EL MARXISMO Y LA INSURRECCIÓN.
Carta al Comité Central del POSD(b)
Una de las más perniciosas y quizás más difundidas tergiversaciones del marxismo utilizadas por los partidos “socialistas” dominantes, es la mentira oportunista de que la preparación de la insurrección, y, en general, considerar la insurrección como un arte, es "blanquismo".
El jefe del oportunismo, Bernstein, se ganó ya una triste celebridad al acusar al marxismo de blanquismo; y los oportunistas de hoy, en realidad, no renuevan ni “enriquecen” en nada las pobres “ideas” de Bernstein al hablar a gritos de blanquismo.
¡Acusar a los marxistas de blanquismo porque consideran que la insurrección es un arte! ¿Cabe falseamiento más patente de la verdad, cuando ningún marxista niega que fue el propio Marx quien se pronunció del modo más concreto, claro e irrefutable sobre este problema, diciendo precisamente que la insurrección es un arte, que hay que tratarla como tal, que es necesario conquistar un primer triunfo y avanzar luego de éxito en éxito, sin interrumpir la ofensiva contra el enemigo, aprovechándose de su confusión, etc., etc.?
La insurrección, para poder triunfar, no debe apoyarse en una conjura, en un partido, sino en la clase de vanguardia. Esto, en primer lugar. En segundo lugar, debe apoyarse en el entusiasmo revolucionario del pueblo. Y en tercer lugar debe apoyarse en el momento crítico de la historia de la creciente revolución en que sea mayor la actividad de la vanguardia del pueblo, en que sean mayores las vacilaciones en las filas de los enemigos y en las filas de los amigos débiles, inconsecuentes e indecisos de la revolución. Estas tres condiciones al plantear el problema de la insurrección son precisamente las que diferencian el marxismo y el blanquismo.
Pero, si se dan estas condiciones, negarse a considerar que la insurrección es un arte significa traicionar al marxismo y traicionar a la revolución.
Para demostrar por qué precisamente en el momento actual es obligatorio para el partido reconocer que la insurrección ha sido puesta a la orden del día por la marcha objetiva de los acontecimientos y considerarla un arte; para demostrar eso, lo mejor será, quizá, usar el método comparativo y trazar un paralelo entre las jornadas del 3 y 4 de julio y las de septiembre.
El 3 y 4 de julio se podía, sin faltar a la verdad, plantear el problema del modo siguiente: lo más justo sería tomar el poder, pues, aunque no lo hagamos, los enemigos nos acusarán igualmente de insurgentes y nos tratarán como a tales. Pero de ahí no se podía deducir que fuera conveniente tomar el poder en aquel momento, pues entonces no existían las condiciones objetivas necesarias para el triunfo de la insurrección.
1) No nos seguía aún la clase que constituye la vanguardia de la revolución.
No teníamos aún la mayoría entre los obreros y los soldados de las capitales. Hoy tenemos ya la mayoría en ambos Soviets. Esta mayoría es fruto únicamente de la historia de los meses de julio y agosto, de la experiencia de las “represalias” contra los bolcheviques y de las enseñanzas de la korniloviada.
2) Entonces faltaba el entusiasmo revolucionario de todo el pueblo. Hoy, después de la korniloviada, ese entusiasmo existe. Así lo demuestran la situación en las provincias y la toma del poder por los Soviets en muchos lugares.
3) Entonces no existían vacilaciones serias, de alcance político general, entre nuestros enemigos ni entre la pequeña burguesía inconsecuente. Hoy, esas vacilaciones son gigantescas nuestro enemigo principal, el imperialismo de los aliados y el imperialismo mundial (pues los “aliados” se encuentran a la cabeza de este último), empieza a vacilar entre la guerra hasta la victoria final y una paz separada dirigida contra Rusia. Y nuestros demócratas pequeñoburgueses que han perdido ya a ojos vistas la mayoría en el pueblo, vacilan también en proporciones gigantescas, habiendo renunciado al bloque, es decir, a la coalición con los kadetes (democonstitucionalistas).
4) Por eso, la insurrección habría sido un error el 3 y el 4 de julio: no habríamos podido mantenernos en el poder ni física ni políticamente. Físicamente, pues, aunque en algunos momentos tuvimos a Petrogrado en nuestras manos, nuestros propios obreros y soldados no estaban dispuestos entonces a pelear y morir por la capital: les faltaba todavía el “enfurecimiento” que existe hoy, el odio ardiente tanto a los Kerenski como a los Tsereteli y los Chernov. Nuestros hombros no se habían templado aún con la experiencia de las persecuciones contra los bolcheviques, efectuadas con participación de los eseristas y los mencheviques.
Desde el punto de vista político, el 3 y el 4 de julio no habríamos podido sostenemos en el poder, pues, antes de la korniloviada, el ejército y las provincias podían marchar, y habrían marchado, sobre Petrogrado.
El panorama es hoy completamente distinto.
Nos sigue la mayoría de la clase que constituye la vanguardia de la revolución, la vanguardia del pueblo capaz de llevar tras de sí a las masas.
Nos sigue la mayoría del pueblo, pues la dimisión de Chernov no es, ni mucho menos, el único indicio, pero sí el más claro y más patente, de que los campesinos no recibirán la tierra del bloque de los eseristas (ni de los propios eseristas). Y ahí está la clave del carácter popular de la revolución.
Estamos en la situación ventajosa de un partido que sabe firmemente cuál es su camino, en medio de las más inauditas vacilaciones de todo el imperialismo y de todo el bloque menchevique y eserista.
Nuestro triunfo es seguro, pues el pueblo se encuentra ya al borde de la desesperación y nosotros ofrecemos a todo el pueblo la salida certera, al demostrarle “en los días de la korniloviada” el significado de nuestra dirección, y, después, al proponer una transacción a los del bloque y recibir de ellos una negativa, sin que hayan terminado, ni mucho menos, sus vacilaciones.
Sería el mayor error pensar que la transacción propuesta por nosotros no ha sido rechazada todavía, que la Conferencia Democrática puede aún aceptarla. La transacción era una propuesta de un partido a otros partidos. No podía hacerse de otro modo. Los partidos la rechazaron. La Conferencia Democrática es sólo una conferencia, y nada más. No debe olvidarse que en ella no está representada la mayoría del pueblo revolucionario: los exasperados campesinos pobres. Es una conferencia de la minoría del pueblo: no debe olvidarse esta verdad evidente. Sería el mayor error, el mayor cretinismo parlamentario, que nosotros viéramos en la Conferencia Democrática un Parlamento, pues, aun suponiendo que se hubiese proclamado Parlamento permanente y soberano de la revolución, de todos modos no resolvería nada: la solución está fuera de ella, está en los barrios obreros de Petrogrado y de Moscú.
Existen todas las premisas objetivas para una insurrección victoriosa. Contamos con las excepcionales ventajas de una situación en la que sólo nuestra victoria en la insurrección pondrá fin a las vacilaciones, que han extenuado al pueblo y son la cosa más penosa del mundo; en la que sólo nuestra victoria en la insurrección dará inmediatamente la tierra a los campesinos; en la que sólo nuestra victoria en la insurrección frustrará todas esas maniobras de paz por separado, enfiladas contra la revolución, y las frustrará mediante la propuesta pública de una paz más completa, más justa y más próxima, de una paz en beneficio de la revolución.
Por último, nuestro partido es el único que, triunfante en la insurrección, puede salvar a Petrogrado, pues si nuestra propuesta de paz es rechazada y no se nos concede siquiera un armisticio, nos haremos “defensistas”, nos pondremos a la cabeza de los partidos que propugnan la continuación de la guerra, nos convertiremos en el partido más “belicista” y sostendremos una guerra verdaderamente revolucionaria. Despojaremos a los capitalistas de todo el pan y de todas las botas. Sólo les dejaremos cortezas y los calzaremos con esparteñas. Enviaremos al frente todo el calzado y todo el pan.
Y así defenderemos Petrogrado.
En Rusia son todavía inmensamente grandes los recursos materiales y morales con que contaría una guerra auténticamente revolucionaria: hay un 99 por 100 de probabilidades de que los alemanes nos concedan, por lo menos, un armisticio. Y obtener hoy un armisticio significa ya triunfar sobre el mundo entero.
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Una vez convencidos de que la insurrección de los obreros de Petrogrado y de Moscú es absolutamente necesaria para salvar a la revolución y salvar a Rusia del reparto “separado” por los imperialistas de ambas coaliciones, debemos: primero, adaptar nuestra táctica política en la Conferencia Democrática a las condiciones de la creciente insurrección; segundo, demostrar que no aceptamos sólo de palabra la idea de Marx de que es preciso considerar la insurrección como un arte.
En la Conferencia Democrática debemos unir sin demora la minoría bolchevique, sin preocuparnos del número ni temer que los vacilantes sigan en el campo de los vacilantes: allí serán más útiles a la causa de la revolución que en el campo de los que luchan por ella con decisión y sin reservas.
Debemos redactar una breve declaración de los bolcheviques, en la que se subraye con la mayor energía la inoportunidad de los discursos largos, y, en general, de los “discursos”; la necesidad de actuar sin demora para salvar la revolución; la necesidad absoluta de romper por completo con la burguesía, de destituir totalmente al gobierno actual, de romper por entero con los imperialistas anglo-franceses, que están preparando el reparto “separado” de Rusia; la necesidad de transferir en el acto todo el poder a la democracia revolucionaria, con el proletariado revolucionario a la cabeza.
Nuestra declaración deberá formular esta conclusión en la forma más breve y tajante y de acuerdo con los proyectos programáticos; paz a los pueblos, tierra a los campesinos, confiscación de las ganancias escandalosas y represión del escandaloso sabotaje de la producción por los capitalistas.
Cuanto más breve y tajante sea la declaración, tanto mejor. En ella deberán destacarse con claridad otros dos puntos importantísimos: el pueblo está extenuado por tantas vacilaciones, el pueblo ha sido martirizado por la indecisión de los eseristas y los mencheviques; nosotros rompemos definitivamente con esos partidos, pues han traicionado a la revolución.
El otro punto es éste: al proponer inmediatamente una paz sin anexiones y romper en el acto con los imperialistas aliados, y con todos los imperialistas; obtendremos o bien el armisticio inmediato, o bien la incorporación de todo el proletariado revolucionario a la defensa; y la democracia revolucionaria, dirigida por él, emprenderá una guerra verdaderamente justa, verdaderamente revolucionaria.
Después de dar lectura a esta declaración, después de proclamar la necesidad de decidir y no de hablar, de actuar y no de escribir resoluciones, deberemos enviar a toda nuestra minoría a las fábricas y a los cuarteles: allí está su sitio, allí está el nervio de la vida, allí está la fuente del salvamento de la revolución, allí está el motor de la Conferencia Democrática.
Allí debemos exponer, en discursos fogosos y apasionados, nuestro programa y plantear el problema así: o la aceptación íntegra del programa por la Conferencia, o la insurrección. No hay término medio. No se puede esperar. La revolución se hunde.
Si planteamos así el problema y concentramos toda nuestra minoría en las fábricas y en los cuarteles, podremos elegir con acierto el momento para comenzar la insurrección.
Y para enfocar la insurrección al estilo marxista, es decir, como un arte, deberemos, al mismo tiempo y si perder un minuto, organizar un Estado Mayor de los destacamentos de insurgentes, distribuir las fuerzas, lanzar los regimientos de confianza contra los puntos más importantes, cercar el Teatro de Alejandro y tomar la Fortaleza de Pedro y Pablo[1], detener al Estado Mayor General y al gobierno y enviar contra los cadetes y contra la “división salvaje”[2]tropas dispuestas a morir antes que permitir al enemigo abrirse paso hacia los centros de la ciudad; deberemos movilizar a los obreros armados, llamándoles a una lucha desesperada, a la lucha final; deberemos ocupar inmediatamente las centrales de Telégrafos y de Teléfonos, instalar nuestro Estado Mayor de la insurrección junto a la Central de Teléfonos y poner en contacto telefónico con él todas las fábricas, todos los regimientos, todos los puntos en que se desarrolle la lucha armada, etc.
Todo esto, claro está, aproximadamente, solo como un ejemplo de que en los momentos actuales es imposible mantenerse fieles al marxismo, a la revolución, sin considerar la insurrección como un arte.
Lenin.
Escrita el 13-14 (26-27) de
septiembre de 1917.
Publicada por vez primera
en 1921, en el núm. 2 de la revista
“Proletárskaya Revoliutsia”.
[1] En la sala del Teatro Alexándrovski, de Petrogrado, se celebraron las sesiones de la Conferencia democrática. La fortaleza de Pedro y Pablo serbia, bajo el zarismo, de cárcel para los presos políticos. Tenia un importante arsenal y era un punto estratégico de la ciudad. Actualmente es un museo. (Ed.)
[2] División salvaje", era el nombre que llevaba una división compuesta por montañeses del Cáucaso, a los que Komílov trató de utilizar para su ofensiva contra el Petersburgo revolucionario. (Ed.)