INDICE

Prólogo: DE LA CRUZADA CONTRA EL COMUNISMO A LA GUERRA PERMANENTE CONTRA EL TERRORISMO
Introducción

Capítulo Primero: EN LOS ORÍGENES DEL ANTICOMUNISMO

Capítulo Segundo: ESTADOS UNIDOS: LA PATRIA DEL ANTICOMUNISMO
Capítulo Tercero: LA GUERRA CONTRA EL COMUNISMO

Capítulo Cuarto: LAS CULTURAS DEL ANTICOMUNISMO

Capítulo Quinto: EL ANTICOMUNISMO EN ITALIA
Apéndices

 

Prólogo

  

De la cruzada contra el comunismo a la guerra permanente contra el terrorismo

 

En esta Breve historia del anticomunismo, se describe de modo claro y conciso el desarrollo y consecuencias de la ideología anticomunista en vigencia a partir de la I Guerra Mundial y especialmente agresiva durante la llamada Guerra Fría (1951-1991). En base a ella, Estados Unidos hizo “creer” a una parte importante de la población mundial que había circulando por ahí un poderoso enemigo, una tenebrosa Conspiración Internacional Comunista, cuyo objetivo era ni más ni menos que controlar el planeta para someterlo a unos execrables objetivos que, al parecer, perseguían (no se sabe muy bien por qué ni para qué) la esclavización de la Humanidad e incluso su desaparición total. La obvia consecuencia era que el mundo estaba necesitado de un Salvador y que, dada la peligrosidad y el alto grado de contagiosidad del calificado como “Imperio del Mal”, ese Salvador sólo podía ser Estados Unidos. Tenía así Washington justificación para criminalizar, perseguir y destruir tanto dentro como fuera de sus fronteras toda persona, movimiento o gobierno que encarnara los ideales y esperanzas de las masas populares y trabara su expansión imperial.

Quedaba así la gran potencia capitalista con las manos libres para intervenir en asuntos internos de otros países, provocar sangrientos golpes de Estado y cruentas guerras, y mantener crueles regímenes dictatoriales allí donde conviniera a sus intereses económicos y geoestratégicos frente al entonces potente bloque soviético. Por mucho que el revisionismo histórico (que equipara nazifascismo con comunismo, y vale ahora para nazificar al islamismo) y la retórica del doble demonio (que equipara los objetivos/consecuencias de la agresión imperial con los de la política de líderes nacionalistas y/o autoritarios de Estados que no se ajustan a la política imperial, y vale para agredir a éstos) se utilicen para encubrir la objetividad de los datos, ahí están los brutales resultados y los millones de muertos de la lucha del “mundo libre” contra la “tiranía comunista” durante esa Guerra Fría que, para algunos, fue en realidad una 3ª. Guerra Mundial.

Hoy, 17 años después de la caída del muro de Berlín y conjurada la diabólica conspiración comunista, Estados Unidos sigue sin embargo empeñado, en nombre de la democracia y de los derechos humanos, en salvar a pueblos y países de toda una serie de incontables peligros que les acechan, alentados todos ellos, al parecer, por un nuevo enemigo, el etiquetado como “terrorismo internacional” que, en este mundo globalizado y caótico, constituye por lógica una categoría “superior” (de más amplio espectro), más irracional y mortífera que el infierno comunista que, por su parte, queda (en apariencia al menos) subsumido dentro de ese nuevo “eje del mal”.

 

Se busca enemigo todo terreno

 

Enseguida se le quedó inservible a Washington la tan publicitada “teoría-ficción” de Fukuyama del “Fin de la Historia”, según la cual la Historia humana, como lucha de ideologías, había terminado, con el triunfo de la democracia liberal que se había impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Tras el pinchazo de la burbuja informática, Estados Unidos se enfrentaba a una crisis económica, de sobreproduccion y de legitimidad, el euro le estaba comiendo terreno al dólar, y aumentaba la disposición a romper sus boicots contra ciertos países (Irak, Irán, Siria, Libia, Cuba…). Estaba perdiendo influencia.

Huérfana de un enemigo que justificara el intervencionismo imperialista unilateral y la implantación de un “Nuevo Orden Mundial” que los zioncons (neoconservadores sionistas) de Bush, el Pentágono y los sectores de la industria armamentística y petrolífera consideraban imprescindibles, la política exterior y militar usamericana necesitaba hacerse con una nueva ideología “del Mal” que sustituyera y a la par englobara a la anticomunista. Para ello, ya desde los 90, en los laboratorios de los “think tanks” fueron gestando todo el montaje del terrorismo internacional y la ideología antiterrorista, que quedaron perfectamente afianzados y justificados a partir de ese “nuevo Pearl Harbour” que fue el 11-S. El mundo volvía a ser inestable y peligroso, ya que estaba amenazado por un enemigo global fanático, encarnizado y dispuesto a todo. Bush necesitaba un adversario digno de su “doctrina”, basada en un militarismo agresivo, y lo acababa de encontrar tras el atentado a las Torres Gemelas. La designación de Al Qaeda como imagen central de ese satánico “Eje del Mal” no fue casual, ya que le venía de perlas a Washington para recrear y endurecer las condiciones de la guerra que quería emprender para asegurarse una influencia decisiva en las zonas estratégicas y controlar las reservas naturales más ricas del mundo: una organización tentacular y mundial que, a pesar de su ideología retrógrada, dispone de medios ilimitados y se comunica por Internet; una organización invisible con objetivos misteriosos, estructura descentralizada y ramificaciones mundiales; una guerra no declarada, clandestina, encubierta y emboscada; una hidra de varias cabezas que se reproduce sin cesar y ataca en cualquier momento y lugar, por lo que hace necesarias la guerra ilimitada y una superioridad militar permanente para frustrar cualquier ataque imaginable, a la par que legitima el empleo de cualquier medio: aliarse con regímenes represivos, invadir países y masacrar a las poblaciones civiles, atropellar los derechos humanos, legalizar la tortura, el secuestro y el asesinato de luchadores sociales, violar las convenciones del derecho internacional con total impunidad, utilizar armas químicas, biológicas y también nucleares, provocar cambios de régimen, aceptar la idea del magnicidio contra los líderes molestos (Castro, Chávez,…), establecer bases militares y aparatos policiales-militares especiales, levantar nuevos muros por todas partes, publicitar complots terroristas virtuales (como el superatentado terrorista supuestamente frustrado en Londres), y, desde luego, golpear siempre primero (desarrollo de la “guerra preventiva”). En definitiva, en base a la generación de un clima de miedo y terror, instaurar el estado de excepción permanente y convertirlo en estilo de vida, colocando al mundo ante una nueva guerra fría (o ante la 4ª. Guerra Mundial, si se prefiere), porque el conflicto apocalíptico entre el Bien y el Mal así lo exige. Ya lo enuncia Samuel Huntington en “El choque de las civilizaciones”, la nueva biblia de la política exterior estadounidense: no se trata, como en el siglo XX, de un enfrentamiento entre ideologías, entre Este y Oeste o Norte y Sur, sino de una guerra entre una cultura moderna, la judeocristiana, y una forma arcaica de barbarie, el Islam, cuyo resentimiento contra Occidente lo convierte en una mortífera amenaza y en chivo expiatorio de todos los conflictos. (En realidad, la conclusión encubierta de Huntington es que, a largo plazo, el principal enemigo “civilizatorio” de Occidente será China, aliada potencial y natural del mundo islámico contra Occidente, por lo que sería preciso hacer lo que sea para romper la ya existente alianza “islámico-confuciana”. Pero de esto hablaremos más tarde).

A partir de esa polarización del mundo y de ese absolutismo moral (o se está con el imperio o se está con el terrorismo), Estados Unidos puede ya ir “personalizando” al enemigo a conveniencia. De hecho, necesita hacerlo, para diabolizarlo mejor y atacar donde le conviene. Así, de luchar contra unas espectrales y anónimas redes terroristas globales sin localización geográfica específica, puede pasar a demonizar a los países que molestan a sus fines, estigmatizándolos bajo la catalogación de Rogue States o “estados canallas o delincuentes”, así como meter y sacar de la lista de organizaciones terroristas a quien mejor le convenga: cualquiera que se oponga al militarismo y al imperialismo se expone a ser calificado de terrorista, con todas sus consecuencias. En el amplio cajón de sastre de la “guerra contra el terrorismo” (incluido en el todavía más amplio del choque de civilizaciones) cabe de todo (comunistas, narcotraficantes, movimientos islamistas de todo tipo, nacionalismos emergentes, guerrillas, dictaduras no sumisas, movimientos antiimperialistas, control nuclear y de fuentes de materias primas estratégicas o los flujos migratorios…) y, por eso precisamente, le es tan útil a Washington para, a partir del 11-S, poner en marcha un plan largamente elaborado, el llamado “Project for a New American Century”, que busca mantener el liderazgo estadounidense durante el siglo XXI a través de una dinámica militarista (iniciada ya con la guerra de Kosovo), es decir, a través de una guerra permanente contra los pueblos que osan defender su soberanía y/o luchar por otra sociedad. Y que, claro está, coinciden/chocan con los intereses geopolíticos imperiales de control de armas y de recursos energéticos y de otras materias primas. Todo ello persigue un objetivo central: prevenir el resurgimiento de un nuevo rival; adelantarse a la aparición de una amenaza real.

  

La perversa fabricación del enemigo

 

En principio, no deja de ser llamativo que una ideología tan elaborada y duradera como la del anticomunismo pueda ser aparentemente sustituida, tras unos escasos años de “reposo” y con aparente éxito “popular”, por la del antiterrorismo islamista o “islamofascismo”. A primera vista, no deja de ser curioso que sea precisamente Estados Unidos, que ha sostenido y sostiene a los regímenes más feudales y retrógrados del amplio mundo árabe y musulmán, y que ha combatido de modo implacable a todos los regímenes socialistas y laicos de la zona (desde Egipto hasta Afganistán, pasando por Kosovo y un largo etcétera), quien se base ahora en un complot islámico mundial para humillar, amenazar, demonizar, invadir y/o neocolonizar a poblaciones enteras por el hecho de pertenecer a la cultura musulmana.

Sin embargo, la sorpresa inicial desaparece cuando miramos el mapa y comprobamos que el Islam es la religión del Oriente Medio, el África y el Asia Central de los hidrocarburos, los gasoductos y el mercado de armas, de una serie de regiones estratégicas de la periferia china, de zonas de Europa y de África importantes sea por sus recursos naturales, sea por su localización geográfica. Así, el Islam es el enemigo global perfecto para sustituir al antiguo enemigo soviético.

Para fabricarlo ideológicamente como “el otro” irracional y violento, se empieza tomando como base ese caldo ideológico tan profundamente arraigado en la mentalidad e historia de Occidente (y, desde luego, de Estados Unidos) por medio del cual hemos legitimado la “empresa civilizatoria del hombre blanco”, y, según Josep Fontana, hemos codificado una identidad común de “pueblo elegido”, tejiendo un relato fundamentado en las imágenes de una serie de espejos deformantes, que nos han permitido definirnos siempre ventajosamente frente a las imágenes falaces del “otro” (el bárbaro, el infiel, el hereje y la bruja; tras la conquista de otros continentes, el salvaje, el oriental, el primitivo; y, tras la revolución soviética, el comunista). A este magma, se le añaden todos esos clichés y prejuicios albergados en el inconsciente colectivo (las cruzadas, el orientalismo decimonónico de sultanes y odaliscas, el traidor “moro” de mirada retorcida…). Finalmente, al cóctel le echamos unas gotas de histeria paranoica sobre inminentes ataques terroristas. Queda así construida una representación irreal del mundo islámico cargada de estereotipos negativos que lo identifican con el fanatismo, el terrorismo y el peligro de invasión. El “otro” musulmán y/o árabe es el catalizador de los demás “otros”. Queda así dibujada la ideología antiterrorista e islamofóbica que penetra con gran facilidad en una sociedad proclive, como hemos dicho, a ese tipo de manipulaciones.

La inoculación popular de la lógica antiterrorista y de la amenaza que representa el Islam se lleva a cabo, claro está, por medio de intensas campañas de propaganda de masas. Si tenemos en cuenta que las cuatro mayores agencias de noticias internacionales (dos estadounidenses y una inglesa) distribuyen el 80% de las noticias mundiales, tendremos que concluir que concentran una terrible capacidad de construcción y vehiculización de una agenda de noticias global que responda a los intereses de sus países.

Dado que, en este momento, la proyección del fundamentalismo islámico como la nueva amenaza de la civilización occidental encaja a la perfección con los intereses geopolíticos del Imperio y el sionismo israelí, y, subsidiariamente, con los de Gran Bretaña (su perro de presa), los grandes medios han adoptado y perfeccionado el modelo de propaganda nazi, basado en: la simplificación (el bien contra el mal, la civilización contra la barbarie…); la repetición y saturación (hasta el término “yihad”, de tanto insistir, se ha vuelto parte de la jerga occidental); la deformación (silenciar y ocultar informaciones; utilizar grandes mentiras como la de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak…); la dependencia respecto de la información proporcionada por el gobierno, la policía y los “expertos” como fuentes; y, como consecuencia, la parcialidad (las premisas y la interpretación del discurso están prefijadas.

El aparato informativo desplegado tras el 11-S, así como ................. [................]

 

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