I CONGRESO DE LOS SOVIETS DE DIPUTADOS OBREROS Y SOLDADOS DE TODA RUSIA[1]

3-24 de junio (16 de Junio — 7 de julio) de 1917

 

I. Discurso acerca de la actitud hacia el gobierno provisional, 4 (17) de junio.

 

Camaradas: dado el escaso tiempo de que dispongo, sólo podré detenerme —y creo que es lo mejor— en los problemas de principio planteados por el informante del Comité Ejecutivo y por los oradores que le siguieron.

El primero y fundamental problema que se nos planteó fue el de ¿que es esta asamblea a la que asistimos, qué son estos Soviets reunidos ahora en el Congreso de toda Rusia, y qué es esta democracia revolucionaria, de la cual se habla tanto aquí para ocultar el hecho de que no se la comprende en absoluto y se la rechaza por completo?. Pues hablar de democracia revolucionaria en el Congreso de los Soviets de toda Rusia y velar el carácter de esta institución, su composición de clase y su papel en la revolución, no decir una palabra sobre esto y reivindicar no obstante el título de demócratas, es realmente algo extraño. Se nos esboza el programa de una república burguesa parlamentaria, tipo de programa que ha habido en toda Europa Occidental; se nos esboza un programa de reformas reconocidas hoy por todos los gobiernos burgueses, incluso el nuestro, y se nos habla a la vez de democracia revolucionaria. ¿Y ante quién se habla? Ante los Soviets. Pero ¿es que hay un país en Europa, pregunto yo, un país burgués, democrático, republicano, donde exista algo parecido a estos Soviets? Necesariamente tendrán que responder que no, que no lo hay. En ninguna parte existe, ni puede existir, una institución semejante, pues, una de dos: o bien un gobierno burgués con “planes” de reforma como los que se nos ha esbozado, que fueron propuestos decenas de veces en todos los países y quedaron en el papel, o bien la institución de que ahora se trata, el “gobierno” de nuevo tipo creado por la revolución y del que sólo pueden encontrarse ejemplos en la época de los más grandes ascensos revolucionarios, como en Francia en 1792 y en 1871, o en Rusia en 1905.

Los Soviets son una institución que no existe en ninguno de los Estados burgueses parlamentarios de tipo corriente, ni puede coexistir con un gobierno burgués. Son ese tipo nuevo y más democrático de Estado al que nosotros, en las resoluciones de nuestro partido, hemos llamado república democrática proletario-campesina, en que el poder pertenece exclusivamente a los Soviets de diputados obreros y soldados. Es erróneo creer que se trata de un problema teórico; es erróneo imaginar que puede ser eludido; es erróneo alegar que actualmente coexisten, con los Soviets de diputados obreros y soldados, instituciones de tal o cual carácter. Sí, es cierto, coexisten. Pero precisamente eso es lo que engendra un sinfín de errores, de conflictos y rozamientos. Y precisamente por eso el primer ascenso, el primer avance de la revolución rusa ha cedido su puesto al estancamiento y al retroceso que hoy observamos en nuestro gobierno de coalición, en toda su política interior y exterior, en relación con la ofensiva imperialista que se está preparando.

Una de dos: o el gobierno burgués corriente, en cuyo caso son inútiles los Soviets de campesinos, obreros, soldados y otros, y serán disueltos por los generales, por esos generales contrarrevolucionarios que tienen en sus manos las fuerzas armadas y no prestan la menor atención a los bellos discursos del ministro Kerenski, o morirán ignominiosamente. Para esas instituciones no hay otra alternativa. No pueden retroceder ni estancarse. Sólo pueden existir si avanzan. Ese es el tipo de Estado que no inventaron los rusos, sino que promovió la revolución, porque la revolución no puede triunfar de otro modo. Dentro del Consejo de los Soviets de toda Rusia, los rozamientos y la lucha de los partidos por el Poder son inevitables. Peto eso será la superación de los posibles errores e ilusiones por la propia experiencia política de las masas (agitación en la sala) y no por los discursos de los ministros, quienes se refieren a lo que dijeron ayer, a lo que escribirán mañana o a lo que prometerán pasado mañana. Esto, camaradas, es ridículo desde el punto de vista de la institución creada por la revolución rusa y que está hoy ante el dilema: ser o no ser. Los Soviets no pueden seguir existiendo como hasta hoy. ¡Se reúne a personas adultas, obreros y campesinos, para aprobar resoluciones o escuchar informes que no pueden someterse a ninguna verificación documental! Instituciones de esta naturaleza constituyen la transición a una república que instaurará un poder estable sin policía ni ejército regular, no de palabra, sino de hecho, un poder que en Europa occidental no puede existir todavía, y sin el cual la revolución rusa no puede triunfar, entendiendo esto como el triunfo sobre los terratenientes, como el triunfo sobre los imperialistas.

Sin ese poder no se puede habla ni siquiera de que alcancemos tal victoria nosotros mismos. Y cuanto más meditamos sobre el programa que aquí se nos aconseja y sobre los hechos ante los que nos encontramos, con mayor fuerza resalta la contradicción fundamental. ¡Se nos dice, como lo hicieron el informante y otros oradores, que el primer Gobierno Provisional era malo! Pero entonces, cuando los bolcheviques, los desgraciados bolcheviques dijeron: “ningún apoyo a este gobierno, ninguna confianza en él”, ¡cuántas veces fuimos acusados de “anarquismo”! Hoy todos dicen que el gobierno anterior fue un gobierno malo. Pero ¿en qué se distingue el gobierno de coalición, con sus ministros casi socialistas, del anterior gobierno? ¿No se ha hablado ya bastante de programas y de proyectos? ¿No es suficiente? ¿No es hora de poner manos a la obra? Ha transcurrido un mes desde que el 6 de mayo se formó el gobierno de coalición. ¡Veamos los hechos, veamos la ruina existente en Rusia y en otros países arrastrados a la guerra imperialista! ¿Cuál es la causa de la ruina? El carácter rapaz de los capitalistas. Ahí tienen la verdadera anarquía. Y esto se admite en declaraciones que no han sido publicadas precisamente en nuestro periódico ni en ningún periódico bolchevique (¡Dios nos libre!), sino en el ministerial Rabóchaya Gazeta, el cual ha informado que los precios industriales para el suministro de carbón han sido elevados ¡¡por el gobierno “revolucionario”!! El gobierno de coalición no ha cambiado nada en este aspecto. Se nos pregunta si en Rusia puede implantarse el socialismo y si, en general, pueden realizarse inmediatamente cambios radicales. Todo eso son frases vacías, camaradas. La doctrina de Marx y de Engels, como lo explicaban constantemente, dice: “Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción”[2]. En ninguna parte del mundo existe capitalismo puro que se transforme en socialismo puro, ni puede existir durante la guerra. Pero existe algo intermedio, algo nuevo y sin precedentes, porque sucumben cientos de millones de hombres, arrastrados a la criminal guerra entre capitalistas. No se trata de promesas de reformas: eso son simples frases. Se trata de tomar las medidas que nos exige el momento actual.

Si quieren alegar la democracia “revolucionaria”, deben distinguir este concepto del de la democracia reformista bajo un ministerio capitalista, pues ya es hora de acabar con esas frases sobre la “democracia revolucionaria” y con las felicitaciones mutuas a propósito de la “democracia revolucionaria”, y atenerse a la definición de clase, como nos han enseñado el marxismo y el socialismo científico en general. Lo que se nos propone es el paso a la democracia reformista bajo un ministerio capitalista. Eso podrá ser magnífico desde el punto de vista de los modelos usuales de Europa Occidental. Pero hay una serie de países que hoy están al borde de la catástrofe, y las medidas prácticas que según el orador que me ha precedido, el ministro de Correos y Telégrafos, son tan complicadas que es difícil llevarlas a cabo sin un estudio especial, no pueden ser más claras. El decía que no existe en Rusia ningún partido político que esté dispuesto a asumir todo el poder. Yo contesto: “¡Si, existe! Ningún partido puede renunciar a eso, y el nuestro ciertamente no renuncia. Está dispuesto en cualquier instante a asumir todo el poder[3]. (Aplausos y risas.) Pueden reírse cuanto quieran, pero si el ministro nos compara, en este problema, con un partido de derecha, recibirá una contestación adecuada. Ningún partido puede renunciar a eso. Y en un momento en que todavía reina la libertad, en que las amenazas de arresto y de destierro a Siberia, las amenazas por parte de los contrarrevolucionarios con quienes nuestros ministros casi socialistas comparten el gobierno, no son más que amenazas, en un momento como éste, todo partido dice: confíen en nosotros y les daremos nuestro programa.

Nuestra conferencia del 29 de abril dio ese programa[4]. Desgraciadamente, se lo ignora y no se lo toma como guía. Es necesario, por lo visto, exponerlo de una manera sencilla. Intentaré ofrecer al ministro de Correos y Telégrafos una exposición sencilla de nuestra resolución y de nuestro programa. Con respecto a la crisis económica, nuestro programa consiste en exigir inmediatamente —para eso no hace falta ninguna demora— la publicación de todas las ganancias fabulosas, que llegan del 500 al 800 por ciento y que los capitalistas no obtienen como capitalistas en el mercado libre, en un capitalismo “puro”, sino por medio de los suministros militares. He ahí donde el control obrero es realmente necesario y posible. He ahí una medida que ustedes, si se llaman demócratas “revolucionarios”, deben llevar a la práctica en nombre del Soviet, una medida que puede llevarse a la práctica de la noche a la mañana. Eso no es socialismo. Es abrirle al pueblo los ojos acerca de la verdadera anarquía y del verdadero juego con el imperialismo, del juego con el patrimonio del pueblo, con los cientos de miles de vidas humanas que mañana se perderán porque continuamos estrangulando a Grecia. Hagan públicas las ganancias de los señores capitalistas, arresten a 50 ó 100 de los más grandes millonarios. Bastará con tenerlos unas cuantas semanas presos —aunque sea en las mismas condiciones de privilegio en que se mantiene a Nicolás Románov— con la simple finalidad de que revelen los resortes ocultos, los manejos fraudulentos, la inmundicia y la codicia que aún bajo el nuevo gobierno están costando a nuestro país miles y millones todos los días. Esa es la causa fundamental de la anarquía y de la ruina. Por eso decimos que en Rusia todo sigue como antes, que el gobierno de coalición nada ha cambiado y únicamente ha añadido un montón de declaraciones, de frases altisonantes. Por muy sinceros que sean los hombres, por muy sinceramente que aspiren al bienestar de los trabajadores, las cosas ......................

 

 

 

[1]  I Congreso de los Soviets de diputados obreros y soldados de toda Rusia: sesionó desde el 3 hasta el 24 de junio (16 de junio-7 de julio) de 1917 en Petrogrado. Asistieron 1.090 delegados que representaban a 305 orga­nizaciones unidas de obreros, soldados y campesinos, 53 Soviets regionales, distritales y provinciales, 21 organizaciones del ejercito activo, 8 organizaciones militares de la retaguardia y 5 organizaciones de la marina. Los bolcheviques, que en ese entonces constituían la minoría en los Soviets, tenían 105 delegados. La enorme mayoría de los delegados pertenecían al bloque de los mencheviques y eseristas y a pequeños grupos que los apoyaban. En la orden del día figuraban 12 problemas: la democracia revolucionaria y el poder gubernamental; la actitud hacia la guerra; la, preparación de la Asamblea Constituyente; el problema nacional; el problema de la tierra, etc. Lenin presentó informes sobre la actitud hacia el gobierno provisional y sobre la guerra. Los mencheviques y los eseristas, en sus discursos y resoluciones, llamaban a consolidar la disciplina: en el ejercito y a iniciar una ofensiva en el frente; a apoyar al gobierno provisional, y se oponían decididamente a que el poder pasara a los So­viets, declarando (por intermedio del ministro Tsereteli) que en Rusia no había ningún partido político que estuviese dispuesto a asumir todo el poder. En respuesta a esto, Lenin en nombre del partido bolchevique, declaró “¡Si, lo hay!", y en su discurso desde la tribuna del Congreso dijo que el partido bolchevique en cualquier momento "está dispuesto a asumir todo el poder”.

Los bolcheviques aprovecharon ampliamente la tribuna del Congreso : para desenmascarar la política imperialista del gobierno provisional y la táctica conciliadora de los mencheviques y eseristas, presentando sus resoluciones sobre todos los problemas fundamentales y defendiéndolas. Sus intervenciones estaban dirigidas, no sólo a los delegados, sino también a las amplias masas del pueblo, a los obreros, campesinos y soldados.

Los bolcheviques revelaron la esencia antipopular y contrarrevolucionaria de la política exterior del gobierno provisional burgués y el carácter im­perialista de la guerra, denunciaron la incapacidad del gobierno provi­sional para salvar al país del caos. Demostraron el total fracaso de la política de conciliación con los capitalistas, y propusieron en su resolución que se aceptara que la única salida era el paso de todo el poder estatal al Soviet de diputados obreros, soldados y campesinos de toda Rusia. La mayoría menchevique y eserista mantuvo en sus resoluciones la posición de apoyar al gobierno provisional, aprobó́ la ofensiva que éste preparaba en el frente de guerra, y se pronunció contra el paso del poder a los Soviets. En el Congreso se eligió́ el Comité́ Ejecutivo Central que funcionó hasta el II Congreso de los Soviets y en el cual predominaban los eseristas y los mencheviques.

Al evaluar la importancia del Congreso, Lenin escribió́ que “mostró con más nitidez que nunca la retirada de los lideres eseristas y menche­viques de la revolución" (véase el presente tomo, pág. 128.) 81 .

[2] Véase la carta de F. Engels a F. A. Sorge, 29.11.1886

[3] Véase C. Marx y F. Engels, Correspondencia, Buenos Aires, Ed. Cartago 1957, pág. 294. (Ed.)

[4] Lenin se refiere a las Resoluciones de la VII Conferencia (de Abril) de toda Rusia del POSD(b)R, celebrada en Petrogrado del 24 al 29 de abril (7-12 de mayo) de 1917. Véase ob. cit., t. XXXV. (Ed.)

 

 

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