Es conocido que en los lugares de litigio social y político el imperialismo cultural vehiculiza una dinámica que trata de insensibilizar al gran público respecto a las causas de la opresión y resensibilizarlo en cambio respecto a los efectos de la respuesta contra estas causas. Es conocido también que los estados opresores e imperialistas modernos utilizan para este menester las nuevas tecnologías y en particular vehiculizan de manera persistente, sistemática y sin fisuras los medios de comunicación. Se ocultan las causas, «normalizando» y «humanizando» las exclusiones, la imposición violenta, la ausencia de libertad, la conculcación de los derechos y la opresión, mientras se magnifican y «deshumanizan» los efectos de la respuesta. Ello lleva a la confrontación de dos terapias de contenido y forma diferentes en el tratamiento del conflicto. La terapia de las causas y la de los efectos.
Aquí y en Filipinas, el pueblo oprimido y los sectores en rebeldía defienden como única terapia válida la de las causas. Aquí y en Filipinas, las clases dominantes de los estados imperiales centran su actividad político-mediática sobre la terapia de los efectos. Aquí y en Filipinas y más aquí que en Filipinas, la terapia de los efectos divide al pueblo oprimido, alienta la represión y alarga la solución del conflicto. Aquí y en Filipinas y más aquí que en Filipinas, la terapia de los efectos es parte consustancial de la terapia contrainsurgente contra los sectores en rebeldía y el pueblo oprimido. Si la intransigencia en la terapia de las causas deriva de la naturaleza de los oprimidos, la intransigencia en la terapia de los efectos es la característica más definitoria de la dominación.
Los que autodenominándose demócratas, pacifistas, abertzales, de izquierda y revolucionarios son además honestos con lo que ocurre en este pueblo tienen que saber que con el apoyo de la terapia de los efectos potencian la represión y alargan in secula seculorun la salida del conflicto con todas las consecuencias que se derivan de ello. La terapia de los efectos exige un gran frente social que combatiendo la violencia de la resistencia, se alíe con los que ejercen la violencia del Estado y con aquellos que mantienen la violencia estructural; reproduciendo todas las violencias. Potencian también el más miserable de los sectarismos; aquel que aísla por sus formas de rebelión y posiciones políticas a los comprometidos con su pueblo.
Esta lógica mora ya entre nosotros. Volviendo a nuestros lares de Euskal Herria, es penoso observar en parte de los autodenominados demócratas, abertzales, pacifistas, de izquierda y revolucionarios la exuberancia de iniciativas críticas a la resistencia y la cuasi ausencia de iniciativas reales frente a la terrible opresión y represión que padecemos. Y ello cuando parecen existir todas las posibilidades para, a través de un proceso de huelgas generales y desobediencia civil, superar y/o reducir al mínimo las otras expresiones de la violencia de la resistencia.
Una aproximación comparativa con el escenario palestino al comportamiento de la clase intelectual y la clase política nos muestra la gran diferencia entre los dos procesos. Las clases intelectual y política palestinas se enfrentan al fascismo real, mientras que las clases intelectual y política vascas se enfrentan a los que se enfrentan al fascismo real. Es en nuestro caso una respuesta condicionada por la defensa de los intereses corporativos e individuales de su segmento social. Y esta actitud es una parte del puzzle, que conforma la ilusión de que «aquí sí» mediante torturas, represión y opresión se puede solucionar el conflicto vasco, marcando de esta manera la diferencialidad con las «salidas políticas» planteadas en otros conflictos.
En Abya-Yala (América), donde la recolonización española también exporta los procesos contrainsurgentes aplicados en Euskal Herria se recogen firmas en la sociedad civil y universidad de Perú, Ecuador y Brasil a favor de la democracia, contra el narcotráfico y el derecho a la vida. Con esos contenidos las firmas apoyan explícitamente el «Plan Colombia» buscando exterminar la resistencia de estos pueblos. Como si hubiera alguien que no estuviera por la democracia y el derecho a la vida.
La aplicación de la terapia de los efectos en el contexto europeo y en el caso vasco necesitaba de otras variables en su diseño y arquitectura. Debemos entender en este sentido el esfuerzo de algunos intelectuales propios para legitimar en nuestra tierra con el nombre de «no nacionalistas» al nacionalismo imperialista y racista español. Entendemos también que frente al problema histórico de esa gigantesca negación y violación sistemática de ese «otro colectivo» que supone para el Estado imperialista español las comunidades no españolas del Estado, los impulsores de la terapia de los efectos sólo hablen de la violación del «otro individual» provocado por la violencia de respuesta de un sector de esas comunidades, con aquellos que ellos consideran responsables de la conculcación de derechos que padecen.
En el mismo sentido hemos de entender las proclamaciones de «superación» de Lizarra-Garazi en la línea de un nuevo consenso entre los partidos políticos hoy existentes, que exigiría la consideración «de la actual realidad». Se trata de la reproducción de la filosofía del «común denominador» aplicado en 1977, que alargó innecesariamente el conflicto y el sufrimiento de este pueblo durante cerca de 25 años. La sociedad vasca necesita hoy una solución basada en el reconocimiento de sus «derechos democráticos y nacionales». La división de éstos en base a un «consenso del momento concreto» es como la partición de la criatura en el gran juicio del rey Salomón. Mata la libertad y mata la democracia.
Es como si a un grupo de mujeres se las violara sistemáticamente todas las semanas. Después de un largo período en el que un sector de éstas se ha rebelado abiertamente y ofrece tenaz resistencia; tras un proceso de represión contra ellas; tras acusarlas de victimistas y de agresión contra los derechos humanos deciden una solución definitiva al problema ampliando el plazo de violaciones a una vez cada tres semanas. Es evidente que aquí se ha paliado la situación, pero también que no se ha solucionado nada.
En la ciencia médica sabemos que la terapia de los efectos alivia al paciente e incluso puede hacernos creer en algunos momentos que se ha solventado la enfermedad; pero si no se va a las causas la enfermedad reaparece de nuevo y mata al paciente. Entendemos la terapia de los efectos en aquellos que carecen de sensibilidad, los que limitan su análisis a la inmediata aparencia o en aquellos en que «hacen negocio». Nos parece más difícil entenderlo en los que defienden una medicina eficaz, en el propio paciente, o en los que quieren a éste.
Por ello, la terapia de las causas exige hoy un frente social sin condiciones previas, para la soberanía, la libertad y la democracia. Abierto siempre al diálogo y a la negociación multilateral para buscar una salida en clave «de derechos» y no de consensos. Esa es la condición sine qua non para la resolución de toda violencia y para la superación definitiva del conflicto. Esa es la alternativa de los que, en la significación del dominado, unen paz con justicia y libertad. La de los que buscan paz de verdad. *
Antxon Mendizabal * Profesor de la UPV/EHU