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Primera conferencia.

 

Introducción; La revolución industrial en Inglaterra; La gran revolución francesa y su influencia en Alemania.

 

Voy a tratar un tema puramente histórico, pero al mismo tiempo que asigno una tarea teórica: ya que Marx y Engels, los maestros cuya historia referiré, interesan como autores de la concepción materialista de la historia y creadores del socialismo científico, quisiera hacerlo empleando su propio método, aplicando esa misma concepción.

Por más que nuestro programa destaca la importancia de la colectividad de las masas, se la atribuimos a veces excesiva al papel de los individuos en la historia y, en los últimos tiempos particularmente, subordinamos un poco el de las masas, relegando a veces al último término las condiciones económicas e históricas generales que determinan la acción individual.

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La personalidad de Engels se desvanece algo ante la de Marx. Es casi imposible encontrar en la historia del siglo XIX un hombre que por su actividad y su obra científica haya orientado de tal modo el pensamiento y la acción de varias generaciones en distintos países.

Han transcurrido cuarenta años1 desde la muerte de Marx y, sin embargo, su pensamiento no ha dejado de influir, de encauzar el desarrollo intelectual hasta en los países más lejanos, en los que jamás se oyó hablar de él mientras vivía.

1  En 1923.

El nombre de Marx es muy conocido en Rusia, Hace ya más de medio siglo que apareció la traducción rusa de "El Capital", pero la influencia del marxismo lejos de cesar, aumenta cada año. Ningún historiador del porvenir podrá estudiar la historia rusa a partir de 1880 sin estudiar previamente las obras de Marx y Engels: tan profundamente han penetrado esos dos hombres en la historia del pensamiento social y socialista y del movimiento obrero revolucionario ruso,

Henos, pues, ante dos figuras eminentes que determinaron la dirección del pensamiento humano. Veamos en qué condiciones y en qué ambiente se desarrollaron.

El hombre es producto de un medio histórico determinado. Un genio que aporte una novedad lo hará sobre la base de lo existente. No puede surgir de la nada. En consecuencia, si se quiere precisar el genio, el grado de originalidad de un hombre, ha de tenerse por lo menos una idea aproximada de lo que ya existía, del desarrollo alcanzado por el pensamiento humano y la sociedad en el momento en que aquél comenzó a formarse, es decir, a sufrir la influencia del medio ambiente. Así, para comprender a Marx —y aplicaremos aquí prácticamente su propio método— será necesario considerar la influencia del medio histórico sobre él y Engels.

Marx nació en Tréveris el 5 de mayo de 1818; Engels, el 20 de noviembre de 1820, en Bremen, ciudades ambas de Alemania, situadas en la misma provincia —Renania— bañada por el Rin, que marca la frontera entre Francia y Alemania. Nacieron, pues, con dos años de intervalo, en una misma provincia alemana, en la primera mitad del siglo XIX.

Como sabemos, en los primeros años de su existencia el niño se encuentra sometido sobre todo a la influencia del medio familiar. A partir de los diez o doce años sufre la influencia, más compleja, de la escuela. Comienza a entrar en contacto con una cantidad de fenómenos y de hechos desconocidos en el círculo estrecho de la familia.

Tenemos ya situados a Marx y Engels en un medio geográfico determinado: Alemania. Veremos luego a qué clase pertenecen por su origen. Antes nos referiremos a la situación histórica general por el año 1830, cuando niños conscientes, Marx y Engels empiezan a padecer la influencia del medio histórico social. 1830 y 1831 son para Europa años revolucionarías. En el primero, estalla en Francia la revolución de julio, que se extiende por toda Europa, de occidente a oriente, alcanzando a Rusia, donde provoca la insurrección de 1831 en el reinado de Polonia, Desde que Marx y Engels han entrado en la vida más o menos consciente se encuentran, pues, en el torbellino de la revolución y reciben las impresiones de ese período convulsivo. Pero la revolución de julio de 1830 venía a ser la conclusión de otra revolución más considerable, cuyas consecuencias e influencias es necesario conocer para valorar el medio histórico en que crecieron Marx y Engels.

La historia del siglo XIX hasta 1830 está determinada por dos factores esenciales: la revolución industrial en Inglaterra y la gran revolución francesa. Comienza la primera hacia 1760 dura un largo período; llega a su apogeo en las postrimerías del siglo XVIII, pero se termina más o menos en 1830.

¿Qué es la revolución industrial —así denominada por Engels—?

En la segunda mitad del siglo XVIII Inglaterra era ya un país capitalista. Tenía una clase de obreros, de proletarios, es decir una clase de hombres privados de toda propiedad, sin instrumentos de producción, por consiguiente obligados, para vivir, a vender como una mercancía su mano de obra, y una clase capitalista que explotaba a esa clase obrera. Existía asimismo una de grandes terratenientes.

No obstante, a mediados del siglo XVIII en capitalismo en Inglaterra todavía se apoyaba técnicamente sobre la antigua producción manual. No era la producción artesana, en que cada taller contaba sólo con un patrón, dos o tres compañeros y algunos aprendices; ya había cedido aquélla su lugar al modo de producción capitalista y hacia la segunda mitad del siglo XVIII se desarrollaron justamente en Inglaterra tales formas de ese estadio de la reducción capitalista que se llama manufacturera. En el estadio manufacturero del desarrollo de la producción, los capitalistas siguen explotando al obrero, pero en una escala más vasta, en un taller considerablemente ampliado, que no es el del artesano.

En lo que respecta a la organización del trabajo, la producción manufacturera se distingue de la artesana en que reúne a centenares de obreros en un gran local. Cualquiera sea el oficio de que se ocupen, se establece entre esos centenares de hombres una perfeccionada división del trabajo con todas sus consecuencias. Es la empresa capitalista sin máquinas, sin mecanismos automáticos, pero en la que la división del trabajo y la del modo mismo de producir en diferentes operaciones parciales han llegado a un alto grado. Y precisamente a mediados del mismo siglo este período manufacturero se generaliza en Inglaterra.

Más o menos en 1760 comienzan a modificarse las propias bases técnicas de la producción. Las antiguas herramientas de los artesanos se reemplazan por máquinas. Esta innovación se efectúa ante todo en la principal rama de la industria inglesa, la textil. La aplicación sucesiva de una serie de inventos transforma la técnica del tejido y la hilandería. No enumeraré todas esas invenciones; bastará con saber que hacia 1780 los telares para tejer e hilar figuraban entre ellas. En 1785, Watt inventa su máquina a vapor perfeccionada, que permite instalar las fábricas en las ciudades, hasta entonces establecidas exclusivamente a orilla de las corrientes de agua que proveían la energía necesaria. De ahí las condiciones favorables para la concentración de la producción. A partir de 1785 comienzan las tentativas para aplicar el vapor como fuerza motriz en diversas ramas de la industria. Pero el progreso de la técnica no fue tan rápido como se pretende, a veces en los textos corrientes; el período de esta gran revolución industrial abarca desde 1760 hasta 1830. La máquina de hilar automática, hoy muy difundida en nuestras fábricas, no estuvo bastante perfeccionada hasta 1852; la de tejer adquirió su forma actual en 1813, si bien los primeros telares habían sido inventados antes de 1760 (la de Cartwright en 1785), es decir, muy anteriormente a esa fecha.

Estamos considerando, pues, un país en el que desde 70 años atrás las invenciones se suceden sin interrupción, la producción se concentra cada vez más y los pequeños talleres de tejido e hilado desaparecen progresivamente. Los artesanos son sustituidos por proletarios cada día en mayor número. En lugar de la antigua clase de obreros que había comenzado a desarrollarse en los siglos XVI y XVII y que en la segunda mitad del XVIII representaban todavía una pequeña parte de la población, al finalizar este siglo y particularmente a mediados del XIX, se encuentra en Inglaterra una clase considerable que impone sus características en todas las relaciones sociales.

Simultáneamente con esta revolución industrial se produce cierta concentración en el seno de la propia clase obrera y también una modificación en todos los órdenes económicos, Los tejedores y los hiladores quedan desplazados de sus habituales condiciones de existencia. Al principio el obrero manufacturero apenas se distinguía del artesano o del campesino, tenía confianza en el mañana, sabía que estaba en las mismas condiciones de su padre o de su abuelo; pero ahora había cambiado todo y desaparecido las seculares relaciones familiares entre patronos y obreros; aquéllos arrojan a la calle sin piedad a decenas y centenas de trabajadores. Reaccionan éstos, a su vez, contra la modificación tan radical, contra este trastorno en sus condiciones de vida. Se indignan, y su indignación, su odio, se dirigen en seguida, naturalmente, contra el signo exterior de esta nueva revolución que daña sus intereses, contra las máquinas, que representan para ellos todo el mal. Y se producen. al comienzo del siglo XIX, sublevaciones de los trabajadores contra el empleo de las máquinas y los perfeccionamientos técnicos de la producción, que adquieren grandes proporciones en Inglaterra precisamente hacia 1815, poco después de la adopción de la máquina de tejer perfeccionada. Por esta época el movimiento afecta a todos los centros industriales, deja de ser espontáneo, se organiza, responde a jefes y consignas. Se le conoce en la historia como el movimiento de los "luddistas", según unos por el nombre de un obrero y según otros por el del fabuloso general Ludda, cuyas proclamas suscribían los obreros. Para repelerlo, las clases dirigentes, la oligarquía dominante, recurren a las medidas más rigurosas. Cualquier tentativa de destrucción de máquinas es castigada con la pena de muerte. Numerosos obreros fueron, por eso, ahorcados.

Era necesaria una propaganda apropiada para hacerles comprender que la causa de su situación no estaba en las máquinas sino en las condiciones en qué estas eran empleadas. El movimiento revolucionario que se propone hacer de los obreros una masa consciente capaz de luchar contra determinadas condiciones políticas y sociales, comienza a desarrollarse vigorosamente en Inglaterra a partir de 1815. No entraré a examinarlo en detalles, pero quisiera señalar que, a pesar de haber comenzado en ese tiempo, había tenido precursores a fines del siglo XVIII. Para comprender el papel que tuvieron, hace falta estudiar la situación de Francia, porque es difícil apreciar bien los primeros pasos del movimiento inglés sin conocer las consecuencias de la revolución francesa. Estalló ésta en 1789 y llegó a su fase culminante en 1793. Desde 1794 empieza a declinar y acaba algunos años más tarde con la instauración de la dictadura militar de Napoleón. En 1799 Napoleón realiza su golpe de estado y luego de ser cónsul durante cinco años se proclama emperador y reina hasta 1815.

Hasta fines del siglo XVIII Francia estuvo gobernada por una monarquía absoluta. En realidad, el poder pertenecía a la nobleza y al clero que cedían por ventajas materiales una parte de su influencia a la burguesía financiera comercial que empezaba a constituirse. La efervescencia de las masas populares, de los pequeños productores, de los campesinos, de los pequeños y medianos industriales que no poseían privilegio alguno suscita un fuerte movimiento revolucionario que obliga al poder real a hacer concesiones, Luis XVI convoca a los Estados generales. Mientras luchan los dos grupos sociales representados por la clase pobre de las ciudades y las ordenes privilegiadas, el poder cae en manos de la pequeña burguesía revolucionaria y los obreros parisienses el 10 de agosto de 1792. Dominan entonces los jacobinos con Robespierre y Marat. Añadamos el nombre de Dantón. Durante dos años es dueño de Francia el pueblo sublevado, cuya vanguardia está en el París revolucionario. Los jacobinos representaban a la burguesía, pero llevaron sus reivindicaciones hasta su límite lógico. No eran ni comunistas ni socialistas. Robespierre, Marat, Dantón, demócratas pequeño-burgueses, asumían el papel y la tarea que había de cumplir toda la burguesía: despojar a Francia de las supervivencias del régimen feudal; crear condiciones políticas que permitiesen a todos los poseedores desarrollar libremente sus actividades y a los pequeños propietarios procurarse una renta mediana con un oficio honrado o con una honesta explotación del trabajo ajeno. Pero en su lucha por la creación de esas condiciones políticas y contra el feudalismo, contra la aristocracia, y principalmente contra toda Europa, que se arrojaba sobre Francia, los jacobinos: Robespierre y Marat procedieron como jefes revolucionarios, poniendo en práctica métodos de propaganda también revolucionarios. Para oponer la fuerza de las masas populares a la de los señores o reyes, lanzaron la consigna: "¡Guerra a los palacios; paz en las chozas!" e inscribieron en su bandera la divisa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Las primeras conquistas de la revolución francesa tuvieron repercusión inmediata en Renania, donde se organizaron sociedades de jacobinos. Muchos alemanes fueron incorporados como voluntarios en el ejército francés, y algunos en Paris participaron en todas las sociedades revolucionarias. Grande y duradera fue esa influencia en Renania y también en el Palatinado; al comenzar el siglo XIX las tradiciones heroicas de la revolución conservaban aún todo su prestigio sobre la joven generación. El propio Napoleón, el usurpador, en su lucha contra la Europa monárquica y feudal debió apoyarse en las conquistas fundamentales de la revolución francesa. Había comenzado su carrera militar en el ejército revolucionario. Los soldados franceses, descalzos, desarrapados, casi sin armas, pelearon contra las tropas regulares prusianas y vencieron por su entusiasmo, su superioridad numérica y su arte de desmoralizar y disgregar al ejército enemigo bombardeándolo con proclamas antes de dirigirles las balas. También Napoleón en sus guerras recurrió a esa propaganda revolucionaria. Sabía perfectamente que los cañones son un poderoso medio de acción, pero jamás desdeñó aquel otro instrumento de propaganda que desorganiza tan bien a las tropas adversarias.

La influencia de la revolución francesa se extendió igualmente hacia el Este y llegó hasta San Petersburgo, donde, según cuentan nuestros viejos libros, la gente se abrazaba y felicitaba en las calles al conocer la noticia de la toma de la Bastilla. Ya había en Rusia un pequeño grupo de hombres, el principal de los cuales era Radichtchev, que comprendía bien el sentido de la revolución francesa.

En Inglaterra, país que encabezaba entonces las coaliciones dirigidas contra Francia, la misma influencia se hizo sentir no sólo entre los elementos pequeñoburgueses sino también en la numerosa población obrera formada por la revolución industrial. La primera organización obrera revolucionaria surgió en Inglaterra precisamente entre los años 1791-92. Se la denominó "Sociedad de correspondencia” para eludir la ley inglesa que prohibía a sociedades de distintas localidades ligarse orgánicamente. Al finalizar el siglo XVIII, Inglaterra, que había pasado ya por dos revoluciones, una a mitad y la otra a fines del siglo XVII, se regía constitucionalmente. Considerábasele como el país más libre; permitíase allí el funcionamiento de clubes y sociedades, pero sin derecho a que se vincularan entre sí. Burlando esta prohibición, los obreros organizaron donde pudieron aquellas sociedades de correspondencia, que se relacionaban epistolarmente. La de Londres estaba dirigida por Tomás Hardy, un zapatero escocés, de origen galo. Atrajo y organizó a un gran número de obreros, los cuales pagaban una reducida cuota de ingreso. La sociedad organizaba mítines y asambleas. La mayoría eran artesanos, zapateros y sastres, lo que se explica por el efecto disgregador que sobre la antigua producción manufacturera había comenzado a ejercer la revolución industrial a que antes hice referencia.

Voy a dar otro nombre ligado a la historia ulterior del movimiento tradeunionista inglés: Francis Place, sastre de oficio. Citaré también, de entre los otros artesanos miembros de esas sociedades de correspondencia, al zapatero Holcruft, poeta, publicista y orador talentoso, que tuvo una destacada actuación en las postrimerías del siglo XVIII.

Dos o tres semanas después de la proclamación de la república en Francia (10 de agosto de 1792), la sociedad de Hardy, por intermedio del embajador francés en Londres, envió secretamente a la Convención un mensaje de simpatía. Este saludo, una de las primeras manifestaciones de solidaridad internacional, produjo gran impresión por proceder del pueblo inglés, cuyas clases dominantes mostraban a Francia, por aquella época, la más viva hostilidad, y la Convención lo retribuyó por resolución especial.

Tomando como pretexto las relaciones que sostenían con los jacobinos franceses, la oligarquía inglesa emprendió persecuciones contra las referidas sociedades. A Hardy y muchos de sus compañeros les fue iniciada una serie de procesos. Leyendo los discursos de los procuradores que en ellos intervinieron, se ve cómo los grupos capitalistas ingleses aprovecharon la revolución para quitarle a la Francia revolucionaria sus colonias en Asia y América.

El temor de ver destruida su dominación, hizo que la oligarquía inglesa adoptara medidas contra el naciente movimiento obrero. Las sociedades, las uniones que los elementos burgueses, las gentes acomodadas, habían hasta entonces autorizado a fundar, y por lo cual era imposible negar la autorización a los artesanos, fueron prohibidas hacia 1800.

En 1799 una ley especial prohibió toda asociación de obreros en Inglaterra y desde entonces hasta 1824 la clase obrera del país estuvo privada del derecho de reunión y de coalición.

Volvamos ahora a 1815. El movimiento de los "luddistas", cuyo fin exclusivo era el de destruir las máquinas, fue transformándose en una lucha más consciente. Nuevas organizaciones revolucionarias se propusieron obtener la modificación de las condiciones políticas de la clase obrera, exigiendo en primer término el derecho de reunión y asociación y la libertad de prensa. El año 1817 comenzó con una lucha encarnizada que, en 1819, provocó en Manchester, centro de la industria algodonera, el célebre combate de Peterlow. Fuertes escuadrones de caballería arrollaron a los obreros y a consecuencia de la lucha murieron decenas de hombres. El rey de Inglaterra felicitó a los valientes cosacos que habían vencido a los trabajadores desarmados, como en otro tiempo Nicolás III aclamó a los bravos fanagoritsy que habían hecho fuego contra los obreros de Iaroslav.

Se tomaron luego nuevas medidas rigurosas contra la clase obrera, conocidas con el nombre de "Seis Puntos." Empero estas persecuciones no hicieron más que robustecer principalmente a Place, que no por ser ya un rico industrial había dejado de relacionarse con los radicales de la Cámara de los Comunes, los obreros ingleses consiguieron la famosa ley de coalición. Desde entonces tuvo una base legal el movimiento para la creación de organizaciones gremiales destinadas a la defensa contra la opresión de los industriales, a la conquista de mejores condiciones de trabajo y salarios más elevados. El tradeunionismo comienza a desarrollarse y en su seno se forman sociedades políticas con el fin de lograr el sufragio universal.

 

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