A LAS CLASES OBRERAS DE GRAN BRETAÑA[1], [2]
¡Trabajadores!
A vosotros dedico una obra en la que he intentado describir a mis compatriotas alemanes un cuadro fiel de vuestras condiciones de vida, de vuestras penas y de vuestras luchas, de vuestras esperanzas y de vuestras perspectivas. He vivido bastante tiempo entre vosotros, de modo que estoy bien informado de vuestras condiciones de vida; he prestado la mayor atención a fin de conocerlas bien; he estudiado los diferentes documentos, oficiales y no oficiales, que me ha sido posible obtener; este procedimiento no me ha satisfecho enteramente; no es solamente un conocimiento abstracto de mi asunto lo que me importaba, yo quería veros en vuestros hogares, observaros en vuestra existencia cotidiana, hablaros de vuestras condiciones de vida y de vuestros sufrimientos, ser testigo de vuestras luchas contra el poder social y político de vuestros opresores. He aquí cómo he procedido: he renunciado a la sociedad y a los banquetes, al vino y al champán de la clase media, he consagrado mis horas de ocio casi exclusivamente al trato con simples obreros; me siento a la vez contento y orgulloso de haber obrado de esa manera.
Contento, porque de ese modo he vivido muchas horas alegres, mientras al mismo tiempo conocía vuestra verdadera existencia —muchas horas que de otra manera hubieran sido derrochadas en charlas convencionales y en ceremonias reguladas por una fastidiosa etiqueta; orgulloso, porque así he tenido la ocasión de hacer justicia a una clase oprimida y calumniada a la cual, pese a todas sus faltas y todas las desventajas de su situación, sólo alguien que tuviera el alma de un mercachifle inglés podría rehusar su estima; orgulloso asimismo porque de ese modo he estado en el caso de ahorrar al pueblo inglés el desprecio creciente que ha sido, en el continente, la consecuencia ineluctable de la política brutalmente egoísta de vuestra clase media actualmente en el poder, y, muy simplemente, de la entrada en escena de esta clase.
Gracias a las amplias oportunidades que he tenido de observar al mismo tiempo a la clase media, vuestra adversaria, he llegado muy pronto a la conclusión de que tenéis razón, toda la razón, de no esperar de ella ninguna ayuda. Sus intereses y los vuestros son diametralmente opuestos, aunque trate sin cesar de afirmar lo contrario y quiera haceros creer que siente por vuestra suerte la mayor simpatía. Sus actos desmienten sus palabras. Yo espero haber aportado suficientes pruebas de que la clase media —pese a todo lo que se complace en afirmar— no persigue otro fin en realidad que el de enriquecerse por vuestro trabajo, mientras pueda vender el producto del mismo, y de dejaros morir de hambre, desde el momento en que ya no pueda sacar más provecho de este comercio indirecto de carne humana. ¿Qué han hecho ellos para demostrar que os desean el bien, como ellos dicen? ¿Han prestado jamás la menor atención a vuestros sufrimientos? ¿Jamás han hecho otra cosa que consentir en los gastos que implican media docena de comisiones de investigación cuyos voluminosos informes son condenados a dormir eternamente debajo de montones de expedientes olvidados en los anaqueles del Home Office?[3] ¿Jamás han revelado sus modernos Libros Azules las verdaderas condiciones de vida de los "libres ciudadanos británicos"? En absoluto. Estas son cosas de las cuales prefieren no hablar. Ellos han dejado a un extranjero la tarea de informar al mundo civilizado sobre la situación deshonrosa en que sois obligados a vivir.
Extranjero para ellos, pero yo espero que no para vosotros. Puede ser que mi inglés no sea puro; pero abrigo la esperanza de que, a pesar de todo, resulte un inglés claro.
Ningún obrero en Inglaterra —ni tampoco en Francia, dicho sea de paso— jamás me ha considerado extranjero. Siento la mayor satisfacción al ver que estáis exentos de esa funesta maldición que es la estrechez nacional y la suficiencia nacional y que no es otra cosa a fin de cuentas que un egoísmo en gran escala; he notado vuestra simpatía por cualquiera que consagre honradamente sus fuerzas al progreso humano, ya se trate de un inglés o no —vuestra admiración por todo lo que es noble y bueno, ya sea producto de vuestro suelo natal o no; he hallado que sois mucho más que miembros de una nación aislada, que sólo desearían ser ingleses; he comprobado que sois hombres, miembros de la gran familia internacional de la humanidad, que habéis reconocido que vuestros intereses y aquellos de todo el género humano son idénticos; y es a este título de miembros de la familia "una e indivisible" que constituye la humanidad, a este título "de seres humanos" en el sentido más pleno del término, que yo saludo —yo y muchos otros en el continente— vuestro progreso en todos los campos y os deseamos un éxito rápido. ¡Y ante todo por el camino que habéis elegido! Muchas pruebas os esperan aún; manteneos firme, no os desalentéis, vuestro éxito es seguro y cada paso adelante, por la vía que tenéis que recorrer, servirá nuestra causa común, ¡la causa de la humanidad!
Federico Engels.
Barmen (Prusia renana), 15 de marzo de 1845.
PRÓLOGO
Las páginas que siguen tratan de un asunto que inicialmente yo quería presentar simplemente en forma de capítulo, en un trabajo más amplio acerca de la historia social de Inglaterra; pero su importancia me obligó pronto a consagrarle un estudio particular.
La situación de la clase obrera es la base real de donde han surgido los movimientos sociales actuales, ya que es al mismo tiempo el punto extremo y la manifestación más visible de la desdichada situación social presente. Su resultado directo es el comunismo obrero tanto francés como alemán; y el resultado indirecto es el fourierismo, el socialismo inglés, así como el comunismo de la burguesía alemana culta. El conocimiento de las condiciones de vida del proletariado es de una necesidad absoluta si se quiere asegurar un fundamento sólido para las teorías socialistas, así como para los juicios sobre su legitimidad, y poner término a todas las divagaciones y moralejas fantásticas pro et contra.[4] Pero las condiciones de vida del proletariado sólo existen en su forma clásica, en su perfección, en el imperio británico, y más particularmente en Inglaterra propiamente dicha; y, al mismo tiempo, sólo en Inglaterra se hallan reunidos los materiales necesarios de una manera tan completa y verificados por encuestas oficiales, como lo exige todo estudio serio del asunto.
Durante veintiún meses, he tenido la ocasión de ir conociendo al proletariado inglés, he visto de cerca sus esfuerzos, sus penas y sus alegrías, lo he tratado personalmente, a la vez que he completado estas observaciones utilizando las fuentes autorizadas indispensables. Lo que he visto, oído y leído lo he utilizado en la presente obra.
Espero que se me ataque de muchos lados, no solamente mi punto de vista, sino también por los hechos citados, sobre todo si mi libro cae en manos de lectores ingleses. Sé igualmente que se podrá señalar aquí y allá alguna inexactitud insignificante (que un inglés mismo, dada la amplitud del tema y todo lo que implica, no hubiera podido evitar) tanto más fácilmente cuanto que no existe, incluso en Inglaterra, ninguna obra que trate como la mía de todos los trabajadores; pero no vacilo un instante en retar a la burguesía inglesa a que me demuestre la inexactitud de un solo hecho de cierta importancia para el punto de vista general, que lo demuestre con la ayuda de documentos tan auténticos como los que yo mismo he producido.
Singularmente para Alemania, la exposición de las condiciones de vida clásicas del proletariado del imperio británico —y en particular en el momento presente— reviste una gran importancia. El socialismo y el comunismo alemanes, más que cualesquiera otros, han surgido de hipótesis teóricas; nosotros, teóricos alemanes, todavía conocemos demasiado poco el mundo real para que sean las condiciones sociales reales lo que nos haya podido incitar inmediatamente a transformar esta "mala realidad". Partidarios declarados de estas reformas por lo menos, casi ninguno hemos llegado al comunismo sino por la filosofía de Feuerbach que ha hecho añicos la especulación hegeliana. Las verdaderas condiciones de vida del proletariado son tan poco conocidas entre nosotros, que incluso las filantrópicas "Asociaciones para la elevación de la clase trabajadora" en el seno de las cuales nuestra burguesía actual maltrata la cuestión social, toman continuamente por puntos de partida las opiniones más ridículas y más insípidas sobre la situación de los obreros. Sobre todo para nosotros los alemanes; el conocimiento de los hechos, en este problema, es de imperiosa necesidad. Y, si las condiciones de vida del proletariado en Alemania no han alcanzado el grado de clasicismo que ellas conocen en Inglaterra, tenemos que habérnosla en realidad con el mismo orden social que desembocará necesariamente, tarde o temprano, en el punto crítico alcanzado del otro lado de la Mancha —en caso que la perspicacia de la nación no permitiera tomar medidas a tiempo que den al conjunto del sistema social una base nueva.
Las causas fundamentales que han provocado en Inglaterra la miseria y la opresión del proletariado existen igualmente en Alemania, y deben necesariamente a la larga provocar los mismos resultados. Pero, mientras tanto, la miseria inglesa debidamente comprobada nos dará la ocasión de comprobar igualmente nuestra miseria alemana y nos proporcionará un criterio para evaluar la importancia del peligro que se ha manifestado en los disturbios de Bohemia y de Silesia,6 y que, de este lado, amenaza la tranquilidad inmediata de Alemania.
Para terminar, haré todavía dos observaciones. En primer lugar, he utilizado constantemente la expresión clase media en el sentido del inglés middle class (o bien como se dice casi siempre, middle classes); esta expresión designa, como la palabra francesa burguesía, la clase poseedora y muy particularmente la clase poseedora distinta de la llamada aristocracia clase que en Francia y en Inglaterra detenta el poder político directamente y en Alemania indirectamente bajo el manto de la "opinión pública". Asimismo, he utilizado constantemente como sinónimas las expresiones: "obreros" (working men) y proletarios, clase obrera, clase indigente y proletariado. En segundo lugar, en la mayoría de las citas he indicado el partido al cual pertenecen aquellos cuya afirmación utilizo porque, casi siempre, los liberales buscan subrayar la miseria de los distritos agrícolas, negando aquella de los distritos industriales, mientras que, a la inversa, los conservadores reconocen la penuria de los distritos industriales pero quieren ignorar aquella de las regiones agrícolas. Por este motivo es que, a falta de documentos oficiales, cuando he querido describir la situación de los obreros de fábricas siempre he preferido un documento liberal, a fin de golpear a la burguesía liberal con sus propias declaraciones, para no valerme de los tories o de los cartistas sino cuando conocía la exactitud de la cuestión por haberla verificado yo mismo, o bien cuando la personalidad o el valor literario de mis autoridades podía convencerme de la certeza de sus afirmaciones.
Federico Engels.
Barmen, 15 de marzo de 1845.
FRAGMENTO DEL APÉNDICE DE ENGELS A LA EDICIÓN NORTEAMERICANA DE 1886
Dos circunstancias impidieron durante largo tiempo que salieran a la luz las consecuencias ineluctables del sistema capitalista en América. Éstas fueron el tránsito a la posesión de tierras baratas y a la afluencia de inmigrantes, y posibilitaron durante muchos años que las grandes masas de población americana autóctona "se retrajeran" a la primera edad adulta del trabajo asalariado, convirtiéndose en granjeros, artesanos o igualmente contratistas, en tanto que el duro destino del trabajo asalariado, la posición perpetua de proletario, recaía mayormente en el inmigrante. Pero América salió de este estado primario, los ilimitados bosques vírgenes desaparecieron y las aún ilimitadas praderas pasaron cada vez más rápidamente de las manos de la nación y de los estados a propietarios privados. La gran válvula de seguridad contra el surgimiento de una clase proletaria permanente ha dejado, prácticamente, de surtir efecto. Hoy existe en América una clase proletaria permanente y al mismo tiempo heredable. Una nación de 60 millones que lucha tenazmente, con todas las perspectivas de éxito, por llegar a ser la principal nación industrializada del mundo, semejante nación no puede importar perdurablemente su propia clase de trabajadores asalariados, ni aun cuando cada año llega a su país millón y medio de inmigrantes.
La tendencia del sistema capitalista es la de dividir, finalmente, la sociedad en dos clases: unos pocos millonarios de un lado y, del otro, una gran masa de simples trabajadores asalariados.
Esta tendencia, cuando se entrecruza y encauza continuamente con otras fuerzas, no actúa en ningún lugar con mayor fuerza que en América, y el resultado ha sido el surgimiento de una clase de trabajadores asalariados autóctona, los cuales constituyen, ciertamente, la aristocracia de la clase obrera asalariada en relación con los inmigrantes. Pero cada día, su solidaridad con los últimos se hace más consciente y su actual condena al trabajo asalariado perpetuo se hace sentir más agudamente, ya que ellos siempre tienen en la memoria los días ya pasados en que era relativamente fácil ascender a un escaño social más elevado.
Con arreglo a eso, el movimiento obrero en América se ha puesto en marcha con una genuina energía americana y, como del otro lado del Océano Atlántico como en Europa las cosas marchan con menos del doble de celeridad, podríamos llegar a ver cómo América toma la dirección en este sentido.
EL MOVIMIENTO OBRERO EN AMÉRICA (EE. UU.). (PRÓLOGO A LA EDICIÓN NORTEAMERICANA DE 1887)[5]
Han transcurrido diez meses desde que, para corresponder al deseo del traductor, escribí el "Apéndice" de este libro; y durante esos diez meses se ha llevado a cabo en la sociedad norteamericana una revolución que hubiera requerido por lo menos diez años en cualquier otro país. En febrero de 1885, la opinión pública norteamericana era casi unánime sobre este punto: que en Estados Unidos no existía clase obrera, en el sentido europeo de la palabra; que, por consecuencia, no había ninguna lucha de clases entre trabajadores y capitalistas, como la que desgarra a la sociedad europea, ni era posible en la república norteamericana; y que el socialismo era por tanto un acontecimiento de importación extranjera, incapaz de echar raíces en el país.
Sin embargo, en ese mismo momento, la lucha de clases en marcha proyectaba ante ella su sombra gigantesca en las huelgas de mineros de Pennsylvania y de otros sectores obreros, y sobre todo en la elaboración por todo el país del gran movimiento de las ocho horas que debía estallar y estalló en mayo siguiente. Y lo que muestra el "Apéndice" es que entonces aprecié exactamente esos síntomas y predije el movimiento obrero que se produjo en el marco nacional.
Pero nadie podía prever que en tan poco tiempo el movimiento estallaría con una fuerza tan irresistible; que se propagara con la rapidez de un incendio en la pradera y que sacudiría a la sociedad norteamericana hasta sus cimientos.
Ahí está el hecho, patente e indiscutible. En cuanto al terror que ha embargado a las clases dirigentes de Estados Unidos, para mi gran regodeo he podido darme cuenta del mismo por los periodistas norteamericanos que me honraron con su visita la primavera pasada. Esa "nueva arrancada" las había sumido en un estado de angustia y perplejidad desesperadas. Por entonces, sin embargo, el movimiento sólo estaba todavía en sus comienzos. No había sino una serie de explosiones confusas y sin vínculo aparente, de la clase que, por la supresión de la esclavitud de los negros y el rápido desarrollo de las manufacturas, ha llegado a ser la última capa de la sociedad norteamericana. Pero no había terminado el año cuando esas convulsiones sociales desordenadas comenzaron a tomar una dirección muy definida. Los movimientos espontáneos e instintivos de esas grandes masas del pueblo trabajador en una vasta extensión de territorio, la explosión simultánea de su descontento común contra una miserable situación social por todas partes y debida a las mismas causas, todo dio a esas masas la conciencia de que ellas formaban una nueva clase y una clase distinta dentro de la sociedad norteamericana, una clase —hablando con propiedad— de asalariados más o menos hereditarios, de proletarios. Y, con verdadero instinto norteamericano, esa conciencia los condujo inmediatamente al primer paso hacia su emancipación; dicho de otro modo, a la formación de un partido político obrero con programa propio y, por finalidad, la conquista del Capitolio y de la Casa Blanca. En mayo, la lucha por la jornada de ocho horas, las perturbaciones de Chicago, Milwaukee, etc., los intentos de la clase dominante por aplastar el naciente movimiento de los trabajadores por la fuerza bruta y una brutal justicia de clase. En noviembre, el nuevo partido del trabajo ya organizado en todos los grandes centros, y las elecciones socialistas de Nueva York, de Chicago y de Milwaukee.
[1] Salvo las notas seguidas de las iniciales F. E., que son de Federico Engels, todas las demás notas son de los editores alemanes. Si la nota de Engels es de 1892, se indica esta fecha entre paréntesis.
[2] Engels escribió esta dedicatoria "A las clases obreras de Gran Bretaña" en inglés. En una carta a Marx del 19 de noviembre de 1844, Engels explica que desea "publicarla aparte y dirigirla a los jefes de los partidos políticos, a los literatos y a los miembros del Parlamento". Esta dedicatoria figura, en inglés, en las ediciones alemanas de 1845 y 1892, pero no aparece en las ediciones norteamericana e inglesa de 1887 y 1892.
[3] Ministerio del Interior.
[4] En pro y en contra.
[5] Publicado bajo el título "El movimiento obrero en Estados Unidos", el 10 y el 17 de junio de 1887, por el Semanario Der Sozialdemokrat en los Nos. 24 y 25.
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