INDICE REDUCIDO
1er VOLUMEN
Antigüedad y Edad Media
Introducción
Primera parte: Las luchas sociales en la Antigüedad
Capítulo I — Palestina
Capítulo II — Grecia
Capítulo III — El comunismo en Esparta
Capítulo IV — Las teorías comunistas en Atenas
Capítulo V — Roma
Capítulo VI — La crítica social en Roma
Capítulo VII — El cristianismo primitivo
Segunda parte: Las luchas sociales en la Edad Media
Capítulo I — El pensamiento social en la Edad Media
Capítulo II — Las migraciones y la reorganización de Europa
Capítulo III — Del comunismo a la propiedad privada
Capítulo IV — El movimiento herético
Capítulo V — Extensión y represión del movimiento herético
2º VOLUMEN
Tercera parte: Las luchas sociales en la Edad Moderna (Del siglo XIV al XVIII)
Capítulo I — El fin de la Edad Media
Capítulo II — Las revueltas campesinas
Capítulo III — Las insurrecciones campesinas en Inglaterra
Capítulo IV — El movimiento husita
Capítulo V — Las insurrecciones sociales en Alemania
Capítulo VI — La era de las utopías
Capítulo VII — Las utopías inglesas
Capítulo VIII — La utopía italiana
Capítulo IX — La crítica social en Francia
(De 1740 a 1850)
Capítulo X — La revolución industrial en Inglaterra
Capítulo XI — La crítica social en Inglaterra durante la primera fase de la Revolución Industrial
Capítulo XII — Las transformaciones económicas en Francia
Capítulo XIII — La Revolución Francesa
Capítulo XIV — La conjuración de los iguales
Capítulo. XV — Las repercusiones de la Revolución Francesa en Alemania
Capítulo XVI — El reinado de Napoleón y la Restauración
Capítulo XVII Los comienzos del movimiento obrero inglés
Capítulo XVIII — El primer movimiento revolucionario obrero en Inglaterra (1825-1855)
Capítulo XIX — El movimiento obrero en Francia (1830-1848)
Cuarta parte: Las luchas sociales en la Edad Contemporánea
Capítulo I — Alemania de 1800 a 1848
Capítulo II — Las asociaciones revolucionarias alemanas en el extranjero
Capítulo III — Alemania de 1840 a 1848
Capítulo IV — Carlos Marx
Capítulo V — Los socialistas-conservadores de Alemania
Capítulo VI — La revolución alemana de 1848-1849
Capítulo VII — El desarrollo económico y político de 1850 a 1880
Capítulo VIII — La época de la Primera Internacional
Capítulo IX — La era imperialista (1880-1914)
Capítulo X — La Segunda Internacional (1889-1914)
Capítulo XI — La guerra mundial y la revolución
Capítulo XII — El progreso del movimiento socialista en el mundo
Prefacio a la edición francesa
Hace algunos años, en el Congreso del Sindicato de la Enseñanza, hubo una amplia discusión sobre el tema: si la historia debía enseñarse desde el punto de vista de la clase o desde el punto de vista de la verdad.
Evidentemente, esta forma absurda de enfocar la cuestión sólo podía dar lugar a respuestas absurdas. En efecto: algunos han dicho que la enseñanza de la historia debe hacerse únicamente desde el punto de vista de clase, con el pretexto de que sólo existe la verdad de clase; otros, por el contrario, han dicho que enseñar la historia desde el punto de vista de clase es adoptar una manera unilateral de mirarla, que distorsiona la verdad, porque la verdad existe independientemente de las clases.
En nuestra opinión, ambos se equivocan.
No se puede oponer el punto de vista de clase a la verdad como dos términos de una antinomia irreductible. Quien lo hace renuncia de antemano a toda posibilidad de unir dialécticamente el punto de vista de clase con la verdad.
En realidad, no hay ni "verdad por encima de las clases" ni "verdad de clase". Admitir que existe una verdad por encima de las clases es creer en la existencia de una verdad absoluta. Por otra parte, afirmar que sólo hay verdad de clase es reconocer que hay tantas verdades como clases. Si la primera afirmación nos conduce directamente al reino de lo absoluto, donde todas las afirmaciones son posibles porque escapan al examen de los hechos, la segunda nos lleva al reino de la arbitrariedad y la confusión, donde cualquier afirmación puede ser inmediatamente negada por su contraria. Ambas demuestran la misma incomprensión de la marcha de la historia y del progreso del conocimiento humano.
Si, en efecto, admitimos que la historia no es más que la historia de la lucha de clases, estamos necesariamente obligados a reconocer que cada clase revolucionaria representa —históricamente— un progreso en relación con la anterior, en el sentido de que refleja una nueva etapa en el camino de la dominación de la naturaleza por el hombre. El progreso que cada clase realiza no sólo se da en el terreno de los hechos, sino también en el de las ideas.
Cada clase crea su propia ideología. Cada clase trae consigo una concepción del mundo opuesta a la ideología y a la concepción del mundo de la clase a la que desea sustituir. Pero —y aquí está el quid de la cuestión— esta nueva concepción del mundo significa un progreso en relación con la precedente, ya que aporta una explicación del mundo más cercana a la realidad, más verdadera que la de la clase precedente. Es evidente, pues, que, aunque cada clase posea su propia concepción, estas diferentes concepciones no tienen el mismo valor. Unas son más verdaderas que otras.
Hoy conocemos mejor la Tierra que en tiempos de Ptolomeo. Del mismo modo, la teoría de la evolución de Darwin es una explicación más satisfactoria de la formación de las especies que la explicación bíblica; en el campo de la historia, el materialismo histórico la explica mejor que, por ejemplo, Tito Livio o Bossuet.
Por consiguiente, la cuestión debe someterse a estudio de la siguiente manera:
"¿Qué teoría permite explicar mejor y, en consecuencia, enseñar mejor la Historia?". ¿Es la teoría que afirma que todos los acontecimientos de la historia están determinados por los designios de la Providencia? ¿Es la que afirma que la Historia la hacen los grandes hombres o, en otras palabras, la que explica la marcha de la Historia por el progreso de la razón o de la idea de justicia? ¿O la teoría que ve en el desarrollo de las fuerzas productivas y de las formas de producción el factor fundamental de la evolución histórica?
Nosotros decimos: el materialismo histórico es la teoría que mejor explica la historia. Esto es así, no sólo porque es la teoría de la clase más avanzada de la actualidad —el proletariado, cuya misión histórica es continuar el progreso realizado hasta ahora, sino también porque el materialismo histórico es la teoría que mejor explica en qué dirección se moverá este desarrollo en el futuro. Esto no significa que las demás teorías sean totalmente falsas. Sólo son falsas cuando se confrontan con el materialismo histórico y en relación con él. En efecto, el materialismo histórico no se limita a negar pura y simplemente las concepciones del mundo que se le oponen. Las refuta, explicándolas al mismo tiempo, y las integra en una nueva concepción del mundo, superior a todas las demás.
No basta, sin embargo, con establecer lo que hemos dicho más arriba. También es necesario saber cómo aplicarlo. Hasta ahora se ha hecho muy poco en este sentido, hay que reconocerlo. En el campo de la Historia, en particular, sólo disponíamos hasta ahora de pequeñas monografías referidas a épocas o fenómenos aislados. No teníamos ningún estudio de conjunto. Por esta razón, hasta el día de hoy, no hemos podido oponer a las numerosas Historias Universales burguesas, imbuidas de un espíritu más o menos idealista, una teoría general basada en una concepción materialista.
Es cierto que, hace un cuarto de siglo, se intentó en Alemania elaborar una Historia del Socialismo desde el punto de vista del materialismo histórico. Pero tanto los escritores alemanes como los franceses no han ido más allá de monografías dispersas que, aunque de gran valor, están lejos de constituir un conjunto homogéneo y coordinado. Además, por ser excesivamente voluminosas y por no estar organizadas según un plan preconcebido, tales monografías no podían prestarse a la difusión de la historia, desde el punto de vista materialista del proletariado, entre las masas de la clase obrera.
El libro de Max Beer colma una laguna evidente. En él, Beer estudia toda la historia del socialismo, desde la más remota antigüedad hasta los tiempos modernos. En un lenguaje vivo, ágil, animado por un movimiento rápido, que arrastra al lector sin que se dé cuenta, que lo mantiene entusiasmado con las descripciones. Pero Beer expone la Historia del socialismo de cada pueblo, de cada país, de cada nación, con respecto a la escala social, económica, política y cultural.
A pesar de sus dimensiones relativamente pequeñas, este libro es, en realidad, una verdadera Historia Universal escrita según el modo de ver socialista, es decir, materialista.
Max Beer es uno de los escritores socialistas contemporáneos más célebres. Su libro Historia del socialismo en Inglaterra, así como la excelente monografía titulada Carlos Marx, su vida y su obra, ya habían atraído la atención del público. La Historia general del socialismo y de las luchas sociales, que ahora publicamos, ha alcanzado, en todo el mundo, un éxito completo y merecido.
No queremos decir, sin embargo, que este libro sea una obra impecable, intachable. Al contrario. Hay muchos puntos débiles que deben ser criticados. También podríamos hacer algunos comentarios sobre un gran número de detalles.
En primer lugar: no estamos de acuerdo con su método, que a menudo da lugar, inevitablemente, a algunas confusiones. Del mismo modo, no parece correcto comenzar la historia del socialismo en la antigüedad y confundir, en una sola obra, la historia del socialismo con la historia de las luchas sociales, que no son idénticas sino diferentes.
Hay que añadir que la teoría expuesta por el autor sobre la división cronológica de la historia merece un examen más detenido, porque se basa en un análisis insuficiente de las diferentes épocas a las que se refiere. No basta con decir que cada forma de sociedad —esclavista, feudal y capitalista— tiene una fase antigua, una medieval y una moderna. También es necesario mostrar claramente sobre qué base económica descansa cada uno de esos periodos. Y, en particular, si vemos que la sociedad capitalista, en cuanto surge, adopta ciertas ideas y teorías arraigadas en la antigüedad, es necesario explicar las causas económicas de este fenómeno. Además de las analogías, también es necesario mostrar las profundas diferencias que existen entre ciertas teorías de la antigüedad y ciertas teorías modernas. En nuestra opinión, el autor no lo ha hecho.
También podríamos plantear numerosas objeciones con respecto a la exposición de los hechos en sí. No todos los que hacen uso de un buen método histórico se convierten en buenos historiadores. Esto explica los defectos y carencias de la obra de Beer. Por último, incluso el método utilizado por el autor —el materialismo histórico, del que también somos partidarios— posiblemente no siempre se aplicó con el rigor necesario.
No podemos, por tanto, ser acusados de miopía intelectual por recomendar la lectura de este libro. Conocemos sus puntos vulnerables. Sin embargo, aunque los tengamos a la vista, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que esta obra de Max Beer es la mejor de todas las exposiciones de la historia de la humanidad, desde sus orígenes hasta nuestros días.
Desde hace mucho tiempo se ha sentido la necesidad de una Historia que no estuviera escrita sólo para la justificación y la glorificación de las clases dominantes. Desde este punto de vista, la obra de Beer es única. Por eso será recibida por todas las mentes perspicaces con la atención que merece.
Unos pocos capítulos más y esta obra quedaría indiscutiblemente completa. Es lamentable que no se hayan escrito tales capítulos. Aun así, el valor de este libro es incontestable.
Creemos que no es un elogio exagerado decir que esta obra será de inmensa utilidad no sólo para el público estudioso, sino también para los historiadores profesionales, que estarán interesados en consultarla, porque en ella aprenderán muchas cosas que hasta entonces desconocían. Y aprenderán, en primer lugar, a interpretar la propia Historia.
Marcel Ollivier
Nota preliminar sobre el materialismo histórico
En las Musas de Heródoto hay abundante material para el estudio de las costumbres e instituciones de los pueblos de la Antigüedad. Pero antes de Heródoto, considerado el Padre de la Historia, los faraones egipcios y los reyes de Babilonia ya habían hecho grabar en sus monumentos diversas inscripciones que describían sus principales hazañas.
Inspirándose en estos primeros documentos de la civilización humana, muchos historiadores contemporáneos siguen creyendo que escribir Historia es simplemente narrar la vida de los personajes más notables de las distintas épocas. Adoptan, por tanto, en nuestros días, el mismo método histórico que los Faraones egipcios.
Pero, en realidad, esta "Historia de los hechos" o "Historia pragmática", como también la llaman algunos, es sólo una parte de la verdadera Historia. Para demostrarlo, basta recordar que acontecimientos tan importantes como, por ejemplo, la invención de la máquina de vapor, el descubrimiento de las bacterias o la aparición del Fausto de Goethe, no están contenidos en esta "Historia pragmática".
Al darse cuenta de la insuficiencia de las "narraciones", algunos historiadores han intentado completarlas creando una parte especial de la Historia dedicada al estudio de la "forma de vivir" de los hombres en las distintas épocas. Sin embargo, este suplemento, desligado del conjunto, pierde casi todo su valor: la "forma de vida" aparece como algo rígido, inmutable, cristalizado, cuando, en realidad, la Historia tiene como objetivo fundamental el estudio del movimiento, el estudio de las transformaciones que se producen en la sociedad a través de los tiempos.
De hecho, la mayoría de los profesores no prestan la más mínima atención al estudio de la "forma de vida" que hacen algunos compendios antiguos antes de comenzar la "exposición de los hechos", incluso porque los programas oficiales no exigen el estudio de esta parte de la Historia. Por eso, en las escuelas, todos aprendemos sólo a memorizar los relatos de las hazañas de los "grandes hombres", o a citar sus nombres en cada sílaba y letra, junto con los días, meses y años de sus hechos más memorables.
Incluso hoy en día, mucha gente piensa que eso es todo lo que es la Historia. Por eso, cuando se quiere depreciar el conocimiento histórico de un determinado individuo, se siguen diciendo tonterías como: "¡Pues si ni siquiera sabe en qué año nació D. Juan VI!
De hecho, la mayoría de las personas "cultas" y muchos historiadores de renombre miran la Historia desde este punto de vista limitado y estrecho. Piensan que saber Historia es sólo saber repetir los nombres de personajes famosos, citar las fechas de su nacimiento y muerte, los días en que se libraron grandes batallas o en que sus ejércitos fueron derrotados. A veces, es cierto, la "erudición" de algunos va un poco más allá, porque pueden añadir a las fechas y las anécdotas sin cuento sobre la vida de un determinado rey, príncipe o político. Ni más ni menos. En esto consiste la historia para no pocos hombres inteligentes.
Una ignorancia tan profunda de la verdadera historia no es fruto de la casualidad. Tampoco es fruto exclusivo de la absurda estrechez de miras de los programas educativos oficiales. Esta ignorancia es el resultado de una ley, la ley de la inercia, que, por cierto, suelen recordar la mayoría de los manuales de historia aprobados oficialmente. Los hombres tienen un gran apego a la tradición. Cuando se llenan la cabeza con determinadas ideas, difícilmente pueden librarse de su imperio. La inercia mental de las personas cultas y de los historiadores es el principal obstáculo para el progreso de las ciencias históricas.
La burguesía no posee, ni podría poseer, una historia verdaderamente científica. La ciencia histórica demuestra que el régimen actual y la existencia de la burguesía como clase dominante son necesariamente transitorios. La burguesía no puede aceptar esta verdad. Quiere eternizarse en el poder y por eso sólo acepta las doctrinas que afirman que su dominio es eterno.
La historia burguesa universal, destinada a apoyar las ideas que mejor convienen a la clase dominante, distorsiona los hechos y no los interpreta de manera científica. La Historia de la burguesía, por lo tanto, no es, ni podría ser, una ciencia positiva, porque elude los hechos y evita las conclusiones impuestas por ellos.
Fue Carlos Marx quien dio a la Historia una base tan positiva como la de las ciencias naturales, de la física o de la química, por ejemplo.
Antes de él, el movimiento histórico de la sociedad se explicaba bien por las imposiciones de la "naturaleza humana", bien por la influencia de alguna entidad abstracta: la "Idea absoluta", el "Pensamiento", la "Razón", como hacían los filósofos idealistas predecesores y contemporáneos de Marx.
Los socialistas franceses del siglo XVIII, al condenar las instituciones de la época, no encontraron mejor argumento que la "naturaleza humana". Afirmaban que había que abolir tales o cuales instituciones porque eran "contrarias a la naturaleza humana", o porque "se oponían a la naturaleza de la humanidad". Esta "naturaleza" y este "carácter" eran entidades misteriosas. Utópicos como Fourrier, Owen e incluso SaintSimon no podían explicar por qué esta "naturaleza" y esta "índole" variaban a lo largo del tiempo. Por otra parte, los representantes de la ideología oficial de la época de los utopistas también invocaban la "naturaleza" humana para combatir a los partidarios del comunismo. A menudo decían cosas como
"La instauración del comunismo es imposible, porque el comunismo es contrario a la naturaleza humana..... La naturaleza de los hombres lo repele".
Si comparamos las polémicas sociales de aquella época con las actuales, encontramos esta misma argumentación en boca de las figuras más eminentes de la ciencia burguesa. En discursos, periódicos y libros dedicados a la lucha anticomunista de la burguesía, encontramos afirmaciones de este tenor:
"En nuestro país no puede implantarse el comunismo porque es un régimen adverso a la naturaleza humana" o bien: "El comunismo se opone al carácter de nuestro pueblo".
Es cierto que aún hoy muchos opositores al comunismo no utilizan la "naturaleza humana" como argumento, porque prefieren condenarlo en nombre de Dios. Pero ya en la época de Fourrier, Owen y SaintSimon, se consideraban sin valor los argumentos de quienes invocaban la voluntad divina como causa favorable u opuesta a la marcha de la historia y a las transformaciones sociales. Quienes adoptaban este punto de vista ya eran considerados, en el siglo XIX, retrógrados, ignorantes o anticuados. Por esta razón, ya nadie se molestaba en discutir con ellos.
Los grandes filósofos idealistas de Alemania (Schelling, Hegel) comprendieron perfectamente la insuficiencia del punto de vista de la naturaleza humana. Hegel, en Filosofía de la Historia, ridiculiza a los utopistas franceses que tratan de encontrar una "legislación perfecta", es decir, la "mejor de todas las legislaciones posibles", tomando como punto de partida de su "investigación sociológica" esta entidad abstracta: la "naturaleza humana". El idealismo filosófico alemán considera ya la historia como un proceso sujeto a leyes. Por tanto, busca la causa de la evolución histórica fuera de la "naturaleza humana". Da así un paso en el camino hacia la verdad.
Pero los filósofos idealistas, para combatir una abstracción, crearon una abstracción semejante. Para ellos, la causa de la evolución histórica, ya no era la naturaleza humana, sino la "Idea Absoluta" o el "Espíritu del Mundo".
"Y como su Idea Absoluta no era más que una abstracción de "nuestra manera de pensar" —dice Plejánov— se encontraron, en las especulaciones filosóficas sobre el terreno histórico, .........................