Amigas y amigos, mi intervención en este debate internacional e internacionalista está condicionada por la premura de tiempo, por la rapidez con la que he tenido que elaborar unas notas sobre los cinco conceptos que forman el título del panel: contraofensiva, imperialismo, resistencia, alternativa y pueblo. Son por tanto notas concisas, básicas, casi lacónicas, que buscan lo esencial. Terminaré con un resumen sobre lo dicho.

 

CONTRAOFENSIVA

 

Pienso que ha sido un acierto de la organización del evento hablar de contraofensiva imperialista en vez de simple ofensiva, y ello por dos razones. La primera, porque hasta los mismos comentaristas burgueses dijeron hace unos años que el imperialismo yanqui había “descuidado” lo que denominan “su patio trasero”, las Américas. Convencido a finales de los ’80 y comienzos de los ’90 que la lucha revolucionaria en este continente agonizaba, que Cuba estaba al borde del hundimiento, el imperialismo yanqui se volcó en otras áreas del planeta. Debemos decir de inmediato que ese “descuido” no fue total y absoluto porque las bases militares, las empresas yanquis, los tentáculos de los EEUU, sus embajadas, no dejaron nunca de estrujar a los pueblos de las Américas. De la misma forma en que no hubo nunca una “guerra fría” desde 1945 hasta 1990, sino multitud de conflictos sangrientos y calientes, dictaduras y sistemas de terror y terrorismo contra las clases y naciones rebeldes, tampoco el imperialismo ha descuidado sus intereses en los últimos años. Además, en los últimos años hemos sufrido el giro a la derecha de México y de Perú, el rearme de Colombia, el reformismo cobarde y genuflexo, arrodillado, en Chile y Argentina, etc. Cualquiera que conozca las relaciones históricas de dependencia de las burguesías latinoamericanas hacia los EEUU, sabe que los servicios yanquis, sus consejeros, están siempre detrás de las decisiones que benefician a las transnacionales y a las burguesías autóctonas, y que empeoran las condiciones de vida y trabajo de los pueblos.

En el fondo, la tesis del “descuido” significa un profundo desprecio hacia la demostrada capacidad creativa y de recuperación de los pueblos aplastados durante siglos, capacidad que se ejerció precisamente cuando más eufórico estaba el imperialismo por la implosión de la URSS, por las grandes dificultades de Cuba durante su heroico “período especial”, por la demostración aparente de fuerza militar en Irak y en otros sitios, por la evolución económica mundial, la fidelidad absoluta de las burguesías latinoamericanas al neoliberalismo, etc. Mientras los profetas del fin de la historia auguraban que el siglo XXI sería el “siglo yanqui”, solamente enturbiado por el “fundamentalismo islámico”, en las Américas se reorganizaban las fuerzas de la libertad y de la revolución, como también lo hacían en África y Asia, e incluso en Europa. Además, esta recuperación se ha hecho en muy buena medida superando por la izquierda a las fuerzas reformistas y a las “revolucionarias” que, en la práctica, han retrocedido a una socialdemocracia keynesiana respetuosa con el capital.

No es la primera vez, ni será la última, que la autoconfianza triunfalista de las clases dominantes es superada por la efectividad silenciosa de la zapa del viejo topo, como anunció Marx, que va minando las bases del poder, sus cimientos. Todo poder dispone de un sistema de alerta que le indica que el viejo topo avanza en su tarea de minado y que le propone medidas de contraminado, de contrainsurgencia y de contraofensiva. Pero este sistema queda obsoleto ante la inventiva revolucionaria, y sobre todo, cada determinado tiempo, resulta incapaz de cumplir su cometido por lo que entonces recurre a otros aparatos del Estado burgués, a los más terroristas, al ejército. El imperialismo en su conjunto y el yanqui en concreto, se encuentra ahora en esta fase, en la de movilización de sus ejércitos y de otros recursos represivos, como las fuerzas reaccionarias dentro de cada pueblo y Estado, como es el caso del golpe en Honduras, las bases militares en Colombia y la desestabilización generalizada en todas partes, por no extendernos. El imperialismo ha pasado a la contraofensiva porque han sonado las alarmas en Washington y en el Pentágono.

Dejado esto claro, debemos avanzar un poco más en la caracterización de contraofensiva. Aquí llegamos a la segunda razón del acierto de hablar de contraofensiva más que simple ofensiva imperialista. No pensemos que aquella está siendo exclusivamente militar y paramilitar, que es cierto, tampoco pensemos que, además de esto, se va a limitar a lo que se denomina “guerra de cuarta generación” en la que la destrucción de la conciencia, voluntad y subjetividad del pueblo atacado juega un papel clave, que también. Ahora es más que eso. Una pista definitivamente clarificadora de lo que es la contraofensiva actual nos la ofrece la concesión del Premio Nóbel de la Paz a Barack Obama, presidente de la mayor potencia criminal y terrorista habida en la historia. Cuando una de las instituciones básicas en la legitimación de la cultura eurooccidental como el la Fundación Nóbel otorga el premio de la “paz” al responsable directo de las atrocidades en muchas regiones del globo es que el imperialismo en su conjunto, y no sólo el de los EEUU, necesita desde ahora dar una cobertura ideológica muy precisa a la contraofensiva generalizada a escala mundial que está lanzando.

Porque además de reconquistar definitivamente el subcontinente americano a partir de un triple ataque --desde las bases andinas, desde el interior de los pueblos y desde las fuerzas aeronavales que rodean en subcontinente-- que se desarrollará escalonadamente partiendo de lo ya realizado, también se trata de reafirmar la hegemonía yanqui a escala mundial, con el inestimable apoyo del euroimperialismo. Un arma clave para este objetivo es la lucha ideológica y el monopolio de la “paz” por el capitalismo occidental. Todas las doctrinas en contrainsurgencia insisten en la importancia de la legitimación del orden capitalista, en el uso como arma beligerante de los “derechos humanos” burgueses como justificación de las “guerras humanitarias”, y en el fundamental papel de la industria político-mediática en la fabricación de “argumentos” a favor del imperialismo. Pero de aquí a otorgar el Premio Nóbel de la Paz a su responsable máximo había un trecho que ya se ha cubierto: a partir de ahora quien critique a los EEUU será tildado directamente de “enemigo de la paz”. Semejante acusación se oficializó desde que la Administración Bush II creó el concepto de “eje del mal” que había que destruir a cualquier precio para garantizar la “democracia”.

Se tardó poco tiempo en demostrar que Bush, Blair y Aznar mentían descaradamente. Para recuperar algo del prestigio ético perdido con tanta mentira, y para reforzar la contraofensiva ideológica, el imperialismo necesitaba un enganche atractivo que volviese a alienar a las decenas de millones de personas que repudiaron el cinismo y la falsedad del poder. La Fundación Nóbel ha corrido en apoyo descarado del capital cuando éste más necesitaba una nueva imagen. Es cierto que esta Fundación había intentado mantener cierta imagen de neutralidad para ocultar su conservadurismo pero ahora no ha dudado en optar por el bando de los opresores precisamente en uno de los problemas “eternos”, el de la paz. Muy mal deben ver el futuro del sistema cuando han echado por la borda una larga tradición mistificadora poniendo al descubierto sus verdaderos intereses. De este modo, la contraofensiva imperialista actual se caracteriza por atacar en todos los frentes.

 

IMPERIALISMO

 

La decisión de la Fundación Nóbel ha sido aplaudida por las fuerzas vivas del capitalismo y la razón es que éste necesita otra imagen externa, necesita cambiar de piel. Todas las culebras lo hacen, y la que no hace muere.. En este caso se trata de contrarrestar en algo el desprestigio masivo de los EEUU en el mundo mediante el lavado de cara pero no por simple marketing publicitario sino porque esta nueva imagen, la de un presidente norteamericano no blanco, “demócrata” y “dialogante”, que incluso busca instaurar una especie de seguridad social para las más amplias masas de empobrecidos, enfermos y hasta hambrientos, tiene como función, por un lado, encontrar nuevos aliados en los gobiernos del mundo; por otro lado, fortalecer la eficacia de la guerra cultural, propagandística e ideológica occidental sobre continentes enteros, sobre miles de millones de personas no occidentales a las que se necesita engañar con la nueva piel del monstruo y, por último, y como objetivo decisivo que subsume a los dos anteriores, crear una especie de mundo virtual propagandístico que ensalce el espíritu “renovador” y “abierto” de los EEUU representado en Obama mientras que en la realidad el imperio endurece y amplia sus agresiones.

Por ejemplo, mientras la imagen de los EEUU mejora algo en la prensa, en la realidad aumentan los bombardeos terroristas en Pakistán y Afganistán, e Irak sigue desangrándose. Israel continúa asesinando palestinos, e Irán está sufriendo presiones crecientes. El golpismo y el militarismo criminal se extienden por Latinoamérica. ¿Y qué decir del bloqueo económico, sanitario y científico a Cuba? Los EEUU han abierto un poquito el grifo de las visitas y de algún que otro derecho, pero nada más: se trata, otra vez, de una operación de imagen ante uno de los cercos permanentes más rechazados por el mundo entero. La agresión a Cuba y a otros muchos pueblos nos lleva al asunto del Tribunal Penal Internacional, de las torturas y de los abusos impunes de las tropas yanquis, problema terrible que la Administración Obama aseguró que resolvería y que sigue existiendo. Peor, se ha fortalecido en varios de sus capítulos como se ve en las directrices de acción de las tropas yanquis en la invadida Colombia. Los presupuestos militares aprobados por el gobierno Obama son descomunales mientras se ensalza el “pacifismo” de la Administración yanqui, pero se inyecta suma desquiciantes de dólares en las más modernas tecnologías de la muerte y del terror. Los militares norteamericanos son conscientes de que necesitan una aplastante superioridad tecnológica para mantener a raya las ansias de libertad de los pueblos, y por esto han hecho que nada menos que el 57% de las inversiones en tecnociencia estén dedicadas a la ciencia del exterminio y del terror.

Se nos presenta a Obama como el resultado del típico “sueño americano” realizado superando tremendas dificultades, una especie de Mesías en tiempo de infortunio aupado a la presidencia por millones de votos obreros y populares y gracias al descrédito de los republicanos. Pero tanto su carrera política como los pactos y acuerdos que hizo con otros sectores políticos, con la prensa y con los grandes poderes económicos, son los que realmente le han sentado en la Casa Blanca, sin su visto bueno jamás hubiera llegado a presidente. Son ellos, por un lado, los que ahora le obligan a comerse las promesas que hizo sobre los aspectos centrales del militarismo yanqui. Mientras tanto, la derecha republicana, más compacta y activa que derecha demócrata, se prepara para cuando retome el poder oficial en Washington. Pero por otro lado, es objetivamente imposible y racionalmente impensable que Obama, como persona sin avales, protectores y patrocinadores, sin eso que llaman “equipo”, hubiera llegado a la presidencia de los EEUU siendo un auténtico demócrata que rechaza activamente la injusticia y la opresión y que lucha por los derechos sociales. La maquinaria política yanqui, extremadamente selectiva y burocratizada, dependiente del dinero de las grandes empresas, le habría negado la participación en la “carrera política” desde el primer momento, o le habría expulsado fulminantemente desde el segundo momento.

 

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