INDICE

Prefacio 9
Primera parte: Agricultura
1. La cosecha de 1926 

2. La cosecha de 1927
3. La cosecha de 1928
4. La tierra y el campesino
5. Las cooperativas agrícolas
6. Los Koljoses
7. Los Sovjoses
8. La agricultura mecanizada
9. El sistema contractual
10. La ordenación rural
11. En vísperas de la «ruptura 
 
Segunda parte: Industria 
12. La industrialización en marcha 

13. Los costes y la eficiencia
14. Organización de la industria estatal
15. La industria no estatal
16. La remodelación de la industria 

PREFACIO

 

Con este volumen se inicia la cuarta y última entrega de la Historia de la Rusia Soviética que me planteé escribir hace veinte años., y cuyo primer volumen, La Revolución Bolchevique, 1917-1923, apareció en 1950. En este volumen he tenido por primera vez la suerte de contar con un colaborador, el profesor R. W. Davies, de la Universidad de Birmingham, quien se ha encargado de más de la mitad de la cada vez más dura tarea de investigación y redacción, y cuya preparación económica ha representado una valiosísima aportación a nuestro trabajo. Aunque nos gustaría aceptar la responsabilidad conjunta de todo el volumen, y aunque ambos hemos discutido detalladamente cada una de sus partes, los capítulos sobre agricultura, trabajo, comercio y distribución fueron redactados inicialmente por mí, mientras que los relativos a la industria, a las finanzas y a la planificación lo fueron por Mr. Davies. La importancia y complejidad del tema deben servir como excusa a lo grueso del volumen, que, al igual que el tercero de El socialismo en un solo país, 1924-1926, aparece en dos medios volúmenes, cuyas páginas están numeradas correlativamente.

El plan original de mi Historia de la Rusia Soviética, bosquejado en 1950 en el primer volumen de La Revolución Bolchevique, 19171923, ha experimentado numerosos cambios. Pero la fecha de terminación que en el mismo señalé para todo el proyecto, 1928, ha variado sólo en unos pocos meses. La adopción formal del primer plan quinquenal en el Quinto Congreso de los Soviets de la Unión de mayo de 1929, con la puesta en marcha eficiente y real de un vasto programa de industrialización, parecía proporcionar el mejor punto final. Los acontecimientos de los últimos meses de 1929, que llevaron a la colectivización forzosa de la agricultura, anunciada en los primeros días de 1930, aunque fueron en cierto sentido un corolario del plan, iniciaron una fase nueva y desesperada en la historia de la Unión Soviética. Políticamente, la derrota de la última oposición verdadera —de la «desviación derechista»— producida en la primavera de 1929, señaló el establecimiento de la dictadura incontestada de Stalin, que se vio consagrada con motivo de su quincuagésimo cumpleaños, celebrado en diciembre de ese mismo año.

La primavera de 1929 constituye un hito terminal para el historiador de la Unión Soviética en otro sentido también importante. Hasta ese momento, los organismos dirigentes del partido llevaban a cabo debates sobre los temas políticos más importantes, y aunque se limitó cada vez más la libre expresión de opiniones hostiles al partido, el historiador no tiene grandes dificultades para averiguar cuáles eran los temas objeto de los debates, para conocer las argumentaciones presentadas por cualquiera de los bandos, o para saber en líneas generales quién las formulaba. Todo esto desaparece, casi repentinamente, tras la primavera de 1929. Aunque entendemos bien las presiones que llevaron a la decisión adoptada a finales de ese año de proceder a la colectivización forzosa de la agricultura, sabemos muy poco de las discusiones en los consejos internos del partido que deben haber precedido a la decisión, o del punto de vista adoptado por cualquier político soviético destacado que no fuera Stalin. Más adelante, la oscuridad se hace todavía más impenetrable y, a pesar de algunas revelaciones fragmentarias, envuelve toda la política soviética durante la década de los treinta. Por esta razón, nunca fue mi intención, ni tuve la ambición de llevar este trabajo más allá de este punto final —aparte de las consideraciones de edad, que descartarían cualquier esperanza de poder hacerlo—. Me consideraré afortunado si puedo terminar el proyecto existente, hasta llegar a esa fecha. En el momento actual me dedico a la preparación de un volumen referente a los acontecimientos políticos dentro del partido y del gobierno en el período comprendido entre 1926 y 1929; para el volumen siguiente, centrado en las relaciones internacionales durante ese mismo período, espero contar con la colaboración del profesor Ivan Avakumovid, de la Universidad de British Columbia.

Debería señalar aquí algunos detalles técnicos de pequeña importancia. Hemos empleado la edición de 1954 de las resoluciones de los congresos del partido y de las sesiones del comité centra) del mismo (en lunar de la edición, ahora menos accesible, de 1941, utilizada en volúmenes anteriores), así como la edición en varios volúmenes de las resoluciones de los congresos de los Soviets, publicada entre 1959 y 1965.

Por otro lado, hemos continuado empleando, como en anteriores volúmenes, la segunda edición de las obras de Lenin; las referencias a las mismas en este volumen no eran lo suficientemente numerosas como para que mereciera la pena cambiar a la actual quinta edición. Lamento el uso erróneo, en algunos párrafos de volúmenes anteriores, de la abrevitura VTsIK. En el período comprendido entre 1917 y 1923 se empleaba normalmente para referirse al Comité Ejecutivo Central Pan-Ruso de los Soviets de la RSFSR. Después de la formación de la URSS en 1923 seguí utilizándola para el Comité Ejecutivo Central de toda la Unión, que, para todos los fines prácticos, era el sucesor del Comité Pan-Ruso; de hecho, muy pronto dejó de emplearse en este sentido y, cuando se utilizaba alguna vez, se refería de nuevo al ahora dependiente Comité Ejecutivo Central Pan-Ruso de la RSFSR. En este volumen, la abreviatura TsIK, empleada sin otra cualificación, se refiere al TsIK de la URSS; cuando se quiera hablar del «TsIK de la RSFSR», se dirá así, y no se emplea, por tanto, la ambigua expresión VTsIK.

Me queda la agradable tarea de expresar mi caluroso agradecimiento al gran número de personas que, de una forma u otra, me han ayudado en mi trabajo con este volumen, unas veces poniendo en mi conocimiento o prestándome material difícil de encontrar o no publicado, otras mediante su correspondencia, y en la mayoría de los casos por medio de la discusión personal sobre puntos oscuros o polémicos. Me resultaría imposible dar aquí una relación de todas esas personas, y espero que no atribuyan su omisión a una apreciación deficiente de su ayuda. No obstante, me gustaría consignar algunas deudas concretas por mi parte. R. E. F. Smith, profesor de ruso en la Universidad de Birmingham, es una mina de conocimientos y de comprensión, puestos generosamente a disposición de todos los que trabajan en este difícil campo, y en el relativo al campesino ruso de cualquier época. El estudio del campesinado ruso en los años veinte ha recibido un fuerte impulso con el estudio detallado del doctor Moshe Lewin, Rustían Peasants and Soviet Power; y, aunque no estoy totalmente de acuerdo con sus conclusiones, he obtenido un gran placer y aprovechamiento de mis discusiones con él, estándole muy agradecido por haberme permitido leer por adelantado un primer bosquejo de su obra. De los amigos norteamericanos, cuyas ideas, en discusiones mantenidas a lo largo de muchos años, me han servido de gran ayuda para estudiar con mayor profundidad los problemas de la historia de la Unión Soviética, nombraría especialmente a Herbert Marcuse, de la Universidad de California en La Jolla; a Barrington Moore, de la Universidad de Harvard, y a Amo Mayer, de la de Princeton. A todos ellos les estoy profundamente reconocido. Tengo también contraída ana gran deuda por su generoso préstamo de raras obras rusas con E. E. Orchard, del Departamento de Investigación del Foreign Office, con Maurice Dobb y con Andrew Rothstein.

Hay muchas instituciones a las que les estoy también profundamente agradecido. Mientras me dedicaba a algunos de los trabajos iniciales de este volumen disfruté durante dos meses de la generosa hospitalidad de la Fundación Rockefeller en la Villa Serbelloni del Lago Como, y de la de su director Mr. John Marshall, así como de las perfectas condiciones de trabajo que me proporcionaron; y al año siguiente pasé un período similar en la Universidad de Harvard, donde viví bajo el acogedor techo de la John Winthrop House, y pude utilizar los amplios fondos de la Biblioteca Widener y los archivos Trotsky contenidos en la Biblioteca Houghton, que siguen constituyendo con mucho el mayor y más importante depósito de materiales no publicados referentes a este período fuera de la Unión Soviética. Mis deudas para con las bibliotecas y bibliotecarios de este país, a quienes debo el acceso a la mayor parte de mis materales, han quedado registradas en los prefacios a volúmenes anteriores. No han disminuido según he ido avanzando en mi tarea, y lo más que puedo hacer es repetir aquí mi sincero agradecimiento a todos por la inacabable paciencia y cortesía que han mostrado para con mis peticiones. Una vez más, no se puede valorar la ayuda prestada por Miss Jean Fyfe en su labor como secretaria.

E. H. Carr

 

La sugerencia formulada hace algunos años por Mr. Carr de que debería participar en su vasta empresa me resultó a un tiempo sumamente estimulante y halagadora. El trabajo en este volumen ha constituido un enorme placer, habiéndome visto ayudado en él por numerosas personas, y especialmente por el propio Mr. Carr; le estoy particularmente agradecido por la paciencia y comprensión que demostró cuando, tras la creación del Centro de Estudios Rusos y Centroeuropeos de Birmingham, en 1963, mi trabajo se vio retrasado durante algún tiempo. Mis colegas en dicho Centro, especialmente G. R. Barker, R. E. F. Smith y la secretaria del mismo, Ruth Cox, contribuyeron generosamente a acelerar su finalización haciéndose cargo de las responsabilidades administrativas. Deseo expresar también mi agradecimiento a los profesores D. Granick, A. Nove e Y. Taniuchi, quienes leyeron parte de la redacción inicial; al doctor R. Schlesinger, que me proporcionó información de fondo sobre la política del período; a Mr. Geoffrey Wheeler, que aportó una bibliografía sobre el ferrocarril de Turksib; a Miss Jean Fyfe, de insuperable habilidad para descifrar los garabatos de mis apuntes, y, de manera especial, a mi esposa Francés, que leyó parte del manuscrito y que, junto con nuestros hijos, soportó animosamente mis ausencias y preocupaciones.

En el invierno de 1963-64 tuve ocasión de pasar dos meses en Moscú, como adjunto en el Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de la URSS. El trabajo con las ricas colecciones de la Biblioteca Lenin y de la Biblioteca Fundamental de Ciencias Sociales de la Academia me proporcionó una buena cantidad de materiales; y mantuve valiosísimos intercambios de puntos de vista con el doctor I. A. Gladkov y con sus colegas del Instituto de Economía, así como con el V. P. Danilov, L. S. Rogachevskaya y sus colegas en el Instituto de Historia. La visita fue coordinada por el Presidium de la Academia de Ciencias, y financiada por el Comité de Subvenciones de la Universidad a través del programa de subvenciones para viajes «Hayter», que tanto ha contribuido a fomentar el estudio de la Unión Soviética en este país.

 

R. W. Davies

 

Aprovechamos esta oportunidad para dar nuestras más calurosas gracias a Mr. Douglas Matthews por encargarse de la ardua tarea de preparación del índice.

 

E. H. C. y R. W. D.

  

 

 

Primera parte

AGRICULTURA

  

Capítulo 1

LA COSECHA DE 1926

  

La experiencia de la cosecha de 1925 demostró el doble carácter del problema del grano. No bastaba con incrementar la producción: era también necesario aumentar el volumen de grano que llegaba realmente al mercado. La «comercialización» (tovarnost) de la cosecha se convirtió en una palabra clave de las discusiones del momento[1]. La catorceava conferencia del partido de abril de 1925 señaló que la «comercialización de la producción agrícola» era, junto a la recuperación de la producción industrial, una de las condiciones más importantes para una resurrección económica. El mismo tono tuvo la sesión del comité central del partido en abril de 1926, y también el quince congreso del partido celebrado en diciembre de 1927 [2]. Tampoco había ninguna duda sobre las causas fundamentales de la baja comercialización de la cosecha. En tanto que la principal forma de cultivo fuese la ejercida por un número elevado, y cada vez mayor, de pequeños núcleos familiares campesinos que vivían al nivel de subsistencia o muy poco por encima de él, la proporción de grano disponible para el mercado, es decir, para alimentar a las ciudades y las fábricas, sería probablemente pequeña[3]; y además, la escasez de productos manufacturados que pudieran desear comprar los campesinos, debilitaba cualquier incentivo para que llevasen su grano a los mercados. Pero, de momento, nadie deseaba abordar ese dilema. Se estaba de acuerdo —y la oposición seguía insistiendo en ese punto— en que el proceso de industrialización aprobado en el catorceavo congreso del partido en diciembre de 1925 exigiría que el campo suministrase unos excedentes de grano cada vez mayores. También se estaba de acuerdo en cortarles las alas a los kulaks y a los comerciantes o traficantes privados. El periódico de la sección agraria de la Academia Comunista publicó una dura advertencia sobre la necesidad de una gran severidad:

Es indispensable estar preparados para una política rígida en lo que se refiere a los compradores no planificados [de grano] y al capital privado. Esto no significa que debamos poner en vigor una prohibición total de la existencia de compradores no planificados y de compras privadas... Pero sería una auténtica locura repetir por segunda vez el experimento liberal con capital privado v con compradores no planificados, en unas condiciones que no son en absoluto mejores que las del año pasado[4].

 

Pero se suponía que . . . . . . . [. . . . . . . ]

 

 

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