CONTENIDO

Nota introductoria

I.

La revolución antifascista-democrática

1945-1949

1. Liberación

2. Reunir fuerzas para la revolución antifascista-democrática

3. Las resoluciones de Potsdam

4. Los órganos antifascistas-democráticos del Estado

5. Las reformas agrarias democráticas

6. Los inicios de la regeneración cultural

7. La fundación del Partido Socialista Unificado de Alemania

8. La caída del poder de la burguesía imperialista y la aparición de un sector económico de propiedad nacional

9. "¡Producir más, distribuir más equitativamente, vivir mejor!"

10. La situación en 1948

11. Continuación del proceso revolucionario

12. El comienzo de las nuevas relaciones con la Unión Soviética y las democracias populares

13. El reparto de Alemania por el imperialismo

 

II.

Establecimiento de las bases del socialismo

1949-1961

1. La fundación de la República Democrática Alemana

2. Los primeros movimientos diplomáticos

 3. El Frente Nacional

4. El III Congreso del SED

5. La fase inicial del Plan Quinquenal

6. La construcción del socialismo en todos los ámbitos de la vida nacional

7. Por la reunificación democrática y un tratado de paz

8. La guerra fría contra la RDA

9. El Tratado de Varsovia y el Tratado de Estado RDA-URSS

10. La conferencia de terceros del SED

11. El fortalecimiento del Estado socialista

12. Carbón, energía y química

13. La revolución cultural socialista

14. La transformación socialista de la agricultura

15. Las medidas de seguridad del 13 de agosto de 1961

III.

Hacia una sociedad socialista avanzada

1961-1970

1. El equilibrio de fuerzas alterado

2. Los resultados del periodo de transición

3. El VI Congreso del SED

4. Nuevas exigencias para el desarrollo de la economía socialista

5. El plan quinquenal de 1966 a 1970

6. Hacia una agricultura socialista moderna

7. El desarrollo del Estado socialista y sus leyes

8. El sistema integrado de educación socialista

9. El desarrollo de las relaciones socialistas internacionales

10. El desarrollo de las relaciones socialistas internacionales

11. Cambios inminentes en el frente diplomático

12. Resultados y experiencias de los años sesenta

 

IV.

El desarrollo ulterior de la sociedad avanzada

1971-1978

1. El 8º Congreso del SED

2. La unidad de la política económica y social

3. La organización política del socialismo

4. La transición a la integración económica socialista. El Tratado de Amistad RDA-URSS

5. 205 5. El reconocimiento mundial de la RDA

6. El continuo auge de la cultura, la educación y la ciencia

7. Un periodo de éxitos

8. El 9º Congreso. El nuevo programa del SED

9. Continuación de la aplicación de la política central

10. En alianza con la URSS por el continuo fortalecimiento de la comunidad socialista, por la paz y la seguridad colectiva

11. El 30 aniversario de la RDA

 

 

 

A modo de introducción

 

La historia de la República Democrática Alemana despierta creciente atractivo: primero, en la RDA misma, en los países socialistas amigos, en los jóvenes Estados nacionales y también en países capitalistas de gran desarrollo. Los motivos son tan diversos como los interesados: el afán de aprender de las luchas pasados y ganar fuerzas para poder dominar el presente y el mañana; el deseo de conocer mejor al amigo; la aspiración de aprovechar las experiencias de la RDA para la lucha propia; la búsqueda de una respuesta a la pregunta de cómo este Estado —al que sus enemigos, durante muchos años, le profetizaron un pronto final (y en el que se empeñaron mucho)— ha podido avanzar hasta entrar en la fila de los países industriales más desarrollados, y cómo ha podido mantener su puesto allí.

Para satisfacer el interés creciente por el desarrollo histórico de la RDA, se han publicado, en los últimos años, varias exposiciones dedicadas a la historia de la RDA o en las que ésta ocupa gran espacio.

Primero hay que mencionar la «Historia del Partido Socialista Unificado de Alemania. Compendio» (1978) y el «Compendio de la Historia Alemana». Desde los principios de la historia del pueblo alemán hasta la edificación la sociedad socialista desarrollada en la RDA. «Lucha de clases —Tradición— Socialismo» (1974 y 1978). Ambas obras reflejan el nivel de conocimientos más avanzado de la ciencia histórica de la RDA y llevan al lector hasta el presente inmediato. En el año 1974, se publicó el libro «RDA. Desarrollo y Crecimiento. Acerca de la historia de la República Democrática Alemana», del cual aparecieron, mientras tanto, ediciones en idioma ruso y eslovaco. Un colectivo de historiadores soviéticos escribió una «Historia de la República Democrática Alemana» (1975 y 1979).

El presente escrito se apoya en esos trabajos, en los que el autor participó, con excepción del soviético. También tomó parte en otras investigaciones. Esta no pretende ser una exposición completa. Más bien, conforme a un deseo frecuentemente expresado, aspira proporcionar, en síntesis, conocimientos sobre el acontecer y los procesos fundamentales de la RDA, incluyendo referencias directas. Está dedicada a los lectores interesados en la historia, en el sentido más amplio.

En el caso de que despierte entre ellos el deseo de saber más sobre la RDA y su historia, habrá cumplido con su misión.

El autor expresa su gratitud a todos aquellos que lo ayudaron, con su consejo y apoyo, a elaborar el presente libro.

Berlín, julio de 1980

Heinz Heitzer

 

La revolución democrático-antifascista 1945-1949

 

1. La liberación

 

La última batalla decisiva de la segunda guerra mundial en Europa terminó el 2 de mayo de 1945 con la capitulación de los restos de las tropas fascistas en Berlín. Cuando fue enarbolada la roja bandera de la paz en el edificio del Reichstag, seriamente destruido, el Estado fascista y su ejército estaban en completa desbandada. El 8 de mayo de 1945, los representantes del alto mando de la Wehrmacht tuvieron que firmar el documento de capitulación incondicional en Berlín-Karlshorst.

La victoria de la Unión Soviética y sus aliados en la coalición anti-hitleriana liberó al pueblo alemán de la salvaje dictadura del imperialismo fascista, que durante 12 años pesó sobre él. El Reich alemán, existente desde 1871 y cuyas clases dominantes dos veces pretendieron conquistar el dominio del mundo, se hundió tal como había surgido: a «sangre y fuego».

50 millones de muertos, de ellos 20 millones de ciudadanos soviéticos y 6 millones de polacos, precio que cobró la Segunda Guerra Mundial desencadenada por el imperialismo alemán. Escombros, miseria y dolor y penurias dejaron a los pueblos los agresores fascistas. Valores materiales incalculables quedaron reducidos a la nada. El propio pueblo alemán sufrió dolorosas pérdidas de vidas y graves destrucciones. 6,5 millones de hombres y mujeres, niños y ancianos perecieron en los campos de batalla, en las noches de bombardeo, en los campos de concentración y presidios. La producción industrial, el sistema de transportes, en varias regiones incluso la agricultura, estaban paralizados. Muchas ciudades parecían océanos de ruinas. En todas partes faltaba lo más indispensable: comida, ropa y medicamentos, agua, corriente eléctrica y gas. Imposible contar las personas que vagaban por carreteras y caminos. Amenazaban el hambre y las epidemias. Así describe el Mariscal de la Unión Soviética G. K. Zhukov, en sus memorias, la situación de Berlín después de haber sido liberada por el Ejército Rojo. “El transporte en la ciudad detenido. Más de una tercera parte de las estaciones del Metro, inundadas. Las tropas nazis habían dinamitado 225 puentes. Los carros y la red eléctrica de los tranvías, casi totalmente destruidos. Las calles, sobre todo en el centro, un solo montón de escombros. Todos los servicios municipales —central eléctrica, distribuidora de gas, suministro de agua potable y alcantarillado, interrumpidos.

“Para las tropas soviéticas emplazadas en Berlín, la necesidad más apremiante era apagar los incendios, organizar la localización y sepultura de los muertos y retirar las minas. Había que impedir que los berlineses murieran de hambre. Es decir: organizar el suministro de víveres que se había suspendido antes de que entraran las tropas soviéticas en Berlín.”[1]

Parecida fue la situación en muchas otras ciudades y regiones.

No menos desolador era el legado espiritual del fascismo. La caída de éste no significó, de modo alguno, esfumar su ideología. Muchísimas mentes seguían dominadas por el chovinismo y el anticomunismo. Más de uno creyó hasta el último momento las mentiras de la camarilla nazi. Ahora, desengañados, los invadía la desesperación.

«Encontramos un pueblo en agonía. Esa es la verdad», relataba Antón Ackermann.

«Un pueblo paralizado por el veneno de la desesperación, mezclada con los efectos de las noches de bombardeo y los combates, el pánico al bolchevismo, metido en sus mentes a fuerza de martilleo, y una incipiente comprensión de su propia complicidad con todo lo que había sobrevenido en Alemania.»[2]

Las devastaciones materiales y mentales que el fascismo dejó, fueron una verdadera catástrofe. Pero ahora, con su derrota, se ofrecía al pueblo alemán el resquicio para romper, en definitiva, con el pasado fascista, y avanzar por el camino de la democracia y el socialismo. Esto debe contraponerse a la opinión de aquellos historiadores burgueses que pretenden reducir la derrota del fascismo a una catástrofe nacional pura.

Por una parte, la oportunidad de iniciar un viraje en la historia alemana, radica en el cambio de la correlación de fuerzas a escala internacional, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y, principalmente, de la gesta libertadora de la Unión Soviética: el fortalecimiento del socialismo, sobre todo, al avance del poder y de la autoridad internacional de la Unión Soviética. La nueva ola de revoluciones que condujo a la formación del sistema mundial socialista. El auge del movimiento de liberación nacional y del movimiento obrero revolucionario en muchos países. El debilitamiento del sistema imperialista que entraba en una nueva etapa de su crisis general.

Para el pueblo alemán fue de importancia histórica el que entre las potencias vencedoras, que después de la liberación ejercieron el poder gubernamental supremo en Alemania, se encontrara la Unión Soviética. Ella cumplió con toda consecuencia las resoluciones comunes de la coalición anti-hitleriana. Los intereses vitales del primer Estado obrero y campesino en el mundo coincidían con los del pueblo alemán. La Unión Soviética dio toda la ayuda posible a las fuerzas democráticas del pueblo alemán. Gracias a esto, la situación se distinguía fundamentalmente de la que rigió después de la primera guerra mundial.

Por otra parte, la oportunidad de consumar un viraje trascendental tuvo su origen en la correlación de fuerzas existente en la propia Alemania. El imperialismo alemán había sufrido la derrota más grave de toda su historia. Su poderío militar estaba hecho añicos; su mecanismo de poder político, prácticamente inutilizado; su fuerza económica, paralizada.

Hasta qué extremo estaba desacreditada la burguesía monopolista alemana, lo demuestra una nómina de los prominentes criminales nazis y de guerra, publicada en la primavera de 1945 por el Comité Kilgore, nombrado por el Presidente de Estados Unidos. Allí se encontraban los nombres de Alfred Krupp von Bohlen und Halbach, Friedrich Flick, Hermann Róchling, Wilhelm Zangen y otros capitalistas de los monopolios.

En cambio, el Partido Comunista de Alemania, el adversario más consecuente del fascismo e imperialismo alemán, había cumplido con honor la prueba más dura de su historia. Única fuerza política que mantuvo una resistencia ininterrumpida y organizada contra la dictadura fascista. En esa lucha, el Partido Comunista perdió muchos de sus mejores militantes. A pesar de ello, la clase obrera alemana, al finalizar la segunda guerra mundial, disponía de un partido eficaz, con grandes experiencias y cuadros acrisolados en la lucha. Un partido que se había prevenido a conciencia para el trabajo en la Alemania liberada. También en esto, la situación era bien diferente a lo que hubo después de la primera guerra mundial. Los comunistas estaban decididos a aprovechar el trance histórico que se ofrecía para iniciar el paso del capitalismo al socialismo en la patria de Carlos Marx y Federico Engels. Sabían la condición indispensable: fortalecer el Partido, movilizar a la clase obrera y unificarla. Sólo así, la clase obrera podía convertirse en la fuerza dirigente del desarrollo social.

Un importante factor positivo en la definición por el viraje histórico fue la sacrificada lucha del movimiento de la resistencia antifascista alemana, donde los comunistas constituyeron la mayoría. Ciertamente, el pueblo alemán no derrocó al fascismo con su propia fuerza y, ni siquiera, contribuyó notablemente a su propia liberación. Pero, actuando de consuno, comunistas, socialdemócratas y adversarios burgueses de Hitler en la resistencia antifascista, le prepararon el terreno a un amplio frente popular antifascista, después del triunfo de la coalición antihitleriana.

Comunistas, socialdemócratas y sindicalistas con conciencia de clase, emergiendo de la clandestinidad, liberados de los campos de concentración y los presidios, fueron los primeros que tomaron la iniciativa. En estrecha reciprocidad con los mandos del Ejército Rojo, formaron comités de acción y comenzaron a construir la nueva vida democrática. Pronto unieron a ellos, dispuestos a contribuir, trabajadores y adversarios burgueses de Hitler. En algunas localidades, grupos de la resistencia, en la mayoría de los casos encabezados por comunistas, aún antes de consumarse la liberación, destituyeron la municipalidad fascista y formaron nuevas administraciones democráticas, comités y activos fascistas. En algunas empresas, los obreros tomaron en sus manos la dirección.

En Berlín, Sajonia y Mecklemburgo actuaron grupos del Comité Central del Partido Comunista, dirigidos por Walter Ulbricht, Antón Ackermann y Gustav Sobottka, enviados a Alemania, antes de terminar las hostilidades, por la dirección del Partido que tenía su sede en Moscú. En estrecho contacto con Wilhelm Pieck, Presidente del Partido Comunista de Alemania, estos grupos, junto con los comunistas que emergían de la clandestinidad o habían sido liberados de los campos de concentración, tomaron la responsabilidad de normalizar la vida, prepararon el resurgimiento de la organización del Partido en la legalidad. Al mismo tiempo, entablaron relaciones con socialdemócratas y adversarios burgueses de Hitler, para atraerlos a la faena de reconstruir. En el mismo sentido se esforzaron los comunistas que aún se encontraban en el exilio.

De suerte que el derrocamiento del fascismo no fue una «hora cero» según sostienen muchos historiadores burgueses. Bajo condiciones nuevas, modificadas, los comunistas, junto con socialdemócratas conscientes de su clase y antifascistas de todos los sectores del pueblo, se aprestaron a hacer realidad aquellos objetivos por los cuales el movimiento obrero alemán había luchado a lo largo de un siglo, por los cuales habían hecho sacrificios y más sacrificios.

Orden Nº 2 emitida por el jefe de la Administración Militar Soviética, 10 de junio de 1945.

 

 

2. Reunir fuerzas para la revolución antifascista-democrática

 

Al dejar de existir el Reich alemán, a consecuencia de la derrota total del régimen fascista, conforme a lo acordado en el seno de la coalición anti-hitleriana, se formaron en Alemania cuatro zonas de ocupación: soviética, norteamericana, británica y francesa. Los comandantes supremos de las fuerzas armadas de las cuatro potencias formaron un Consejo de Control Aliado con sede en Berlín, la capital. En este contexto, se emplazaron tropas de EE.UU., Gran Bretaña y Francia en los distritos occidentales de Berlín, y se formó una Comandancia Militar Aliada para Berlín. El Consejo de Control tenía la tarea de coordinar el modo de proceder de las potencias de ocupación y resolver los problemas concernientes a todas las zonas. Los Comandantes Jefe ejercían el poder supremo en sus respectivas zonas. A ellos incumbía llevar a la práctica las resoluciones conjuntas de la Coalición Antihitleriana.

El 9 de junio de 1945, se formó la Administración Militar Soviética en Alemania (SMAD). Su jefe supremo fue el Mariscal G. K. Zhukov, seguido.................

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