EL MITO DE LA MAQUINA. 1

Técnica y evolución humana

Tabla de materias

CAPITULO 1. Prólogo
CAPITULO 2. La capacidad de la abstracción
       1. La necesidad de especulación disciplinada
       2. Deducciones y analogías
       3. Piedras, huesos y cerebros
       4. Cerebro y mente
       5. La luz de la conciencia
       6. La libre creatividad del hombre
       7. La especialidad de la no-especialidad
       8. La formación de la mente
       9. «Hacedor y modelador».
 
CAPITULO 3. Hace mucho tiempo, en la era de los sueños
       1. La función relegada al olvido
       2. El peligro interior
       3. La terrible libertad del hombre
       4. Las artes primigenias del orden
       5. El arte de la fantasía
       6. Ritual, tabú y moral
 

CAPITULO 4. El don de lenguas
       1. De los signos animales a los símbolos humanos
       2. Las cosas tienen sentido
       3. El nacimiento del lenguaje humano
       4. El cultivo del lenguaje ...
       5. El mito como «enfermedad lingüística»
       6. La economía lingüística de la abundancia 

CAPITULO 5. Descubridores y fabricantes
       1. El hijo del elefante
       2. Exploraciones primigenias
       3. Narcisismo técnico
       4. La piedra y el cazador
       5. La caza, el ritual y el arte
       6. En torno al fuego
 
CAPITULO 6. Etapas precursoras de la domesticación
       1. Crítica de la «revolución agrícola»
       2. El ojo del amo
       3. De la recolección al cultivo
       4. La molienda cotidiana
       5. La ritualización del trabajo
 
CAPITULO 7. Huerto, hogar y madre...
       1. La domesticación entronizada
       2. La influencia del huerto
       3. El clímax de la domesticación
       4. El misterio del sacrificio
       5. La veneración de los animales
       6. La síntesis «neolítica»
       7. La cultura de la aldea arcaica
 
CAPITULO 8. Los REYES, PRIMEROS MOTORES HUMANOS
       1. El papel de la organización social. .
       2. El cambio di escala
       3. El culto a la monarquía
       4. Corroboración mesopotámica
       5. La técnica del gobierno divino
       6. Civilización y «civilización»
 
CAPITULO 9. El DISEÑO DE LA MEGAMÁQUINA
       1. La máquina invisible
       2. Parámetros mecánicos de actuación
       3. El monopolio del poder
       4. La magnificación de la personalidad
       5. La tarea de consumir
       6. La era de los constructores
 
CAPITULO 10. La CARGA DE LA «CIVILIZACIÓN»
       1. La pirámide social
       2. El trauma de la civilización
       3. La patología del poder
       4. El rumbo del imperio
       5. Reacciones contra la megamáquina
       6. Cortapisas a la megamáquina
 
CAPITULO 11. La invención y las artes
      1. Las dos tecnologías
      2. ¿Llegaron a interrumpirse los inventos?
      3. El registro amplio
      4. La primacía del arte
      5. La moralización del poder
 CAPITULO 12. Pioneros de la mecanización
      1. La bendición benedictina
      2. La multiplicación de las máquinas
      3. Máquinas para el ocio
      4. El equilibrio medieval
      5. La mecanización del becerro de oro
      6. Incentivos pecuniarios al dinamismo
      7. Aparece en escena el aprendiz de brujo
      8. Las invenciones radicales
      9. Las premoniciones de Leonardo da Vinci
LÁMINAS
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE ONOMÁSTICO

                               

CAPÍTULO 1. PRÓLOGO

 

Ritos, arte, poesía, drama, música, danza, filosofía, ciencia, mitos, religión... son todos componentes esenciales del alimento cotidiano del hombre, pues la auténtica vida de los seres humanos no solo consiste en las actividades laboriosas que directamente los sustentan, sino también en las actividades simbólicas que dan sentido tanto a los procesos de su quehacer como a sus últimos productos y consecuencias.

La condición del hombre (1944)

Todo el mundo reconoce que en el último siglo hemos sido testigos de transformaciones radicales en el entorno humano, debidas en no poca medida al impacto de las ciencias matemáticas y físicas sobre la tecnología. Este desplazamiento de la técnica empírica, basada en la tradición, hacia una modalidad experimental ha abierto nuevos horizontes, como los de la energía nuclear, el transporte supersónico, la cibernética y la comunicación instantánea a enormes distancias. Desde la época de las pirámides nunca se habían consumado cambios físicos tan inmensos en un tiempo tan breve. Estos cambios, a su vez, han producido notables alteraciones en la personalidad humana, y si el proceso sigue adelante, con furia incólume y sin corregir, nos aguardan transformaciones más radicales todavía.

De acuerdo con el panorama habitualmente aceptado de la relación entre el hombre y la técnica, nuestra época está pasando del estado primigenio del hombre, marcado por la invención de armas y herramientas con el fin de domi nar las fuerzas de la naturaleza, a una condición radicalmente diferente, en la que no solo habrá conquistado la naturaleza, sino que se habrá separado todo lo posible del hábitat orgánico.

Con esta nueva «megatécnica» la minoría dominante creará una estructura uniforme, omniabarcante y superplanetaria diseñada para operar de forma automática. En vez de obrar como una personalidad autónoma y activa, el hombre se convertirá en un animal pasivo y sin objetivos propios, en una especie de animal condicionado por las máquinas, cuyas funciones específicas (tal como los técnicos interpretan ahora el papel del hombre) nutrirán dicha máquina o serán estrictamente limitadas y controladas en provecho de determinadas organizaciones colectivas y despersonalizadas.

Mi propósito al redactar este libro es discutir tanto los supuestos como las previsiones en las que se ha basado nuestro compromiso con las actuales formas de progreso científico y técnico, consideradas como un fin en sí mismas. Aportaré pruebas que arrojen dudas sobre las teorías en boga acerca de la naturaleza fundamental del hombre, que sobre estiman la función que antaño ejercieron en la evolución humana las primeras herramientas, y que ahora es ejercida por las máquinas. Sostendré no solo que Karl Marx se equivocó al atribuir a los instrumentos materiales de producción el lugar central y la función rectora en la evolución humana, sino que incluso la interpretación aparentemente benévola de Teilhard de Chardin adjudica retrospectivamente a toda la historia de la humanidad el estrecho racionalismo tecnológico de nuestra propia época y proyecta sobre el futuro un estado definitivo que pondría fin a toda posibilidad de evolución humana. En ese «punto omega» de la naturaleza autónoma original del hombre ya no quedaría sino la inteligencia organizada: un barniz omnipotente y universal de espíritu abstracto, despojado de amor y de vida.

Ahora bien, sin investigar en profundidad la naturaleza histórica del hombre no lograremos comprender la función que ha desempeñado la técnica en la evolución humana. En el transcurso del siglo anterior esta perspectiva se ha difuminado porque ha sido condicionada por un entorno social en el que proliferaron de repente una multitud de nuevos inventos mecánicos que destruyeron los antiguos procesos e instituciones y alteraron el concepto tradicional tanto de las limitaciones humanas como de las posibilidades de la técnica.

Nuestros predecesores asociaron de forma errónea sus peculiares formas de progreso mecánico con un injustificable sentimiento de superioridad moral en aumento; nuestros contemporáneos, en cambio, que tienen motivos para rechazar esa presuntuosa fe victoriana en la mejoría obligada de todas las demás instituciones humanas gracias a la hegemonía de las máquinas, se concentran, a pesar de todo y con maniático fervor, en la expansión continua de la ciencia y la tecnología... como si solo ellas pudieran proporcionar mágicamente los únicos medios para salvar a la humanidad. Puesto que nuestro actual exce so de dependencia de la técnica se debe en parte a una interpretación radicalmente errónea de todo el curso de la evolución humana, el primer paso para recuperar nuestro equilibrio consiste en pasar revista a las principales etapas de la aparición del hombre, desde sus orígenes hasta hoy.

Precisamente por ser tan obvia la necesidad de herramientas en el hombre, debemos precavernos contra la tendencia a sobre estimar el papel de las herramientas de piedra cientos de miles de años antes de que llegaran a ser funcionalmente diferenciadas y eficientes. Al considerar la fabricación de herramientas como un elemento fundamental para la supervivencia del hombre primitivo, los biólogos y antropólogos durante mucho tiempo han quitado importancia, o cuando menos descuidado, a multitud de actividades en las que muchas otras especies tuvieron, tambiéndurante mucho tiempo, conocimientos superiores a los del hombre. Pese a las pruebas en sentido contrario aportadas por R. U. Sayce, Daryll Forde y André Leroi-Gourhan, todavía se tiende a identificar las herramientas y las máquinas con la tecnología: a sustituir la parte por el todo.

Incluso a la hora de describir solo los componentes materiales de la técnica, se pasa por alto la función, igualmente decisiva, de los recipientes, en primer lugar los hogares, los pozos, las trampas, las redes; después, los canastos, los arcones, los establos, las casas... por no hablar de recipientes colectivos posteriores, como los depósitos, canales y ciudades. Tales componentes estáticos desempeñan importantes funciones en toda tecnología, incluso en nuestros días, como demuestran los transformadores de alta tensión, en las gigantescas retortas de las fábricas de productos químicos y los reactores atómicos.

Cualquier definición adecuada de la técnica debería dejar claro que muchos insectos, pájaros y mamíferos habían realizado innovaciones mucho más radicales en la fabricación de recipientes (con sus intrincados nidos y enramadas, sus colmenas geométricas, sus hormigueros y termiteros urbanoides, sus madrigueras de castor, etc.), que los antepasados del hombre en la fabricación de herramientas hasta la aparición del Homo sapiens. En resuman, si la habilidad técnica bastase como criterio para identificar y fomentar la inteligencia, comparado con muchas otras especies, el hombre fue durante mucho tiempo un rezagado. Las consecuencias de todo ello deberían ser evidentes, a saber, que la fabricación de herramientas no tuvo nada de singularmente humano hasta que se vio modificada por símbolos lingüísticos, diseños estéticos y conocimientos socialmente transmitidos. Y lo que marcó tan profunda diferencia no fue la mano del hombre, sino su cerebro... que no podía ser un producto más del trabajo manual, pues ya lo encontramos bien desarrollado en criaturas de cuatro patas (como las ratas), que no tienen manos con dedos libres.

Hace más de un siglo, Thomas Carlyle describió al hombre como «un animal que usa herramientas», como si se tratase del único rasgo que lo elevaba por encima de los demás seres del reino animal. Semejante sobre estimación de las herramientas, las armas, los aparatos físicos y las máquinas ha sumido en la oscuridad la senda real de la evolución humana. Definir al hombre como un animal que usa herramientas, aun corrigiéndola con la aclaración «fabricante de herramientas», se le habría antojado extraño a Platón, que atribuyó el surgimiento del hombre de su estado primitivo tanto a Marsias y Orfeo (creadores de la música), como a Prometeo (que robó el fuego), o a Hefestos (el dios-herrero), único trabajador manual del Panteón olímpico.

Sin embargo, la descripción del hombre como animal esencialmente «fabricante de herramientas» ha arraigado tanto que el mero descubrimiento de los fragmentos de unos cráneos de pequeños primates en las inmediaciones de unos cuantos guijarros tallados (caso de los australopitecos en África) bastó para que su descubridor (el doctor L. S. B. Leakey) identificase a dichas criaturas como antepasados directos del ser humano, pese a sus marcadas divergencias físicas tanto con los monos como con los hombres posteriores. Puesto que los sub-homínidos de Leakey tenían una capacidad cerebral de aproximadamente una tercera parte de la del Homo sapiens (menor incluso que la de algunos simios), está claro que la capacidad de tallar y emplear toscas herramientas de piedra no exigía, ni mucho menos engendró por sí sola, la espléndida dotación cerebral del hombre.

Si los australopitecos carecían de los requisitos previos de otras características humanas, el hecho de que estuvieran en posesión de ciertas herramientas solo probaría que al menos otra especie, al margen del verdadero género Homo, podía vanagloriarse de semejante rasgo, del mismo modo que los papagayos y las urracas comparten con nosotros el rasgo distintivamente humano del habla, y el tilonorrinco el del esmero en la decoración y el embellecimiento de su vivienda. Y es que ningún rasgo aislado, ni siquiera la fabricación de herramientas, basta por sí solo para identificar al hombre, pues lo especial y singularmente humano es su capacidad para combinar una amplia variedad de propensiones animales hasta obtener una entidad cultural emergente: la personalidad humana.

Si los primeros investigadores hubiesen apreciado debidamente la equivalencia funcional exacta entre la fabricación de herramientas y la fabricación de utensilios, les habría resultado evidente que no hay nada notable en los artefactos de piedra tallados a mano por el hombre hasta que la evolución de este ya está muy adelantada. Incluso un pariente lejano del hombre —el gorila— sabe hacer colchones de hojas para dormir confortablemente sobre ellos, y tender puentes de grandes tallos de heléchos sobre arroyos poco profundos, seguramente para no mojarse ni lastimarse los pies. Y hasta los niños de cinco años, que ya saben hablar, leer y razonar, dan muestra de escasa aptitud para usar herramientas, y mucho menos para fabricarlas; por tanto, si lo que contara fuese la fabricación de herramientas, apenas podrían considerárseles humanos.

Tenemos motivos para sospechar que los primeros hombres poseían la misma clase de facilidades y análogas ineptitudes. Cuando busquemos pruebas en favor de la genuina superioridad del hombre respecto de las demás criaturas, haríamos bien en procurarnos otras pruebas que sus pobres herramientas de piedra; o más bien deberíamos preguntarnos qué actividades le preocuparon durante los innumerables años en que con los mismos materiales y análogos movimientos musculares que más tarde empleó con tanta destreza, podría haber fabricado herramientas mejores.

Responderé a esta pregunta de forma más detallada en los primeros capítulos de este libro; pero desde ahora mismo adelantaré la conclusión declarando que las técnicas primitivas no tuvieron nada de específicamente humanas, si dejamos a un lado el uso y la conservación del fuego, hasta que el hombre reconstituyó sus órganos físicos empleándolos para funciones y finalidades muy alejados de los originarios. Es probable que su primera gran reconstitución y modificación definitiva fuera transformar los miembros delanteros del cuadrúpedo, logrando que dejasen de ser meros órganos especializados en la locomoción, para convertirlos en herramientas multiuso aptas para trepar, agarrar, golpear, desgarrar, batir, escarbar y sostener. Las manos del hombre primitivo, así como sus herramientas de piedra y madera, desempeñaron funciones muy significativas en su evolución, sobre todo porque, como ha indicado Du Brul, facilitaron las operaciones preparatorias para .................. [................]

 

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