NOTA: El texto que sigue es la ampliación de otro que se elaboró como propuesta de debate para un colectivo preocupado por la historia vasca. No es, ni pretende ni puede ser, un texto definitivo, sino sólo una mera provocación al debate...

«El proceso dialéctico que contemplaba Marx concedía a otros factores -ya fueran sociales, políticos, jurídicos, filosóficos o religiosos- un peso casi tan grande como el que les pudieran conceder otros historiadores no marxistas. El supuesto «economismo» de Marx no es sino creer que, al margen de todos los elementos que actúan en el proceso histórico, «las relaciones de producción» (como las llamaba Marx), esto es, las relaciones sociales que entablan los hombres a lo largo del proceso productivo, constituyen los factores más importantes de la vida humana, y tienden a largo plazo a determinar a los demás, si bien dichos factores, aunque sean puramente ideológicos, pueden, a su vez, naturalmente, ejercer en ocasiones una poderosa influencia en todas las relaciones sociales.»

G.E.M. de Ste. Croix, La lucha de clases en el mundo griego antiguo (1988, 41).

 

1. PREAMBULO TEÓRICO

 

  1. A finales de 1966 y a comienzos de 1967, en el seno de ETA se debatía sobre cómo hacer frente a la dictadura franquista, sobre cómo integrar a más sectores populares en la lucha, sobre si abrirse o no a la denominada “burguesía nacional” o si, por el contrario, hacer un estricto “frente de clase”.

En medio de este debate, una de las partes planteó la necesidad de construir una historia vasca diferente a la “historia vasca” creada por la burguesía y por el Estado español, una historia vasca popular y que recuperase las experiencias de lucha, sus lecciones.

Pese a los avances realizados desde la llamada “transición” en esta tarea, queda mucho por hacer y, sobre todo, desde hace algunos años asistimos a una total contraofensiva del nacionalismo imperialista español y francés que también tiene como objetivo reforzar sus respectivas “historias nacionales” sobre la historia vasca.

  1. Por tanto, la historia vasca se presenta como fuerza activa que opta por un bando preciso, o en palabras de Lenin, “toma partido” por el pueblo explotado, por su nación. “Tomar partido” no es negar la verdad y la objetividad en detrimento de la manipulación y de los intereses subjetivos, sino que es reconstruir en la historia crítica la unidad y lucha de contrarios entre el Estado ocupante y la nación ocupada, entre el explotador y el explotado. Sin esta lucha es imposible encontrar la verdad histórica.

Una vez aquí, la historia del pueblo debe ser muy precavida ante las soflamas de neutralismo científico y valorativo de la historia nacional española y francesa. La historia vasca debe desconfiar radicalmente de la historia opresora. Si ya de entrada no existe ninguna “historia neutral” en una sociedad basada en la explotación, la historia realizada por los explotadores es, por necesidad, menos neutral que la realizada por los explotados.

  1. Una historia vasca debe caracterizarse, a nuestro entender, por el uso del método marxista, el materialismo histórico, aplicado a las necesidades de la lucha por la independencia. Esta opción es la única garantía de su objetividad, de su eficacia teórica y práctica, porque ancla su base en la existencia incuestionable de la opresión nacional, explotación de clase y dominación de sexo-género.

En las cuestiones sociales, humanas, el criterio definitivo y último de la objetividad y de la verdad se define por la lucha entre la opresión y la libertad, entre el tiempo de trabajo explotado y su intensidad, y el tiempo y la calidad del tiempo propio, libre. La historia es tanto más crítica y verdadera, cuanto más descubre la lucha por el retroceso de la explotación y el aumento de la libertad, y dado que propiedad privada y libertad son contrarios antagónicos, la historia objetiva es aquella que explica la permanente lucha entre ambos extremos irreconciliables.

Pero no sólo explica la lucha constante entre propiedad privada y libertad colectiva, sino que además sintetiza determinadas constantes ensangrentadas y hasta brutales, y las transforma en teoría revolucionaria, las eleva al rango de conciencia histórica. Por esto, la historia es un arma de liberación y de emancipación, por esto tiene un contenido subjetivo innegable, componente intento inseparable de su objetividad.

Como sabemos, en el método marxista es fundamental la interacción entre los conceptos de modo de producción y de formación económico-social, interacción que permite usar de modo dialéctico los conceptos de infraestructura y superestructura dentro de una totalidad en movimiento.

Pero además, este método también exige un uso adecuado de las diferentes temporalidades históricas, espaciales y sociales, así como la integración de la subjetividad social, del factor subjetivo en todas sus expresiones, incluidas las afectivas y emocionales, también las sexuales, en la objetividad material.

  1. Teniendo en cuenta todo esto, la historia marxista vasca ha de caracterizarse a la vez por la simultaneidad de cuatro momentos analíticos que deben sintetizarse después en una totalidad teórica coherente; son estos: la explotación de clase, de sexo-género, de nación oprimida y de nación vencida militarmente.

Cada nivel de análisis tiene autonomía propia, pero ésta desaparece cuando se pasa a la fase superior de síntesis teórica, cuando se asciende de lo diacrónico a lo sincrónico Los cuatro se exigen mutuamente cuando se produce este salto del análisis a la síntesis. Hasta ahora, el grueso de la historia marxista incluía solamente la explotación asalariada, la opresión patriarcal y la nacional, pero tanto en el marxismo clásico como en la reactivación posterior a la implosión de la URSS, la historia militar de los pueblo aparece como el cuarto componente imprescindible para entender la historia en su complejidad.

  1. De entre todas las definiciones sobre qué es un modo de producción, escogemos la de P. Vilar: “Un modo de producción es una estructura que expresa un tipo de realidad social total, puesto que engloba, en las relaciones a la vez cuantitativas y cualitativas, que se rigen todas en una interacción continua:

5.1) las reglas que presiden la obtención por el hombre de productos de la naturaleza y la distribución social de esos productos;

5.2) las reglas que presiden las relaciones de los hombres entre ellos, por medio de agrupaciones espontáneas o institucionalizadas;

5.3) las justificaciones intelectuales o míticas que dan de esas relaciones, con diversos grados de conciencia y de sistematización, los grupos que las organizan y se aprovechan de ellas, y que se imponen a los grupos subordinados”.

  1. De entre todas las definiciones sobre qué es una formación económico-social escogemos la de Gallissot que, utilizando y apoyándose sobre el concepto de “modo de producción, referencia económica esencial y general, diferencia analíticamente cuatro conceptos que deben integrarse luego en la síntesis teórica superior y que nos permiten utilizar diferentes temporalidades y continuidades históricas:

6.1) la “formación económica”, que proporciona la composición social de base;

6.2) la “formación socio-económica”, que proporciona la evolución histórica de la base económica;

6.3) la “formación social”, que introduce lo comunitario y lo nacional en lo socioeconómico, y

6.4) la “formación socio-política”, que introduce las fuerzas políticas y sociales en lucha en el panorama descrito siempre móvil.

  1. Cada una de estas “formaciones” tiene su propio “tiempo”. La formación social, en la que Gallisot incluye lo nacional y comunitario y que conecta con la socio-económica, está también relacionada con la formación socio-política por razones obvias. Los tiempos de ambas formaciones dependen de muchos factores pero también pueden ser muy prolongados en la historia, sobre todo si tenemos en cuenta la importancia del complejo lingüístico- cultural en la larga pervivencia de los sentimientos colectivos.

Sobre esta crucial cuestión P. Vilar ha destacado la interacción de prácticas como “los modos del amor” y la gastronomía de los pueblos, pero insistiendo en la lengua, ya que: “aparte de su valor caracterizador, puede aportar, al menos, tres niveles de continuidad: el temporal histórico, generalmente plurisecular; el espacial, que trasciende a veces compartimentaciones geográficas o políticas, y el social, por el que el curso social puede gozar de una cohesión etno-cultural por encima de las clases y frente a otras comunidades etno-lingüísticas”. Fijémonos que dice que “al menos”, o sea, que puede haber más de tres niveles de continuidad aportados por la lengua.

  1. Ha existido una esclerotización dogmática y mecanicista del materialismo histórico, que impuso la creencia de que todos los pueblos tenían que pasar a la fuerza por cuatro modos de producción diferentes y sucesivos, obligatorios: el comunismo primitivo, el esclavista, el feudal y el capitalista.

Pero en Marx y en Engels pueden encontrarse, al menos, siete modos diferentes: el comunismo primitivo, el asiático, el antiguo, el germánico, el esclavista, el feudal y el capitalista, pudiendo debatirse sobre otros como el eslavófilo y el incaico o peruano.

La gran diferencia que separa la visión mecánica de la dialéctica no radica sólo en el número cerrado o abierto de los modos de producción sino en que la visión dialéctica no es determinista ya que admite que las sociedades y los pueblos puedan “saltarse etapas”, modos de producción, o puedan retroceder de un modo a otro anterior, o estancarse hasta pudrirse y extinguirse. Investigaciones posteriores han integrado el antiguo, el asiático y el feudal en el modo tributario, y otras incluso han ampliado de siete a más.

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