PREFACIO

 

El manual elemental de filosofía que publicamos aquí, reproduce las notas tomadas por uno de sus alumnos en los cursos dictados por Georges Politzer en la Universidad Obrera durante el año escolar 1935-1936. Para que se comprenda su carácter y alcances es necesario precisar en primer término, el objetivo y el método de nuestro camarada.

La Universidad Obrera había sido fundada en 1932 por un pequeño grupo de profesores para enseñar la ciencia marxista a los trabajadores manuales y darles un método de razonamiento que les permitiera comprender nuestra época y orientar su acción, tanto en su técnica como en el terreno político y social.

Desde el comienzo, Georges Politzer se encargó de enseñar en la Universidad Obrera la filosofía marxista, el materialismo dialéctico: tarea tanto más necesaria por cuanto la enseñanza oficial continúa ignorando o desnaturalizando esta filosofía.

Ninguno de aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a esos cursos —año tras año él hablaba a un numeroso auditorio en el que se mezclaban todas las edades y profesiones, pero donde predominaban los jóvenes obreros— podrá olvidar la profunda impresión que sentían ante ese muchachón pelirrojo, tan entusiasta y tan sabio, tan concienzudo y tan fraternal, tan interesado en poner al alcance de un público inexperto una materia árida e ingrata.

Su autoridad imponía a su curso una disciplina agradable, que sabía ser severa pero manteniéndose siempre justa, y de su persona se desprendía una tal potencia vital, una tal irradiación, que era admirado y amado por todos sus alumnos.

Para hacerse comprender bien, Politzer comenzaba por suprimir de su vocabulario toda jerga filosófica, todos los términos técnicos que sólo pueden entender los iniciados. Únicamente quería emplear palabras sencillas, conocidas por todos. Cuando se veía obligado a servirse de un término raro, no dejaba de explicarlo ampliamente mediante ejemplos familiares. Si durante los discusiones alguno de sus alumnos empleaba palabras sabias, lo reprendía y se burlaba de él con esa ironía mordaz que le conocían bien todos los que se le han acercado.

Quería ser sencillo y claro y siempre apelaba al sentido común, sin sacrificar nunca, sin embargo, ni un ápice de la exactitud y de la verdad de las ideas y teorías que exponía. Sabía dar a sus cursos un carácter extremadamente vivaz haciendo participar al auditorio en las discusiones, antes y después de la lección. Procedía así: al final de cada lección, daba lo que él denominaba una o dos preguntas de control; tenían por objeto resumir la lección o aplicar su contenido a algún tema particular. Los alumnos no estaban obligados a tratar el tema, pero eran numerosos, los que se dedicaban a ello y aportaban un deber escrito al comienzo del curso siguiente. El preguntaba entonces quién había hecho el deber; se levantaba la mano y él escogía a algunos de nosotros para leer nuestro texto y completarlo si era necesario con explicaciones orales. Politzer criticaba o felicitaba y provocaba entre los alumnos una breve discusión; después concluía extrayendo las enseñanzas de la discusión. Esto duraba alrededor de media hora y permitía a los que habían faltado al curso precedente colmar la laguna y establecer la vinculación con lo que habían aprendido antes; también permitía al profesor comprobar en qué medida había sido comprendido. Cuando hacía falta, insistía sobre los puntos delicados u oscuros.

Comenzaba entonces la lección del día, que duraba alrededor de una hora; después los alumnos planteaban preguntas sobre lo que acababa de ser dicho. Estas preguntas eran generalmente interesantes y juiciosas. Politzer las aprovechaba para aportar precisiones y retomar lo esencial del curso bajo un ángulo diferente.

Georges Politzer, que tenía un profundo conocimiento de su tema y una inteligencia de admirable flexibilidad, se preocupaba ante todo de las reacciones de su auditorio: en cada ocasión tomaba la "temperatura" general y verificaba constantemente el grado de asimilación de sus alumnos. Por consiguiente, era seguido por ellos con apasionado interés. El contribuyó a formar millares de militantes y de ellos son numerosos los que hoy ocupan puestos "responsables".

Nosotros, que comprendíamos el valor de esta enseñanza y que pensábamos en los que no podían escucharla, y particularmente en nuestros camaradas de las provincias, anhelábamos la publicación de sus cursos. El prometía pensar en ello, pero, en medio de su inmenso trabajo, nunca encontraba tiempo para realizar este proyecto.

Fue entonces que durante mi segundo año de filosofía en la Universidad Obrera, donde se había creado un curso superior, tuve ocasión de pedir a Politzer que me corrigiera algunos deberes, y le entregué a pedido suyo mis cuadernos del curso. Los encontró bien hechos y yo le propuse redactar, de acuerdo a mis notas, las lecciones del curso elemental. Me alentó a hacerlo, prometiéndome revisarlas y corregirlas. Desgraciadamente no encontró tiempo para ello. Sus ocupaciones eran cada vez más pesadas y dejó el curso superior de filosofía a nuestro amigo, René Maublanc. Yo puse a éste al corriente de nuestros proyectos y le pedí que revisara las primeras lecciones que yo había redactado. El aceptó diligentemente y me alentó a terminar ese trabajo que luego debíamos presentar a Georges Politzer. Pero llegó la guerra: Politzer debía encontrar una muerte heroica en la lucha contra el ocupante hitleriano.

Aunque ya no contemos con nuestro camarada para completar un trabajo que él había aprobado y alentado, hemos creído útil publicarlo. Nuestro amigo Jean Kanapa, profesor de filosofía, ha tenido la bondad de leerlo y corregir en sus detalles, el texto que yo había redactado antes de 1939 de acuerdo a mis notas del curso.

Georges Politzer, que todos los años comenzaba su curso de filosofía en la Universidad Obrera fijando el verdadero sentido de la palabra materialismo y protestando contra las deformaciones calumniosas a que algunos la someten, recordaba enérgicamente que el filósofo materialista tiene ideales y para hacerlos triunfar está dispuesto a la lucha. Después, él supo probarlo con su sacrificio, y su muerte heroica ilustra ese curso inicial en él que afirmaba la unión de la teoría y de la práctica en el marxismo. No es inútil insistir sobre esa devoción a un ideal, esa abnegación y ese alto valor moral, en una época en que nuevamente se osa presentar al marxismo “como una doctrina que transforma al hombre en una máquina o en un animal apenas superior al gorila o al chimpancé". (Sermón de Cuaresma en Nôtre-Dame de París, pronunciado el 18 de febrero de 1945, por el Rev. P. Panici.)

Nunca protestamos suficientemente contra tales ultrajes a la memoria de nuestros camaradas. Limitémonos a recordar a aquellos que tienen, la audacia de proferirlos, el ejemplo de Georgés Politzer, de Gabriel Peri, de Jacques Solomon, de Jacques Decour,[1] que eran marxistas y profesores de la Universidad Obrera de París: todos buenos camaradas, sencillos, generosos, fraternales, que no hesitaban en consagrar una buena parte de su tiempo para ir a un barrio perdido a enseñar a los obreros la filosofía, la economía política, la historia y las ciencias.

La Universidad Obrera fue disuelta en 1939. Reapareció poco después de la Liberación con el nombre de Universidad Nueva. Un nuevo equipo de abnegados profesores que reemplazaba a los fusilados fue a reiniciar la obra interrumpida.

Nada puede alentarnos más en esta tarea esencial, que rendir homenaje a uno de los fundadores y animadores de la Universidad Obrera, y ningún homenaje nos parece más justo y más útil que publicar ahora los Principios  Elementales de Filosofía de Georges Politzer.

Murice Le Goas

 

ADVERTENCIA DE LOS EDITORES FRANCESES

 

Esta nueva edición de los Principios  Elementales de Filosofía de Georges Politzer ha sido completamente revisada, aumentada en ciertos pasajes y cuidadosamente corregida. En momentos en que la lucha ideológica, traducción y expresión de la lucha política, se vuelve cada vez más aguda, en momentos en que es preciso que todo espíritu honesto se halle intelectualmente armado para hacer frente a las tentativas de mistificación, nos ha parecido efectivamente indispensable presentar al lector un instrumento de trabajo aún más perfecto que el que le habíamos presentado anteriormente. En honor a la verdad, debemos decir que nuestra primera edición contenía ciertos defectos de presentación, debidos además a nuestra prisa por publicar lo más rápidamente posible esta preciosa herramienta intelectual. Por lo tanto hemos corregido línea por línea la presentación de las exposiciones de Politzer, mejorándola cada vez que resultó necesario. Queda entendido que no hemos aportado ninguna modificación a lo que se llama "el fondo"; las únicas correcciones se refieren a la forma. Pensamos que de este modo hemos vuelto más claros ciertos parágrafos, otros más actuales y otros, finalmente, "mejor escritos".

Hemos agregado también cierto número de Deberes Escritos y de Lecturas (encontrados en las notas de nuestro amigo Le Goas e indicados por Politzer), y revisamos completamente el índice de tal modo que ahora constituye un rápido diccionario de historia de la filosofía.

Nuestro gran camarada Paul Langevin había corregido con su propia mano y en el ejemplar de Principios  que poseía, dos errores de detalle sobre una cuestión científica que conocía muy bien. Langevin deseaba que esas correcciones fueran efectuadas cuando se hiciera una reedición. Es lo que se ha cumplido ahora.

Tal como ahora se presenta, la obra de Politzer constituye, y en mayor medida, que antes, una introducción indispensable para el conocimiento del materialismo dialéctico, fundamento del marxismo. Servirá útilmente tanto al militante obrero como al estudiante, al espíritu curioso como al intelectual ya especializado.

Politzer sabía mejor que nadie que la obra contiene lagunas, que ciertos desarrollos requerirían precisiones, que ciertas afirmaciones necesitan ser profundizadas con explicaciones complementarias. Pero sabía también que en la filosofía como en cualquier otra cosa, hay que comenzar por el comienzo. Por lo tanto, hay que considerar la enseñanza que dispensan estos Principios  como una enseñanza elemental.

Nos hemos preocupado de colocar a continuación de cada curso la lista de lecturas recomendadas por Politzer, así como las preguntas de control que él proponía al final de cada lección.

Pensamos que estas preguntas presentan el mayor interés para dos categorías de lectores:

  1. Para los alumnos, es decir, para aquellos que no quieren contentarse con leer el libro, sino que quieren estudiarlo. A éstos les aconsejamos que cuando hayan completado cada lección con las lecturas recomendadas, cierren el libro y reflexionen sobre la o las preguntas planteadas, contestándolas mentalmente o, mejor aún, por escrito. El alumno controlará luego por sí mismo, basándose en el libro, lo que ha retenido de la lección.
  2. Para los maestros, es decir, para aquellos que querrán servirse de este libro como base de enseñanza en un círculo de estudios marxistas. A éstos, las preguntas les permitirán animar la enseñanza y suscitar discusiones fecundas.

A todos, finalmente, este libro proporcionará así, con las indicaciones de su prefacio y con sus preguntas de control, un método pedagógico que ha demostrado ser excelente.

 

[1] Todos ellos muertos por los ocupantes nazis a causa de su valerosa actuación en la Resistencia. (N. del T.)

 

 

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