INDICE

Prólogo a la edición en castellano   

Prólogo a la vigesimoquinta edición   

Prólogo a la XXXIV edición   

Prólogo a la L edición   

 Introducción

Sección primera

LA MUJER EN EL PASADO

I. La posición de la mujer en la sociedad primitiva

II. Lucha entre derecho materno y paterno

III. El cristianismo

IV. La mujer en la Edad Media

V. La Reforma

VI. El siglo XVIII

Sección segunda

LA MUJER EN EL PRESENTE

VII. La mujer como ser sexual

VIII. El matrimonio moderno

IX. Destrucción de la familia

X. El matrimonio como acomodo

XI. Las oportunidades del matrimonio

XII. La prostitución: Institución social necesaria del mundo burgués

XIII. La posición laboral de la mujer

XIV. La lucha de la mujer por la educación

XV. La posición jurídica de la mujer

Sección tercera

EL ESTADO Y LA SOCIEDAD

XVI. El Estado clasista y el proletariado moderno

XVII. El proceso de concentración en la industria capitalista

XVIII. Crisis y competencia

XIX. La revolución en la agricultura

Sección cuarta

LA SOCIALIZACIÓN DE LA SOCIEDAD

XX. La revolución social

XXI. Leyes Fundamentales de la sociedad capitalista

XXII. Socialismo y agricultura

XXIII. Eliminación del Estado

XXIV. El porvenir de la religión

XXV. El sistema socialista de educación

XXVI. Arte y literatura en la sociedad socialista

XXVII. El desarrollo de la personalidad

XXVIII. La mujer en el futuro

XXIX. El internacionalismo

XXX. La cuestión de la población y el socialismo

Conclusión

 

Prólogo a la edición castellana

 

Esta versión castellana de La mujer y el socialismo, de A. Bebel, está traducida directamente de la última edición alemana (la 63) publicada por la editorial Dietz, Berlín, 1974. También hemos tenido en cuenta el resumen que bajo el título de La mujer ha publicado la editorial Fontamara (Barcelona, 1975). Aunque ha servido de poco. Además de no suponer siquiera una tercera parte de la obra de Bebel, parece que este resumen, a juzgar por sus considerables diferencias con el original alemán, se ha traducido de la versión francesa. La identificación con los párrafos originales resulta bastante difícil.

En las citas de otras obras, particularmente griegas, hemos preferido la traducción directa española, si se disponía de ella, en vez de volver a traducir del alemán. La cita de Safo, en la traducción de Menéndez Pelayo, difiere de la traducción alemana. En las citas de Marx y Engels referimos, naturalmente, a las ediciones castellanas correspondientes. El asterisco indica una nota del editor y traductor.

Hemos respetado los subrayados originales de la. edición alemana. La única modificación es la de haber modernizado en algunos casos las citas bibliográficas, adaptándolas a la forma actual de citar. Por consiguiente, el lector de lengua castellana tiene aquí, por primera vez, una versión íntegra de este estudio clásico sobre la mujer.

August Bebel (1840-1913) fue uno de los fundadores del socialismo marxista alemán y uno de sus mejores propagandistas. Entre sus numerosas obras y folletos se destaca La mujer y el socialismo, publicada por primera vez en 1879. El libro constituye un detallado estudio de cómo la situación de la mujer y las relaciones de familia han ido cambiando a medida que lo ha hecho el modo de producción. Su documentado análisis histórico desmitifica muchos de los valores que nuestra tradición cultural nos ha presentado siempre como algo eterno, dado de una vez para siempre.

Cierto, algunos detalles del libro han quedado ya anticuados. El vestido femenino de hoy, y sobre todo el pantalón vaquero, permite a la mujer actual, una libertad de movimientos mucho mayor que él corsé y las faldas a ras de suelo que tanto constreñían a la mujer del siglo pasado y tan justamente indignaban a Bebel. Si, la mujer ha conquistado su acceso a la educación básica, secundaria y universitaria, y se ha establecido en numerosas profesiones antes reservadas al hombre. Pero, aunque a lo largo de este siglo se han hecho grandes progresos hacia la igualdad jurídica de la mujer con respecto al hombre, en nuestra sociedad sigue siendo reprimida y discriminada. Los movimientos femeninos de protesta registrados últimamente en España con motivo de los recientes juicios por adulterio llevados contra dos mujeres jóvenes han sacado, por ejemplo, a la luz pública lo mucho que aún queda por recorrer en la igualdad de la mujer ante la ley.

Todo el mundo burgués ha vivido durante los últimos años un auge considerable de los movimientos feministas por la emancipación y la liberación de la mujer. Cabe que estos movimientos reivindicativos contribuyan a despertar la conciencia de las mujeres y a incitarlas a luchar por sus derechos. Ahora bien, conviene distinguir entre las reivindicaciones burguesas y la lucha de la clase trabajadora. La ley burguesa puede inscribir en su código civil la igualdad jurídica de la mujer, su derecho al divorcio, al aborto, al amor libre, etc. Pero ninguna legislación burguesa le ha garantizado, ni puede garantizarle, a la mujer su derecho a un puesto de trabajo productivo que le permita emanciparse económicamente de la «esclavitud del hogar», de la rutina estultificante de las tareas caseras. Ningún Estado capitalista, por muy avanzado que sea, ha podido crear las guarderías infantiles, los comedores escolares y sociales necesarios para que la mujer se vea libre del cuidado de los niños y de la cocina.

La indignación de los movimientos feministas contra el hombre, el «macho» opresor, no conduce a nada si no se vincula a la lucha de la clase obrera contra la explotación del sistema capitalista. Centrar los objetivos en la protesta contra el «hombre» y en alcanzar la libertad respecto de este no es sino hacerle el juego a la burguesía, como hace, por ejemplo, la feminista española Lidia Falcón en su libro Mujer y sociedad (Barcelona, 1973). Decir que él hombre ha explotado desde siempre a la mujer equivale a presentar un aspecto muy parcial del desarrollo social humano. Antes del patriarcado existió el matriarcado, que Lidia Falcón omite por completo. La desigualdad y humillación social de la mujer es, históricamente, consecuencia del desarrollo del sistema de propiedad privada y no de las más o menos malévolas legislaciones machistas. De lo que se trata, por tanto, no es de poner fin exclusivamente a la explotación de la mujer por el hombre, sino de acabar con un sistema basado en la explotación de unos seres humanos por otros. Se trata de unir fuerzas a la lucha de la clase interesada en acabar con la explotación y la opresión social, de crear una sociedad de hombres y mujeres libres. Y esa clase es la clase obrera.

Plantear la liberación de la mujer en términos de liberación sexual, tan de moda en los movimientos feministas, es aceptar la problemática burguesa. La mujer se liberará, también en el aspecto sexual, cuando la revolución social establezca las bases económicas, sociales y culturales para la renovación del matrimonio y de las relaciones entre los sexos. Los problemas sexuales y del matrimonio deben concebirse como parte del problema social, que es el principal, advertía Lenin.

Por tanto, la tarea del movimiento femenino, no feminista, estriba en combatir por la igualdad económica y social de la mujer, en incorporarla al trabajo social productivo. La mujer ha trabajado siempre y está acostumbrada a trabajar. «Sus labores» del hogar requieren más esfuerzo y horas que cualquier trabajo exterior. Existen numerosos estudios empíricos que confirman lo que cualquier ama de casa proletaria y pequeñoburguesa sabe por experiencia propia.

El libro de August Bebel La mujer y el socialismo tiene muy poco de feminista, siendo, en cambio, «una agitación atrayente, impregnada de espíritu combativo contra la sociedad burguesa», como dijo una vez Clara Zetkin. De ahí su vigencia, su carácter de clásico. La parte final del libro parece que estuviera escrita hoy día y no hace casi cien años. La cuestión de la población, el socialismo, la polémica en torno al control de la natalidad, el hambre de los países «del tercer mundo», etc., son también temas de candente actualidad. August Bebel demuestra que esta polémica existe tan sólo en el mundo capitalista y que ha surgido siempre en las épocas de crisis. En el fondo, es una cuestión de producción y distribución, como ha demostrado el científico J. D. Bernal.

En la sociedad planificada, en la sociedad socialista, la humanidad dirigirá su propio desarrollo, como dice A. Bebel en la parte final de este libro. Si hasta ahora ha actuado sin conocimiento de sus leyes, en lo que se refiere a la producción, a la distribución y al aumento de la población, «en la sociedad nueva actuará consciente y metódicamente, con conocimiento de las leyes de su propio desarrollo». Pues, «el socialismo es la ciencia aplicada a todos los campos de la actividad humana».

El problema femenino debe examinarse, por tanto, como parte integrante del problema social. La situación de la mujer como persona debe ir íntimamente vinculada a la cuestión de su situación como miembro de la sociedad y dentro del contexto del sistema de propiedad privada en que actualmente vive. El movimiento femenino, por terminar con una cita de Lenin, «debe ser un movimiento de masas, debe ser una parte del movimiento general de masas, no sólo del movimiento de los proletarios, sino de todos los explotados y oprimidos, de todas las víctimas del capitalismo. En esto consiste la importancia del movimiento femenino para la lucha del proletariado y para su misión histórica creadora: la organización de la sociedad comunista».

Madrid, 20 de noviembre de 1976

VICENTE ROMANO GARCÍA

 

Prólogo a la vigesimoquinta edición

 

Este libro, que según H. Herkner es “totalmente acientífico”,[1] experimenta aquí su vigesimoquinta edición, caso raro en la bibliografía alemana, y espero que le sigan otras. La recepción extraordinariamente favorable que ha hallado entre el público alemán se corresponde con las numerosas traducciones a las lenguas más diversas efectuadas desde su aparición. Además de haberse traducido dos veces al inglés (Londres y Nueva York), también se tradujo al francés, ruso, italiano, sueco, danés, polaco, flamenco, griego, búlgaro, rumano, húngaro y checo. Puedo, pues, estar orgulloso del éxito de este libro mío “totalmente acientífico”.

Numerosas revistas, en particular de mujeres de los círculos sociales más diferentes, me han indicado también el efecto que ha tenido, sobre todo, en el mundo femenino y la cálida acogida que ha hallado en él.

Debo expresar aquí mi más sentido agradecimiento a quienes me han ayudado, ya sea enviando material o corrigiendo y completando los hechos mencionados, y me han puesto así en condiciones de hacer un libro impecable.

Mas frente a los entusiastas partidarios de un lado, se encuentran los violentos adversarios de otro. Mientras que unos califican al libro de lo más inútil y peligroso que ha aparecido en los últimos tiempos (en este sentido se manifestaba un periódico antisemita publicado en Berlín), otros, entre ellos dos pastores protestantes, lo proclaman como uno de los libros más morales y útiles que hay. Los dos juicios me satisfacen por igual. Un libro compuesto sobre asuntos públicos ha de forzar una toma de posición igual que el discurso que trata de cuestiones de interés público. Sólo así alcanza su objetivo.

Entre las numerosas réplicas y refutaciones que ha provocado este libro a lo largo de los años, hay dos que merecen atención especial debido al carácter científico de sus autores. Por ejemplo, el libro del doctor H. E. Ziegler, profesor de Zoología de la Universidad de Friburgo de Brisgovia, titulado Die Naturwissenschaft und die sozialdemokratische Theorie, ihr Verhältnis dargelegt auf Grund der Werke von Darwin und Bebel,[2] y el tratado del doctor Alfred Hegar, catedrático de Ginecología de la misma Universidad, titulado Der Geschlechtstrieb.[3]

Ambos libros dan la impresión de que sus autores se han concertado para la “destrucción científica” de mi libro. Los dos autores trabajan en la misma Universidad, sus dos libros han aparecido en la misma editorial y ambos justifican la publicación diciendo que la extraordinaria difusión que ha tenido mi libro con sus “teorías acientíficas” y “falsas” los ha impulsado a la refutación de las mismas. El mutuo acuerdo lo denuncia también la división del trabajo que se han repartido, al parecer, los dos autores. Mientras que Ziegler intenta refutar mis ideas histórico-culturales y científico-naturales, Hegar se dedica esencialmente a la caracterización psicológica y fisiológica de la mujer, tal como la presento en mi libro, a fin de demostrar que es falsa. Luego, cada cual desde su punto de vista, pasan a la ‘refutación’ de mis concepciones económicas y sociopolíticas, empresa que muestra que se mueven en un terreno ajeno a los dos y en el que, por eso, cosechan menos laureles que en el del especialista, de quien en primer lugar hubiera esperado una refutación objetiva.

Ambos libros tienen también en común el tratar en parte esferas muy lejanas de las que yo trato y con las que nada tienen que ver o, como en especial Hegar, se explayan en discusiones que no quiero contradecir. Ambos escritos son, además, obras de tesis que deben demostrar a cualquier precio que ni la ciencia natural ni la antropología proporcionan material ninguno para la necesidad y la utilidad del socialismo. Los dos autores, como suele ocurrir en las polémicas, han sacado fuera del contexto de mi obra aquello que les convino, y omitido lo que no les convenía, de manera que me costó trabajo reconocer de nuevo lo dicho por mí antes.

Al reseñar los dos libros paso primero al tratado de Ziegler, publicado antes que el otro.

Ziegler peca ya en el título de su libro. Si quería escribir una crítica de las teorías socialdemócratas en relación con Darwin, no debiera dirigir su crítica a mi libro, pues eso sería una pretensión inaudita de mi parte: quererme considerar uno de los teóricos socialistas; tendría que escoger para ello los escritos de Marx y Engels, en cuyos hombros nos apoyamos los demás. Eso lo ha omitido astutamente. Pero tampoco podía contemplar mi libro como una especie de dogma de partido, puesto que en la introducción declara explícitamente hasta qué punto creo que puedo contar en mi libro con la aprobación de mis correligionarios. Ziegler no podía pasar esto por alto. No obstante, ...............................

 

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