El doscientos natalicio de Marx está siendo objeto de una impresionante masa de textos, reuniones, debates sobre la pertinencia de su obra: cuando el río suena agua lleva. En Euskal Herria, además, el cincuenta aniversario de la muerte de Txabi Etxebarrieta en un enfrentamiento con la Guardia Civil también es motivo de reflexión y no solo de recuerdo. Sin embargo, son muy escasos los análisis sobre sus aportaciones a la toma de conciencia revolucionaria de la juventud. También aquí funciona la sutil represión del poder adulto en su forma de «izquierda» sobre la juventud para impedir que esta piense más allá de lo permitido por las organizaciones adultas.
¿Qué pueden enseñar hoy Marx y Txabi Etxebarrieta a la juventud trabajadora que se enfrenta a situaciones tan diferentes a las que vivieron ambos revolucionarios cuando eran jóvenes? ¿Qué valía y actualidad tienen para una juventud que ve cómo el mundo burgués le niega el presente y ya le ha negado el futuro? Responder a esta pregunta nos exige basarnos fundamentalmente en su praxis porque, hasta donde llegan nuestros conocimientos, no dejaron nada escrito sobre el tema.
Pero también nos exige situarnos autocríticamente ante la juventud afirmando que «debemos estar incondicionalmente a favor de la independencia orgánica de la unión juvenil y no solo porque esta independencia sea temida por los oportunistas, sino por la esencia misma del asunto. Porque sin una total independencia, la juventud no podrá formar de sí misma buenos socialistas ni prepararse para llevar el socialismo hacia delante», como sostuvo Lenin en diciembre de 1916 en su lucha contra el reformismo –véase: Necesaria y urgente lucha contra el poder adulto, 7 de abril de 2014, a libre disposición en la Red.
Marx y Txabi aportan, antes que nada, una praxis de rebeldía contra el poder adulto tal cual existía en aquellos momentos. En diversos textos y charlas hemos debatido sobre el poder adulto, viendo cómo el poder patriarcal es una de sus bases irrenunciables. Pues bien, si nos fijamos, existen muchos más escritos sobre la ejemplaridad de los revolucionarios que las que aportan las revolucionarias, cuando éstas tienen muchos más méritos y enseñan muchas más lecciones.
Por ejemplo, Flora Tristán, quince años mayor que Marx, tuvo una influencia esencial en el Manifiesto comunista, escrito cuatro años después de su muerte prematura en 1844. Flora Tristán luchó no solo por la revolución socialista y por la vital participación en ella de la mujer trabajadora, sino que también defendió diariamente el derecho de toda mujer a no ser avasallada, vejada, sobreexplotada, violentada en todos los sentidos por los hombres de su entorno, sobre todo maridos, amantes, familiares, conocidos... Su combate contra la institución familiar y matrimonial ha pasado a la historia del feminismo socialista como la demostración de que no existe futuro posible dentro de esas cadenas: el feminismo burgués, con todas sus variantes reformistas, nunca podrá llegar a aquel nivel de verdad y praxis emancipadora.
Por ejemplo, cuando Txabi empezaba a militar en ETA, esta organización ya había declarado en un documento de finales de 1964 –Carta abierta de ETA a los intelectuales vascos– el papel de la liberación de la mujer en la revolución vasca, estableciendo la costumbre de la presencia periódica de artículos sobre la opresión patriarcal en los diversos medios de prensa de la Organización. Más aún, en las muy duras condiciones de clandestinidad, con los grandes riesgos de exilio, tortura, cárcel o muerte, mujeres militantes asumieron las mismas o más responsabilidades objetivas que los hombres por cuanto que la violencia machista del imperialismo español estaba especialmente activa en las torturas contra las mujeres. Por tanto, ni Marx ni Txabi estaban fuera de un contexto de lucha anti patriarcal.
Veamos, entonces, al menos cinco lecciones que pueden aportar a la lucha actual de la juventud trabajadora. Una, cada uno de ellos se enfrentó al poder adulto según sus condiciones. En su biografía de Marx, Elleinstein dice que a partir de 1835, con solo 17 años, Marx «parece romper de una manera brutal el cordón umbilical que le ata a su familia». Desde entonces y por los avatares de la lucha revolucionaria, los exilios, las largas distancias, etc., las relaciones con la familia se mantendrán de una forma u otra por cauces varios, hasta clandestinos, pero nunca se romperán. Txabi contaba con la ayuda inestimable de su hermano para avanzar en su experiencia clandestina sin tener que forzar un corte duro con su familia. Salvando las distancias, en ambos casos sus entornos familiares no fueron autoritarios, instrumentos del poder adulto más reaccionario. El que fueran hombres les ayudó mucho en su independización de la familia, sin duda: las mujeres lo tenían y tienen mucho peor. Por ejemplo, Jenny, que sería compañera de por vida de Karl y militante imprescindible para la formación del marxismo, tuvo que mantener en secreto durante siete años sus relaciones.
Son notables las diferencias entre la Alemania de 1835, la Euskal Herria de 1965 y la de 2018, pero a pesar de ellas, el poder adulto sigue siendo hoy mismo un sostén básico del capitalismo y de la opresión nacional, en sus cuatro manifestaciones más importantes: imposición a la infancia y juventud de la dependencia psicológica y afectiva hacia el poder genérico, incluido el de las direcciones adultas de la izquierda sobre la juventud militante; imposición, además, del individualismo burgués y de su ideología patriarcal tal cual ayuda a elaborarla la estrategia del Estado; sistema de control, vigilancia y (re) presión familiar y contextual para combatir la radicalización juvenil; y sistema de reproducción de las relaciones de explotación mediante el chantaje de que «cuando seas mayor...». Aunque se suavicen algunas formas del poder adulto por razones de eficacia alienadora, su esencia sigue intocable: basta ver ese instrumento de idiotización juvenil que es EITB.
Dos, en uno de sus primeros escritos Marx afirmó que la historia es la gran maestra de la humanidad, concepción materialista que enriquecerá con la dialéctica de la unidad y lucha de clases, pero no era un estudiante sistemático sino un juerguista seducido por la cerveza que gastaba más de lo que podía pagar y se peleaba en duelo: todavía con 18 años no era sospechoso de actividades ilegales. Tenía potencial de artista, de poeta. Pero con 20 años se mete de lleno en la lucha teórica al poco de haber empezado su estudio de Hegel. Lee todo lo que cae en sus manos y de casi todo extrae apuntes y notas, pero sigue con las fiestas aunque ya bajo el ojo policial que informa sobre la «vida disoluta» del grupo de estudiantes en peligrosa radicalización. Con 22 años tiene que tomar precauciones porque la policía conoce su fama de radical hegeliano muy formado intelectualmente para su edad.
Exceptuando la adoración a Baco del joven Marx y añadiendo la responsabilidad que asumió el joven Txabi con justo 18 años como criterio juvenil muy probablemente al querer ayudar a su hermano José, afectado por una enfermedad que no le impidió la militancia, la juventud del vasco no se diferencia de la del alemán en cuanto al valor decisivo que otorgaron a la formación teórica e intelectual como elementos insustituibles de la praxis. En la Facultad de Economía, Txabi encontró un núcleo clandestino ya formado y pronto destacó en él por su sistematicidad y capacidad de ir a la raíz de los problemas. Sus lecturas eran múltiples pero, al igual que en Marx, el caos intelectual aparente ocultaba un rigor metódico que le venía asegurado por su inserción en un colectivo que le orientaba. Ya a los 22 años había demostrado que era capaz de dirigir los debates cruciales que conocemos como la V Asamblea. Caería muerto un años después en un enfrentamiento con las fuerzas de ocupación.
En sus contextos, utilizaron la Universidad como trampolín para la desalienación y para el desarrollo de su conciencia socialista y su inserción en las clases y naciones explotadas. La mayor parte de la juventud trabajadora, y menos las jóvenes, tenían vetados esos estudios superiores. Ahora, tras el fugaz fulgor de la «educación pública» la juventud trabajadora está siendo expulsada de la Universidad, al igual que se le recortan los pocos derechos sociales, sexuales, educativos, democráticos, etc., que consiguió con su la lucha de liberación nacional de clase. Como entonces, la Universidad vuelve a ser de manera descarada una fábrica de fuerza de trabajo cualificada, compleja, pero también un reservorio de paro juvenil estructural que, más adelante, ha de aceptar la precariedad sumisa y el empobrecimiento relativo.
Si para los y las jóvenes militantes de las épocas de Marx y Txabi, la Universidad era un campo de aprendizaje y de lucha, ahora esta necesidad es más perentoria que nunca porque debe combatirse a la universidad-empresa desde dentro, debe empezar a diseñarse una universidad nacional vasca basada en la reunificación del trabajo manual con el intelectual a la vez que antipatriarcal, dentro de una estrategia de universidad popular basada en la pedagogía socialista, y para eso la juventud vasca cuenta con la tremenda experiencia acumulada y con las aportaciones teóricas y éticas de los profesores represaliados y reprimidos por la UPV.
Pero la lección más enriquecedora que se extrae es que en el capitalismo actual y bajo la opresión nacional de clase que sufrimos, la praxis teórica siendo siempre necesaria, lo es ahora infinitamente más que en 1835 y 1965 por la gran complejización de la realidad. Una praxis que no sea fríamente teoricista, gris, sin contenido estético. Hemos visto que el joven Marx tenía un potencial poético que más adelante transformó en su capacidad para hacer de El Capital un «todo estético». Sabemos que las inquietudes artísticas de Txabi se plasmaron abiertamente en las portadas de los esclarecedores Zutik 45 y 46 con sendos dibujos de Oteiza e Ibarrola respectivamente. El arte, cuando lo es, tiene una carga emancipadora potentísima como lo aprendió la misma izquierda abertzale.
La juventud que por circunstancias de clase es llevada a la fábrica de fuerza cualificada de trabajo, debe buscar las vías de militancia en común con la juventud trabajadora sometida a una educación profesional como fuerza de trabajo de cualificación media o baja. Junto a esto, y en unión a la juventud obrera, ha de realizar una crítica implacable de la indiferencia de la izquierda cuando no su rechazo abierto o cínico a la formación teórica de la militancia. Estamos ante uno de los retrocesos más dañinos por parte de la burocracia adulta: hacer creer a la juventud que el pensamiento crítico y la dialéctica ya no son necesarias.
Tres, hemos dicho que la previa existencia de colectivos que cuidaban la educación crítica facilitaron a Marx y Txabi su militancia teórica. Marx siempre mantuvo relaciones con una red clandestina superviviente a la autodisolución de la Liga de los Comunistas. En la dictadura prusiana y franquista estos colectivos aseguraban medios, relativa seguridad, orden de debate y caudal informativo sin el cual era imposible el contraste con la realidad. No creamos que en la «democracia» actual se han superado para siempre esas dificultades: es verdad que dicen que existen «derechos» y «libertades» entonces perseguidas, pero no es menos cierto que el capitalismo contemporáneo ha anulado su efectividad mediante mecanismos integradores y represivos entonces inexistentes. La necesidad de la organización de vanguardia no desaparece porque la burguesía haya concedido algunas libertades para integrar la lucha en el laberinto parlamentario e institucional, sino que este avance de la lucha exige una mejor organización precisamente para evitar ser absorbida por esa trituradora mediante la lucha de clases en la calle que debe primar táctica y estratégicamente sobre la siempre limitada acción institucional.
Pero la juventud tiene una específica urgencia organizativa independiente, como ya reconociera Lenin en diciembre de 1916. Es un craso error reducir el problema a la necesidad de la política adulta. Cientos de jóvenes, especialmente mujeres, se desaniman cuando ven que no existen condiciones mínimas de acción en problemas cruciales, bien porque la izquierda adulta pasa de ellas y ellos e impone su visión de tal forma que la juventud más pronto que tarde se cansa de ser manipulada, bien porque no existen organizaciones juveniles independientes respetadas por la izquierda adulta.
Cuatro, en la juventud de Marx el derecho a la resistencia se daba por incuestionable, aunque no estaba suficientemente teorizado. Un hecho que le impacto cualitativamente cuando tenía 24 años, en 1842, fue la represión desatada por el robo de leña en unos bosques que anteriormente eran comunales y luego habían sido privatizados. La defensa del derecho de resistencia y rebelión se fortaleció en él cuando descubrió que la propiedad burguesa se asienta en buena medida en la privatización violenta de los bienes comunes, y de los muy reducidos bienes de los campesinos y artesanos empobrecidos. Descubrir las contradicciones sociales que explican ese proceso fue para él una necesidad inserta en la necesidad de la violencia necesaria para recuperar la propiedad comunal expropiando a los expropiadores. Su descubrimiento de una constante histórica que aterra y causa pánico en todas las clases opresoras, la dictadura del proletariado, ha sido confirmado positiva y negativamente por la realidad, a pesar de los desesperados esfuerzos del reformismo por negar su valía científica.
Txabi se formó en un contexto en el que la teoría marxista de la lucha de clases se debatía desde hacía décadas a pesar de la represión franquista. Su muy pronta conexión con el movimiento sindical clandestino, con las tertulias semiclandestinas, sus estudios personales y su vida militante llena de peligros mortales... le prepararon para dar el salto psicológico liberador, el salto cualitativo político y ético-moral desde el pacifismo absoluto –inmoral en sí mismo– a la práctica de la violencia defensiva como mal-menor-necesario y como recurso táctico supeditado al permanente análisis estratégico de sus efectos. No fue una reflexión liberadora aislada, individual, sino colectiva, como había sido la de Marx. Y es que el enriquecimiento de la teoría marxista de la violencia siempre se ha dado mediante la praxis de masas explotadas, pensamiento colectivo que se autodesarrolla en respuesta a la previa violencia opresora, estructurante y objetiva.
Ninguna persona nace violenta, en todo caso con un instinto de agresividad defensiva puntual moldeado socialmente: son las contradicciones sociales las que le hacen violenta en cualquiera de sus muchas formas. El poder adulto mal-educa a la infancia y a la juventud en dos sentidos opuestos: por un lado, le hace creer en la virtud del pacifismo absoluto; por otro lado, le hace creer que la violencia injusta es necesaria para mantener el orden. Atrapada en esta esquizofrenia y en esta mentira, y sujeto pasivo de múltiples tensiones, disputas y violencias cotidianas, mucha juventud se desorienta, y la masculina casi en masa pero también sectores de la femenina, asumen la violencia patriarcal, racista, cultural, nacional dominante, deportiva, etc., en el mejor de los casos como «defectos» secundarios de una sociedad pacifista. La burguesía, que transpira violencia, puede así propagar la mansedumbre y la resignación, con innegables dosis de sadomasoquismo en las estructuras que legislan, juzgan y ejecutan la violencia capitalista. La burguesía tiene en el reformismo pacifista un aliado insustituible, de oro, sobre todo cuando éste fue una coherente fuerza emancipadora.
Y cinco, aunque el joven Marx dilapidaba en fiestas el dinero que le mandaba su familia, con las lecciones que imponen la vida y la conciencia, aprendió a no venderse al capital, mantuvo su independencia personal con un costo muy duro para él y para su familia: la extrema pobreza que llegó a matar de hambre y enfermedad a tres hijos. En realidad, buena parte su vida fue como la de una familia proletaria empobrecida al extremo. Con 30 años gastó casi toda una herencia
que podría sacarle de la pobreza para comprar armas para matar burgueses en la revolución de 1848. Txabi, por su parte, sacrificó un futuro prometedor como economista burgués para morir matando a la edad de 23 años. Txabi fue casi premonitor de su muerte al escribir que no pasaría mucho tiempo antes de que muriera un miembro de ETA: fue él. Ambos podían haber vendido su ética al fetiche mercantil y a la vida holgada del repelente burgués cuya única axiología es la tasa de beneficio.
Las cadenas de oro del consumismo, la presión y el chantaje afectivo que hace el poder adulto sobre la juventud para que «no se meta en líos» y «triunfe en la vida», el imperativo categórico de la «buena» apariencia externa para encontrar un trabajo explotado con salario menos injusto... Estas y otras fuerzas alienadoras que en parte hemos visto en el punto anterior, son eficaces instrumentos que atan a amplios sectores juveniles a la ficción de la libertad tolerada: son los esclavos felices en su miseria. Otros intuyen o saben por la amarga malvivencia diaria que nunca saldrán del horror cotidiano optando el escapismo de las drogas: son los esclavos infelices que recurren a estos opios para buscar un poco de calor en un mundo gélido. Pero a lo largo de la historia, desde la primera Lilith que desobedeció a Yahvé, centenares de miles de jóvenes, por no decir millones, abrieron los senderos de la ética de Marx y Txabi,
La juventud debe aprender de la praxis de Marx y Txabi, de todo el movimiento revolucionario, para no atragantarse con ruedas de molino y no precipitarse en el abismo siguiendo los cantos de sirena del capital.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 14 de junio de 2018