Nota. Este texto fue redactado en agosto de 2015, antes de que se iniciara el debate. - Abian!en la izquierda abertzale. Por diversas razones no ha sido publicado en la red hasta ahora. Aconsejamos que se estudie con la ayuda de otro texto escrito un poco más tarde que este y a disposición en la red: Borrador sobre tendencias del capitalismo. Apuntes para una posible estrategia (II), del 3 de octubre de 2015.

 

Contenido

  1. Presentación
  2. Independencia o vasallaje
  3. Estrategia imperialista
  4. Consenso de Washington
  5. Universal, particular, singular
  6. Prefiguración del Estado vasco

 

 

1. Presentación

 

Hace dos décadas, militantes de la izquierda abertzale debatimos un documento titulado: Euskal Herria necesita la independencia. Su lógica interna puede resumirse en pocas palabras: la independencia vasca no era solo un derecho, era una necesidad. En 1994, nuestro pueblo vivía, por un lado, en una situación común a la del resto de pueblos europeos y, por otro lado, vivía una situación diferente. Lo igual y lo diferente son una unidad de contrario que se inscribe dentro de la relación entre lo universal, lo particular y lo singular.

Estos criterios son fundamentales para entender qué ha ocurrido en dos décadas, qué se mantiene y qué cambia, y qué alternativas nuevas debemos crear a partir de lo anterior. Si no recurrimos a este método caeremos en el error de creer que apenas hemos logrado avances en estos años, que la heroica lucha ha servido para muy poco, o de nada, que debemos tomar caminos absolutamente nuevos e incluso opuestos a los anteriores.

Un punto central que entonces no pasó desapercibido fue el de afirmar el contenido de necesidad de la independencia. Para la militancia abertzale que debatió el texto, la independencia era algo superior a un derecho, No era una consigna extremista causada por la deriva voluntarista de un supuesto sueño romántico creado en el siglo XIX, el nacionalismo, como sostienen intelectuales orgánicos de los Estados español y francés. Era un paso imprescindible para garantizar la supervivencia del pueblo vasco como realidad nacional autoconsciente, y por eso mismo era una necesidad vital para su pueblo trabajador.

Ejercitar un derecho puede ser opcional según su contenido y según las circunstancias, pero tal opción va convirtiéndose en necesidad perentoria en la medida en que ese derecho es sistemáticamente negado; y en la medida en que, además, se agravan las condiciones vascas e internacionales, en esa medida, la urgencia del derecho se convierte en necesidad pura. Esto es lo que ha ocurrido en las dos últimas décadas: los derechos oficiales de la sociedad burguesa están siendo reducidos a su mínima expresión mientras que, por el lado contrario, aumentan las necesidades prácticas e inmediatas de los pueblos, clases y mujeres explotadas.

La licuación de los derechos burgueses que pueden beneficiar a las clases y pueblos explotados va pareja al fortalecimiento de aquellos otros derechos del capital que benefician a los Estados imperialistas y a sus clases dominantes: menos para los primeros y más para los segundos. En los últimos veinte años este proceso ha sido planificadamente intensificado y extendido por una alianza internacional de las burguesías más poderosas del mundo, las occidentales, para recuperar en la medida de lo posible el dominio y control imperialista del que gozaban mal que bien hasta la Gran Crisis de 1968-1973 y cuyas secuelas seguimos padeciendo en algunas cuestiones centrales.

El contenido de necesidad de nuestra independencia se ha ido agudizando precisamente como efecto de esta estrategia imperialista que responde a las crecientes contradicciones que dificultan la acumulación ampliada de capital desde la década de 1970 a pesar de los tenues, puntuales y fugaces repuntes del beneficio en determinadas economías.

 

2. Independencia o vasallaje

 

Desde que se redactó el texto Euskal Herria necesita la independencia, el capitalismo mundial ha ido bajando imperceptiblemente por un sendero descendente hasta estrellarse en la Gran Crisis iniciada en 2007-2008. Ya mientras se redactaba borrador del texto al que nos referimos se agudizaban las contradicciones que estallaron en la crisis mejicana del Tequila de ese mismo 1994. La insolvencia financiera mexicana fue la excusa para que Estados Unidos diera el último asalto contra la independencia del Estado de México sostenida desde 1938 en la nacionalización del petróleo.

Desde 2013 se acentuaba la claudicación nacional de la burguesía mexicana ante las presiones imperialistas, claudicación nacional burguesa definitiva desde 2015 cuando se decretó la privatización del crudo hasta entonces propiedad del Estado: cualquier recuperación seria de la independencia mexicana debe basarse en la re-nacionalización del crudo, tarea que solo las naciones y clases oprimidas de México están dispuestas a realizar. Un proceso inverso al venezolano, donde la movilización del pueblo y la coherencia nacional de Chávez llevaron desde 2003 a una política de «plena soberanía petrolera» como una de las bases de la independencia real del país, reconquista que se afianzaría en 2007.

La crisis del Tequila de 1994 es triplemente ilustrativa para nuestra independencia como necesidad: una porque demuestra que ya no es posible una independencia auténtica dentro de las cadenas financieras imperialistas: en realidad esto ya se había confirmado muchas veces con anterioridad en casos que no vamos a repetir por conocidos, aunque sí debemos recordar que una de las grandes contradicciones que precipitaron el desplome del «socialismo del Este» fue la impagable deuda que contrajo con el imperialismo, mientras que la supervivencia de China Popular, Vietnam, Cuba, etc., es debida a que han sabido mantener su independencia financiera, además de otros méritos obvios.

El capital-dinero, sobre todo en su forma especulativa, o si se quiere el «dinero» en sí mismo como receptáculo de poder de explotación social, es irreconciliablemente antagónico con la independencia de los pueblos que no aceptan sojuzgación alguna, porque el «dinero» en cuanto «gran igualador» reduce todo a mercancías, como el euro ha reducido a Grecia a mercancía con la que Alemania ha ganado 100.000 millones de euros: mercancía e independencia popular son enemigos mortales.

Lo que se denomina «vasallaje financiero» de países endeudados hacia potencias prestamistas e incluso a grandes banqueros se instauró de forma irreversible en el tránsito del siglo XV al XVI, se expandió desde entonces. A finales del siglo XVIII J. Adams, presidente de Estados Unidos, sentenció que había dos formas de esclavizar a un pueblo: con las armas o con la deuda. La deuda de los imperios chino, ruso y turco hacia los financieros europeos y yanquis a finales del siglo XIX eran minúsculas comparadas con las actuales de los Estados, empezando por Estados Unidos y Alemania, por ejemplo; pero los financieros de entonces tampoco las quisieron perdonar, como tampoco lo han hecho ahora, imponiéndoles feroces programas de austeridad social para pagarlas. La lección de la historia es aplastante: tales exigencias salvajes fueron una de las razones decisivas por las que, en un primer momento, esos imperios entraron en una crisis interna gravísima que, en un segundo momento y con tiempos desiguales pero combinados, provocaron revoluciones de liberación nacional de clase como la rusa y la china, y revoluciones políticas como la turca.

Algo más tarde, en los años veinte, la deuda de Gran Bretaña con respecto a Estados Unidos a raíz de los préstamos de la Primera Guerra Mundial permitió a los yanquis imponerles severas tasas a sus productos, siendo uno de los primeros indicios de la pérdida de independencia real del obsoleto imperio británico con respecto al expansivo imperialismo norteamericano, dependencia fáctica multiplicada entre 1939-1945, asumida en 1953 cuando Estados Unidos obligó a los aliados y a Gran Bretaña a perdonar la deuda de reparación contraída por Alemania en la Segunda Guerra Mundial para acelerar su industrialización y endurecer el ataque global a la URSS, pero creando uno de los problemas que minan a la Unión Europea acrecentado por su humillación a Grecia: la falta de credibilidad histórica del mal llamado «proyecto europeo».

El fin de la independencia práctica británica llegó en la guerra de Suez en 1956 al tenerse que comer su orgullo militar cuando Estados Unidos le ordenó abandonar el campo de batalla que tenía ganado, genuflexión realizada también por el Estado francés. Estas lecciones volvieron a confirmarse de manera trágica para la derecha añorante británica cuando en 1982 Margaret Thatcher tuvo que implorar el decisivo apoyo de la OTAN y de Estados Unidos para poder recuperar las islas Malvinas venciendo a un débil y desmoralizado ejército argentino. Aunque suene fuerte y contradiga la lógica formal: no existe independencia burguesa de Gran Bretaña, sino lazos de dependencia negociada permanentemente con Estados Unidos, la Unión Europea y el capital financiero internacional que tiene en la City londinense una de sus plazas fuertes.

Ahora, mejor decir desde finales del siglo XX, asistimos al «vasallaje financiero global» hacia una infinitesimal clase financiero-industrial de altas tecnologías que se protege tras el imperialismo occidental y que hace que sus capitales internacionales crezcan en los mercados financieros del 5% en 1960 al 47% en 2001 y al 78% en 2012. Apenas quedan «capitales financieros nacionales» y estos se concentran principalmente en Estados Unidos, Europa y Japón. De 2000 a 2012 el capital financiero transnacional ha aumentado 2,6 veces más que el PIB mundial, un 105% del primero frente a un 39,8% del segundo. Incremento económico reforzado por un aumento de la inmunidad legal que empieza a imponerse a los pueblos mediante la fuerza del imperialismo, con los apoyos de las burguesías estatales sumisas por interés al «vasallaje financiero global».

Más modestamente, nuestra historia nacional aporta ejemplos aplastantes al respecto. Veamos solo tres: uno, durante las dos guerras del siglo XIX llamadas «carlistas» por la historiografía española, que fueron guerras de resistencia nacional precapitalista, uno de los mayores frenos de los Estados vascos que existieron de facto en ambas era su extrema dependencia financiera pese a la alta efectividad administrativa que desarrollaron. Otro, en la heroica Comuna de Donostia, de verano de 1936, la mayoría de las fuerzas políticas se negaron a nacionalizar el capital privado guardado en el Banco de Gipuzkoa, política que se mantuvo también en Bizkaia hasta su total ocupación por ejército internacional franquista, lo que imposibilitó mejorar el armamento del ejército vasco. Y, tres, el secreto último del Concierto Económico de la CAV, que el PNV tiene como su gran conquista, es que se integra como parte subsumida del poder financiero del Estado español que a su vez es dependiente de la llamada Troika.

 

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