la primera, como revelada, es necesariamente verdadera en su totalidad, en todo lo que es revelado, la filosofía verdadera puede serlo en sus líneas y principios más importantes, pero sin llegar a ser completa en ningún momento. La filosofía, obra de la mente humana y no revelación de Dios, crece y se desarrolla: sus puntos de vista pueden cambiar y renovarse o aumentar en número, gracias a nuevos enfoques o al planteamiento de problemas nuevos, a medida que se descubren más datos, varían las situaciones, etc. El término «filosofía verdadera» o filosofía perenne no ha de entenderse como si denotara un conjunto estático y completo de principios y aplicaciones, no susceptible de desarrollo ni modificación.)

 

NATURALEZA DE LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA

 

1. La historia de la filosofía no es, ciertamente, un mero cúmulo de opiniones, una exposición de aisladas muestras de pensamiento sin vínculo alguno entre sí. Si la historia de la filosofía se trata «sólo como un ir enumerando diversas opiniones», y si todas esas opiniones se consideran igualmente válidas o sin ningún valor, conviértese entonces tal historia en «inútil relato o, si se quiere, en investigación erudita».[5] Hay, más bien, en ella continuidad y conexiones, acción y reacción, tesis y antítesis, y ninguna filosofía se puede entender realmente del todo si no se la ve en su contexto histórico y a la luz de sus relaciones con los demás sistemas. ¿Cómo va a entenderse de veras la mentalidad de Platón o lo que le inducía a decir lo que dijo, a no ser que se conozca algo el pensamiento de Heráclito, de Parménides y de los pitagóricos? ¿Cómo podrá entenderse por qué Kant adoptó una posición aparentemente tan peregrina con respecto al espacio, al tiempo y a las categorías, a menos que se tengan ciertas nociones sobre el empirismo inglés y se comprenda bien el efecto que produjeron en la mente de Kant las escépticas conclusiones de Hume?

2. Pero si la historia de la filosofía no es mera colección de opiniones aisladas .......................

 

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