INTRODUCCIÓN
Un colectivo de personas me ha pedido que les envíe un antiguo texto sobre ética de muy difícil acceso en la Red, por no decir imposible. Este colectivo reflexiona sobre cómo luchar contra la creciente marea de irracionalismo y de fundamentalismo cristiano que, activada desde el poder imperialista, busca derrotar definitivamente la conciencia crítica, sea atea o agnóstica, el pensamiento democrático y revolucionario, y cualquier debate creativo que se base en los avances prácticos del método científico-crítico. Aprovechando el desprestigio de la corrupta y podrida Iglesia católica, la extrema derecha occidental no vaticanista pero sí fanáticamente cristiana, multiplica los esfuerzos de todo tipo para volver al oscurantismo reaccionario, a partir del cual justificar la prohibición de derechos elementales como son los del aborto, el divorcio, la sexualidad libre, la educación crítica, el derecho a la libertad de pensar y de decir, etc.; es decir, derechos por los que en su tiempo luchó una parte de la burguesía y que ahora esta clase odia a muerte.
Una reflexión más sistemática que va emergiendo del fondo de problema sostiene que, en realidad, lo que hay que plantear abiertamente es la lucha por otra ética, o mejor, practicar otra ética, sin olvidar las restantes luchas, pero sí conectándolas con la recuperación de una ética radicalmente opuesta a la imperialista. Y es aquí donde algunos miembros de este colectivo se han acordado del texto que ahora rescato de la represión contra la histórica Basque Red Net. Como algunos recordamos, Basque Red Net fue la pág. Wed que más daño hacía a la dominación española sobre Euskal Herria, tanto por la calidad de su estructura interna como la de sus aportes teóricos sobre la lucha de liberación nacional de clase y de sexo-género del Pueblo Vasco, y sobre la lucha revolucionaria mundial por el socialismo y el comunismo. Basque Red Net fue cerrada en marzo de 2004 por la represión internacional, inaugurando una dinámica ascendente que luego se ha generalizado. Ahora, y gracias a los esfuerzos del grupo dinamizador de la Basque Red Net, la familia Aiestaran-De la Cueva, los textos censurados empiezan a estar de nuevo a disposición internacional.
Sin embargo, todavía no es fácil para algunos acceder al contenido completo, y el colectivo al que me refiero es uno de ellos. El texto que se ofrece a continuación fue editado electrónicamente por Basque Red Net a finales de septiembre de 2002, hace casi ocho años. En marzo de 2004 y de cara a otro debate sobre ética, se añadió una breve presentación explicativa sobre el origen y la finalidad del texto, y sobre las dificultades que habían impedido su terminación. Desde entonces ha permanecido fuera de la Red, excepto en las últimas semanas gracias a la recuperación de Basque Red Net.
Las páginas que siguen se escribieron en septiembre de 2002, justo un año después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 a algunos centros de poder material y simbólico del imperialismo norteamericano. Al margen de que cada día que pasa aumentan las dudas razonables sobre la autoría y la teledirección de los ataques, en el sentido de que se trató de otra práctica de provocación tan frecuente en la historia de los servicios secretos yanquis para crear una legitimidad que avalase y justificase atroces y desproporcionadas agresiones presentadas como “defensa justa”, al margen de esto, lo que sí era cierto en el año transcurrido entre septiembre de 2001 y septiembre de 2002 fue el del inicia de la “guerra contra el eje del mal” y, a la vez, el de la definitiva claudicación de la intelectualidad “progresista” que se arrodilló cobarde y egoístamente a las exigencias del imperialismo.
Sabemos que los planes estratégicos que se pusieron en marcha inmediatamente después del 11 de septiembre estaban diseñados con bastante antelación, y que el clima de histeria y miedo social de masas provocado artificialmente tras el 11-S fue activado según tácticas de guerra psicológica, de manipulación psicopolítica y de marketing del miedo que se venían mejorando desde hace muchas décadas. Sabemos que la islamofobia y el clima de “nueva cruzada” contra el infiel estaban siendoactivadas ya desde los gobiernos del presidente Reagan y de Bush, desde la década de 1980 en adelante, sin que Clinton hiciera nada por detener la fanatización irracional del fundamentalismo cristiano en ascenso en la cultura y política oficiales de los EEUU.
Sabemos que la máquina de la mentira, o sea, la industria político-mediática, creó de la nada y sin base verídica ni contrastable alguna el cuento de que Irak era una amenaza mortal para la humanidad ya que disponía de miles de armas de “destrucción masiva” que luego no han aparecido por ninguna parte. Una institución dedicada a descubrir las mentiras de la prensa, había contabilizado hasta comienzos de 2010 nada menos que 935 mentiras sobre Irak dichas por individuos tan cristianos y tan rectos en su moralidad como el presidente Bush, el presidente Aznar, y primer ministro británico T. Blair, y otras muchas personas e instituciones representativas de la civilización occidental.
Según el catecismo católico, mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. La intención de engañar es constante en la industria político-mediática, y la mentira es una de las prácticas más comunes en la historia interna de las sectas cristianas y del cristianismo en su conjunto. El cristianismo en sí es una mentira construida mediante la falsificación histórica. Pero esta es la envoltura superficial del problema. La verdadera cuestión a debate no es otra que la unidad y lucha de contrarios irreconciliables que se libra dentro mismo de los conceptos de “verdad” y de “mentira” tomados en su vertiente ético-moral, normativa y valorativa. También existe una unidad y lucha de contrarios entre la verdad y el error dentro del proceso de pensamiento científico-crítico, pero es obvio que existe una diferencia cualitativa entre mentira y error que no podemos exponer ahora. Lo que nos interesa decir es que las 935 mentiras sobre y contra Irak, así como las miles de mentiras sobre y contra Cuba, la Venezuela bolivariana y un casi infinito etcétera, estas mentiras no deben ser denunciadas solamente como parte de la política imperialista, que también, sino a la vez como parte esencial de la ética burguesa.
Queremos decir que existe una continuidad de mentira entre la “verdad” económico-política del imperialismo, la “verdad” de la ética burguesa y la “verdad” actuante en la conciencia alienada de las masas explotadas occidentales que aplauden las atrocidades de sus ejércitos en medio mundo. Y esta “verdad” es a la vez inseparable del criterio cristiano de “justicia”, “virtud”, “bondad”, etc., de modo que existe una ideología totalitaria que encubre la mentira con la “verdad”, una parte de la cual o toda ella ha sido revelada por dios, dicen. El ateísmo marxista, militante y radical, aparece aquí como un componente consustancial a la verdad sociohistórica, pero no es este el sitio para extendernos al respecto porque lo que ahora urge es decir que la ética marxista, atea, sostiene que la verdad es revolucionaria porque también sostiene lo mismo la teoría marxista de la praxis y del conocimiento. La verdad es revolucionaria porque saca a la luz las contradicciones irreconciliables, porque es radical. Es por esto que la verdad es atea, materialista y dialéctica, aunque aparezca bajo ropajes agnósticos y hasta idealistas.
En septiembre de 2002 el problema de la ética era especialmente grave ya que esos entes pasivos y ególatras autodenominados “intelectuales progresistas” se habían plegado sin remordimiento alguno a las histéricas exigencias del imperialismo. Poco después de redactar este escrito, y de la misma forma en que Irak sufrió las mentiras y la “verdad” de la civilización del capital, Cuba padeció una ofensiva propagandística salvaje que llegó a su cúlmen en 2003. La “intelectualidad progresista” terminó de posicionarse activa o pasivamente al lado del imperialismo y en contra de la revolución, en este caso de Cuba, pero también y por extensión en contra de la humanidad explotada. En el Estado español el panorama era todavía peor. La mansedumbre, la docilidad y el servilismo de los “intelectuales” ante las exigencias del poder, no tenía límite alguno.
Fue en estas condiciones en las que se escribió este texto hace casi ocho años. Pienso que ahora, tras la crisis mundial desatada definitivamente en verano de 2007, es todavía más necesario que entonces, y que acabarlo es aún más necesario, pero lo concluiré cuando disponga de más tiempo para ordenar los borradores ya elaborados. Esta crisis está mostrando en su verdadero salvajismo inhumano la esencia cruel de la ética burguesa, de la moral de los empresarios y de la gran banca, de las sectas cristianas y del Vaticano, de civilización del capital en suma. Un ejemplo, las potencias imperialistas y sus ideólogos se esfuerzan por aplastar la demanda mundial que exige que el agua potable sea declarada “bien común de la humanidad”, y por tanto su uso sea un derecho humano elemental. El imperialismo quiere y necesita que el agua potable sea convertida en otra mercancía más, como el mineral de uranio o de litio, ambos vitales para sus ejércitos asesinos, o como las patentes de medicamentos contra el virus de VIH y otras enfermedades contagiosas mortales, recurriendo al supuesto derecho a la propiedad privada. El imperialismo quiere y necesita que las gigantescas reservas de la biodiversidad de la Amazonía, Siberia, selvas asiáticas y africanas, Antártida, etc., sean también declaradas “zonas libres para la explotación industrial”, es decir, zonas privatizadas por el capitalismo que las abandonará una vez arruinadas y esquilmadas hasta la última gota de sus recursos.
Esta exigencia imperialista no tiene únicamente un contenido económico y político, sino también una innegable carga ética, normativa y cultural. La civilización del capital ha ido formando desde el siglo XV una argumentación jurídica y ética según la cual los pueblos “atrasados” y “salvajes” no tienen pleno derecho a los territorios que ocupan, o ningún derecho, porque no los utilizan productivamente, no los emplean para la agricultura y la ganadería, o lo hacen mal debido a su vagancia congénita. Según esta tesis fue el dios judeocristiano el que dijo “creced y multiplicaos, y dominad la tierra”, mandato divino que es a la vez una exigencia ética y moral, religiosa. El ateísmo burgués ya cedió a lo largo del siglo XIX ante esta justificación religiosa de las bestialidades del capitalismo expansivo. Este mismo argumento, disfrazado de laicismo agnóstico y de “tarea civilizadora” fue aceptado por amplios sectores de la socialdemocracia europea, de la II Internacional, y del laborismo británico. Con la excusa de “civilizar” a los “salvajes” éstos han sido exterminados, y los pocos que se salvaron fueron expropiados de todas sus tierras, riquezas y recursos colectivos, comunales. Y lo mismo sucedió en las tierras europeas durante la acumulación originaria del capital, y lo mismo está sucediendo en el presente. La ética burguesa justifica esta atrocidad envolviéndola con la demagogia de la civilización y de los derechos burgueses, que sólo son los de la burguesía. En realidad, el verdadero imperativo categórico kantiano no es otro que el de “¡Producid, producid, malditos!”.
Por todo el mundo, la civilización del capital está lanzada al robo masivo e implacable, sin reparar en medios exterminadores, de los bienes públicos, comunales y colectivos, sean materiales o culturales, físicos o espirituales. El capital necesita abrir nuevas ramas productivas que compensen la lenta acción corrosiva de la ley de la caída tendencial de la tasa media de beneficios, y la burguesía quiere quedarse con todo, desde las tierras hasta los afectos, desde las profundidades abisales hasta los espacios cósmicos. La expansión del capital financiero, verdadero tiburón insaciable, acelera la lógica expropiadora y privatizadora. La ética burguesa es, por tanto, la ética de la propiedad privada, mientras que la ética humana es la de la propiedad colectiva, común, comunalista, la ética del comunismo.
Concluyendo, tras la relectura del texto de 2002 serían muchas las cosas que ahora cambiaría, adaptaría y añadiría, pero debe leerse tal cual se redactó hace ocho años en su primera y única redacción, que se ofrece ahora tal cual la editó Basque Red Net, excepto algunos retoques de forma.
EUSKAL HERRIA 25-VII-2010
LA ÉTICA MARXISTA COMO CRITICA RADICAL DE LA ÉTICA BURGUESA es un texto del miembro de la RED VASCA ROJA Iñaki Gil de San Vicente fechado el 29 de septiembre de 2002. Ya en su primera página el autor explica que se trata del capítulo 3º de un trabajo más extenso que tiene en elaboración (“CRÍTICA DE LA ÉTICA CAPITALISTA—APUNTES PARA UNA ÉTICA COMUNISTA”) y la razón de la publicación adelantada de este capítulo
“El burgués es fundamentalmente espiritualista. Y el revolucionario es fundamentalmente materialista. Esta vieja batalla no está cerca de su fin. “No me gustan las personas que gritan: abajo el dinero. Terminan siempre por gritar: abajo el espíritu”, decía Duchesne. He ahí la línea de defensa burguesa. “No me gustan las personas que gritan: viva el espíritu. Terminan siempre por gritar: viva el dinero; por defender, en nombre del espíritu, castas y privilegios”. Es, justamente, la línea de ataque revolucionario. La de Lenin, la de Marx”.
Emmanuel Berl
“La muerte de la moral burguesa”
El texto que sigue es la puesta en limpio de uno de los capítulos que están sirviendo como base para un estudio más amplio titulado “CRÍTICA DE LA ÉTICA CAPITALISTA—APUNTES PARA UNA ÉTICA COMUNISTA”, de próxima aparición. Aunque el capítulo que aquí se adelanta, el tercero, aparece sin su definitivo acabado, cosa que sólo se puede hacer cuando todo el texto esté disponible, sí tiene empero los fundamentales argumentos que estimo imprescindibles. Posiblemente con la redacción completa del texto se le añadan algunas nuevas ideas, pero éstas no anularán las ya expuestas sino, a lo sumo, las desarrollarán. Tampoco en este adelanto aparece la bibliografía expuesta definitivamente, sino sólo los títulos, a la espera del texto completo.
Los capítulos, que están en forma de borrador más o menos perfilados, son los que aparecen en letra normal, mientras que el capto 3 aparece en negrilla para indicar su carácter casi definitivo:
- Introducción.
- La Ética capitalista como ideología de la abstracción-mercancía.
- La acumulación originaria de la Ética capitalista.
- La ética marxista como crítica radical de la ética burguesa.
3.1 Contradicciones personales: sencillez y machismo.
3.2 Unidad de objetivos: dialéctica de la diversidad.
3.3 La lucha revolucionaria contra el servilismo y la sumisión.
3.4 Contra la credulidad y por la praxis consciente.
3.5 El comunismo como ascenso del ser-genérico al uomo totale.
3.6 Spartacus: un pasado presente en la revolución actual y futura.
3.7 Solidaridad, odio y amor revolucionario contra odio burgués.
3.8 La duda marxista y la praxis histórica como criterio de verdad
- La ética socialista como superación transitoria de la Ética capitalista.
- Apuntes para una Ética comunista.
- Lecciones para Euskal Herria.
La razón que aducimos para publicar ahora, un poco precipitadamente, este capítulo tercero sin su definitiva elaboración, no es otra que la urgencia por ampliar y profundizar no tanto un debate teoricista y abstracto sobre la Ética y la moral, cuanto la práctica revolucionaria que asume y defiende la coherencia ético-moral de sus actos.
Es un lugar común afirmar que el marxismo apenas ha teorizado sobre Ética. Por el contrario, pensamos nosotros que, en primer lugar, el marxismo está rebosante de teorizaciones muy concretas y muy profundas sobre Ética, en segundo lugar, además, dichas teorizaciones se basan en una práctica ética y moral impresionante, permanente y sistemática y, en tercer lugar, las conquistas y avances prácticos logrados por el movimiento revolucionario mundial han hecho infinitamente más en la aplicación práctica de la Ética que las montañas de libros sobre Ética abstracta producidos en serie por el pensamiento burgués. Incluso una obra tan empleada por estudiosos e intelectuales para salir de apuros como es “Diccionario de Ética” de O. Höffe, (ed.) (Critica 1994), sus autores se permiten el lujo de no entrar al debate de si existe o no existe una “ética burguesa” y menos aún una “Ética capitalista”, distinción que se basa, a mi entender, en que la segunda corresponde a la dogmática básica de la Ética sustancial correspondiente al modo de producción capitalista, mientras que la primera es el conjunto de corrientes, modas y diferencias entre autores burgueses. En el libro citado, se nos habla de ética budista, cristiana, estoica, médica, china y japonesa, hindú, islámica, normativa, teonómica, corporativa, judía, epicúrea, etc., y hasta social, de clase y marxista, pero según este libro, y según otros muchos, no existe ni la étiuca burguesa ni la capitalista.
¿A qué es debida esta radical diferencia entre la crítica burguesa y la práctica marxista? No se trata, en efecto, de un malentendido fácil de resolver simplemente precisando algunos conceptos y circunstancias históricas. Al contrario. Cuanto más se investiga más nítida aparece la diferencia irreconciliable entre ambos bloques. Cuanto más se agudizan las contradicciones sociales y más fracasos cosecha la política reformista y burguesa, tanto más se acrecienta el abismo entre la Ética capitalista y las prácticas éticas de las masas explotadas. Esto es precisamente lo que ocurre en la actualidad, como ha escrito C. Brandist en “El marxismo y el nuevo ‘giro ético’” (Rebelión 13/I/2001):
“En los últimos diez años aproximadamente, la ética ha vuelto para situarse en la avanzada de la teoría social y cultural. Si en los '80 el prefijo pos -posmodernismo, posmarxismo- parecía proliferar exponencialmente, ahora "ético" parece haberse vuelto un sufijo que va alcanzando la misma ubicuidad: ética empresaria, bioética, homo-ética, etc. En efecto, los dos fenómenos están conectados, no siendo el segundo sino un desarrollo que sigue la lógica del primero. Mientras los posmodernistas de los '80 intentaban justificar su retirada de la política colectiva apelando a una pluralidad indefinida de identidades autónomas, en los '90 esta retirada se transformó en un intento de reemplazar la actividad política con el acto ético”.
Una de las razones por las que ha vuelto la discusión ética a la palestra política reformista no es otra que el perplejo desconcierto de una casta profesional de intelectuales y políticos de universidad ante el conjunto de cambios profundos acaecidos desde mediados de la década de 1971, cuando la crisis capitalista mundial precipitó la furibunda reacción capitalista, denominada neoliberal. La presión burguesa internacional no fue contestada ni por la socialdemocracia ni por el eurocomunismo, y mucho menos por un “socialismo realmente existente” que se precipitaba a su implosión durante toda la década de 1981-90. Durante esos tres lustros, la casta intelectual fue quedándose huérfana de toda protección dogmática. Pero lo peor vendría desde 1991 en adelante, cuando tras la guerra imperialista contra Irak y el triunfalismo burgués, ni el postmodernismo más indiferente y cegato podía seguir negando el aplastante empeoramiento de las condiciones humanas bajo la multiplicación del beneficio capitalista. Tampoco la religión cristiana en general, y menos aún su versión católica, podía ofrecer calor, luz y seguridad emocional en medio del caos incomprensible. No debe sorprender por tanto que algunos giraran su mirada angustiada hacia la Ética en su forma más abstrusa, bien para justificar la adoración atemorizada de la tecnociencia capitalista, del “Ídolo de silicio”, como critica M. Shallis (Salvat 1986), y otros muchos autores, o bien caer en la nueva moda irracionalista y esotérica, entre las que pretenden destacar por su supuesta cientificidad el “principio antrópico”, o las “nuevas” relaciones entre razón y fe, como denuncia R. Alemañ en “Evolución y Creación” (Ariel 1996).