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Prólogo

 

Today, the ideology is in the process of production itself.

Marcuse 

 

Quine, uno de los más destacados representantes del empirismo lógico, esa corriente terapéutico-filosófica a la que Marcuse trata de «sadomasoquismo académico», asegura que «ideología» es una «mala palabra», esto es, uno de esos términos que necesitan un buen sentido, cuando no un proceso clarificatorio.

Si acaso se intentase únicamente la tarea de fijar el alcance (extensional e intencional) del término, se cometería el error metodológico (por lo demás, corriente en el empirismo lógico) de dar por supuesto que los términos tiene un valor autónomo, desligado del contexto histórico-social de su producción y de su uso, y que, por consiguiente, basta con desarrollar una tarea de indagación semántica para dejar establecido su significado o, al menos, apuntar hacia la zona de referencia. Trátase, en general, del error metodológico subyacente en toda tendencia contemporánea estructuralista (marxista o no) y que se caracteriza por desdeñar sin pruebas el aporte del nivel diacrónico para concentrarse exclusivamente en la interpretación horizontal de términos y textos.

De los varios méritos que posee la obra de Ludovico Silva sobre La plusvalía ideológica, no es el menor haber sabido evitar la trampa analítico-estructural por cuanto ha dotado al estudio del concepto marxista de «ideología» de una dimensión histórico-dialéctica que forma la parte más documentada y extensa de la obra (capítulos I al IV). Lo fundamental en esa primera y metódica parte reside en la acumulación y síntesis de datos y en el recurso a la caracterización negativa del problema relativo a las actuales dimensiones del concepto en estudio. Sirve lo primero para desarrollar una visión no sólo documentada sino organizada de la arqueología del concepto, pero es, sobre todo, el segundo aspecto el que resulta excepcionalmente útil para el planteamiento contemporáneo de cualquier problema de naturaleza ideológica. Es muy probable que Marcuse fuera el primero en darse cuenta de la necesidad de un recurso negativo para atacar los estudios sociales cuyo análisis se lleve a cabo con categorías marxistas.

 

Contemporary industrial civilization ―sostuvo en El hombre unidimensional― demonstrates that it has reached the stage at which ‘the free society’ can no longer be adequately defined in the traditional terms of economical, political and intellectual liberties(...) New modes of realization are needed corresponding to the new capabilities of society. Such new modes can be indicated only in negative terms because they would amount to the negation of the prevailing modes.[1]

 

Entre esas nuevas modalidades de comprensión de la sociedad actual, Ludovico Silva propone que se incluya la correspondiente a «plusvalía ideológica», en tanto término negativo (según la expresión marcusiana) que sirve para lograr la comprensión de la desenajenación del hombre a partir de una situación opresiva, a saber, el persistente, sistemático y creciente condicionamiento mental (en lo individual) y cultural (en la sociedad) con fines de perturbación del sistema capitalista.

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El «constructo intelectual» de La plusvalía ideológica, creado por Ludovico Silva, trata de describir una situación y de denunciar las consecuencias que de aquella se derivan. Lo que encubre La plusvalía ideológica  es lo que Adorno llamaría «industria cultural», propia de las sociedades avanzadas; industria que tiende al control masivo de las conciencias mediante procedimientos tecnológicos de difusión de ideas. Lo que Ludovico Silva agrega al estudio de semejante mecanismo productor de una determinada cultura es el esquema marxista de la teoría del valor: si, en el orden de las producciones materiales, la base generativa del capitalismo es el excedente del valor-trabajo, del que se obtiene el margen de beneficio, y a partir del cual se produce la explotación material y la enajenación social, asimismo (es el razonamiento de Silva), en el orden cultural, que ha pasado a ser una expresión industrial autosuficiente, ha de registrarse el correspondiente fenómeno de plusvalía. En tanto montaje en paralelo, la argumentación de Ludovico Silva es inobjetable; sin embargo, una vez admitido como plan de trabajo, es menester llevar el esfuerzo descriptivo hasta el final para desmontar con todo detalle el mecanismo de producción de la plusvalía en el campo ideológico. Que Silva no haya descendido hasta el nivel de especificidad descriptiva propio de cada caso concreto productor de plusvalía ideológica, queda más que justificado por el doble motivo de: a) Exigir una labor de especialización cultural múltiple que, en sus formas particulares, ya ha venido siendo desarrollada o por la llamada Escuela de Frankfurt o por Marcuse, desde los propios Estados Unidos; b) Cumplir con un objetivo más amplio: la elaboración de una teoría general de la ideología, terreno no cultivado dentro de la sociología marxista.[2]

En el marco del tratamiento teorético general, Silva concentra la descripción del objetivo mismo de La plusvalía ideológica  en «fortalecer y enriquecer el capital ideológico del capitalismo; capital que, a su vez, tiene como finalidad proteger y preservar el capital material». Resulta innegable que, vista así, La plusvalía ideológica  se presenta a la vez como la excrecencia natural del capitalismo básico y como el recurso sobreimpuesto por dicho capitalismo para lograr una mejor difusión y aceptación en la conciencia de quienes dependen del sistema. Esto es: La plusvalía ideológica  equivaldría al control autorregulador que ha generado el capitalismo en el plano de las falsas representaciones sociales, con lo cual economiza tiempo y recursos mediante el procedimiento clásico del cortocircuito en el sistema. En vez de tener que justificar cada vez la praxis social explotadora mediante la formación de un conjunto de ideas que la encubran y racionalicen, autonomiza de una vez por todas al conjunto de representaciones (cultura) con que esconde sus acciones y lo dota de un motor reproductor de imágenes a fin de que la sociedad y cada hombre acepten la práctica de un sistema opresivo. En cierto sentido, una teoría de La plusvalía ideológica  supone el reconocimiento de un triunfo notable por parte del sistema capitalista. Porque, en efecto, como Silva no deja de observar, «el capitalismo, a través del control de las comunicaciones masivas y de la “industria cultural”, se apodera de una buena parte de la mentalidad de los hombres (...)»; es de creer que precisamente por no querer reconocer ese aspecto «positivo» del control capitalista de la cultura, las doctrinas oficialistas, simplistas y esquemáticas del marxismo, plenas de esa marchita vocación de catastrofismo que les ha hecho predecir periódicamente el inexorable derrumbe de un sistema que sigue en pie más firme que nunca, hayan resultado incapaces para levantar una teoría de La plusvalía ideológica  como la que Silva aquí propone. Pero es asimismo evidente que la exigencia mínima de objetividad científica reside en el reconocimiento de una realidad y no en el ocultamiento de la misma con fines de propaganda seudooptimista. Pues bien: es ciertamente un hecho que las sociedades capitalistas, unidas a un gran sistema (imperialismo) o formando subsistemas locales (mercados comunes), dominan ideológicamente e incrementan su poderío material justamente a través de semejante dominio ideológico. Su denuncia es tanto más necesaria cuanto que negarse a verlo o reducir su importancia son actitudes que equivalen, en el fondo, a afianzar aún más ese dominio, haciéndole el juego. Sólo el enfrentamiento directo y crítico de la fuerza mixtificante de la superideología burguesa podrá quebrar no el sistema capitalista (error de ciertas posiciones tácticas verbalistas como las «chinistas»), sino la ciega, fatalista y mecánica confianza de los partidos sedicentes revolucionarios, los cuales por no evaluar en su real medida al enemigo, o se han convertido en pasivos neocristianos de unas catacumbas socialistas, más o menos clandestinas, en la espera del inevitable Reino de la Revolución, o comienza ésta voluntaristamente, sin ton ni son, por donde menos puede producirse, para terminar, en cualquier caso, por practicar «objetivamente», una política ad maiorem sistematis gloriam.

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La parte mejor trabajada y más significativa del ensayo de Ludovico Silva es la metodológica en su doble vertiente: de crítica general al método de investigación marxista y de proposiciones específicas para la constitución de una teoría general de la plusvalía ideológica. Dedica Silva una buena parte de su obra a criticar el reificado concepto epistemológico marxista de «reflejo», que presupone, por un lado, una lectura parcial y deformante de Marx y, por otro, un mecanismo interpretativo que le ha hecho mucho daño a la gnoseología marxista. En su lugar, propone Silva aceptar la más esclarecedora noción marxista de «expresión», la cual obliga, en consecuencia, a trasladar todo el peso interpretativo al nivel del desciframiento de las correspondientes realidades. Si la superestructura (cultura) fuese un «reflejo», uno no tendría, en efecto, sino que limitarse a mirar en el espejo cultural para saber qué imagen aparece en él procedente de la realidad social. Si, por el contrario, esa misma realidad, sobreimpuesta a la estructura, está constituida por expresiones ocultantes y deformantes de aquella, su escudriñador tendría que hacer algo más que echar una mirada al espejo mágico: se verá obligado a levantar todo un método de interpretación en profundidad que permita sacar a la luz y reconstruir las realidades originarias, deformadas por la ideología. Es lo que Ricoeur (en su altamente recomendable ensayo sobre Freud, titulado precisamente Sobre la interpretación) caracteriza como exercice du soupςon. Cualquier escuela de la sospecha ha de partir del recelo que le inspire una supuesta realidad dada, bien sea la conciencia individual o la social. El mismo Ricoeur califica de «maestros de la sospecha» a Marx, Nietzsche y Freud[3], porque tuvieron la decisión de comenzar por considerar a la conciencia en conjunto como «falsa» conciencia; con lo cual, los tres se vieron obligados a desarrollar un método de desciframiento que sirva a la vez para romper la estructura aparente de la (falsa) conciencia y mostrar el proceso de formación de esa misma falaz presentación de la conciencia.

Armado del método hermenéutico, Silva penetra en el corazón del marxismo doctrinario aún no elevado a fijo y rígido sistema. Y si acaso alguien, acostumbrado al vicio de las citas internas, necesita de alguna corroboración directa, puede tranquilizar su buena (y, por ende, falsa) conciencia marxista con la doble e insospechable referencia de Marx, por un lado, y de Lenin, por otro. Para el primero, en su prefacio a la primera edición de El Capital., no cabía la menor duda de que el objetivo formal científico de la doctrina del valor consistía únicamente en «revelar la ley económica del movimiento de la sociedad moderna». Sin más. Lo que significa que: 1) Marx no vacilaba respecto al carácter apofántico de su método; 2) Marx no limitaba dicha capacidad reveladora al orden inferior o «estructural», sino que la hacía extensiva a todo el conjunto de la sociedad. Tal y como pretende hacer Silva con su postulación de una «teoría general de la plusvalía ideológica». En cuanto a Lenin, las cosas aún están dichas más clara y directamente. En su artículo de 1894, titulado Quiénes son los «amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas, expone cuál ha de ser el «objetivo directo» de toda investigación marxista: «poner al desnudo todas las formas del antagonismo y de la explotación (...)». Ahora bien: una de esas formas y, en nuestra época, la decisiva, es ciertamente la mixtificación ideológica. Poner al desnudo su maquinaria de constitución y su capacidad de persistencia equivale a desarrollar la teoría correspondiente y, con ello, levantar el acta de acusación.

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El Marcuse de One-dimensional man[4] asevera que las sociedades industriales avanzadas no han hecho sino introyectar las relaciones de dominio y de explotación en la conciencia individual. Ese término, tan gráfico y psicologizante, viene en ayuda de la proposición específica de Ludovico Silva por lo que respecta a la constitución de un método directo para detectar la oculta plusvalía ideológica en la conciencia del individuo. Así como la economía revela el fenómeno, no menos oculto, de la otra plusvalía, Silva sostiene que ha de ser el psicoanálisis el que permita revelar el fondo de falsificación ideológica que el capitalismo imperialista ha formado y mantiene represivamente en la conciencia de cada hombre. Con ello, hermana Ludovico Silva esos «métodos de sospecha» que ya Ricoeur hace cinco años postulara como paralelos. El procedimiento le permite a Silva obtener un resultado de capital importancia en la construcción de su teoría: la condición de estado preconsciente, con el que opera y se afirma la penetración ideológico-cultural, pudiendo así afirmar que «la base de sustentación ideológica del capitalismo imperialista se encuentra en forma preconsciente en el hombre medio de esta sociedad». Las consecuencias son relevantes: a) La maquinaria propagandística del capitalismo se apoya en el refuerzo original de las capas no interpretadas de la conciencia y tiende a sumergirlas, a reprimirlas, a oscurecerlas aún más (procedimiento de la introyección, de acuerdo con la terminología marcusiana);[5] b) La labor ideologizante (falsificadora y sistemática) se lleva a cabo desde afuera, pudiendo decirse entonces que se trata de una falsa concientización exterior a la conciencia misma. Es lo que Silva denomina, en un esfuerzo por sacrificar también en el altar reflexológico, «condicionamiento de la conciencia». De esta manera, todo el trabajo mixtificador del capitalismo se concentra en la nivelación de los dos planos: el superior o cultural con el inferior o de relaciones materiales. La importancia de esta segunda consecuencia es obvia: seguir considerando a la ideología burguesa como un «reflejo», separado e invertido, de la infraestructura, obliga a relacionarla, por un lado, y a ponerla «derecha», por otro, perdiendo así el tiempo en un falso problema y, lo que es peor, haciéndole el juego al sistema capitalista, el cual lo que pretende es mezclar en vez de distinguir. De lo que se trata, entonces, es de operar el corte entre lo que se produce materialmente y lo que se crea excedentemente y se «introyecta» en la conciencia como si fuera su propio y natural producto, cuando se trata, en verdad, de una falsa imagen levantada a partir de aquel producto primero, utilizado, explotado y deformado.

 

[1] N. del T.: «La civilización industrial contemporánea ha demostrado que ha alcanzado un estado en el cual “la sociedad libre” no puede seguir siendo adecuadamente definida en los términos tradicionales de libertades económicas, políticas e intelectuales (...) Nuevos modos de realización son necesarios correspondiendo a las nuevas capacidades de la sociedad, estos nuevos modos pueden ser indicados sólo en términos negativos porque ellos ascenderían a la negación de los modos prealicientes».

[2] Silva reconoce que La ideología alemana es el punto de partida para semejante tarea teorética, pero resulta evidente que un trabajo a fondo no puede quedarse en la tan académica fase hermenéutica del marxismo clásico.

[3] Que Silva también registra en su obra, aún a nivel desigual, pero con la intención metodológica de encontrar el trazo de unión entre Freud y Marx para aprovechar del primero los recursos interpretativos que le permitan revelar los mecanismos internos de formación y persistencia de La plusvalía ideológica  en el individuo.

[4] N. del T.: El hombre unidimensional.

[5] Por eso Lowenthal (citado por Silva en más de una ocasión) pudo acuñar la expresión «psicoanálisis al revés» para describir uno de los medios masivos de información industrial: la televisión.

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