ÍNDICE

Pág.

    9    Prefacio.

  29   Nota

  30    Nota a la edición española.

  31   Vocabulario.

235   Glosario.

235   Castellano-alemán.

256   Alemán-castellano.

 

PREFACIO

 

Al principio todo el mundo tenía la misma lengua y las mismas palabras ... Al final confundieron su lengua, de modo que nadie comprendía la lengua del otro.

En el momento en el que intelectuales de muchas naciones se disponen a recordar el centenario de la muerte de Karl Marx hemos querido ofrecer al público un vocabulario de la terminología de las obras de Karl Marx y Friedrich Engels. El retorno a las fuentes mismas de la obra se inspira no sólo en un esfuerzo de clarificación conceptual, sino también en una motivación todavía más importante. Se trata, ante todo, de volver a encontrar, en sus orígenes, a un Marx purificado de las imprecaciones de la política, de las vejaciones de la historia y de las oposiciones doctrinales científicamente inútiles. Se trata de eliminar la vía de los intermediarios, de avanzar en el camino de la restauración del auténtico mensaje marxiano, de escuchar a Marx, hacer lo posible por comprenderlo cabalmente, buscar en el propio texto lo que dijo más allá de lo que se le ha hecho decir. En una palabra, se trata de olvidar los marxismos para mejor entender a Marx. Dejar a un lado las críticas tumultuarias para acercarse a la verdad de un hombre, y por consiguiente también a sus debilidades y a sus límites. Ha transcurrido un siglo y el contenido de la obra de Marx no ha podido desprenderse de esas innumerables interpretaciones que sin facilitar siempre la comprensión de la obra, con frecuencia han contribuido a diluirla en una corriente de ideas llenas de contradicciones, aunque no exentas de armonía. El empeño de la crítica por la crítica, el empeño de la glosa infinita han provocado que Marx sea sin duda menos comprendido que utilizado. Comprendido menos por sí mismo que por referencia a los sistemas de pensamiento y a las ideas dominantes de nuestro tiempo. Utilizado menos por sí mismo que para justificar y fundamentar la remodelación de su obra en ideología de estado. Las críticas han ganado en extensión lo que han perdido en profundidad. En cierto sentido el origen de los marxismos se encuentra en cualquier parte menos en el pensamiento de Marx.[1]

El intento de recobrar la obra de Marx (en el sentido que él mismo le dio) es absolutamente ineludible a partir del instante que las diversas tendencias ideológicas que proclaman su pertenencia al marxismo —bien sean de naturaleza política o de origen universitario— son también las primeras en combatirse. Entre el pensamiento filosófico alemán que bajo la pluma de un Adorno o un Habermas enlaza —en lo que se refiere al lenguaje— con las formas más elementales del idealismo neohegeliano y la interpretación estructuralista tal como prevaleció en la Francia intelectual de los años sesenta, el punto básico común que se puede hallar es la sola voluntad de referirse al marxismo. Ahora bien, si el marxismo vive, Marx, en cambio, ha muerto. ¿Qué interpretaciones deben merecer nuestra confianza? ¿Qué marxismo respeta el pensamiento de Marx? ¿Cuál es el que se le acerca más? ¿Cuál es el que se le distancia más? Nunca los marxistas estuvieron más lejos de entenderse unos a otros. La progresión de la polémica triunfó sobre el breviario de la ciencia. Sin contrariar, empero, los caprichos de la historia, sin calmar la fiebre de los conflictos internacionales, acelerando, por el contrario, la llegada de nuevos marxismos, más refinados, más matizados, acaso, y menos firmes. Pero en todo ello, ¿dónde se encuentra Marx? Diluido, sin duda, en el cómodo impulso de las controversias fáciles. Socavado por las doctrinas, su obra se derrumbó. Examinado a fondo por la investigación objetiva, Marx se erguiría de nuevo. De modo que es mejor que olvidemos un siglo de historia, un siglo de trapacerías, un siglo de susceptibilidades entre comunidades de sabios, un siglo de humanidad que unió la razón a una verdad imposible. Retornemos a las fuentes. Descubramos a Marx contra sus intérpretes: habent sua fata libelli.

 

Ningún economista del siglo XIX intentó en mayor medida que Marx fundamentar objetivamente el carácter histórico y científico de la economía política. Todo el propósito de Marx es hacer una «ciencia real positiva» (XXXII, 181) de la economía política. La economía como ciencia «está todavía por hacer» (XXIX, 567) escribe a F. Lassalle. «¿Se puede convertir la economía política en ciencia positiva?», le pregunta a Engels (XXXII, 181). Quien, a su vez, deplora que la economía sea un campo por el que «nadie se interesa científicamente» (XVI, 207). En una palabra, Marx y Engels se proponen de entrada hacer de la economía política una ciencia. Es evidente que este anunciado propósito de fundamentar científicamente el objeto de la economía tendrá inevitables consecuencias en la formación de conceptos. Insistamos en este punto. Sin ser completamente nuevos en relación con la literatura de los economistas del siglo XIX, los conceptos adquieren con Marx una significación y una formulación que acentúan la originalidad de sus pensamientos pero que, sin embargo, no representan una ruptura radical con el lenguaje de la economía política de su época. Marx a lo sumo imprimió movimiento e intimidó el modo de expresión de los economistas de su tiempo. Su terminología va, de hecho, muy a la zaga de su concepción de la historia; ésta, por el contrario, sí que revolucionó las ideas del siglo XIX. En efecto, un examen filológico serio no permite en modo alguno afirmar que Marx creara una terminología. Más adelante volveremos sobre este punto, limitándonos, por el momento, a citar a tres economistas que, en cierto modo, determinaron la formación de sus conceptos. Se trata de John Bellers, autor de los Essays about the poor, publicados en Londres en 1699, que Marx considera como «verdadero fenómeno de la historia de la economía política» y «el más eminente economista de su tiempo» (XXIII, 513 [OME, 41, 125]); de Richard Jones (1790-1855) y de A. E. Cherbuliez, economista suizo, discípulo de Sismonde de Sismondi, en el que Marx se inspiró profundamente no sólo en cuanto a la terminología, sino también en su análisis conceptual de la tasa de beneficio y de la plusvalía.

Paralelamente a observaciones más intensas de las diversas fuentes intelectuales, conviene, previamente, interrogarse sobre el lugar y el interés de un tratamiento filológico de la obra de KarI Marx y Friedrich Engels.

En 1845 hallamos en La Sagrada Familia el término «lingüístico». Marx habla de modo preciso de «problemas lingüísticos» (III, 166). Su posición es, sin embargo, irónica. En La ideología alemana critica «toda esa sinrazón teórica que busca asilo en la etimología» (III, 211) —como, por otro lado, él mismo lo hará a propósito del término valor— y se rebela contra la semántica: «También la sinonimia tiene el propósito de engendrar apariencia como si se tratare de contenido» (III, 303). Marx compara los conceptos filosóficos con la mentalidad religiosa: «El logos era la vida y la vida la luz de los hombres» (III, 252), «la palabra que se despega del lenguaje de modo misterioso y trascendente ... y que desempeña entre las palabras el mismo papel que el hombreDios redentor entre los hombres en el mito cristiano» (III, 435). Ridiculiza «el dominio del lenguaje», el «nombre maravilloso, esa palabra mágica, que en el lenguaje es la muerte del lenguaje» (III, 433), el «culto de los conceptos» (III, 347), y por otro lado afirma: «no hay la menor duda que los individuos controlarán un día totalmente el lenguaje» (III, 412).

13

Marx y Engels, empero, mostrarán aptitudes de grandes lingüistas. En una carta del 14 de diciembre de 1855 Marx interroga a Engels sobre el Diccionario de Grimm (XXVIII, 467). El 4 de noviembre de 1859 (XXIX, 503) el mismo Engels ruega a su amigo que le remita un ejemplar de la Historia de la lengua alemana de Grimm. Para hacer comprensible al lector de su obra El Capital la diferencia entre valor de uso y valor de cambio, Marx recomienda e! Essai d'étymologie de un tal Chavée (XXVI, 3, 291 y XXX, 414). Recomienda incluso a J. Weydemeyer el Commercial dictionary de Mac Culloch —carta del 16 de octubre de 1851 (XXVII, 582)—. Nos descubre a un Liebknecht «lexicógrafo» —carta a Engels del 26 de diciembre de 1865 (XXXI, (62)—, se entrega en las Teorías sobre la plusvalía a un estudio semántico sobre la noción de valor, cuyo origen etimológico recuerda y comenta, una tras otra, las definiciones del trabajo productivo (XXVI, 1, 240 [OME, 45, 268]). Además de que no hay ni una sola lengua importante que Marx, y sobre todo Engels, no dominen: «Considero necesario empollar ruso» confía Marx a L. Kugelmann —carta del 27 de junio de 1870 (XXXII, 685)—. En realidad, Marx tenía unos conocimientos más bien limitados de las lenguas extranjeras. Escribe a Engels, con fecha 22 de septiembre de 1856 (XXIX, 71), que no podría aceptar una invitación a almorzar, pues: «mi mal inglés me pondría en ridículo». En cuanto a Engels, que «descubre» su método para aprender idiomas (XXXVI, 52), no sólo sabe danés, rumano o húngaro, sino también persa, que para él es como un «juego de niños» (XXXVII, 537). Dejamos a un lado sus minuciosas investigaciones acerca de los diferentes dialectos (XXXVIII, 261 y XIX, 425 ss.).

Esta multiplicidad de fuentes lingüísticas contribuirá a añadir un grado suplementario a la originalidad del lenguaje de Marx.

Marx es el primero en reconocer que «en el lenguaje, todas las relaciones únicamente pueden expresarse bajo la forma de conceptos» (III, 347). Es sabido que el proyecto de esbozar una Historia del desarrollo de las categorías y de las relaciones económicas —carta del 22 de febrero de 1858 (XXIX, 551)— no siguió adelante. En todo caso, Marx muestra un claro interés en formar sus propios conceptos: «He resuelto la cuestión de quién debe traducir tu libro al inglés: Moore ... Con excepción de las formas del valor y de la terminología, deberé prestar mi ayuda ... no es fácil», le escribe Engels —carta del 24 de junio de 1867 (XXXI, 308)—. Y Engels se pregunta si no será necesario referirse al vocabulario de Bacon o Locke: «Sería inútil un diccionario alemán-inglés, puesto que en él no encontrarías las palabras que te haría falta buscar», escribe a L. Lafargue —carta del 26 de mayo de 1884 (XXXVI, 154)—. En un artículo, «Cómo no hay que traducir a Marx», arremete contra los infructuosos y torpes intentos de una traducción del Capital al inglés. «Para traducir un libro así no basta con tener buenos conocimientos de la lengua literaria alemana. Marx suele utilizar expresiones coloquiales y formas idiomáticas; acuña nuevas palabras, sus explicaciones proceden de cada una de las ramas de la ciencia; sus referencias, de las literaturas de una docena de lenguas; para comprenderlo hay que ser, en realidad, un maestro del idioma alemán, hablado y escrito y conocer también algo de la vida alemana» (XXI, 229). Marx, a su vez, reconocerá que su «terminología [es] incomprensible» (XXXI, 586).

En el lenguaje de la economía política, cuyo estudio en profundidad recomienda Engels (XXXIX, 204), los conceptos no son definiciones abstractas sino que expresan funciones concretas de la vida económica: «Se trata de determinadas funciones que se expresan en determinadas categorías» (XXIV, 228 [OME, 42, 228]). El lenguaje de la economía, así como.....................

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