LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS DE ADOLFO SÁNCHEZ VÁZQUEZ
El libro cuya reedición presentamos es uno de los libros fundamentales del marxismo escrito en lengua castellana. Además, y esta es su segunda característica importante en un tiempo como el nuestro en el que el ensayismo y la recopilación de artículos constituyen la nota dominante, es un libro sistemático centrado en torno a un tema y no una miscelánea de trabajos dispersos. El libro presenta un doble enfoque histórico y sistemático. En su primera parte se reconstruye el desarrollo histórico de la noción de praxis por medio de la obra de Hegel, Feuerbach, Marx y Lenin, mientras que en la segunda parte se explora el significado de la noción de praxis, sus diferentes clases, así como su relación con aspectos políticos clave como la cuestión de la organización política, la noción de historia y la relación con la violencia.
En esta obra, que es un desarrollo de su tesis doctoral, Sánchez Vázquez explica su concepción filosófica fundamental, exponente de un marxismo no dogmático, obtenido a partir de la lectura directa de los clásicos y a la vez políticamente orientado. Como el propio Adolfo ha contado en varios escritos autobiográficos que su aproximación al marxismo (frente a la de otros grandes marxistas del siglo como Brecht por ejemplo, cuya aproximación al marxismo fue básicamente teórica) fue en primer lugar política, ya que en sus estudios iniciales en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid lo pusieron en contacto con una filosofía neokantiana y fenomenológica en la que el marxismo estaba completamente ausente. Sólo con mucha posteridad y ya en México pudo profundizar su conocimiento directo del marxismo. La concepción del marxismo que se expresa en esta obra responde también a una coyuntura política concreta y compleja: la derivada del impacto del XX Congreso de la URSS como telón de fondo y que tuvo en la Revolución cubana y en la invasión de Checoslovaquia dos puntos de inflexión decisivos. Sánchez Vázquez evolucionó respecto a su inicial apego al marxismo típico de la vulgata comunista en una dirección humanista siguiendo la línea de los escritos del joven Marx que tanta importancia tuvieron para romper la idea de un marxismo economicista y dogmático.
La evolución de su pensamiento filosófico no sólo se debió al cambio de la situación política, sino también al desarrollo de sus reflexiones estéticas que tiene su base en una precoz actividad literaria y poética que aunque fue abandonada como actividad específica a partir de los años cincuenta nunca ha dejado de impregnar la prosa de Sánchez Vázquez que en algunos parágrafos del libro comentado como por ejemplo el titulado "Grandeza y decadencia de la mano". Es curioso que las renovaciones más fecundas del pensamiento marxista en los años sesenta se dieran en el ámbito de la estética, quizás debido a que era más fácil innovar en esta problemática menos sometida al control ideológico que en otros campos como el directamente político, el histórico o el filosófico, donde la evolución fue posterior.
Nuestro filósofo piensa que la noción de praxis se sitúa en el centro de la triple problemática que para él constituye el marxismo: la transformación de una realidad que se juzga injusta, basada en una crítica de la misma que se apoya sobre el conocimiento científico de dicha realidad. Para Adolfo el marxismo no es una mera teoría, ni mucho menos una cosmovisión, sino una práctica transformadora de la realidad guiada por unos valores que sirven como crítica de la misma. Sánchez Vázquez se sitúa en el ámbito de la interpretación del marxismo que se ha denominado filosofía de la praxis y que tiene al marxismo italiano de principio de siglo como su inicial adalid especialmente en las obras de Labriola, Mondolfo y Gramsci (a pesar de que estos autores no están presentes en los escritos de A. S. V. como muy bien ha hecho notar uno de los discípulos más clarividentes de Adolfo, nuestro buen amigo y gran filosofo mexicano Gabriel Vargas Lozano), y que se despliega por medio de los estudios de varios filósofos yugoslavos reunidos en torno a la revista Praxis y otros filósofos del Este como K. Kosic. Sin embargo, hay que destacar que nuestro autor nunca ha caído en lo que el filósofo portugués J. Barata-Mourá ha podido denominar "idealismos de la praxis" (noción que ya utiliza el propio A. S. V. en este libro), ya que nunca ha disuelto el componente y el contexto materialistas de toda acción en un mero activismo desencarnado y espiritualista; de la misma manera siempre ha situado la praxis humana en el marco de las plurales determinaciones en las que la misma se desarrolla y no en el etéreo ámbito de una libertad humana hipostasiada de forma existencialista, como otros exponentes de la filosofía de la praxis, que rayan casi con el idealismo.
La posición marxista de A. S. v. se define frente a diversas posiciones marxistas que han tenido vigencia en nuestro siglo; en primer lugar frente al diamat propio de la escolástica soviética en la que nuestro autor nunca estuvo a gusto y en la que se mantuvo al principio debido a que las urgencias de la lucha política y militar en España, así como la lucha por la supervivencia en México, le impidieron durante largos años profundizar en el estudio del marxismo; posteriormente, frente a lo que se vio corno una deformación epistemológica, teoreticista y cientificista del marxismo: la obra de Althusser, que influyó, paradójicamente de forma decisiva, en muchos de sus alumnos; pero también frente a las concepciones más humanistas, como la de Garaudy, e incluso frente a la de sus propios compañeros de la filosofía de la praxis. Sánchez Vázquez despliega una concepciLón original del marxismo que se encuentra en la intersección de diversas tradiciones filosóficas y políticas: en primer lugar, la filosofía en lengua castellana, tanto en España como en México, porque la obra de Sánchez Vázquez, a pesar de considerarse siempre más exiliado que meramente trasterrado, como prefería decir su maestro Gaos, ocupa un lugar destacado dentro de la filosofía latinoamericana y más concretamente mexicana; en segundo lugar, el marxismo, ya que su filosofía se quiere y es marxista; por último, pero no lo menos importante, la tradición comunista, ya que desde su juventud mantuvo la militancia en las juventudes comunistas primero y en el PCE hasta hoy y tuvo mucha relación con el PC mexicano y el PSUM después (tradición esta última con más relevancia política que teórica, pero que a pesar de todo, tuvo en su área a los pensadores marxistas españoles más importantes de este siglo).
Entrando en algunos de los puntos que me parecen más interesantes del libro hay que destacar la profundidad del enfoque de Sánchez Vázquez en sus análisis históricos, empezando por el de Hegel al estudio del cual dedicó varios años en un seminario de lectura de la Lógica que llevó a cabo con su maestro Gaos. De Hegel retorna el lado activo del idealismo, así como su apertura al aspecto creativo del trabajo humano, destacado ya por el gran pensador en sus escritos de Jena, aunque no deja también de resaltar que el idealismo hegeliano subsume la actividad humana, incluido el trabajo, bajo el despliegue del Espíritu en sus diferente fases.
A continuación analiza las aportaciones de Feuerbach resaltando la importancia de este pensador que solía ser despreciado en la vulgata marxista, aunque no deja de denunciar el lado meramente contemplativo y teórico de su materialismo. Respecto a Marx, nuestro autor lleva a cabo un repaso de la noción de praxis a lo largo de toda la obra marxiana, destacando especialmente los escritos de juventud, aunque sin caer en la beatería humanista acrítica que en aquellos años intentaba oponer un Marx joven filósofo y antropólogo a un Marx maduro economicista, exceso que provocó el exceso contrario de Althusser que llegó a rechazar al Marx joven como no marxista. Sánchez Vázquez no cae en ninguno de los dos excesos, no introduce una cesura infranqueable entre el Marx joven y el Marx maduro destacando la continuidad esencial de su pensamiento, pero también critica lo que podríamos denominar el feuerbachismo inicial de Marx. En el análisis histórico de la noción de praxis en Marx es especialmente interesante la relación del joven Marx con el hegelianismo de izquierdas, así como con el incipiente movimiento obrero revolucionario. Es de destacar el estudio de las famosas Tesis sobre Feuerbach, donde aparece ya una teoría de la praxis completamente configurada en tanto que superación crítica del idealismo especulativo y del materialismo refractario a la idea de acción. La praxis aparece aquí ya en sus vertientes ontológica (antropológica) como constituyente esencial del hombre en tanto que mediación entre el hombre como especie, como ser genérico, y la naturaleza en tanto que cuerpo inorgánico del hombre; gnoseológica, en tanto que criterio de verdad, y revolucionaria en tanto que medio de transformación de las circunstancias históricas y de los sujetos que se desarrollan en dichas circunstancias. En La ideología alemana surge la concepción materialista de la historia en la que nuestro autor engarza la noción de praxis en sus diferente vertientes con un mecanismo de transformación social: el desarrollo de las fuerzas productivas, planteando así las condiciones objetivas de la acción histórica, cuyo lado subjetivo, programático, se despliega en el Manifiesto. Es a partir de este momento donde la filosofía marxiana se presenta como una filosofía de la praxis conscientemente, una filosofía de la praxis que evita reducirse por un lado a un mero empirismo que escinde de manera abstracta el sujeto y el objeto;
sin caer, sin embargo, en un idealismo de la praxis que no reconozca la prioridad ontológica y gnoseológica de la naturaleza exterior, ni tampoco en un burdo pragmatismo que reduce la praxis en su riqueza a una actividad meramente utilitaria en sentido estrecho.
El análisis histórico de la categoría de la praxis concluye con el estudio de las posiciones de Lenin, dejando un hueco esencial, ya destacado antes, que es el de los análisis de Labriola y Gramsci. Es interesante el análisis de Lenin porque en esta época la ideología oficial del PCE todavía era el marxismo-leninismo, aunque nuestro autor nunca comulgó (al menos en el ámbito teórico) con esta amalgama que tan nefasto resultado ha tenido no sólo para una correcta visión de Marx, sino también para una visión justa del propio Lenin que al ser convertido por Stalin en el intérprete básico de Marx perdió su propia especificidad como uno de los principales heterodoxos dentro del marxismo. A. S. V. contextualiza las dos aportaciones esenciales de Lenin a la noción de praxis, su teoría del conocimiento desplegada a través de la crítica de los seguidores empírico-criticistas de Mach y su teoría del partido revolucionario. Ambas aportaciones quedan justamente apreciadas en su contexto histórico y cultural pero relativizadas en su alcance universal, atrevido enfoque en los años setenta que todavía hoy algunos sedicentes "leninistas" no acaban de hacer suyo ya que siguen empantanados en una beatería acrítica que deja sin una respuesta actual la pregunta crucial que planteó Lenin en su época y nosotros tenemos que volver a intentar responder hoy: ¿qué hacer?
Tras el análisis histórico nuestro autor entra en el enfoque sistemático de la noción de praxis que a mí me parece especialmente original y sugerente todavía hoy, dado que el atraso en el estudio histórico de la obra de Marx se ha superado en gran parte, pero no así el estudio sistemático de su principales nociones, como la que aquí nos ocupa. Es de esencial interés la doble clasificación que A. S. v. lleva a cabo de la praxis: praxis creadora frente a praxis reiterativa y praxis espontánea frente a praxis reflexiva. Por un lado, la pendiente estética de Sánchez Vázquez lo lleva a plantear un enfoque de la creación artística como praxis que es de gran interés para la reflexión estética actual, tal vez demasiado escorada hacia una teoría de la recepción que ha dejado la teoría de la creación artística anclada en la idea del genio romántico.
Pero la praxis creadora no se da sólo en el ámbito del arte sino que también la innovación teórica y la praxis revolucionaria en tanto que transformadoras de la realidad, la una en el nivel conceptual y la otra en el nivel de la organización social, son ejemplos de praxis creadoras en tanto que muestran la unidad de lo objetivo y lo subjetivo a lo largo del proceso práctico así como porque producen algo único e irrepetible que era imprevisible en el inicio de la actividad. Frente a la praxis creativa la praxis meramente imitativa reduce el carácter de unicidad, irrepetibilidad e imprevisiblidad del producto ya que al partir de un modelo dado a imitar que se considera inmejorable su capacidad creativa se anula. Sánchez Vázquez lleva a cabo una interesante y aguda interpretación de la degeneración burocrática de los partidos comunistas a partir de la noción de praxis imitativa y reiterativa en la que la chispa creadora se ha extinguido. De igual manera, analiza el academicismo artístico y el trabajo mecanizado de la cadena de montaje taylorista y fordista, como ejemplos de praxis imitativa y repetitiva en los que la actividad intelectual creativa se disocia de la mera ejecución mecánica, haciendo perder a la mano humana su carácter creador y poético en sentido etimológico.
A continuación, la oposición entre praxis espontánea y praxis reflexiva permite a nuestro autor entrar en las cuestiones políticas de la relación entre el proletariado y el marxismo en tanto que teoría revolucionaria, así como en las cuestiones de organización y una reflexión sobre el partido que se adelantó varios años a las discusiones que sobre estos temas se desarrollaron en torno a la polémica del leninismo y el llamado eurocomunismo en los partidos comunistas de la Europa occidental. Sánchez Vázquez aunque continúa apostando por el modelo leninista de partido, insiste en la necesidad de que su funcionamiento interno sea democrático, lo que supone unas relaciones flexibles y fluidas entre la dirección y el conjunto de la militancia (cosa que no sucedía y en parte sigue sin suceder en el PCE como el propio Adolfo tuvo la ocasión de comprobar cuando era dirigente de la organización mexicana del Partido), y además una relación de intercambio y enseñanza mutua entre el partido y las masas.
La obra concluye con una interesantísima reflexión sobre la historia y su relación con la praxis en la que A. S. v. retomando la famosa carta de Engels a J. Bloch de septiembre de 1890 elabora una teoría de la historia como resultado inintencional del conjunto de praxis intencionales de los individuos en la sociedad que se anticipa y es más clara que la noción de "subproducto", o resultado no-querido de las acciones intencionales de los individuos que J. Elster utiliza para analizar la acción histórica. La praxis de los individuos humanos es intencional en tanto que pretende llevar a cabo objetivos determinados previamente de forma consciente. Ahora bien, dado que lo fundamental en la acción humana, tanto en el ámbito individual como colectivo (y no sólo en relación con la relevancia histórica de la misma sino incluso de su valor moral), no son sus intenciones sino sus resultados y dado que estos resultados generalmente no suelen coincidir con las intenciones de los sujetos que los producen es muy útil acudir a la noción de praxis in-intencional para explicar el desarrollo histórico. La praxis social al ser el resultado de la combinación, generalmente contradictoria y conflictiva, de las praxis individuales da lugar a un producto que no se puede reducir a las intenciones de ninguno de los diversos actores que han intervenido en su producción y por ello es una praxis in-intencional. La sociedad en su despliegue histórico es el producto de la actividad humana, de la "acción recíproca de los hombres" en palabras de Marx, porque esta actividad humana da lugar a un orden de legalidad estructural que no depende ya de la actividad individual sino que, a su vez la condiciona y moldea. Las sociedades humanas con sus fuerzas productivas y sus relaciones sociales de producción son un resultado de la actividad humana y, por tanto, también son transformables mediante dicha actividad; pero presentan una legalidad específica que condiciona los cauces por los que dicha transformación puede desplegarse. El voluntarismo que a veces se desprende de las teorías de la acción social olvida que la coagulación de la actividad humana en instituciones y estructuras condicionan, y muchas veces determinan, los márgenes posibles de cambio de dichas instituciones y estructuras producto de la actividad humana que no es un mero epifenómeno ni una mera superestructura sino que tiene un alcance estructural y básico. Sánchez Vázquez, siguiendo en esto con gran finura al propio Marx, no cae ni en un vacuo e idealista "accionismo" que menosprecie el peso de las estructuras sobre la actividad humana ni en un mecánico "estructuralismo" que niega el carácter creativo y "poético" de dicha praxis humana.
El hombre es el sujeto de la historia significa,para A. S. v. que el hombre sólo es sujeto en la historia y por la historia, pero a la vez, esto supone una concepción de la historia que la contempla como el producto (aunque sea inintencional) de la combinación múltiple de innumerables actividades intencionales de individuos humanos. En palabras de nuestro autor:
...la praxis intencional del individuo se funde con la de otros en una praxis inintencional —que ni unos ni otros no han buscado ni querido— para producir resultados tampoco buscados ni queridos. Resulta así que los individuos en cuanto seres sociales, dotados de conciencia y voluntad, producen resultados que no responden a los fines que guiaban sus actos individuales ni tampoco a un propósito o proyecto común. Y, sin embargo, esos resultados no pueden ser más que el fruto de su actividad.
La praxis humana tiene pues dos aspectos; uno intencional, en cuanto que mediante la misma el individuo persigue un fin determinado; el otro inintencional en cuanto su actividad individual se integra con otras praxis en el nivel social produciendo unos resultados globales que escapan a su conciencia y a su voluntad. La concepción de la historia que se desprende de esta noción de praxis es inmanente a la misma, con las salvedades apuntadas acerca del carácter no querido ni previsto de su resultado último, además es racional en el sentido de que está sometida a leyes que el análisis teórico puede descubrir, pero no es finalista en el sentido de que se dirija a un telos marcado de antemano. La historia es racional en el sentido de que todos los desarrollos de las culturas humanas pueden ser explicados por medio de legalidades específicas, lo que no significa que todas las culturas respondan al mismo patrón de desarrollo histórico. La racionalidad de las diversas sociedades humanas en su desarrollo no se encuentra, sin embargo, tanto en sus apariencias fenomenológicas como en sus estructuras sistémicas esenciales que sólo son accesibles a través de la teoría; estructura sistémica que permite ordenar y jerarquizar de forma concreta el conjunto que puede parecer caótico desde el punto de vista superficial de manifestaciones concretas de la misma. En última instancia, es la forma en la que cada sociedad transforma de manera productiva la realidad lo que determina la jerarquización concreta y específica de sus diversas manifestaciones sociales, económicas, políticas e ideológicas.
No sólo la estructura de una sociedad dada es racional, también lo son sus cambios a lo largo del tiempo que presentan unas relaciones de continuidad y de discontinuidad entre ellos. De continuidad porque son los mismos hombres los que hacen la historia y legan a las generaciones sucesivas el resultado de su acción; discontinuidad porque cada generación al actuar sobre la tradición recibida da lugar a fenómenos inéditos, irreductibles a lo recibido. La historia humana en resumen es, para ASV, en tanto que historia de la praxis de los hombres, "un proceso histórico-natural sometido a leyes y, por tanto, racional".
En el proceso histórico han dominado hasta ahora los elementos inintencionales productos de la praxis intencional de los individuos y los grupos humanos, pero el actual desarrollo histórico posibilita una praxis intencional colectiva capaz de impulsar el despliegue de la riqueza humana no de manera automática y ciega como hasta ahora sino de forma consciente y voluntaria, contando eso con la racionalidad y legalidad objetiva de la historia, el conocimiento de la cual permite una cierta intervención en la misma de manera consciente. Esto será el socialismo para Sánchez Vázquez, no un mero programa utópico ni un piadoso deseo sino una posibilidad inscrita en el actual nivel de desarrollo histórico que cada vez es más deseable y necesario a pesar del actual escepticismo no sólo en relación con su posibilidad sino también, y esto es mucho más grave, con su deseabilidad. En este sentido, y frente al actual pesimismo y derrotismo históricos, Sánchez Vázquez ha mantenido siempre y mantiene todavía hoy una apuesta esperanzada por el socialismo como un otro mundo que anheló desde su juventud y cuya realización cada vez más factible de manera objetiva se muestra, a la vez y sin embargo, cada vez más lejana a nivel subjetivo.
FRANCISCO JOSÉ MARTÍNEZ (UNED y FIM)
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