0.- PRESENTACION
La ponencia que sigue ha sido redactada para los debates que deben tener lugar en la Escuela de Formación Continental Manuel Marulanda, a celebrar en Venezuela entre el 20 y 24 de marzo de 2009. Por un problema fortuito de salud me ha sido imposible acudir para intervenir en la Escuela y poner mis ideas a disposición de los asistentes. Envío el texto para que lo despedacen a placer. El último capítulo, el onceavo, corresponde a otro texto publicado en Internet en abril de 2007 con el título de “42 tesis sobre violencias y transición al socialismo”. Me he permitido el lujo que utilizarlo como síntesis porque conserva toda su valía dos años más tarde de su primera edición electrónica.
1.- MARX Y MARXISMO
Tenemos muy poco espacio disponible para tratar un tema muy profundo y extenso como es el de la violencia y lo militar en Marx, así que vayamos directamente al grano. ¿Por qué debemos hablar de marxismo y no sólo de Marx en esta temática, como en todas? Porque, en primer lugar, si bien es cierto que Marx fue quien mejor desarrolló lo esencial del método marxista, su dialéctica, no lo es menos que en todo lo relacionado con lo militar en concreto y con la violencia en general, fue Engels quien aportó las ideas básicas, siempre en una interacción permanente con Marx. En segundo lugar, porque antes de ellos ya existían otros socialistas y anarquistas, e incluso revolucionarios burgueses y preburgueses, que aportaron ideas sobre la violencia y lo militar que Marx y Engels integraron sin mayores problemas en su método revolucionario. En tercer lugar, porque este método fue enriquecido y ampliado, es decir, criticado dialécticamente, por otros marxistas que supieron adaptarlo a realidades apenas conocidas o desconocidas por Engels y Marx.
Y en tercero y decisivo lugar, muy frecuentemente caemos en la trampa típica del método burgués consistente en comparar a dos personas aisladas de su contexto, a dos “pensadores” individuales como si fueran dos boxeadores que se baten en el ring pero separados del mundo que les rodea. La ideología burguesa reduce a Marx a un simple y vulgar sociólogo, uno más entre la larga lista de “científicos sociales”, con sus ideas más o menos peregrinas o serias, pero negando no sólo su originalidad sino especialmente su pertenencia a otro campo del conocimiento humano radicalmente enfrentado al método burgués. ¿Cómo podemos “comparar” a Marx con Comte, Durkheim, Weber o Pareto, si no es liquidando previamente el marxismo como método revolucionario al que se enfrentaron éstos y otros muchos “científicos sociales”, por no decir todos ellos?
Teniendo esto en cuenta, el mérito de Marx radica en que descubrió la lógica interna de la violencia y de las guerras en el proceso de humanización, de autogénesis de nuestra especie, es decir, en el proceso por el cual la especie humana se hace a sí misma, se autoconstruye por sí y para sí misma. Al contrario de los idealistas que creen en diosas y dioses, en espíritus externos o en Ideas innatas a nuestra especie, y que por tanto, en última instancia, tienen que recurrir a la voluntad de los dioses y diosas, o al “pecado” humano para explicar la violencia, en contra de esto, el marxismo demuestra que ésta tiene su origen último en el control injusto de los recursos naturales y en la propiedad privada. A diferencia del humanismo burgués que sostiene que la violencia proviene de la “ignorancia”, del “egoísmo”, etc., el marxismo demuestra que éstos comportamientos responden a estructuras sociales injustas y opresores que basándose en la propiedad privada recurren a muchas formas de violencia para crear personas egoístas e ignorantes, reaccionarias, machistas y racistas, sadomasoquistas, belicistas y genocidas que reproducen colectiva e individualmente las violencias. El marxismo demuestra que tenemos que buscar las violencias no sólo en el interior de las cabezas humanas, que también pero en segundo lugar, sino sobre todo en el interior de la estructura económica, en el régimen de propiedad y de reparto. Y una vez establecido su origen material, inmediatamente debemos sintetizar la causa social y material con la causa psicológica individual.
Solamente con la aplicación del método marxista, podemos comprender en su justo alcance la dialéctica entre lo material y lo espiritual, lo social y lo psicológico en el surgimiento y estallido de las violencias, así como, sobre todo, definir qué violencias son justas, liberadoras e históricamente progresistas, y cuáles son injustas, opresoras y reaccionarias. Por ejemplo, la heroica sublevación revolucionaria dirigida por Túpac Amaru II en 1780 se inscribe dentro de una sostenida resistencia de los pueblos amerindios contra los invasores occidentales desde que éstos pisaron aquellas tierras en un desgraciado día del 12 de octubre de 1492, según el calendario europeo. Durante siglos, los pueblos amerindios recurrieron a toda serie de resistencias, desde las pacíficas, no violentas y pasivas, incluso a la huida a tierras ignotas y aún no ocupadas por el invasor, hasta las más desesperadas violencias físicas, pasando por la interacción de todas las variables posibles, incluidas las mezclas y sincretismos religiosos, culturales y folclóricos para mantener sus identidades en las peores condiciones represivas ocultas pero vivas por debajo de la apariencia católica. La revolución de 1780 fue aplastada en sangre, y ella misma tuvo que recurrir a sangrientos castigos populares contra los ocupantes para hacer justicia, recuperar lo que era del pueblo e intimidar a las fuerzas reaccionarias.
La revolución de 1780 es incomprensible sin las luchas de los siglos anteriores, y la fuerza del método marxista radica en que demuestra cómo tantos siglos de resistencia nacen de algo elemental como es la expoliación española de los recursos colectivos, del excedente social acumulado, de las riquezas culturales creadas por los pueblos. Aquellos pueblos y clases sociales no necesitaron del marxismo para sostener tantos siglos de resistencia pacífica y/o violenta, sino que se basaron en su experiencia y aprendizaje, en su deseo de acabar con la opresión. Tampoco conocieron el marxismo las masas revolucionarias haitianas a finales del siglo XVIII, pero su internacionalismo consecuente al apoyar con armas a Simón Bolívar es puro marxismo, y el brillante pensamiento de Bolívar actuaba “como marxista” cuando comprendió antes que nadie la esencia imperialista y criminal de los EEUU a comienzos del siglo XIX. Exactamente lo mismo debemos decir del resto de resistencias de las clases y de los pueblos del mundo que, por debajo de sus diferencias obvias, sin embargo tenían como causa, al final de todo análisis, la lucha contra una injusticia insufrible. En Europa, la oleada revolucionaria de 1848 se hizo prácticamente sin marxistas, la Comuna de 1871 con muy contados marxistas, y dentro de los bolcheviques y revolucionarios soviéticos en general, era muy limitado el conocimiento de las obras de Marx y Engels, a excepción de unas contadas personas.
¿Quiere esto decir que se pueden hacer revoluciones sin necesidad de la teoría marxista? ¿Quiere decir que no es necesario usar su método para resolver el problema de las violencias y de las guerras? Sin el marxismo podemos organizar, y se han organizado, masivas resistencias pacíficas y no violentas, coordinar aisladas luchas en ascenso, fijar objetivos tácticos y reivindicaciones inmediatas por las que luchar e intuir los objetivos de las minorías explotadoras, e incluso estallidos revolucionarios que han triunfado al principio, pero no podremos pasar de aquí. No podremos descubrir la lógica interna de las contradicciones irreconciliables que azuzan el malestar social y la lucha de clases. Sin este conocimiento científico-crítico los logros descritos toparán más temprano que tarde con las violencias de las clases explotadoras, centralizadas y dirigidas por su Estado. En las páginas que siguen, veremos cómo muchas luchas colectivas e individuales que buscan la libertad y acabar con la injusticia, llegan a un punto crítico en su avance en el que deben optar por una vía u otra, y entonces, en ese instante decisivo en el que se juegan su futuro, dudan, se detienen, se dividen, retroceden y fracasan, o son arrasadas sin piedad. El marxismo es la única teoría que explica qué hacer en esos momentos, por qué, cómo y para qué hacerlo, y siempre pone en el centro de su explicación y de sus objetivos tanto la existencia de la propiedad privada de las fuerzas productivas por una minoría explotadora, como la necesidad ineluctable de acabar con ella e instaurar la propiedad colectiva, común, comunista.
2.- ENERGÍA, PROPIEDAD Y EXPLOTACION:
La teoría marxista de la violencia ha quedado confirmada no sólo por la historia social, humana, como hemos visto, sino también por los estudios sobre las relaciones entre el proceso de obtención de energía, agresividad-violencia y ayuda mutua en las especies animales. Una característica de la vida en general es que tiende al ahorro de energía, a buscar la máxima productividad posible por unidad de energía consumida. En un contexto objetivo de recursos finitos y limitados, el ahorro de energía se impone a todas las especies de modo que, a la larga, se produce una interacción entre la adaptación de las especies y la optimización energética, actuando ambas unitariamente. La adaptación busca, entre otras cosas, ahorrar energía y ésta, a su vez, permite una mejor adaptación. Las fricciones entre especies que conviven en un mismo ecosistema y compiten por sus recursos, sus choques e incluso las “guerras” --no en el sentido humano y menos en el sentido actual-- entre ellas tienen su raíz básica en el lento agotamiento de los recursos energéticos disponibles para todas ellas.
Pero aquí hay que criticar y denunciar sin contemplaciones la mentira burguesa de la “ley del más fuerte”, de la “ley de la selva”, de la “violencia animal”, etc. Al contrario, muy frecuentemente en la naturaleza actúa más la interacción entre especies diferentes para optimizar conjuntamente los recursos energéticos, que su mutuo enfrentamiento mortal. La dialéctica entre adaptación y ahorro energético produce tanto una especialización en la obtención de recursos que limita mucho las posibilidades de fricciones entre las especies, como prácticas de cooperación, ayuda mutua y simbiosis para defenderse mejor de los depredadores comunes a la vez que para optimizar los recursos. Además, lo que se define como “violencia animal” se remite a buscar los recursos energéticos primero y sobre todo mediante el carroñerismo, es decir, buscar animales ya muertos para comer sus restos; después, en orden de prioridades, atacar a los más débiles, a los enfermos, a los que ofrecen menos resistencia, y por último, y cuando ya no hay más remedio, atacar a los más sanos, fuertes y resistentes.