1.- PRESENTACION:

 

He empezado mi intervención en esta charla-debate leyendo una cita de mi amigo Pepe Rei por dos razones básicas: una porque fue un adelantado en la denuncia de la prensa en cuanto instrumento al servicio de la dominación española, y otra porque, además de lo anterior, su vida entera, y la de otras muchas personas revolucionarias vivas o muertas, encarceladas, en libertad, escapadas y refugiadas o, como es el caso de Pepe, en difíciles condiciones de salud por razones que nunca llegaremos a desentrañar, debe ser recordada en estos momentos en los que parece que bordeamos el abismo. Estoy seguro de que si la mente de Pepe funcionase ahora al ritmo al que nos tenía acostumbrado, hoy, ahora mismo, él estaría sentado en mi lugar, participando en este debate.

Las ideas que voy a defender en público son muy simples y directas: la industria político- mediática que padecemos en Euskal Herria es un instrumento del poder capitalista, español y patriarcal, un instrumento que interviene activamente en la política de contrainsurgencia que elabora y (re)construye cada determinado tiempo el Estado español. Que sea un instrumento más del sistema global de poder no quiere decir que, obligatoriamente, la totalidad de las personas que trabajan en esa industria sean plena y lúcidamente conscientes del papel que realizan, lo asuman y justifiquen en todas partes y lo defiendan en todas partes. Al contrario. Una de las bazas de la ideología burguesa y en especial uno de los efectos del fetichismo de la mercancía, es que las personas invierten y confunden las causas por los efectos, y viceversa, de manera que siendo opresoras y explotadoras, además de apolíticas, creen que sufren explotación y opresión. Muchos trabajadores de la industria político-mediática sostienen que en absoluto son políticos, sino al contrario, se imaginan ser víctimas de la política, que ésta funciona sin su concurso. En cierta forma y superficialmente visto, esta creencia tiene algo de razón en ciertos casos, pero la realidad es, como siempre, más compleja y más dura que la ficción, que las versiones interesadas que ofrece la propia industria político-mediática, como iremos viendo.

La industria político-mediática que actúa en Euskal Herria se caracteriza, como mínimo, por tres constantes: ser extranjera, es decir, actuar y pensar con criterios que se basan en la sojuzgación del pueblos vasco; minimizar, mantener en el guetto y en la precariedad a la cultura vasca y a su lengua, y frenar sistemáticamente toda reflexión colectiva sobre la historia y el presente de Euskal Herria, por tanto sobre su futuro, como nación diferenciada. Además de estas características, también es machista y, por supuesto, capitalista en el sentido duro y extremo de la palabra, es decir, neoliberal y conservadora. La poca prensa a disposición de la fracción autonomista de la burguesía vasca, del PNV en suma, como son DEIA y el complejo EITB, también tiene estas características aunque un poco suavizadas por la necesidad de distanciarse del burdo y zafio nacionalismo imperialista español.

Sin embargo, una cosa que llama la atención a todos los observadores imparciales sobre la realidad vasca es el fuerte contraste entre la masividad cuantitativa de la industria de la manipulación mediática, y sus relativamente escasos resultados prácticos a la hora de reducir la fuerza social de pensamiento y acción colectiva de la izquierda independentista y socialista. Este contraste notorio, llamativo a todas luces, entre el aparente dominio abrumador de la prensa española, capitalista y patriarcal y su relativa fuerza cualitativa en los problemas decisivos, es decir, en acabar con las reivindicaciones nacionales, sociales, culturales, etc., de nuestro pueblo, sólo tiene una explicación: que, como sucede en otros muchos casos de fuertes autoorganizaciones populares horizontales y críticas, la eficacia de la manipulación mediática se ve muy reducida debido a la fuerza de la argumentación consciente y racional de las intervenciones sociales. Más adelante volveremos al problema de los límites de las técnicas de la manipulación y de la persuasión, problema debatido hasta la saciedad y que nos remite, en última instancia, a la fuerza de las identidades colectivas sólidamente arraigadas en un “yo-básico”[1] consciente de sí. No es casualidad que una de las recomendaciones del fracasado Plan ZEN del PSOE consistiera en “Tratar de romper la solidaridad comunitaria en el seno de la sociedad civil por todos los medios disponibles: comunicación, presión social...”, Plan al que volveremos al final de la conferencia.

Romper la solidaridad comunitaria del pueblo vasco es romper su identidad, destruir su base de autoconciencia. La misma frase citada refleja la concepción estratégica del PSOE, su cultura política y su esquema teórico: por un lado, acabar con la solidaridad comunitaria vasca que, por otro lado, está dentro de la “sociedad civil”, es decir, en la terminología socialdemócrata de comienzos de los ’80 del siglo XX, una sociedad no escindida por explotaciones, opresiones y dominaciones internas sino, al contrario, cohesionada por la política comunicacional habermasiana. No hace falta decir que esta “teoría” no ha aguantado el contraataque capitalista mundial denominado neoliberalismo. Por último, emplear todos los recursos necesarios para, desde dentro de la “sociedad civil” romper la identidad vasca. Esto es lo esencial de la doctrina de contrainsurgencia diseñada por el PSOE, que forma parte, como se analizará, de la guerra de baja intensidad, y que ha sido aceptada por el PP y por todas las instituciones “democráticas”.

Hace ahora más de 10 años que escribí un amplio texto titulado “Control social, control mediático y represión”, a disposición en Internet. Decía entonces que la escritura cuneiforme, jeroglíficos e ideogramas, realizada por burócratas mesopotámicos, egipcios y chinos estaba supeditada a los intereses del poder, y que se habían descubierto tablillas de hace alrededor de 5000 años en las que se comunicaba la huida de esclavos. Decía también que las murallas de muchas ciudades del Creciente Fértil, Egipto Antiguo y primeras dinastías chinas estaban llenas de textos que ensalzaban las hazañas de señores, reyes, emperadores y dioses, que muy frecuentemente eran inventadas. En -720 el mandarín Fuh-Tsien dijo que la repetición es la base del conocimiento, aunque sea falso. Sabemos que Platón justifica en su obra La República, que el Estado mienta al pueblo para mantener el orden social, poniendo como ejemplo la mentira que dice el médico al enfermo, ocultándole la gravedad de su enfermedad, pero Platón añade que nadie más que el Estado tiene derecho a mentir. Seguía diciendo que El texto hindú "Los Nueve Desconocidos", del -273, dice que el control del pensamiento de las masas es el conocimiento más peligroso, pues permite gobernar el mundo entero. Catón el Viejo basaba la efectividad de su oratoria en la repetición machacona de una frase sencilla. En -65, Quinto Julio Cicerón escribió el "Pequeño manual para una campaña electoral". César Augusto se dotó del primer ‘staff’ de propaganda con Horacio, Ovidio, Mecenas, Virgilio... Por no extendernos en la repetición de aquél texto, terminaré recordando cómo en el -63 Tulio Tirón[2] creó la primera “escritura rápida” oficialmente reconocida con el nombre de “notas tironianas”, para aumentar la economía del tiempo en la escritura, agilizando así la solución de los crecientes problemas administrativos del expansionismo romano.

Voy a seguir desarrollando la lógica de este texto, mejorada y ampliada tras una década de experiencias tremendas, que ha llevado a la situación actual. Una situación caracterizada por el hecho comprobado de la militancia anti independentista y anti socialista de la industria político-mediática española.

 

2.- PRIMERAS EXPERIENCIAS HISTORICAS

 

Tulio Tirón no hacía otra cosa que esforzarse en mejorar un sistema de escritura capaz de seguir la velocidad creciente del desarrollo del saber-mercancía. En si época, Roma ya había acumulado suficientes riquezas, dominaba amplios espacios, explotaba a muchos pueblos y, sobre todo, había desarrollado una producción mercantil tan ramificada que exigía imperiosamente un recorte sustancial del tiempo de escritura. De la misma forma en que los griegos habían aprendido que en la guerra era fundamental el control del tiempo, reducir la duración de las campañas, los romanos de finales de la República comprendieron que el valor económico de la reducción del tiempo de escritura. Ambas, la guerra y la escritura nos remiten al tiempo en la economía, es decir, nos llevan al saber-mercancía, incluso antes de la fecha histórica —siglo IX— en la que C. M. Cipolla abre si imprescindible estudio al respecto.[3] Pero ¿qué es el saber-mercancía? La investigadora R. Silva lo ha definido así porque es el saber humano que surge con y desde el origen de la mercancía con todo lo que ella supone, conlleva y exige: “La primera vez que alguien escribió un signo sobre una tablilla de barro, en Uruk, Mesopotamia, cuatro mil años antes de Cristo, fue para recordar cuántos bueyes se llevaban de un lugar a otro, imaginamos que para venderlos. Algunas de esas tablillas, que se encontraban en el Museo de Bagdad, y que quizás ahora ya no se encuentren, son parejas de galletas de barro en una de las cuales se encuentra el dibujo de un buey, y en la otra un signo extraño, lo que podría ser un número. Estas tablillas, agrupadas en conjuntos para ser trasladadas junto con los bueyes, serían en buena cuenta el primer libro de la historia. Por lo tanto, en el inicio de la escritura, se encontraban las relaciones comerciales: la necesidad de dar cuenta de los bueyes como mercancías”.[4] Lógicamente, un saber-mercancía sólo puede ser poseído y desarrollado por quienes controlan la producción de esa mercancía, su circulación y venta, y por quienes se apropian de los beneficios obtenidos al final de ese proceso entero. El saber-mercancía exige una escritura precisa, una escritura sólo accesible a los hijos de las castas ricas[5] desde su mismo origen histórico.

Nos interesa reseñar que fue al muy poco de este inicio histórico, cuando aparecieron determinadas constantes que se mantendrían en lo esencial hasta el presente. Veámoslas. Alrededor del -3.500 se inventó el torno en la misma zona y mientras no tuvo mucha utilidad económica fue usado por las mujeres, pero los hombres se lo apropiaron cuando el torno permitió aumentar la producción de mercancías con las subsiguientes ganancias para los hombres.[6] Rita P. Wright ha investigado este proceso opresivo y excluyente en la aparición de las divisiones de género, clase y etnicidad u opresión nacional en nuestra expresión, estudiando la evolución de algo tan material y a la vez de estatus simbólico de poder como la posesión de los telares y la producción textil: “Las imágenes de hombres y mujeres que nos transmiten las fuentes escritas y las representaciones del período inicial de Mesopotamia sugieren una gran disparidad de riqueza y estatus dentro de la sociedad; disparidad que atravesaba las divisiones de género, clase y etnicidad”.[7] La impecable investigación de G. Lerner ha demostrado las directas relaciones entre el patriarcado y el surgimiento de la esclavitud gracias a las enseñanzas adquiridas por las castas masculinas en la explotación de la mujer.[8] Recordemos que en el Manifiesto Comunista, Marx sostiene que la mujer ha sido reducida a un “instrumento de producción”.

Pepe Rodríguez sostiene que: “En Mesopotamia, las primeras noticias de la existencia de trabajadores forzados proceden del dinástico antiguo (c. 2850-2340 a.C.) y, en realidad, se refieren a esclavas destinadas a trabajar en la pujante industria textil de la época. El signo sumerio para indicar “esclava” representa a una “mujer de la montaña”, lo que indica que desde finales del III milenio a.C. se hacían incursiones militares en las zonas montañosas para capturar mujeres para los talleres de hilado y confección textil controlados por los templos – junto a esta actividad militar brutal se generalizó también la costumbre de violar a las cautivas, punto de partida del que posteriormente surgirían la prostitución comercial y los harenes (en tanto que manifestación de estatus de los poderosos)--. En Egipto la situación no es diferente y, tal como ya citamos, el sustantivo mr(y)t, que denominaba “prisionero de guerra” y “sirvientes del templo”, también significaba “la rueca de la tejedora”, el instrumento que empleaban las esclavas al servicio de los templos. En la Grecia Antigua, tal como atestiguó Héctor de Troya en la Ilíada, el destino de las prisioneras era acabar como tejedoras en un templo”.[9]

Siguiendo esta lógica, por su parte Norma Ferro dice que: “al ser productoras en lugar de compañeras, pasan a ser núcleo de producción. Son una propiedad constante, Se las puede asociar a los medios de producción de las empresas. En sentido económico se las puede utilizar como mercancía, pero en sentido ideológico no. Son un bien de consumo temporal, como lo es una mercancía, son, pues, una propiedad productiva”. Esto hace que sean robadas por los colectivos que necesitan esas fuerzas productivas y protegidas por los colectivos propietarios. Con el tiempo, una minoría de hombres acaparan la propiedad de la mayoría de las mujeres: “En Persia los únicos hombres que podían entrar en el harén eran los eunucos, de esta manera el tirano se aseguraba la paternidad de la descendencia”.[10] Estudio recientes constatan que cuanto más aumenta la diferencia económica y estratificación social dentro de un colectivo, más se concentra en los hombres ricos y poderosos la propiedad de mujeres.[11]

Según Mosterín, los indoeuropeos que invadieron la India no tenían la capacidad cultural y productiva de los nativos del país que ocuparon, de Harappa, pero sí tenían una superioridad militar en armas y herramientas, tampoco conocían el dinero ni había entre ellos comerciantes profesionales porque su economía era de trueque y la vaca era la unidad de valor, lo que ahora denominamos “moneda”. Más precisamente: “La riqueza de la tribu se medía por el número de sus vacas. Esto conducía a constantes reyertas entre las tribus arias, que se acusaban mutuamente de robarse las vacas o que se disputaban los pastos y los terrenos. Pero a pesar de estas escaramuzas intertribales, todas las tribus arias eran solidarias en su lucha contra los dasas (los indígenas y supervivientes de Harappa) de piel oscura, de labios gruesos y nariz achatada. Ya entonces dasi (femenino de dasa) pasó a significar ‘esclava’ y más tarde, en sánscrito clásico, dasa pararía a significar ‘esclavo’, en general”.[12] Vemos aquí perfectamente la interacción sinérgica de todos los componentes de la totalidad social concreta operativa en una sociedad, de modo que la propiedad, la opresión de sexo-género y la opresión etno- nacional determinan la evolución del lenguaje y de la cultura, consiguientemente también de los medios sociales de su propagación y reforzamiento.

 

[1] J. A. C. Brown: “Técnicas de persuasión”. Alianza Editorial. Madrid 1984. Pág.: 279.

[2] Eulalio Ferrer Rodríguez: "De la lucha de clases a la lucha de frases". Taurus, México 1995, pág 50.

[3] Carlo M. Cipolla: “Las máquinas del tiempo y de la guerra”. Crítica. Barcelona 1999.

[4] Rocío Silva Santisteban: “El saber-mercancía”. www.lainsignia.org Perú. Mayo del 2007.

[5] Federico Lara Peinado: “La Civilización Sumeria”. Historia 16. Madrid 1999. Pág.: 151.

[6] Prudente M. Rice: “Mujeres y producción cerámica en la prehistoria”. En “Arqueología y teoría feminista”. Edit. Icaria. Barcelona 1999. Págs.: 215-231.

[7] Rita P. Wright: “Tecnología, género y clase: Mundos de diferencia en Mesopotamia en el período de Ur III”. En “Arqueología y teoría feminista”. Edit. Icaria. Barcelona. Pág.: 173.

[8] Gerda Lerner: "La creación del patriarcado". Crítica. Barcelona 1990. Págs 122-156.

[9] Pepe Rodríguez: “Dios nació mujer”. Edic. Sinequanon. Barcelona 1999. Pág.: 293.

[10] Norma Ferro: “El instinto maternal o la necesidad de un mito”. Siglo XXI. 1991. Pág.: 69.

[11] D. P. Barash y Judith Eve Lipton: “El mito de la monogamia”. Siglo XXI. 2003. Págs.: 258 y ss.

[12] Jesús Mosterín: “El pensamiento arcaico”. Alianza Editorial. Madrid 2006. Págs.: 230-231.

 

 

 

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