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INTRODUCCIÓN

 

Poco antes de la última guerra, la revista católica Archives de philosophie dedicó al marxismo un grueso volumen (n.º XVIII de esa publicación). Desde el comienzo de su exposición, los redactores de esa revista advertían a sus lectores que no se debe considerar al marxismo como una simple actividad política o un movimiento social más.

«Una visión tan estrecha falsearía las perspectivas. El marxismo no es solo un método y un programa de gobierno, ni una solución técnica de los problemas económicos; menos todavía un oportunismo vacilante o un tema para declamaciones oratorias. Se presenta como una vasta concepción del hombre y de la historia, del individuo y de la sociedad, de la naturaleza y de Dios; como una síntesis general, teórica y práctica a la vez; en resumen, como un sistema totalitario.»

Ya en esta declaración liminar la hostilidad se revelaba en ciertas palabras («se presenta...»), pero sobre todo en la confusión deliberada entre doctrina completa y «sistema totalitario».

Poco importa eso aquí; lo que no se debe pasar por alto es que sus enemigos más encarnizados reconocen actualmente que el marxismo es una concepción del mundo. Las polémicas de nivel inferior dirigidas contra él miden la trascendencia de esa declaración de importantes teólogos y escritores católicos.

¿Qué es una concepción del mundo? Es una visión de conjunto de la naturaleza y del hombre, una doctrina[[1]] completa. En cierto sentido, una concepción del mundo representa lo que se denomina tradicionalmente una filosofía. Pero posee un sentido más amplio que la palabra «filosofía».

En primer lugar, toda concepción del mundo implica una acción, es decir, algo más que una «actitud filosófica». Y esa acción existe inclusive cuando no es formulada y relacionada expresamente con la doctrina, cuando su conexión queda sin formular y no da lugar a un programa.

En la concepción cristiana del mundo la acción no es otra que la política de la iglesia, sometida a la decisión de las autoridades eclesiásticas; y aunque esa acción carece de conexión racional con una doctrina racional, no por ello deja de ser muy real. En la concepción marxista del mundo la acción se define racionalmente, en relación con el conjunto doctrinal, y da lugar, abiertamente, a un programa político. Bastan estos dos ejemplos para mostrar que la actividad práctica, social, política, desdeñada o relegada a segundo plano por los filósofos tradicionales, es parte integrante de las concepciones del mundo.

En segundo lugar, una concepción del mundo no es necesariamente la obra de tal o cual «pensador». Es más bien la obra y la expresión de una época. Para comprender plenamente una concepción del mundo se requiere estudiar las obras de quienes la formularon, pero sin prestar atención a los matices, a los detalles; hay que esforzarse por captar el conjunto. Pero si nos ocupamos de filosofía propiamente dicha o de historia de la filosofía en el sentido tradicional de esa palabra, buscaremos por el contrario los menores matices que distinguen a los «pensadores» y expresan su originalidad personal.

¿Cuáles son las grandes concepciones del mundo que se postulan actualmente? Son tres, y solo tres.

1)    La concepción cristiana, formulada con gran rigor y claridad por los grandes teóricos católicos. Reducida a lo esencial, se define por la afirmación de una jerarquía estática de seres, actos, «valores», «formas» y personas. En la cima de la jerarquía se halla el Ser Supremo, el puro Espíritu, el Señor-Dios.

Esta doctrina, que trata, en efecto, de dar una visión de conjunto del universo, fue formulada con máxima amplitud y rigor en la Edad Media. Los siglos posteriores agregaron poco a la obra de Santo Tomás. Por razones históricas que requerirían un estudio especial, la teoría de la jerarquía se adecuaba particularmente a la Edad Media (no porque la jerarquía estática de personas haya desaparecido desde entonces, sino porque era más visible, más oficial que posteriormente).[[2]]

Esta es la concepción medieval del mundo, cuya validez se postula aún en nuestros días.

2)    Viene a continuación la concepción individualista del mundo. Aparece con Montaigne, a fines de la Edad Media, en el siglo XVI; durante cerca de cuatro siglos, hasta nuestros días, muchos pensadores han formulado o reafirmado esta concepción con numerosos matices. No agregaron nada a sus rasgos fundamentales: el individuo (y no ya la jerarquía) aparece como la realidad esencial; poseería la razón en sí mismo, en su propia interioridad; entre esos dos aspectos del ser humano –lo individual y lo universal, es decir, la razón— existiría una unidad, una armonía espontánea, lo mismo que entre el interés individual y el interés general (el de todos los individuos), entre los derechos y los deberes, entre la naturaleza y el hombre.

El individualismo trató de sustituir la teoría pesimista de la jerarquía (inmutable en su fundamento y cuya justificación se halla en un «más allá» puramente espiritual) por una teoría optimista de la armonía natural de los hombres y las funciones humanas. Históricamente, esta concepción del mundo corresponde al liberalismo, al crecimiento del Tercer Estado, a la burguesía de la belle époque. Es pues esencialmente la concepción burguesa del mundo (aunque la burguesía declinante la abandone actualmente y se vuelva hacia una concepción pesimista y autoritaria, y por lo tanto jerárquica, del mundo).

3)    Por último viene la concepción marxista del mundo. El marxismo se niega a establecer una jerarquía exterior a los individuos (metafísica,[[3]] pero, por otra parte, no se deja encerrar, como el individualismo, en la conciencia del individuo y en el examen de esa conciencia aislada. Advierte realidades que escapaban al examen de conciencia individualista: son estas realidades naturales (la naturaleza, el mundo exterior); prácticas (el trabajo, la acción); sociales e históricas (la estructura económica de la sociedad, las clases sociales, etcétera).

Además, el marxismo rechaza deliberadamente la subordinación definitiva, inmóvil es inmutable, de los elementos del hombre y de la sociedad entre sí; pero no por eso admite la hipótesis de una armonía espontánea. Comprueba, en efecto, la existencia de contradicciones en el hombre y en la sociedad humana. Así, el interés individual (privado) puede oponerse, y se opone con frecuencia, al interés común; las pasiones de los individuos, y más todavía de ciertos grupos o clases (y por lo tanto sus intereses) no concuerdan espontáneamente con la razón, el conocimiento y la ciencia. Para expresarlo con mayor generalidad: no existe la armonía que grandes individualistas como Rousseau creyeron descubrir entre la naturaleza y el hombre. El hombre lucha contra la naturaleza; no debe permanecer pasivamente a su nivel, contemplarla o sumergirse románticamente en ella; debe, por el contrario, vencerla, dominarla mediante el trabajo, la técnica, el conocimiento científico, y es de este modo como llega a ser él mismo.

Quien dice contradicción dice también problema por resolver, dificultades, obstáculos —por lo tanto lucha y acción—, pero también posibilidad de victoria, de paso adelante, de progreso. En consecuencia, el marxismo escapa tanto al pesimismo definitivo como al optimismo fácil.

El marxismo ha descubierto la realidad natural, histórica y lógica de las contradicciones. Con ello aporta una toma de conciencia del mundo actual, donde las contradicciones son evidentes (tanto que el mundo moderno es arrojado irremediablemente en el absurdo, si no situamos la teoría de las contradicciones y de su superación en el centro de nuestras preocupaciones).

El marxismo apareció históricamente en relación con una forma de actividad humana que hizo evidente la lucha del hombre contra la naturaleza: la gran industria moderna con todos los problemas que plantea.

Se formuló, además, en relación con una realidad social nueva, que sintetiza en ella las contradicciones de esa sociedad moderna: el proletariado, la clase obrera. Ya en sus obras de juventud, Marx comprobó que el progreso técnico, el poder sobre la naturaleza, la liberación del hombre respecto de ella y el enriquecimiento general provocaban en la sociedad «moderna», es decir, capitalista, esta consecuencia contradictoria: la servidumbre, el empobrecimiento de una parte cada vez mayor de esa sociedad, o sea del proletariado. Durante toda su vida continuó el análisis y siguió el proceso de esta situación; mostró que esa contradicción implicaba una sentencia de muerte contra una sociedad determinada: la sociedad capitalista.

De manera que el marxismo surgió con la sociedad «moderna», con la gran industria y el proletariado industrial. Aparece como la concepción del mundo que expresa ese mundo moderno, sus contradicciones y sus problemas, para los que aporta soluciones racionales.

Son tres y solo tres las concepciones del mundo, dijimos más arriba. Ello significa que ciertas teorías propuestas actualmente como concepciones del mundo no tienen ningún derecho a ese nombre. El existencialismo, por ejemplo, hoy de moda, sitúa en el centro de sus preocupaciones la conciencia y la libertad del individuo, tomadas como absolutos. Desde este punto de vista, el existencialismo no es más que un ersatz tardío y degenerado del individualismo clásico.

Se sabe que repudia el optimismo fácil del individualismo clásico; se sabe también que a veces se reviste de un barniz de marxismo, con el objeto de «modernizarse» y hacer pasar de contrabando temas ya envejecidos. Eso no cambia en nada lo esencial, que consiste en el esfuerzo por extraer una pretendida verdad absoluta de una descripción de la «existencia» y la conciencia individuales.[[4]]

Tres y solo tres concepciones del mundo. Ello significa que el fascismo y el hitlerismo, a pesar de sus pretensiones ridículas, no han podido ofrecer una «concepción del mundo». Quisieron dar la ilusión de una renovación espiritual. Por encargo, los ideólogos del fascismo italiano intentaron escribir una «enciclopedia fascista». Por encargo, los ideólogos del hitlerismo, como Rosenberg, ensayaron una «interpretación» de la historia. Si examinamos más de cerca estas mixtificaciones, no encontraremos más que un montón de detritus ideológicos. Así, los ideólogos hitlerianos tomaron del más antiguo judaísmo la «idea» de pueblo elegido y de raza, que «perfeccionaron» en nombre de consideraciones biológicas discutibles. Tomaron del marxismo la noción del «proletariado», pero tergiversándola en forma fraudulenta y hablando de pretendidas «naciones proletarias» (Alemania, Italia, Japón) destinadas a vencer a las democracias capitalistas. Y así sucesivamente. Un fárrago de nociones tomadas de otros y deformadas, una acumulación de temas demagógicos sin conexión racional (se trata, por el contrario, de una conexión afirmada con desprecio de la razón): he ahí lo que fue la pretendida «concepción del mundo» que trajo el fascismo.[[5]]

Tres y solo tres concepciones del mundo. Para juzgarlas conviene desprenderse previamente de la atmósfera confusa y pasional que rodea con frecuencia estos problemas, y plantearlos en el plano de la Razón.

Por ser reciente, el marxismo no goza todavía de esa especie de prestigio sentimental alimentado por siglos de expresión estética y filosófica. Posee el atractivo de la novedad, de la «modernidad» en la mejor acepción del término. Pero las largas meditaciones acerca de la muerte y del «más allá», incorporadas en tantas obras, la prolongada exaltación del individuo como valor único y supremo, crearon en torno del cristianismo y del individualismo un conjunto de sentimientos confusos y poderosos. Antes de juzgar se deben dejar en suspenso esas apreciaciones sentimentales, esos juicios de valor que permiten todas las confusiones, justifican todos los errores y son el refugio irracional de todos los que rechazan la Razón.

Es evidente que el individualismo está muriendo, aunque deje en la sensibilidad supervivencias profundas. La historia del individualismo mostraría a los grandes representantes de esta doctrina retrocediendo, cediendo terreno, comprobando con disgusto la naturaleza antagónica, contradictoria, de las relaciones naturales y humanas. Respecto de este punto fundamental, la obra de Nietzsche es significativa.

Más todavía: el individualismo literalmente ha «estallado» debido a sus propias contradicciones internas. La unidad armoniosa que sus grandes representantes clásicos (Descartes, Leibniz, por ejemplo, después Rousseau) creyeron descubrir entre el pensamiento individual y el pensamiento absoluto, entre la conciencia individual y la verdad, entre lo individual y lo universal, se reveló inexistente. En todas las formas del anarquismo: literarias, sentimentales y políticas, lo individual se disoció de lo universal para oponerse a él. Recíprocamente, lo universal no pudo mantenerse en esta tradición de pensamiento más que destruyendo lo individual; se mantuvo bajo la forma de «imperativos categóricos» (Kant), del Estado considerado como encarnación de la Razón (los hegelianos de derecha), etcétera.

Se sabe por otra parte que todo el aspecto económico, jurídico y político del individualismo —el liberalismo clásico, la doctrina del laissez /aire— ha fracasado práctica y teóricamente. Y ello a pesar de los desesperados esfuerzos de los «neoliberales».

Debido a sus contradicciones internas y a su incapacidad para comprender las contradicciones en general, el viejo racionalismo, el viejo liberalismo y el viejo individualismo se han descalificado.

Quedan frente a frente, al menos en Francia, el cristianismo (el catolicismo no «contaminado» por el libre examen individualista protestante) y el marxismo.

Nadie se atrevería hoy a negar —ni se esforzaría en probarlo— que el catolicismo es una doctrina política; en otros términos, que la iglesia tiene una política. Pero no se hace notar suficientemente la naturaleza de la conexión entre esa política y la doctrina. Insistamos sobre esto. ¿Se trata de una conexión racional? No. A partir de proposiciones sobre la muerte, la espiritualidad del alma y el más allá, es imposible deducir racionalmente proposiciones relativas al Estado y a la estructura social; lo mismo ocurre si se pretende realizar esas deducciones a partir de proposiciones abstractas (metafísicas) sobre la jerarquía de las «sustancias». La conexión no es ni puede ser más que una conexión de hecho, que deja las aplicaciones políticas fuera de los principios metafísicos. De hecho, la jerarquía abstracta es apta para justificar abstractamente una estructura social jerárquica actualmente dada, y sobre todo para justificar el esfuerzo y la acción que consolidan la estructura de esa sociedad. Una conexión indirecta, y, en el fondo, irracional, se establece, pues, entre la teoría metafísica y la práctica a la cual ofrece un vocabulario justificativo. A la recíproca, sin esta acción práctica la teoría permanecería puramente abstracta, simplemente especulativa, y por lo tanto ineficaz. En otros términos, y para decirlo con claridad, la concepción cristiana del mundo es hoy esencialmente política; no vive más que como tal, y de ello depende su eficacia.[[6]] Y, sin embargo, la teoría se sitúa en otro plano que el de la práctica (política): el de la abstracción teológico-metafísica. Entre los dos planos no existe ninguna relación que pueda determinarse abierta y racionalmente, lo que por otra parte tiene la ventaja de permitir una gran libertad de maniobra.

Para el marxismo, como se verá más claramente en lo que sigue, la relación de la acción con la teoría es por completo diferente. El marxismo aparece ante todo como expresión de la vida social, práctica y real, en su conjunto, en su movimiento histórico, con sus problemas y sus contradicciones, lo que incluye también, por consiguiente, la posibilidad de superar la estructura actual. Las proposiciones referentes a la acción política dependen abierta y racionalmente de las proposiciones generales. Son teorías políticas subordinadas a un conocimiento racional de la realidad social, y por lo tanto a una ciencia. Desde este punto de vista el marxismo se presenta, pues, como una sociología científica con consecuencias políticas, mientras que la concepción del mundo que se opone a él es una política justificada abstractamente por una metafísica.

Es conveniente disipar las confusiones relativas a este importante punto. Entre los tantos errores que se cometen acerca del marxismo, uno de los más difundidos consiste en afirmar que el marxismo es, esencialmente, una política justificada a posteriori por una tentativa de interpretación del mundo. Ocurre que no es precisamente el marxismo el que puede definirse de este modo.

Si aceptamos la definición amplia de «marxismo» como concepción del mundo y como expresión de la época moderna con todos sus problemas, se ve claramente que el «marxismo» no se reduce a la obra de Carlos Marx y que no debemos concebirlo como el «pensamiento de Marx» o la «filosofía de Marx».

En efecto: la elaboración racional (científica) de los datos de la experiencia y del pensamiento modernos comienzan, según el mismo Marx, mucho antes que él:

1) Las investigaciones sobre el trabajo como relación activa y fundamental del hombre con la naturaleza, sobre la división del trabajo social, sobre el cambio de los productos del trabajo, etcétera, fueron iniciadas a fines del siglo XVIII, en el país que en ese momento había alcanzado mayor desarrollo industrial (Inglaterra), por una serie de grandes economistas: Petty, Smith, Ricardo.

2) Las investigaciones sobre la naturaleza como realidad objetiva, como origen del hombre, fueron iniciadas y proseguidas por los grandes filósofos materialistas D'Holbach, Diderot, Helvetius, y más tarde Feuerbach, y también por los sabios, matemáticos, físicos y biólogos que durante los siglos XVIII y XIX descubrieron cierto número de leyes naturales.

3) Las investigaciones sobre los grandes grupos sociales, las clases y sus luchas, fueron comenzadas por los historiadores franceses del siglo XIX Thierry, Mignet y Guizot, en el transcurso de estudios sobre los acontecimientos revolucionarios o influidos por ellos.

4) La ruptura con la concepción de un mundo armonioso ocurrió a mediados del siglo XVIII. Se halla virtualmente en la obra de Voltaire (Candide), en la de Rousseau (La Société opossée á la nature) y en la de Kant. La influencia de Malthus no puede ser subestimada (teoría de la competencia y de la Struggle for life) a pesar de todos sus errores; más tarde Darwin dará el golpe de gracia al optimismo fácil.

Pero, en lo que a esto se refiere, la obra esencial fue y sigue siendo la de Hegel. Solo él reveló y puso a plena luz la importancia, el papel, la multiplicidad de las contradicciones en el hombre, en la historia y hasta en la naturaleza. El año 1813 (Fenomenología del espíritu) debe considerarse una fecha capital en la formación de la nueva concepción del mundo.

5) Los grandes socialistas franceses del siglo XIX plantearon problemas nuevos: el problema de la organización científica de la economía moderna (Saint-Simon); el problema de la clase obrera y del porvenir político del proletariado (Proudhom); el problema del hombre, de su porvenir y de las condiciones de la realización humana (Fourier).

6) Finalmente, conviene no olvidar que la palabra «marxismo», que ha pasado a ser de uso corriente, contiene una especie de injusticia; el «marxismo» fue desde sus comienzos el resultado de un verdadero trabajo colectivo en el que se desplegó el genio propio de Marx.

  1. Es evidente que algún día no se dirá más «marxismo», como no se dice «pasteurismo» para designar la bacteriología. ¡Pero nosotros no hemos llegado todavía a eso!

La contribución de Federico Engels no puede ser silenciada y puesta en segundo plano. Fue Engels en particular quien llamó la atención de Carlos Marx sobre la importancia de los hechos económicos, sobre la situación del proletariado, etcétera. Todos estos elementos múltiples y complejos se vuelven a encontrar en el marxismo.

¿Cuál fue por lo tanto el aporte de Marx, su contribución original?

 

[1] Cf. CLAUDE BERNARD: «Cuando la hipótesis se halla sometida a la verificación experimental se convierte en una teoría; pero si solo está sometida a la lógica se convierte en un sistema» (Médecine expérim., Ed. Gibert, 285).

[2] Cf. en el estudio sobre Descartes («Hier et Aujourd'hui»), pág. 60 y siguientes, algunas indicaciones más precisas.

[3] La palabra «metafísica» adquiere para los marxistas un sentido peyorativo, que involucra una crítica del sentido «clásico» del término. (Cf. especialmente Logique, 1, pág. 14, etc.

[4] Cf. L'existentialisme, por H. LEFEBVRE, Ed. Saggittaire, París, 1946.

[5] Cf. La consciente mystifiée, por N. GUTERMAN y H. LEFEBVRE, París, 1936. Cf. también el escrito clandestino de GEORGES POLTZER, difundido en enero de 1941 y reeditado en 1946 en Ed. Sociales: Révolution et contrerévolution au XX siécle, respuesta a Rosenberg.

[6] Los esfuerzos de los cristianos progresistas por elaborar una nueva teología, libre de las viejas nociones jerárquicas, merecen seguirse con interés

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