INDICE

 

     Notas para la edición de unos testimonios de tortura.

Primera Parte: 21 testimonios.

    Eva Forest.

       Careo de Eva Forest con Eduardo Sánchez Gatell.

    Remedios Pérez López.

    Mari Luz Fernández.

   Encarnación Álvarez Hernández

       Fragmentos de una carta de Eva Forest.

    María del Pilar Alonso Rodríguez.

    Raquel López Navarro.

    Concepción Tristón López.

    Vicenta de Don Pablo Manzano.

    Trinidad Herrero Campo.

    Pilar Andaluz Pequeño.

   Paulina Prieto.

    Pilar Higueras.

    Concepción Lorenzo.

    Lola Jiménez Ortiz.

    María Isabel Pérez Alegre.

    Vicenta Cabañes Argudo.

    María de los Angeles Vaquer Juberías.

    Petra Roma Bachiller.

    Soledad Gordo Diez.

    Begoña Aldazabal Neira.

    Josefa Rodríguez Serrano.

 

Segunda Parte: 9 testimonios vascos.

Notas de Eva Forest a esta Segunda Parte.

         Cuatro testimonios de Bizkaia:

    Itxasu.

    Iraultza.

    Irune.

    Amaia.

Cinco testimonios de Gipuzkoa:

    María de la Soledad Intxausti Arruti.

    Arrate.

    Izarra.

    Nekane.

    Edurne.

Diez días que conmovieron un mundo.

Entrevista a Izaskun Rekalde en la cárcel de Yeserías sobre la fuga de la prisión de Segovia.

Palabras finales sobre el principio de este libro (Alfonso Sastre)

 

 

Notas para la edición de unos testimonios de tortura. [Eva Forest]

  

Casi todos los testimonios que ahora aparecen como Primera Parte de este libro fueron recogidos durante la segunda mitad del año 1975 y me encargué personalmente de hacerlo. Digo esto porque, aparte de oír el relato de viva voz a las compañeras afectadas, fui testigo de muchas de las huellas que la tortura dejó en sus cuerpos así como de las numerosas secuelas que como consecuencia de los malos tratos aparecieron después en las más diversas formas.

Corresponden, como se ve, a una etapa muy concreta y se limitan a una zona: la cárcel de Yeserías, centro al que llegan exclusivamente presas de Madrid y su provincia. El documento viene a ser, pues, tan sólo una "muestra" de la tortura en un momento de nuestro pueblo. Momento histórico marcado por el signo de la violencia más feroz. Partiendo de esta muestra se puede juzgar el alcance de la represión en la generalidad de los pueblos del Estado Español por las mismas fechas. ¿Cuál sería, por ejemplo, el número de torturados que ingresaron en Carabanchel durante aquellos meses, teniendo en cuenta que el porcentaje de hombres detenidos en relación con el de mujeres fue aproximadamente de tres a cuatro veces mayor? ¿Qué estaría ocurriendo en el País Vasco de por sí tan castigado y sobre cuyo pueblo, a partir del Estado de Excepción, se había desencadenado una ola represiva sin precedentes? Son preguntas que estamos seguros que algún día otros documentos podrán responder.

Los testimonios que aquí presentamos fueron sacados a la calle prácticamente en borrador dado que lo más urgente, en aquellas angustiosas horas, nos parecía la denuncia inmediata de lo que estaba ocurriendo. Algunos se difundieron enseguida, la mayoría siguieron caminos más complicados y permanecen inéditos aún. Aquella precipitación justifica el que tal vez los relatos sean un poco esquemáticos y no nos hayamos extendido en una serie de detalles que hubieran permitido un estudio más profundo del problema. Por razones de seguridad ni tan siquiera nos quedamos copia y, hoya la horade escribir estas notas, sentimos no poder releer el material para tener una visión más de conjunto. Sin embargo, el hecho de haber convivido después con las compañeras nos ha permitido recoger aspectos que entonces se nos escaparon y arrojar un poco más de luz sobre fenómenos que, por desgracia, se repiten con demasiada frecuencia y en torno a los cuales sería bueno reflexionar.

A los testimonios que publicamos habría que sumar una docena más que por diversas razones no se han incluido. El rápido traslado a la cárcel de Alcalá, después del juicio sumarísimo, de las dos compañeras que fueron condenadas a muerte en septiembre 1975 y cuya pena capital fue conmutada por la de treinta años, coincidió con nuestra huelga de hambre en protesta por lo que estaba ocurriendo, lo cual impidió que nos relacionáramos y pudiéramos recoger su, sin duda, valiosísima aportación. El paso fugaz de otras compañeras que fueron puestas en libertad antes de salir nosotras de las celdas de castigo fue otro obstáculo. Ha ocurrido también que alguna de las personas torturadas, asustada por las amenazas que le habían hecho en la DGS, [1] siguiendo el consejo de algún abogado medroso, ha preferido guardar silencio y no denunciar los hechos. Nosotros comprendemos y respetamos su postura, pero hemos preferido no dar testimonios anónimos y dar publicidad tan sólo a aquellos que avalaban con su identidad, quienes estaban dispuestas a firmarlos.

* * * 

La primera cosa a señalar, porque ya en diversas ocasiones nos había llamado la atención, es la gran variedad de opiniones en tomo a lo que se entiende por tortura —nos referimos, naturalmente, a la que ejercen los cuerpos represivos. Es tan elástico el concepto y, sobre todo, tan subjetivo, que en seguida se comprende que guarda una íntima relación con el medio cultural en donde se produce. En una sociedad como la nuestra tan hondamente impregnada de autoritarismo y de represión, presidida desde la infancia por los exabruptos, el tortazo como respuesta y todo tipo de violencias, puede ocurrir que uno se acostumbre tanto a los malos tratos que llegue ya a no percibirlos. Son cosas normales, de la vida cotidiana.

Cuando en 1963 un grupo de intelectuales denunciamos que en Asturias se estaba torturando a los mineros, el actual ministro de la Gobernación, que entonces lo era de Información y Turismo, Fraga Iribarne, montó en cólera por lo que consideró "ofensivo para las Fuerzas del Orden" y saliendo en su defensa hizo unas declaraciones, ampliamente difundidas por la Prensa, en las que explicaba que, hechas las averiguaciones pertinentes, quedaba demostrado, entre otras cosas, que a la señora Constantina Pérez, más conocida por Tina, "no se la había torturado y que lo único que se le había hecho en el cuartel de la Guardia Civil era cortarle el pelo al cero". (!) Respuesta que dejó perplejo a medio país, aunque no dudamos que sirvió para tranquilizar la conciencia de otros muchos.

La penetración ideológica es tan grande que no escapan a ella algunos de los que se consideran defensores de los Derechos Humanos y llega, incluso, a contaminar a militantes de la llamada izquierda. No hace mucho un intelectual "progresista", tras la lectura de uno de los testimonios que aquí recogemos, hizo el siguiente comentario en una tertulia: "Bueno, no es para tanto, a otros les han hecho mucho más y no lo han dicho... Tampoco hay que exagerar; tortura, tortura, no es..." Opinión que nos sonroja y sobre la que preferimos no hacer comentarios.

Represión, violencia, más represión ... nuestro habitual caldo de cultivo. Empieza en la tradicional familia, se amplía bajo las más sutiles formas a la escuela, se prolonga descaradamente en el trabajo, en la milicia... Tampoco puede sorprendernos que, llegada su hora, el que ha sufrido la tortura la mida con su biografía.

Una joven de dieciocho años comenta: "Uno de los sociales[2] que me pegaba me recordaba a mi padre. Me golpeaba con la misma saña que él y yo tenía la sensación de ser más pequeña y estar en casa". No es la única que alude al clima familiar en términos de terror. Como no son pocos los agentes de la Brigada de Investigación Social que confiesan, en los momentos más álgidos en que descargan su furia sobre la víctima, que lo hacen como a "un hijo"... Las humillaciones que gran parte de estas muchachas jóvenes tienen que sufrir en lo que se refiere a los aspectos más íntimos de su persona (bromas sobre el sexo, sobre el período, sobre el compañero; miradas y frases obscenas, cínicas burlas, etc.) distan poco de loque han tenido que "aguantar", desde los catorce y quince años y aún antes, a los jefes de personal y encargados de las fábricas a las que fueron como aprendidas. Es coherente, pues, que a la hora de relatar lo que les hicieron en la DGS lo vivan como una cierta continuidad y hasta digan, restándole importancia: "No, a mí no me han torturado. Sólo me han dado unas bofetadas, algún puñetazo en el estómago, varias patadas cuando estaba en el suelo, empujones, tirones de pelo, los insultos de siempre..."

Desde tantas partes condicionados, resulta comprensible que a veces lleguemos a preguntarnos en qué momento empieza la tortura, cuándo puede decirse que ya la hubo o si existen características que la definan... Cayendo así en la trampa de las valoraciones cuantitativas, del "hasta ahí todavía no", pero "después ya sí..." Del mucho o el poco... Cuando de lo que en realidad se trata es de no entrar en el juego y de enfrentarse a un problema mucho más general, a una situación de atropello en la que lo de menos es el grado en que éste se produce y lo fundamental la concepción del mundo desde la que es posible esta agresión. Concepción nada gratuita, que responde a los intereses muy concretos de unos pocos y que, por supuesto, en nada beneficia a los del hombre en general.

Dada la ambigüedad del término y su distinta apreciación según se utilice, queremos dejar bien claro, antes de seguir adelante, que para nosotros la tortura — nos referimos siempre a la de los cuerpos represivos — empieza con el primer empujón, con el tuteo que le sigue, con el insulto y, sobre todo, con el terror que aquella atmósfera desencadena en la persona inerme, acosada desde el primer momento por un enemigo del que ha oído decir que emplea métodos feroces y que no tiene escrúpulos. (¿Quién no ha leído en algún periódico que en las comisarías la gente se cae por las ventanas sin que se sepa muy bien en qué circunstancias se produjo el hecho?)

Aclarado este punto, podemos decir que de las ciento y pico compañeras que pasaron por Yeserías[3] durante los últimos cuatro meses son muy pocas, tres o cuatro, las que sólo fueron objeto de insultos y groserías. Todas las demás sufrieron malos tratos. No es precisamente de estos casos leves de los que vamos a ocuparnos, pero sí queremos dejar constancia de ellos. Los testimonios que publicamos aquí recogen ya un grado superior mucho más complejo. ¿Cómo adentrarnos ahora en ese grado superior sin caer en tópicos ni esquematismos, con el debido res peto sin que se convierta en profanación? Lo que más me obsesiona es que ninguno de esos relatos es nuevo para mí; que muy similares los había leído en documentos, los había escuchado; que los había denunciado inclusive y, sin embargo, siguen siendo un conocimiento lejano; que sólo en la medida en que viví una experiencia semejante puedo aproximarme al complejo fenómeno. Es una vivencia intransferible, al menos esa es la impresión de quienes pasaron por ella. "Yo te doy tos datos para que denuncies el hecho pero lo que realmente pasó allí no sabría contarlo".

Se está aún "colgado", deslumbrado por el estallido que se produjo de la noche a la mañana. La única comunicación posible es la comunión sensible, la vía de la participación. Estamos acercándonos a la casa del terror y es posible que lo más sensato fuera señalarla, dar media vuelta y retroceder. Sin embargo la tentación nos puede y seguimos me rodeando, hay que decir algo de lo que pasa dentro, llegar siquiera al umbral... Las compañeras han intentado ayudarnos, han hablado, han hecho esfuerzos por expresarse. Las hemos oído, una tras otra, consternadas aún, perplejas. Sus largos silencios son todavía más elocuentes ... En

el horizonte de su mirada alguna pesadilla se reproduce con obsesiva persistencia... Y al apretarles la mano, los brazos.los hombros, hemos sentido la corriente profunda, subterránea, de tanto atropello y violación. Nos hemos estremecido de rabia, de cólera, de dolor, de impotencia. Hemos llorado con ellas, nos hemos abrazado, hemos vuelto a acariciar su rostro, sus cabellos rotos convertidos en estropajosas mechas.

La emoción lo invade todo cada vez que llega "otra". No bastan las palabras, se cierran los puños, se aprietan los dientes, se jura, se maldice... Cojeando por el patio, arrastrando los pies maltratados, encogida la espalda por los hematomas, apoyadas en un bastón, las compañeras van regresando del larguísimo viaje, de la incomunicable aventura y uno se da cuenta de que los relatos recogidos en los primeros momentos sirven sólo para llamar la atención de algunos, son sólo un débil grito, un pálido bosquejo... Lo más serio, el gran caudal de sensaciones, de experiencia dolorosa, queda dentro incrustado en la carne viva como la marca de un hierro candente que ya no se borrará nunca, como un tatuaje en la memoria. Todavía no es tiempo de reflexión. Tendrán que pasar muchos meses hasta recobrar el equilibrio. Acaban de llegar del infierno y aluden constantemente a él y nosotras las acompañamos.

No has hecho más que entrar y caen sobre tí. Te abofetean, te empujan, te sientan, te levantan, te dan puñetazos, te zarandean, te rompen la chaqueta, el abrigo, la falda... te insultan, te escupen, te quitan las esposas, te parten con ellas la cabeza, te las ponen en los tobillos, te retuercen los brazos, te ponen las manos en el suelo, te las pisan... Es el preludio, el calentamiento, una forma de recibir a la víctima, de anunciarle quién es el que manda, para qué está allí, y de probar que toda resistencia es inútil. De pronto se abre una puerta: entran cinco, ocho, doce... puede que bromeen entre sí, que continúen la conversación, que callen, que se paseen indiferentes fumando, que tosan, que escupan, que se rasquen un ojo, se limpien la nariz, se vacíen una oreja con la uña ... A una señal cualquiera, se disponen para la ceremonia: se agitan, se arremolinan, se ordenan alrededor en mecánica disposición para el juego convenido, aburrido de tanto repetirse... Dan alaridos, saltos, aúllan amenazas, llueven golpes; manos y pies se entrelazan en ciega agresividad sobre la presa... Los gritos te aturden, te sofocan, te angustian, te ahogan; el cuerpo te quema. Empieza atronador el martilleo de las órdenes: al suelo, de rodillas, corre, más deprisa, descalza, en cuclillas, contra la pared, en la mesa boca abajo, las plantas al aire, sigue corriendo... Los garbanzos se clavan en la carne, los palillos entre los dedos te parten los huesos, algo se quiebra. Una hora, dos, tres. Se turnan, vienen otros frescos, en plena forma; otra vez a empezar... tiran del pelo, lo arrancan, estrellan la cabeza contra la ventana, se vuelca una mesa, la máquina de escribir te abre una brecha en la rodilla, sangras... sangre en las manos, en la nariz, en la boca, se están reventando los dedos: crecen por momentos; los pies alcanzan proporciones de elefante, arde la cara. Te tambaleas, te doblas, te retuerces, sudas, una nube lo empaña todo, pierdes el conocimiento. Regresas —qué desgracia volver—, te echan agua por encima, permaneces inmóvil o tiemblas o te convulsionas con espasmos. Se alarman, corren, entran otros curiosos, te tocan, te pellizcan, te dan con la punta del pie, te acercan una cerilla a la nariz. Aparece el médico cómplice, cínico, sonriente, personaje clave en la comedia: “¿Cómo ha sido esto? ¡qué barbaridad! ¿se ha caído? ¿estaba saltando? ¿jugando? ¿bailando acaso?". Coge la muñeca, escenifica, pega el fonendo en cualquier parte:“no es nada, un simple soplo, un mareo, una crisis, la tensión, la histeria, el miedo; pueden seguir, continuar, llevar adelante, terminar, luego volveré..." Ahora es otro el que pasa al ataque, un jefe, alguien que con su presencia establece el silencio; los demás se retiran respetuosos, despacio; fin de cuadro: una tregua. Se sienta el canoso, se inclina paternal, solícito. “Veamos acabemos de una vez han jugado contigo te han denunciado te han delatado no merecen lo que estás pasando por ellos te venden te engañan te utilizan te explotan se aprovechan de tu juventud de tu inocencia de tu ignorancia de que eres mujer abusan te joden les das satisfacción son unos vividores unos asesinos reconsidera mejor estarías estudiando trabajando lavando en el río en la fuente en la pila qué disgusto tus padres pobres o ricos en cualquier caso víctimas los traeremos aquí verás lo que les vamos a hacer su ruina y a los hermanos que pueden pagar por tí que tengo hijos como tú que me das pena que te quiero ayudar si me ayudas no me agotes la paciencia que tengo mucho genio que me está dando que me sacas de las casillas que te doy que te mato"... Y la bofetada, los cinco dedos plantados en medio de la cara, una palma enorme que alcanza el ojo también —es verdad eso de las estrellas como fuegos artificiales en la noche— y otra vez y otra vez y el puñetazo de despedida y furioso: “Ahí os la dejo para que le deis una lección........................

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