“Somos exhortados a ser normales obedeciendo a las leyes, honrando al padre y a la madre, vistiéndonos como requiere nuestra condición social, teniendo las distracciones y las costumbres de nuestro propio ambiente, comportándonos de modo tranquilo y sensato, así sucesivamente. La normalidad viene prescrita como una serie variable (según las clases) de códigos de comportamiento; si ésta es violada intervienen la represión judicial y la psiquiátrica, en particular si el sujeto pertenece a clases sociales subordinadas”

Giovanni Jervis[1]

 

0.- PRESENTACION:

 

El Diario digital Insurgente ha pedido a varias personas que expongamos nuestras ideas acerca del derecho a la desobediencia. Pienso yo que la verdadera cuestión no es la del simple derecho sino la de la necesidad de la desobediencia. Me explico. Sí pienso que existe el derecho a la rebelión y a la insurgencia, el derecho extremo al recurso a la violencia defensiva ante la opresión y la explotación, ante la injusticia que no decrece sino que aumenta. Pero pienso que antes de este derecho humano elemental existe la necesidad de la desobediencia al poder establecido, la desobediencia a la ley injusta, a las órdenes que refuerzan la dominación en cualquiera de sus formas. Más aún, como luego explicaré, defiendo que puede llegar el momento en el que el derecho a la rebelión puede transmutarse en necesidad de la rebelión, y que incluso en muchos momentos de la historia humana las masas explotadas han comprendido que era llegado el instante del salto cualitativo del simple “derecho” que se ejerce si se quiere o no, a la “necesidad” conscientemente asumida de ejercer la autodefensa colectiva y/o individual frente a la violencia opresora estructural, fundante y previa ejercida contra una persona o contra un colectivo.

El texto que se presenta tiene tres grandes partes divididas en los apartados enunciados. La primera parte expone muy brevemente algunas de las cuestiones de fondo estudiadas por las varias corrientes que pueden incluirse en eso que de forma genérica y laxa se define como “freudo-marxismo” o “izquierda psicoanalítica”, etc., con sus conexiones más o menos tensas con la psiquiatría crítica y la psicología social y materialista. En la segunda parte se pasa a aplicar algunas de las consideraciones anteriores a las formas de acción de la industria político-mediática de la manipulación de la estructura psíquica de masas, con especial atención a las interacciones entre el consumismo y la tendencia ascendente al neofascismo, al autoritarismo y a la política punitaria del capitalismo actual. En la tercera y última parte, ya sin citas ni bibliografía, se hace un rápido análisis de las relaciones de la desobediencia con la dialéctica del contrapoder, del doble-poder y del poder revolucionario, tanto en las luchas individuales y falsamente “privadas” como en las grandes confrontaciones sociales.

Hay que advertí a la lectora y al lector que muchas afirmaciones se dan por sentadas porque ya están expuestas más en detalle en muchos textos anteriores, que no vamos a citar aquí y que se pueden encontrar en Internet

 

1.- LA TRAMPA DE LAS DEFINICIONES FORMALES

 

Sabemos que, por definición y valga la redundancia, toda definición encasilla, reduce e inmoviliza procesos en movimiento, interrelacionados y contradictorios, y más todavía cuando tratamos de cuestiones esencialmente humanas como la desobediencia y la rebelión. Además, dada la complejidad de las interacciones permanentes que se producen entre todos los componentes de la realidad y especialmente en la problemática de la vivencia subjetiva de los límites racionalmente tolerables de la explotación y opresión que se sufre, resulta problemático llegar a discernir con detalle donde acaba el derecho y donde empieza la necesidad de la violencia defensiva. Como ejemplo de lo dicho veamos un poco las definiciones formales de “obediencia”, “derecho” y “necesidad” ya que en cuanto realizadas desde la lógica formal tienden a beneficiar al poder establecido.

Siempre es más fácil dejarse llevar por tópicos simplones y que no exigen reflexión crítica alguna, que plantearse en todo momento una duda sistemática que nos obliga a un cuestionamiento radical de la realidad en la que creemos vivir cómodamente. Como veremos dentro de poco, las dificultades que ha tenido y tiene el movimiento revolucionario para enfrentarse con eficacia a la doble trampa de la obediencia normalizada y del pensamiento amaestrado, radican en buena medida en su incapacidad para independizarse del agujero negro de las definiciones formalistas, tan cómodas, fáciles de explicar y que anclan en la credulidad social.

Hemos escogido la Enciclopedia Salvat-El País porque nos sirve para mostrar todas las limitaciones de la ideología burguesa al respecto en su forma más demagógica, la propagada por una empresa transnacional dedicada a la industria de la manipulación político-mediática, empresa esencialmente unida a la socialdemocracia europea y al PSOE en el gobierno del Estado español. Si leemos las definiciones de obediencia, obedecer, obediente, etc., que ofrece la enciclopedia Salvat-El País, vemos: “Cumplir la voluntad de quien manda”, y sobre todo en la acepción “obediencia debida”: “Acatamiento y ejecución de la voluntad (órdenes) de un superior jerárquico, circunstancia que descarga de culpa al que obedece precisamente por estar sometido a su autoridad y dependencia jerárquica”. Es obvio que el grupo Prisa no se ha preocupado en criticar esta acepción de “obediencia debida” porque fue y sigue siendo la excusa empleada para permitir que siga en los puestos de mando toda la estructura militar franquista, toda la policía y restantes cuerpos represivos, sin haber pasado nunca por la “justicia” por sus crímenes durante el casi medio siglo de dictadura franquista, durante la “transición” y recientemente.

Además, en ningún momento se dice nada sobre la compleja interacción de factores de todo tipo que condicionan la práctica diaria de la obediencia y de la desobediencia como veremos en su momento, y sólo muy superficialmente se dice que obediente es el “propenso a obedecer” pero nada más, aunque sí resultan totalmente ilustrativas las siguientes acepciones: “Ceder el animal con docilidad a la dirección que se le da”, “Acudir el toro al engaño”.[2] Recordemos estas directas referencias a la obediencia de los animales porque volveremos a ellas en su momento cuando analizamos la “figura del Amo” y el papel que pudieron jugar las enseñanzas aprendidas por los humanos en la domesticación de algunas especies gregarias en la formación de los controles sociales y de las obediencias correspondientes.

En cuando a “derecho” se entiende, además de otras acepciones, también: “Facultad natural del hombre para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de su vida”.[3] ¿Quién o qué define lo que es la “legitimidad” que sustenta el derecho? Aquí empiezan las contradicciones inherentes a las definiciones atadas a la lógica formal. Históricamente, en toda sociedad explotadora la legitimidad la define su clase dominante gracias al concurso de su Estado, además de otras instancias. Pero la contradicción interna se hace irresistible cuando leemos la segunda parte de la definición: “...que conduce a los fines de su vida”. ¿Cuáles son éstos y quien o quienes los determinan? A lo largo de la historia, la minoría dominante propietaria de las fuerzas productivas ha pretendido imponer a la mayoría un sentido y fin de la vida reducido a la mansedumbre ante la explotación, pero las gentes, los pueblos, las clases se han sublevado porque no aguantan que el fin de su vida abandonadas una vez que han agotado irremisiblemente su capacidad y fuerza productiva.

Por tanto, la definición restrictiva de “derecho” es relativa a las contradicciones sociales en las que se viva o se malviva, debido a lo cual la solución no es otra que la propia práctica de masas en la historia. ¿Qué han hecho las gentes oprimidas cuando se les ha acabado la paciencia, o han superado el miedo o se han convencido de que son mentira las religiones y los argumentos del poder? Dicho a grandes rasgos y sin mayores detalles, pasar de la obediencia a la desobediencia, de ésta a la resistencia y, dependiendo de los casos y al final del proceso, a la rebelión. Semejante experiencia histórica ha sido tan frecuente que no tardó en surgir un “derecho de resistencia” teorizado no sólo en el plano sociopolítico sino también en el ético,[4] del mismo modo que el derecho a la rebelión aparece expresado ni más ni menos en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de esta forma tan explícita: “Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

Pero nada de esto aparece en la enciclopedia profusamente divulgada por la transnacional Prisa: no sólo no existen estos derechos que la humanidad explotada ha practicado sin remordimiento alguno, sino que, además, en caso de existir algo parecido sería sólo el “derecho de pataleo”: “desahogos o quejas inútiles del que ha sido contrariado en sus derechos o aspiraciones”.[5] Así, el “supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”, reconocido por la ONU, es reducido por PRISA a un ridículo y ridiculizable “derecho de pataleo”.

Durante el proceso ascendente que va de la desobediencia a la rebelión, pasando por la resistencia, proceso en el que tienden a interrelacionarse todas las formas de lucha, la desobediencia termina apareciendo más que como un derecho, como una necesidad que surge de la vida misma, como un acto necesario para posteriores avances. Ahora bien, ¿Qué es entonces la “necesidad” y lo “necesario”? Volviendo a la misma enciclopedia, vemos que hay varias definiciones de “necesidad”, algunas de ellas irreconciliables entre sí como, por ejemplo, la de la ideología neoliberal y marginalista, que es la de la burguesía más reaccionaria, y la de Marx y a Engels que esta enciclopedia desfigura en tres modelos de necesidad diferentes: la necesidad formal o artificial, la necesidad-escasez y la necesidad- depauperación. Y sobre lo que es “necesario” leemos: “Que es menester indispensable o hace falta para un fin”[6]. ¿Qué fin? ¿Y si ese fin está prohibido e ilegalizado? ¿Qué hacemos entonces?

 

2.- LA PRAXIS COMO ALTERNATIVA

 

La única respuesta efectiva a esta pregunta no es otra que el ahondamiento, extensión e intensificación de la praxis. De hecho, esto es lo que la humanidad ha venido haciendo desde hace milenios. En el principio fue la acción, dijo Goethe; y esta acción fue más desobediente que obediente. He razonado esta afirmación en otros textos y no me extiendo ahora. Digo que es la única respuesta porque tarde o temprano la obediencia sistemática termina chocando con la desobediencia, su opuesto irreconciliable con el que, empero, mantiene una unidad dialéctica irrompible mientras duren las condiciones estructurales que generan ese conflicto. La praxis como permanente interacción entre la mano y la menta, la acción y el pensamiento, el hecho y la palabra, aparece como la exclusiva posibilidad de romper esas condiciones estructurales, ya que, de suyo, la obediencia se caracteriza por tener un fondo dogmático.

Precisamente, han sido las corrientes dogmáticas dentro de lo que definen impropiamente como “izquierda” –socialdemocracia, stalinismo y eurocomunismo, básicamente—, las que, por un lado, se han mostrado incapaces de realizar un combate sistemático y radical contra la obediencia y, por otro lado, se han mostrado incapaces de comprender la dialéctica entre las denominadas “condiciones objetivas” y “condiciones subjetivas”, o en otros términos, entre la denominada infraestructura económica y la superestructura ideológica. La incapacidad para comprender la dialéctica obediencia/desobediencia surge del mecanicismo determinista que sólo valora lo objetivo y lo socioeconómico, negando su interacción permanente con lo subjetivo e ideológico, por llamarlos de algún modo. Rota dicha dialéctica, los mecanicistas y deterministas han derivado rápidamente a la primacía de la obediencia, y a la represión de la desobediencia.

Mas no debemos cometer el error de creer que éstas son las únicas razones a favor del autoritarismo, también y junto a ellas, ha intervenido e interviene de forma decisiva la degeneración como casta burocrática separada de las clases trabajadoras, ya sea dentro del sistema capitalista en cuanto bloque político-sindical reformista interesado vitalmente en no perder sus puestos y en no arriesgarse en “aventuras radicales”, ya sea como casta burocrática que controla el Estado obrero degenerado y que va evolucionando paulatinamente hacia la reinstauración del capitalismo y su simultánea transformación de casta burocrática todavía no propietaria oficial y legalmente de las fuerzas productivas, en clase burguesa propietaria a título privado de las fuerzas productivas, ya de forma oficial y hereditaria.

Insisto en el papel crucial de la praxis frente a la obediencia porque aquella es eminentemente dialéctica, es decir y parafraseando a Marx,[7] es crítica y revolucionaria por esencia, no se deja intimidar por nada, no admite lo eterno e inmutable, sino que afirma lo perecedero, la negación y muerte forzosa de todo lo que existe, y es por ello el azote y la cólera de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios. Por tanto, obediencia y dialéctica, obediencia y praxis son irreconciliables. Marx detestaba especialmente el servilismo y la sumisión, la lucha era su ideal de felicidad, sus héroes eran dos revolucionarios como Espartaco en lo material y Kepler en lo intelectual, su máxima era “Nada de lo humano me es ajeno”, y “Hay que dudar de todo” su divisa predilecta.[8]

Es indudable, por tanto, que la praxis es una totalidad en acción y en pensamiento en la que intervienen todas las facetas de la vida humana, sea de forma consciente o de manera inconsciente, como los propios Marx y Engels afirmaron más de una vez. Así, la desobediencia como praxis es uno de los componentes de su dialéctica entre lo ético, lo político, lo estético, lo económico, etc.; pero insistiendo siempre que esa totalidad debe girar siempre alrededor de la acción política revolucionaria como la síntesis de las contradicciones sociales causadas por la propiedad privada de las fuerzas productivas.

Llegados a este nivel en el que apreciamos la interacción entre todos los componente de la praxis colectiva e individual, no podemos por menos que enfrentarnos al problema de las relaciones entre el complejo universo compuesto por la psicología, psiquiatría, psicoanálisis, con sus inacabables especializaciones, corrientes y hasta sectas enfrentadas, y ese no menos complejo mundo del marxismo. Desde luego, este es un debate que nos superar aquí y al que no podemos entrar. Sin embargo, conviene decir que es precisamente en el tema de la dialéctica como método en donde encontramos el eje separador entre lo reaccionario y lo revolucionario. No es casualidad, en modo alguno, que Castilla del Pino dedicara un denso capítulo a las relaciones entre la dialéctica y el psicoanálisis del propio Freud, mostrando cómo a pesar de sus limitaciones en este sentido, en realidad: “Freud hace dialéctica sin saberlo”.[9]

Tampoco es casualidad que R. Osborn, fijándose en el aspecto complementario, sostiene precisamente en su capítulo sobre la dialéctica, que el error de un marxismo mecanicista y “objetivista” puede superar mediante el aporte de Freud sobre el papel de lo inconsciente.[10] Del mismo modo, la investigadora F. Moreno dedica un capítulo entero de su libro sobre E. Fromm, autor que nos ayudará más adelante, al carácter dialéctico de la naturaleza humana y unas páginas muy esclarecedoras tanto a la dialéctica marxista de Fromm como al papel de la praxis, definiéndola como “la médula de la historia” porque es “consciente, social, universal y libre”.[11]

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[1] Giovanni Jervis: “Manual crítico de psiquiatría”. Anagrama. Barcelona. Pág.: 207

[2] La Enciclopedia. Salvat-El País. Madrid 2003. Tomo 6. Pág.: 11158


[3] La Enciclopedia. Salvat-El País. Ops. Cit.. Tomo 6. Pág.: 4366 y ss.


[4] Otfried Höffe, ed.: “Diccionario de ética”. Edit. Crítica. Barcelona 1994. Págs.: 245-246.

[5] La Enciclopedia. Salvat-El País. Madrid 2003. Tomo 6. Pág.: 4367.


[6] La Enciclopedia. Salvat-El País. Madrid 2003. Tomo 14. Págs.: 10823 y ss.

[7] Karl Marx: “Prefacio a la segunda edición de El Capital”. FCE. México. 1973. Vol. I. Pág.: XXIV.


[8] Jean Elleinstein: “Marx, su vida, su obra”. Argos Vergara. Barcelona 1985. Págs.: 285-286.


[9] Carlos Castilla del Pino: “Psicoanálisis y marxismo”. Alianza Editorial. Madrid 1971. Pág.: 60.


[10] Reuben Osborn: “Marxismo y psicoanálisis”. Ediciones de Bolsillo. Barcelona 1969. Págs.: 127-151.


[11] Florentina Moreno: “Hombre y sociedad en el pensamiento de Fromm”. FCE. México 1981. Pág.: 283.