PRÓLOGO DE LOS EDITORES
La edición de Reforma o revolución[1]por parte de la Fundación Federico Engels supone dar satisfacción a una vieja deuda que teníamos contraída. A fin de contribuir al rearme político de la izquierda, la publicación de textos de los clásicos marxistas (además de obras de autores modernos, como Ted Grant o Alan Woods) ha ocupado un lugar central en nuestra actividad. Así, hemos editado algunos de los trabajos más sobresalientes de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, pero nos faltaba una de las grandes obras marxistas de comienzos del siglo pasado, Reforma o revolución, de Rosa Luxemburgo, libro de enorme actualidad para los tiempos que corren y que contesta la mayoría de los argumentos que hoy en día siguen utilizando los llamados teóricos del reformismo socialdemócrata.[2]
Con Reforma o revolución, muchos activistas de la izquierda y jóvenes que se inician en la teoría marxista descubrirán el genio político de la autora, su fidelidad a la causa de la clase obrera y su calidad como revolucionaria.
Rosa Luxemburgo fue una destacada protagonista de los grandes acontecimientos de la lucha de clases de su época. Su participación en las disputas políticas y teóricas en el seno de la socialdemocracia alemana, sus estudios de la obra del marxismo y su propia producción teórica, así como la gran batalla contra la degeneración oportunista de la II Internacional y la construcción de un nuevo partido y una nueva Internacional marxista de masas, jalonaron su vida revolucionaria. En todos estos acontecimientos, Rosa Luxemburgo puso su sello vital, su impronta original y propia, convirtiéndose por méritos propios en uno de los mayores talentos del pensamiento marxista.
LOS ORÍGENES
Rosa Luxemburgo nació en 1871 en Zamosc, una pequeña ciudad polaca, en el seno de una familia judía abierta al mundo. Los vínculos familiares con la asfixiante fe ortodoxa judaica habían desaparecido hace tiempo, hecho que permitió a Rosa educarse en un ambiente de tolerancia y curiosidad intelectual.
En aquel entonces, Polonia estaba sometida al yugo de la reacción zarista, lo que en su familia creó simpatías hacia los movimientos de liberación nacional.
Cuando Rosa tenía tres años de edad, la familia se trasladó a Varsovia, donde sufrió de forma directa la imposición rusificadora en la escuela, que obligaba a la presencia mayoritaria de hijos de funcionarios o militares rusos. Tan sólo se admitía a un reducido numero de jóvenes polacos, procedentes de las familias más acaudaladas, y por supuesto a ningún judío. Como señala Paul Frölich en su monumental obra sobre Rosa Luxemburgo,[3]es casi seguro que el régimen escolar de la oprimida Polonia la arrastró al camino de la lucha.
Poco tiempo después de abandonar el liceo, en 1887, Rosa militaba en el Partido Revolucionario Socialista “Proletariado”, fundado en 1882 por diferentes círculos y comités de trabajadores revolucionarios.
Su actividad política pronto la llevó a enfrentarse a la persecución policial, lo que motivó su primer exilio en Zúrich (Suiza). Rosa Luxemburgo pudo contrastar el ambiente sofocante de Varsovia con la libertad de pensamiento en su universidad, donde estudió intensamente a los clásicos de la economía política, Adam Smith, David Ricardo y, por supuesto, Marx. Junto a los estudios, Rosa no descuidó su militancia revolucionaria y entró en contacto con los círculos obreros de la ciudad y con los marxistas rusos más destacados del momento: Paul Axelrod, Vera Zasúlich y Plejánov. Pero especialmente, de esta etapa data su relación con su gran camarada de armas Leo Jogiches, incansable organizador revolucionario, agudo polemista y uno de los fundadores del comunismo alemán.
LA PRIMERA ORGANIZACIÓN POLÍTICA
En 1883, “Proletariado” se había convertido en la espina dorsal del movimiento de masas polaco, superando a Narodnaya Volia (Voluntad del Pueblo, el partido populista ruso), tanto en comprensión de la realidad del capitalismo ruso y polaco como en el programa político. “Proletariado” entendía la lucha por la liberación del régimen autoritario como una lucha de las masas trabajadoras, tenía una visión internacionalista y despreciaba la posición demagógica e hipócrita de la nobleza y la pequeña burguesía en la lucha por la liberación nacional. “Proletariado” veía a los trabajadores rusos como los principales aliados para conseguir la libertad de las masas oprimidas de Polonia, entendiendo que la resolución de la cuestión nacional polaca se realizaría en el marco de la revolución socialista internacional. Anticipando otros debates cruciales que surgirían en el seno de la socialdemocracia rusa, “Proletariado” consideraba que la revolución debería derrocar al zarismo y a la burguesía, y llevar al poder al proletariado, es decir, no contemplaba la revolución burguesa rusa como una etapa necesaria en el camino al socialismo.
Víctima de la represión policial tras liderar numerosas huelgas, “Proletariado” se fusionó con la Federación de Trabajadores Polacos y dos grupos menores del Partido Socialista Polaco (PPS). El órgano público del nuevo partido estaba dirigido por Leo Jogiches, Adolf Warsky y la joven Rosa Luxemburgo.
Durante este período, el objetivo era establecer sin ambigüedades el programa marxista en la nueva organización, lo que significó una batalla contra las tendencias blanquistas, que en el momento de mayor ofensiva policial habían penetrado en las filas de “Proletariado”, y contra el economicismo y el reformismo, que provenían de la antigua Federación de Trabajadores.
LA CUESTIÓN NACIONAL
Durante esos años, Rosa Luxemburgo realiza sus primeros trabajos teóricos sobre la cuestión nacional y las tareas del proletariado polaco en su lucha contra la opresión zarista.
Para ella, la cuestión nacional polaca había sufrido profundas transformaciones desde que Marx la considerara un poderoso factor revolucionario. La pequeña nobleza polaca, que había luchado contra el despotismo zarista y por las causas democráticas en las revoluciones de 1848 hasta 1871, estaba influida por una vuelta al pasado precapitalista, que al fin y al cabo representaba un punto de vista reaccionario. Por otro lado, la burguesía polaca se había desarrollado como clase al calor del crecimiento del capitalismo ruso y amparada por el gobierno de los zares, que le aseguraba fabulosos negocios en territorio ruso. Además, tenía múltiples vínculos con el aparato del Estado zarista y había renunciado definitivamente a la unidad y la independencia de la nación. Para Rosa Luxemburgo, sólo entre los intelectuales polacos perduraban las ideas nacionalistas. En ese sentido, la clase obrera difícilmente podía crear un Estado polaco burgués contra la propia burguesía y contra la dominación extranjera. Si la clase obrera tuviese la fuerza necesaria para lograr esto, afirmaba Rosa Luxemburgo, también la tendría para la revolución socialista, la única solución a la cuestión nacional polaca admisible para los trabajadores.
En opinión de Rosa, la independencia nacional no podría ser un objetivo inmediato del proletariado. Toda su posición en esta cuestión estaba recorrida por la idea de que la lucha emprendida por la clase obrera no resultase falseada y absorbida por las aspiraciones nacionalistas. El énfasis se debía poner en la lucha común de los trabajadores rusos y polacos.
Durante años, los socialdemócratas polacos mantuvieron un encarnizado combate contra los dirigentes nacionalistas pequeñoburgueses del PPS, combate que contó con la solidaridad explícita de Lenin. Así se expresaba Rosa Luxemburgo respecto a esta cuestión: “Desear que estalle una guerra solamente para la liberación de Polonia supondría ser un nacionalista de la peor clase y anteponer los intereses de unos pocos polacos a los de cientos de millones de hombres que padecerían la guerra. Y así piensan, por ejemplo, los miembros del ala derecha del PPS, que solamente son socialistas de boquilla y frente a los cuales los socialdemócratas polacos tienen mil veces razón. Establecer ahora la consigna de la independencia de Polonia, en la situación actual de las relaciones entre los estados imperialistas vecinos, supone verdaderamente ir tras una utopía, caer en un nacionalismo minúsculo y olvidar los requisitos de la revolución europea e incluso de las revoluciones rusa y alemana”.
Rosa Luxemburgo tenía una posición internacionalista, pero olvidaba que en la práctica las demandas democráticas nacionales tenían un poderoso atractivo revolucionario para las masas polacas, incluido el proletariado. En su polémica con Lenin, este incidió una y otra vez en que la defensa del derecho de autodeterminación de las naciones y nacionalidades oprimidas no significa hacer agitación a favor del separatismo o la independencia. En esta cuestión, los marxistas no anteponemos una reivindicación democrática a los intereses del proletariado y la revolución mundiales. La defensa de este derecho, que Rosa Luxemburgo se negaba a incluir en el programa de la socialdemocracia polaca, permite arrancar a las masas de cualquier nacionalidad oprimida de la nefasta influencia de su burguesía y su pequeña burguesía nacionalistas, que siempre explotan en su beneficio las ansias de liberación del proletariado y los campesinos pobres.
En la Revolución de Octubre se demostró el enorme potencial revolucionario de esta consigna, vinculada a la lucha por el poder obrero y la expropiación de la burguesía y los terratenientes. Lenin dedicó a esta cuestión uno de sus trabajos más brillantes, El derecho de las naciones a la autodeterminación, que hoy en día sigue manteniendo toda su vigencia.
LA SOCIALDEMOCRACIA ALEMANA
Después de años de conflictos dentro del movimiento socialista polaco, el viejo PPS estalló, permitiendo a los partidarios del marxismo ganar una influencia mayoritaria en el movimiento obrero polaco. Rosa Luxemburgo y Leo Jogiches se convertirían a partir de ese momento en los líderes de la nueva organización, que adoptó el nombre de Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia, que posteriormente se fusionaría con los socialistas lituanos, dirigidos por Dzierzynski, fieles seguidores de los postulados de Rosa, dando lugar al Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania (SDKPL).
Sin embargo, Rosa Luxemburgo pronto emprendería nuevas tareas militantes que la llevarían al centro del movimiento obrero europeo de aquella época, Alemania, donde entró en contacto con los cuadros más destacados de la socialdemocracia alemana: Clara Zetkin, a la que le uniría una estrecha amistad hasta su muerte, August Babel, Paul Singer, Franz Mehring y Karl Kautsky.
Desde sus orígenes, en el seno de la socialdemocracia alemana (SPD), como en la mayoría de los partidos obreros de la época, coexistían dos tendencias bien delimitadas: la reformista, adaptada a las nuevas formas “democráticas” del Estado capitalista, y la marxista, que abogaba por la transformación socialista de la sociedad con métodos revolucionarios.
En el caso del SPD, las tendencias reformistas habían calado hondo, especialmente entre sus cuadros dirigentes, en el grupo parlamentario, en la dirección de los sindicatos y entre los centenares de funcionarios de las diferentes organizaciones del partido. Lenin describió este proceso de degeneración reformista de la socialdemocracia alemana en su libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky. El espectacular crecimiento de la influencia y el poder de la socialdemocracia alemana entre los trabajadores tuvo lugar en el período de auge económico más importante que el capitalismo había experimentado hasta ese momento.
Los triunfos electorales, el aumento de concejales y de parlamentarios regionales y estatales, la influencia de los sindicatos en las nuevas relaciones económicas, favorecieron que una capa cada vez más nutrida de funcionarios, cuadros provenientes de la aristocracia obrera y la intelectualidad pequeñoburguesa, se fuese haciendo con el control de la organización.
Este ambiente que inspiraba la acción del partido, cada vez más centrada en la actividad parlamentaria, favoreció la penetración de las ideas reformistas. Ya no se trataba de derrocar el capitalismo de forma revolucionaria, sino de transformarlo gradualmente a través de la acción institucional. Las reformas, que se impondrían gracias a los éxitos electorales, garantizarían un cambio cualitativo de la naturaleza de clase del Estado y la sociedad, hasta arribar pacíficamente a una sociedad socialista.
En el campo teórico, todo este proceso cristalizó con los escritos de Bernstein, que reclamaba el fin del método marxista de análisis de las contradicciones del capitalismo, al tiempo que proponía el cambio de la sociedad a través de reformas graduales en las relaciones económicas y en el propio Estado burgués. Para Bernstein, el boom del capitalismo alemán había supuesto, en la práctica, la negación de las previsiones de Marx: ni pauperización creciente de la sociedad, ni crisis de sobreproducción, ni necesidad de un cambio revolucionario. A través del crecimiento electoral y la acción parlamentaria sería posible transformar la realidad del capitalismo en una sociedad democrática avanzada, donde el control estatal de los medios de producción garantizase el fin del conflicto social.
La herencia teórica de Berstein se ha proyectado a lo largo de la historia del movimiento obrero, hasta el punto de que los dirigentes socialdemócratas actuales beben de sus fuentes teóricas, repitiendo palabra por palabra lo dicho hace más de cien años por el jefe del revisionismo alemán.
Frente a esta posición política, reveladora de lo lejos que había llegado el proceso de degeneración reformista del SPD, se alzó Rosa Luxemburgo, la única dirigente del partido que fue capaz de presentar batalla en el terreno teórico de una forma consistente. Reforma o revolución fue un aldabonazo en el seno del SPD, polarizó completamente el debate político y permitió reagrupar las fuerzas de la izquierda marxista en su seno. Hoy en día,Reforma o revolución constituye un tesoro teórico de primer orden, un auténtico clásico de la literatura marxista y de la lucha contra la penetración de las ideas de clases ajenas en el seno del movimiento obrero.
La contradicción para Rosa no se situaba en que la lucha por las reformas fuera incompatible con la defensa de una estrategia revolucionaria, sino en que Berstein había abandonado por completo el análisis de clase de la sociedad capitalista, ofreciendo una alternativa que tan sólo serviría para perpetuar el mantenimiento del orden social burgués. “La reforma y la revolución”, señala Rosa Luxemburgo en esta obra que os ofrecemos, “no son, por tanto, distintos métodos de progreso histórico que puedan elegirse libremente en el mostrador de la historia, como cuando se eligen salchichas calientes o frías, sino que son momentos distintos en el desarrollo de la sociedad de clases, que se condicionan y complementan entre sí y al mismo tiempo se excluyen mutuamente, como el Polo Norte y el Polo Sur o la burguesía y el proletariado.
[1]Hay dos ediciones distintas de esta obra, ambas preparadas por la autora. La primera es de 1900 y la segunda, de 1908. La diferencia fundamental es que en la segunda edición se introdujeron cambios derivados de nuevas experiencias prácticas, por ejemplo en lo relativo a la crisis económica, y se omitieron los pasajes donde se exigía la exclusión de los reformistas o se hacía referencia a la misma. Cuando se volvió a publicar el libro, diez años después del comienzo del debate sobre Bernstein y luego de que los oportunistas ocuparon las posiciones más importantes en el partido, la exigencia de exclusión ya no tenía ningún sentido. Este texto es el de la primera edición. Los párrafos omitidos por Rosa Luxemburgo en la segunda edición van entre corchetes y los añadidos, en su caso, aparecen como notas a pie de página.
La primera parte de esta obra hace referencia a la serie de artículos de Eduard Bernstein Problemas del socialismo, publicados en Neue Zeit, Zurich, entre 1897 y 1898.
La segunda parte de este trabajo se refiere al libro de Eduard Bernstein Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.
[2]El contenido político del término “socialdemocracia” varió a lo largo del tiempo. Cuando Rosa Luxemburgo escribió esta obra todavía tenía un significado revolucionario, como se deduce de la lectura de la misma. Estas variaciones se han producido más veces, como ya el propio Engels comentó en su prefacio a la edición inglesa de 1888 de El manifiesto comunista. (Nota de la Editorial)
[3]Paul Frölich, Rosa Luxemburgo vida y obra, Ed. Fundamentos, Madrid 1976.
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