1.- PRESENTACION:
A lo largo de la ponencia que sigue, redactada para la XIII Jornadas Independentistas Galegas organizadas por la organización comunista e independentista Primeira Linha, se sostienen dos tesis tan interrelacionadas que prácticamente forman una sola: el socialismo se ha vuelto más vigente y necesario ahora que hace veinte años, y además, esa vigencia se confirma en la importancia clave que tienen para el socialismo las luchas de liberación nacional. Ambas tesis confluyen en una síntesis que dice que, dada la situación crítica del planeta en todos los sentidos, la vigencia del socialismo ha dado paso a la urgencia del comunismo, o dicho de más directamente, la consigna de Socialismo o Barbarie, sin perder su actualidad, se ha transformado y realizado en la consigna Comunismo o Caos.
Muy recientemente la organización independentista y socialista gallega NÓS-Unidade Popular ha dado a conocer un interesante y oportuno documento titulado “Manifesto à Pátria e ao Povo Trabalhador Galego”, fechado en este mes de mayo y a libre disposición en Internet. No es este el momento para debatirlo en profundidad porque nos hemos reunido con otro objetivo, el de reflexionar sobre los veinte años transcurridos desde lo que se ha denominado “caída del Muro” en la noche del 9 al 19 de noviembre de 1989. ¿Por qué he empezado entonces mi intervención citando el texto de NÓS-UP en una charla-debate dedicada a otro tema tan diferente en apariencia como es el que hoy nos reúne aquí, el de las dos décadas transcurridas desde aquél fin de 1989, cuando el imperialismo logró hundir el muro de Berlín?
La respuesta es muy fácil de entender a condición de que partamos de otro punto de vista diferente al clásico, al dominante. Según una perspectiva mayoritaria en la izquierda, la “caída del Muro” supuso un hito, un punto crítico de no retorno a partir del cual había que repensarlo todo ya que, tras semejante derrota aplastante, la única vía posible era la de crear “otro” socialismo, que algunos al dado en llamar “socialismo del siglo XXI” pero que se presenta con tantas caras como voces pretenden definirlo. Esta perspectiva era mayoritaria y en algunas partes sigue siéndolo porque proviene de los amplios sectores que desde la mitad de la década de 1920 habían puesto todas sus esperanzas en un solo barco, en el que se sufrió una vía de agua tremenda en aquél noviembre de 1988, boquete que le hundiría al cabo de muy poco tiempo, el 23 de agosto de 1991 día de la disolución del PCUS.
Desde luego que siguen existiendo aún reducidísimos grupitos fielmente incondicionales de este “socialismo”, incluso que siguen creyendo que las medidas urgentes tomadas por la burocracia rusa en la segunda mitad de los ’80 con el nombre de ‘perestroika’, aportan de hecho las claves básicas para la recuperación del “socialismo”. Otros grupos se desencantaron antes, por ejemplo con la descarada corrupción que pudría todo en la URSS y que se extendió imparable con la protección de Brézhnev, de su familia y de buena parte de la dirección del PCUS desde la década de los ’70. Algo más abundantes son los que empezaron a distanciarse al poco de la muerte de Stalin en marzo de 1953 y rompieron definitivamente cuando Jrushchov leyó el Discurso Secreto en el XX Congreso del PCUS en febrero de 1956. Sin embargo hay que decir que la mayoría inmensa de estas críticas no negaban la corrección del “marxismo-leninismo-stalinismo”, innegable para ellos, sino que además denunciaban como traidores a los sucesores de Stalin. No fue ese el caso de los muy contados que habían roto con la URSS al defender a la Yugoslavia de Tito frente a las exigencias de Stalin, crisis que tuvo su momento álgido con la expulsión del PC yugoslavo de la Kominform en 1948.
Además de tales colectivos, hubo otros más amplios que también sostuvieron lo mismo, aunque con otros objetivos. Me refiero a los restos del eurocomunismo y de los PCs integrados en el capitalismo que se aferraron al desplome del “socialismo” para justificar sus tesis, para decir “¿ya veis, teníamos razón?”, aunque en ningún momento habían realizado una crítica radical del stalinismo, sino que se limitaron a “condenar sus excesos” y a decir que ese “modelo” no era aplicable a la Europa capitalista. Otro tanto sucedía con buena parte de los grupos maoístas, que denunciaban a la URSS de después de Stalin, la que según ellos se encaminó al reformismo definitivamente desde el XX Congreso.
2.- CRITICA DEL MARXISMO
Pues bien, esta amplia corriente ha reforzado, sin quererlo, la propaganda reformista según la cual ya no podemos transformar el presente y el futuro en base a los “mitos” del pasado sino utilizando otros criterios “nuevos”. El reformismo oculta que sus “nuevas” razones son tan “viejas” como las que ya atacaron al marxismo desde su origen histórico, ideas que avanzaron en concreción a finales del siglo XIX y que desde entonces no han aportado nada, ni una sola propuesta, que podamos considerar como verdaderamente nueva, innovadora y superior en lo esencial a la anterior. Es cierto que en cada situación los ideólogos reformistas camuflan algo las formas externas de sus antiguos argumentos para lanzar al fugaz mercado de las modas intelectuales de usar y tirar una nueva mercancía ideológica con apariencias de originalidad, mercancía que bien pronto será arrinconada en el basurero de la historia. Necesitaríamos mucho espacio para hacer siquiera una breve lista de modas intelectuales “definitivas” olvidadas una tras otra mientras que, por el contrario, nunca desaparece la realidad objetiva de la explotación asalariada, de la opresión nacional y de la opresión global de la mujer.
El fracaso de todos los esfuerzos reformistas por construir una argumentación “nueva” que por fin supere el veredicto de la historia viene de la existencia de contradicciones antagónicas insuperables dentro del capitalismo. El socialismo utópico avanzó mucho en su elucidación pero no pudo culminarla porque todavía tales contradicciones no se habían plasmado definitivamente. Fue en la segunda mitad del siglo XIX cuando sucedió tal cosa, y por eso el marxismo sí pudo hacerlo. Marx suspendió la redacción de algunas partes de El Capital, su obra magna, hasta que la evolución del capitalismo le permitiera disponer de los datos científico-críticos objetivos imprescindibles para poder culminarlo. Transcurrió muy poco tiempo desde que se culminara la formación definitiva de las bases del marxismo hasta que se iniciasen las críticas reformistas y reaccionarias.
Debemos dedicar unos minutos a esta cuestión porque es ella la que nos permitirá comprender en primer lugar, por qué hemos relacionado tan estrechamente el documento del NÓS-UP arriba citado con las dos décadas transcurridas desde la “caída del Muro”, dado que el modelo teórico-político que vertebra el documento independentista y socialista nos remite directamente a los temas negados y criticados al marxismo desde su origen por las ideologías reformista y reaccionaria. En segundo lugar, nos conducirá a las lecciones que debemos extraer de los acontecimientos de finales de los ’80 y comienzos de los ’90, pero con especial atención a las luchas de las naciones oprimidas; y en tercer lugar, nos mostrará la continuidad de las contradicciones irreconciliables del capitalismo y por tanto la imposibilidad de la burguesía para elaborar ideologías “nuevas” que demuestren que este modo de producción es justo, equitativo, democrático y eterno.
Primero, las partes fundamentales del marxismo que fueron negadas por las ideologías reformista y reaccionaria atañían a la teoría de la explotación asalariada, a la teoría del Estado y de la violencia, y a la filosofía dialéctica, atea y materialista. La economía burguesa en su forma marginalista o neoclásica, y el reformismo socialdemócrata, negaron por diversos caminos que existía explotación asalariada, que no era cierta la teoría del valor-trabajo y de la plusvalía, etc., sosteniendo que la riqueza burguesa no surgía de la explotación de la clase obrera sino de otros mecanismos que no implican explotación alguna. Con respecto al Estado, negaron con diversos argumentos que fuera un instrumento de la clase dominante para asegurar su poder mediante la violencia, sino un aparato administrador neutral de la sociedad para resolver los problemas colectivos, y por tanto, a partir de aquí, las clases trabajadoras -- que no sufrían explotación-- tampoco sufrían opresión política ni dominación cultural, por lo que no tenía sentido recurrir a la violencia revolucionaria para derrocar al capitalismo: solamente la acción legal parlamentarista podía volver más justo al sistema burgués acumulando fuerzas para el tránsito pacífico y ordenado al socialismo. Por último, rechazaron la dialéctica materialista por considerarla unos anticientífica según los criterios mecanicistas, y otros por entenderla inferior al kantismo y neokantismo. No podían aceptar la radicalidad intransigente y revolucionaria del método dialéctico que afirma que nada es eterno, que todo cambia y muere, que la contradicción está en todas partes y que la lucha de contrarios es la esencia del mundo.
En las condiciones del capitalismo de finales del siglo XIX las tres cuestiones en disputa adquirieron una importancia clave, tanta como la que siguen manteniendo ahora. Y aunque los debates se libraron dentro de los marcos estatales burgueses no hizo falta apenas tiempo para que la opresión nacional en todas sus formas “contaminara” las discusiones introduciendo un componente estructural innegable que Marx y Engels habían teorizado perfectamente en su forma política, militar y cultural y también, aunque de otra manera, en su forma económica. Las opresiones de Irlanda y de Polonia, por ejemplo, más las muchas referencias directas a las resistencias en otros pueblos al expansionismo colonialista así como la permanente presencia de lo nacional en todas sus formas en los rigurosos análisis militares, estas referencias tan abundantes en la obra de Marx y Engels, son la expresión política, militar y cultural de un problema que también es tratado en su contenido de explotación económica como se ve en el volumen III de El Capital. Una importancia crucial tenía la advertencia teórica de que la opresión nacional era usada por la burguesía nacionalmente opresora, imperialista, para alienar e integrar a “su” clase trabajadora, corrompiéndola. Lenin insistiría con más urgencia en esta misma cuestión.
Los primeros marxistas se cercioraron la importancia creciente de las luchas naciones en la marcha general de las contradicciones capitalistas, y no se equivocaron. Pero por razones que no podemos exponer ahora, su incidencia en las izquierdas entonces existentes era muy reducida, y las ideas marxistas en general y en concreto sobre la opresión nacional fueron barridas por la marea socialdemócrata a lo largo de unos años en los que se produjeron, como mínimo, cuatro episodios fundamentales: uno, el rompimiento de la I Internacional debido precisamente a la agudización de las tensiones nacionales en su seno; dos, el aumento de las luchas anticoloniales; tres, la extensión de la ideología pro colonialista que defendía la “labor
civilizadora” del colonialismo “bueno”, ideología tanto burguesa como socialdemócrata; y cuatro, por fin, el estallido de la guerra de 1914-18, en la que la cuestión nacional tuvo un papel decisivo en todos los aspectos.
La explotación de la fuerza de trabajo de las naciones oprimidas y el expolio inmisericorde de sus riquezas y bienes solamente podía estudiarse desde la teoría marxista del plusvalía aplicada a nivel mundial. El papel crucial de los Estados colonialistas y luego imperialistas en esta escabechina sistemática, y el papel de la violencia militarista, desde las primeras expediciones de exploración y saqueo hasta las invasiones militares a gran escala, pasando por la intermedia política de las cañoneras, semejante constante histórica en ascenso sólo podía estudiarse desde la teoría marxista del Estado y de la violencia. Los profundos y rápidos cambios en el capitalismo de fines del siglo XIX, de su fase colonial a su fase imperialista, sorprendieron totalmente a la burguesía que no teorizó absolutamente nada sobre este brusco aumento de la brutalidad capitalista a escala mundial, y no lo hizo porque el pensamiento burgués es una mezcla de idealismo, materialismo mecanicista y metafísica. Sin embargo, los cambios descritos, la sorpresa aterrada que golpeó a la civilización occidental al ver cómo los pueblos atrasados, bárbaros e ignorantes resistían con todas sus fuerzas a la tarea civilizadora capitalista, sólo podían entenderse si se aplicaba el método dialéctico materialista.
La intelectualidad eurocéntrica, colonialista e imperialista, hizo todo lo contrario. En vez de estudiar críticamente la realidad, se dedicó a criticar ferozmente al marxismo, a su teoría de la explotación, a su teoría del Estado y de la violencia, y a su método dialéctico materialista. Las luchas nacionales sí fueron entendidas en su pleno sentido por el marxismo de aquellos años, y un ejemplo incuestionable lo tenemos en la brillantez de los análisis de Lenin al respecto. Por tanto, existe una continuidad teórica en lo relacionado con la explotación, el Estado y la dialéctica que nos remite al surgimiento del marxismo y de su visión de la opresión nacional, y lo llamativo es que estas tres cuestiones vertebran el documento de NÓS-UP.
3.- SOBERANÍA LIMITADA
Segundo, el hundimiento del “socialismo realmente inexistente” respondió antes que nada al estallido incontrolable de sus contradicciones internas, y aunque las presiones del imperialismo fueron enormes y crecientes, en realidad sólo exacerbaron las contradicciones internas que se agudizaban conforme aumentaba el poder de la casta burocrática. La razón del desastre hay que buscarla en la interacción de cinco degeneraciones que confluyeron en la crisis mortal de finales de los ’80 y comienzos de los ’90: una, pretender construir el socialismo con métodos capitalistas; dos, sacrificar la democracia socialista a los intereses de la casta burocrática; tres, imponer el nacionalismo gran ruso y acabar con la teoría leninista de la autodeterminación de los pueblos; cuatro, supeditar la revolución mundial a los intereses de la casta burocrática; y cinco, acabar con el marxismo como praxis revolucionaria y crear una ideología autoritaria adecuada a los intereses de la casta dominante. La interacción de las cinco crisis dieron como resultado una total deslegitimación del marxismo, del socialismo, de manera que apenas nadie salió en su defensa cuando la burocracia decidió dar el salto de casta dominante no propietaria a título privado de las fuerzas productivas, a clase burguesa propietaria de las fuerzas productivas.