INDICE
PRÓLOGO. Historia terminada, historia interminable, por Louis Althusser
1. «El asunto Lysenko» (1948)
2. El combate de los lisenkistas (1927-1948)
3. Lysenko y la cuestión campesina (el tecnicismo staliniano)
4. Lysenko y la -teoría de la herencia: un finalismo biológico
5. Materialismo dialéctico, teoría de las «dos ciencias» e ideología de Estado
6. Para que se tenga en cuenta
DOCUMENTOS. Informe del académico T. D. Lysenko sobre la situación en la ciencia biológica
Intervención del genetista B. Zavadovski
Historia terminada, historia interminable
No presentaré este libro; que se lea y juzgue. Y si, como suele suceder, se hallan peros, que se digan, y se haga mejor.
Desde ahora resulta un juego de niños afirmar, resumiendo, que Lysenko fue un charlatán, y que todo su éxito se debió a la arbitrariedad de Stalin. Pero es una labor mucho más peligrosa acometer en marxista a la historia del lisenkismo.
Únicamente pretendo aprovechar la oportunidad de este libro y de su tema para enunciar algunos recuerdos que saltan a los ojos y la memoria.
Pues esta duradera y tumultuosa aventura lisenkista, que abarca casi cerca de cincuenta años de la historia soviética, que movilizó sucesivamente las fuerzas del aparato agrícola, de la filosofía oficial, y, por último, en la gran consagración de 1948, del aparato de Estado soviético y de todos los comunistas del mundo; esta larga, escandalosa y dramática historia, que provocó, durante decenas de años, fundándose en una impostura teórica, enfrentamientos, divisiones, tragedias y víctimas: esta historia no existe, pura y simplemente.
Duerme en el silencio de los archivos soviéticos cerrados, en el hecho consumado de su entierro teórico y político. Atormenta siempre, ciertamente, la memoria de quienes sobrevivieron a la represión y al chantaje, pero ningún filósofo, ningún científico soviético, ha alzado, o ha podido alzar, la voz para escribir en marxista esta historia y extraer de su sombra un poco de luz.[1] Al silencio de los soviéticos, que conservan los archivos, responde otro silencio: el de los comunistas que, fuera de la URSS, han vivido bajo la misma represión la misma historia, y se callan.
Y como puede decirse otro tanto de la terrible realidad que se bautizó con el nombre irrisorio de «culto de la personalidad», y de la III Internacional,[2] y de buen número de episodios de la historia del movimiento obrero, es preciso rendirse a la evidencia de una paradoja verdaderamente inaudita: los partidos comunistas, a los que Marx dotó por primera vez en la historia, de medios científicos para comprender la historia, y que se esfuerzan más o menos en ello cuando se trata de los demás y de tiempos pasados, se ven algo así como impotentes para dar cuenta, en marxistas, de su propia historia, especialmente cuando fracasan.
No nos zafaremos con el simple argumento de que de cualquier forma la historia es opaca, que la voluntad más lúcida puede ceder a las condiciones y perderse, que el pasado, la tradición, la costumbre (que Lenin temía tanto) pueden aplastar el presente bajo su sombra. Ni siquiera las condiciones se ocultan al análisis (si para comprenderlas es preciso producir conceptos nuevos, ¿quién lo prohíbe?). Por último, supuesto que se ignora este análisis, la sanción de la historia más sombría es siempre lo bastante clara como para que los comunistas acaben por reconocer, aunque sea en silencio, merced a sus rectificaciones (de tal detalle o cual línea), el hecho de su error.
Pero, se dirá, si lo rectifican, ¿qué importa que oculten su error, y qué importa que le den la espalda, si «avanzan»? ¿No han «rectificado» los soviéticos, según parece, las «violaciones de la legalidad socialista» a que se reducía, aparentemente, el sistema llamado del «culto de Ja personalidad»? ¿No han «rectificado» los errores del lisenkismo devolviendo sus cátedras a los genetistas así como las atribuciones de su competencia escarnecida? Y el Partido comunista francés, que se consideraba más avanzado que cualquier otro, dirigentes protegidos tras sus «grandes intelectuales», en la exaltación del lisenkismo y la tesis de las «dos ciencias», ¿no ha «rectificado el tiro», abandonando, llegada la ocasión, sus profesiones de fe y su presión sobre sus militantes? ¿Que nadie se ha explicado? Y qué importa, ya que se ha «rectificado»... Y quién no sabe por adelantado, como colofón de este «razonamiento», el argumento de una buena teoría hecha a la medida de la primacía de la práctica sobre la teoría: un acto concreto vale más que todos los análisis del mundo.
Digamos sin vacilación que todo este razonamiento es indigno del marxismo. Cuántas veces Lenin, que (para que lo sepan todos los aficionados popperianos de la «falsificabilidad») otorgaba al error un papel privilegiado en el proceso de rectificación de los conocimientos, hasta ei punto de conferirle en la práctica de la experimentación científica y política una especie de primacía heurística sobre la «verdad», ha repetido: es más grave cegarse y no decir nada de un fracaso que superarlo, ocultar un error que cometerlo.
Y sabemos cuántas veces ha predicado con el ejemplo: en lo que se refiere a Brest-Litovsk, cuyas condiciones no ha dejado de analizar; sobre el comunismo de guerra: «nos hemos equivocado», veamos el por qué... Lenin no fue un historiador, pero, desde su puesto de combate, enfrentado a las terribles contradicciones de la revolución soviética, advertía que el movimiento obrero no debe analizar y conocer su pasado por amor a la historia, sino por razones políticas que se relacionan con el presente: para no luchar en las tinieblas. Es preciso, ir al fondo de las cosas y analizar en primer lugar las condiciones de un error para poder realmente, con conocimiento de causa, rectificarlo: sin esto, y en el mejor de los casos, no se corrige sino una parte, y superficial. Lenin tenía de la práctica una idea muy distinta a la de una «rectificación» de circunstancias. Luchando por la primacía del análisis, luchando para que el movimiento obrero conociera su historia, lo que había hecho, obtenido y perdido, luchaba por la primacía de la política marxista.
Hay que analizar muy seriamente esta cuestión del tratamiento de los errores, para calibrar correctamente lo que Lenin quería decir cuando afirmaba: silenciar un error es más grave que el error cometido.
Pues sabemos, nosotros que no tenemos religión alguna, ni siquiera la de nuestra teoría, y todavía menos la de los fines de la historia, que la lucha de clase nunca se lleva a cabo con transparencia, y que el proletariado, que lleva a cabo la suya, muy distinta a la de la burguesía, no es en sí mismo transparente, clase compleja, que debe forjar siempre su unidad. En la lucha de las clases el proletariado logra descifrar y afrontar realmente las relaciones de fuerzas en las que se halla comprometido, logra conquistar poco a poco su unidad y sus posiciones de clase y de lucha. En la lucha logra definir la «línea» de su combate.
Nada de ello se hace en la claridad de una pura conciencia frente a la pura objetividad de una situación. Todo este proceso está constituido y dominado por relaciones contradictorias que se realizan y descubren poco a poco, y pueden reservar las sorpresas de la anticipación (sobredeterminación) o del retraso (subdeterminación). Esto es así porque, tomada en su sistema de relaciones que la domina, la lucha de clase se halla necesariamente jalonada de errores, que pueden a veces ser dramáticos o trágicos. La posibilidad de estos errores, lo mismo que la posibilidad de desviaciones, se inscribe en las relaciones contradictorias que dominan la lucha de clase. Aunque haya sido enunciada previamente por una minoría despreciada, repudiada, desarmada o vendida, siempre ha sido después cuando el error se ha reconocido y denunciado como error (¡cuando lo es!), siempre ha sido después cuando la desviación se ha reconocido y denunciado como desviación (¡cuando lo es!). Y como esta lucha, incluso para quienes lo percibieron por adelantado, tiene lugar sin instancia alguna que juzgue y decida desde arriba, hemos de referirnos aquí, paradójicamente, a error sin verdad y desviación sin norma. Pura y simplemente, esta desviación no controlada, estancamiento, aberración, derrota o crisis, que lentamente o a menudo se incrusta en lo real, sin verdad ni norma: el error y la desviación.
Para reconciliarse con Lenin ¿bastaría con reconocer después la existencia de un error (o de una desviación) y contentarse con «rectificarlo» en silencio, sin imponerse analizar en marxista la historia real, es decir, las condiciones y las causas? Yo digo que no. Si el partido, situado ante ella al margen de lo real, se contenta con reconocer un error que se ha hecho insostenible, «rectificándolo» sin decir nada, es. decir, sin consagrarle un análisis marxista real y en profundidad, el grueso del error subsistirá bajo mano: El silencio acerca del error supone la mayoría de las veces la persistencia del error al abrigo del silencio; su rectificación, más o menos. Pero, precisamente, ¿cómo ha podido rectificarse un error cuyo conocimiento no quiere buscarse, ya que se guarda silencio sobre su historia y su análisis? Por último, ¿cómo puede pretenderse seriamente «rectificar» un error que no se conoce? Uno se ve condenado a «rectificar» arbitrariamente lo que aparezca de forma más visible, o lo más enojoso, elementos de detalle o superficiales; en resumen, «se tendrán en cuenta las cosas» hasta el punto justo para no trastornar el orden reinante, que no necesita nada tanto como el silencio. Cuando se calla sobre un error, es porque dura. Se supone que se «rectifica» lo justo para que dure en paz.
Puede apreciarse que en estos asuntos la frontera entre el error, el disimulo y la mentira es muy tenue: la mayoría de las veces la ceguera de hecho, querida o aceptada, respecto a las raíces del error traiciona de hecho una cierta política. Si Lenin daba un valor semejante al tratamiento del error, es porque el tratamiento del error es siempre político, y compromete en una política. El tiempo ha demostrado que no existe aquí tercera vía: de la misma forma que es precisa una voluntad política para extirpar el error en sus raíces, es precisa también una voluntad política, que no se declare, sino que se oculte, para no analizarlo, no conocerlo y por lo tanto no extirparlo en sus raíces, una voluntad de sacar partido del error y de las razones políticas de dejarlo persistir en paz.
¿Es preciso volver una vez más sobre la realidad que designa el vocablo demasiado famoso de «culto de la personalidad»? Es preciso, puesto que el silencio dura todavía. Podía parecer fuera de lugar impedir que se enterrase bajo una palabra, que no explicaba nada, hechos tan persistentes y tan trágicos. Pero, se decía, el XX Congreso ha reconocido «el error» (y, se añadía, ¿qué partido en el mundo ha dado nunca ejemplo de semejante reconocimiento?), y lo ha «rectificado»: la «legalidad socialista», parece, se ha restaurado, ya que había sido violada (nada más). De esta forma los dirigentes soviéticos «rectificaron el tiro», corrigieron «abusos». Se había ahogado en la injuria, los suplicios y la muerte todas las voces que habían denunciado previamente este error. Sin embargo, llegó un momento en que, ante la evidencia de la crisis planteada, hubo que reconocerlo. Se reconocía después, bien definido, bien circunscrito, para tratarlo con algunas decisiones limitadas de las que se decretaba que dependía; pero en cuanto a investigar sus causas profundas en la historia de la formación social soviética, sus conflictos de clase, sú «líneas» políticas en la infraestructura y la superestructura: silencio. No hablo del silencio o semisilencio del momento; hablo de un silencio que dura desde hace veinte años. De forma manifiesta los dirigentes soviéticos se han negado, y se niegan siempre, a afrontar el análisis marxista de este gigantesco error, enterrado, con sus millones de víctimas, en el silencio del Estado. Incluso echaron marcha atrás sobre las pobres veleidades de esclarecimiento con las que Kruschev había abierto la esperanza. La URSS vive, pues, un silencio sistemático sobre su propia historia. Apostaría mucho a que este silencio no es ajeno a su sistema; es el silencio de su sistema. Entonces resuena el eco de las palabras de Lenin: el silencio acerca del error, es la persistencia posible o deliberada del error. Cuando se calla mucho tiempo acerca de él, es que dura; puede ser también porque dura. Debido a las ventajas políticas que se espera obtener de su duración.
No niego que sus formas más sangrientas a escala de las masas hayan desaparecido, ni que produzca una cantidad infinitamente menor de víctimas directas, pero sigue produciéndolas, y el sistema represivo estaliniano, comprendidos los campos, subsiste en la URSS, de la misma forma que subsiste lo esencial de las prácticas estalinianas en la vida social, política y cultural y, tras ellas, lo esencial de una misma línea economista además del contrapunto ideológico de un humanismo verbal terriblemente conformista y penoso. ¿Queremos una prueba a contrario, que sería ridícula si no fuese elocuente? Para «salvar» ante la opinión al socialismo soviético, responsables comunistas franceses muy autorizados no se explican que las «dificultades» que experimenta la URSS para pasar al «Socialismo democrático» son de simple forma, puesto que la URSS no «va hacia atrás» más que «sobre el socialismo», es decir, sobre sí misma. ¿La prueba? La URSS dispone de todos los medios (crecimiento económico, cultura generalizada) para llegar a la «democracia», y, más todavía, siente la «necesidad» («la necesidad de una democracia ampliada», sic). ¿Qué le falta, pues? Propiamente hablando, nada. Nada más que un pequeño complemento, la idea del socialismo «democrático», que no se le ha ocurrido todavía, pero que se le Ocurrirá; basta con esperar un poco todavía. Pero la desgracia o, más bien, el hecho es que la URSS no quiere evidentemente saber nada de esta dialéctica del retraso, de los medios, de la necesidad y del complemento, «democráticos». Contrariamente a lo que se nos dice, y a esta pseudodialéctica que nada tiene de marxista, resulta más verosímil pensar que el régimen soviético no tiene ni los me-, dios ni la necesidad del «socialismo democrático». Si no ha analizado verdaderamente, en términos marxistas, las razones de clase de su gigantesco «error» histórico, no es seguramente por olvido o distracción, sino porque tiene en algún sitio, en sus propias relaciones sociales, políticamente «necesidad» de este error para mantenerlas en el estado, y necesidad de que se mantenga con ellas.
Hay que llamar a las cosas por su nombre y dejar de contarse cuentos. Hay que admitir esta evidencia: la realidad que los dirigentes soviéticos se han negado y se niegan a analizar en términos marxistas, forma parte integrante, aunque parezca imposible, en cuanto a lo que no se ha «rectificado», y no como simple retraso o simple accidente, del sistema soviético, pues desempeña en el un papel político esencial. Las distinciones o incluso las historias apologéticas más sutiles no cambian nada. La línea y la mayoría de las prácticas estalinistas no analizadas prosiguen tranquilamente en la URSS y otros lugares su marcha histórica. Salta a la vista que, si no se han analizado, ha sido por razones, políticas-, para no tocarlas y para que duren, pues son necesarias al estado de las relaciones sociales existentes. Pero entonces, es preciso cambiar por completo la cuestión, rechazar la ridicula teoría de un «accidente» «espacio-temporal» acaecido a un socialismo tan imperturbable como una substancia aristotélica, el par y la distinción substancia-accidente, y preguntarse simplemente, pero con seriedad: ¿cuáles son, pues, las relaciones sociales que constituyen hoy la formación social soviética?
Ciertamente, el episodio Lysenko no pesa tanto en la historia, Pero su lección no resulta menos edificante. Y nos interesa directamente, pues el Partido comunista francés ha desempeñado aquí un papel de vanguardia ideológica y política en los años 1948-1952. En este caso también se ha «rectificado». Pero, ¿cómo? Sin ningún análisis. ¿Qué probabilidad había entonces de ir al fondo y actuar sobre los efectos con conocimiento de sus causas? Se ha reducido el fenómeno a la única parcela que se pretendía «rectificar». De la misma forma que los soviéticos han reducido los hechos de la desviación. estaliniana ál aspecto puramente jurídico de las «violaciones de la legalidad socialista», se ha reducido el lisenkismo a un delirio teórico sobre cuestiones de biología, bajo intervención del Estado. Una vez «rectificada» la posición en materia científica, una vez abandonada la teoría de las «dos ciencias» y la intervención del Estado en la investigación, sin más explicaciones, se ha pasado a las cuestiones del día. Nada se dice respecto a la capa social de los «intelectuales» interesados por esta ideología de Estado que les vinculaba, bajo chantaje, amenaza y represión, al Estado al que proporcionaban, como contrapartida, la dominación sobre las masas populares. Nada se dice sobre las relaciones y los conflictos de clases, nada sobre la línea política, economicista y voluntarista, que servía de base a todo este sistema. Nada tampoco sobre la versión oficial del materialismo dialéctico que garantizaba las teorías de Lysenko, las que le proporcionaban a su vez la ventaja de «verificarla» e imponerla en su pretendido papel de «ciencia de las ciencias». La «rectificación» controlada del lisenkismo no tocaba estas realidades, que han regido sin embargo el destino histórico de esta aberración. Bajo el silencio oficial que las ha protegido, han proseguido su marcha.
Entre otros, únicamente retengo un solo ejemplo: el de la filosofía marxista. Estaba tan comprometida, y visiblemente comprometida en...............................