Introducción
Existe un paradigma teórico franco-español de interpretación de la realidad que entre otras cosas se caracteriza por una visión estatato-nacional como encuadre ontológico, gnoseológico y axiológico de lo existente en su interior. Aplicado a la historia, este paradigma solucionaría todas las dudas desde dentro de la unidad material y conceptual del Estado. Un paradigma funcional a la continuidad de España y Francia como naciones únicas, aunque, en el caso español, según sus corrientes ideológicas internas, pudiera ser nación de naciones, nación política con nacionalidades culturales, nación con regiones y culturas o simplemente nación española a secas, por citar solo algunas. El jacobinismo francés es incluso más obtuso y cerrado.
Los pueblos oprimidos por dos Estados nos enfrentamos a dos historias nacionales diferentes en su forma –la francesa y la española– pero idénticas en su fondo de clase porque ambas asumen la defensa del capitalismo. Las historias que producen estos Estados llegan a ser incluso opuestas en las defensas de sus respectivos intereses estado-nacional burgueses, pero coinciden en la visión básica: las clases trabajadoras, los pueblos oprimidos, las mujeres explotadas, son sujetos secundarios y pasivos en el devenir.
Nosotros tenemos otra concepción de la historia. Pensamos que la historia gira alrededor de la formación del sujeto colectivo que, mediante luchas, errores y victorias, va tomando conciencia-para-sí de la explotación que sufre, siempre en conflicto con su enemigo de clase, la burguesía. La unidad y lucha de contrarios sociales –lucha de clases– es el motor de la historia. Desde esta perspectiva, lo fundamental es que el eje teórico gire siempre en el núcleo de la formación y evolución de la contradicción antagónica entre el capital y el trabajo. El capital no es una cosa, sino una relación social de explotación permanentemente acrecentada del trabajo explotado.
Este nivel de concreción teórica es fundamental para entender qué papel jugó la guerra de 1936-1945 en Euskal Herria, en la que nuestra nación pagó las consecuencias de estar ocupada por dos Estados y por tener en su seno burguesías reaccionarias y fascistas. La guerra convencional de 1936-1945 forma parte de una guerra social más larga que aquí circunscribiremos a las tres décadas que van de 1917 a 1953. Naturalmente, estas fechas expresan momentos significativos que simbolizan los saltos de fases concretas dentro de las dinámicas de larga duración en las emergen las contradicciones de fondo entre la evolución de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción.
Es fácilmente comprensible por qué incluimos la guerra de 1936-1945 en el período mundial abierto por la toma del Palacio de Invierno en 1917 hasta comienzos de los años 50 de ese siglo: las izquierdas tuvieron que enfrentarse a realidades nuevas en el plano teórico, político y práctico puestas a la orden del día por las aportaciones del bolchevismo, entre las que destacaban y destacan el derecho de autodeterminación, el imperialismo y la organización de vanguardia: los Estados español y francés eran –son– imperialistas que negaban –niegan– el derecho a la independencia de los pueblos que oprimían y oprimen. Las izquierdas franco-españolas, y algunas de los pueblos oprimidos siguen siendo cuestionadas en su dogmatismo estatalista por aquel 1917.
La guerra de 1936-1945 fue un conflicto bélico convencional dentro de esa prolongada guerra social que hemos delimitado en las tres décadas citadas. El concepto de guerra social proviene de la Roma del –I y hace referencia a la guerra entre varios Estados y pueblos para recibir el derecho a la ciudadanía romana tal cual se entendía en aquella época. Marx y Engels lo adecuaron a la guerra de clases en el capitalismo del siglo XIX, y su valor como concepto teórico y heurístico crece día a día.
La guerra social, visible o no, es el estado objetivo de la lucha de clases, al margen de las apreciaciones subjetivas. Toda guerra social simultanea momentos y coyunturas pacíficas y violentas según las clases y fracciones de clase que las disfruten o sufran, según las naciones que padezcan la paz del ocupante, según la resistencia de las mujeres a la violencia patriarcal, según la fuerza del racismo… Tales coyunturas y momentos se inter penetran e interactúan de manera compleja y hasta aparentemente caótica, pero coherente si se descubren la lucha de contrarios en su subsuelo. La guerra social es política y la forma más política de la guerra social es su forma bélica, armada, sea convencional o irregular, según las definiciones oficiales o insurgentes. Cuando la guerra social da el salto a guerra militar es cuando la lucha política se transforma en guerra abierta y cuando no hacen falta mayores argumentos para comprender que la guerra es la continuidad de la política por otros medios.
La dictadura militar
1917 fue un gozne como lo había sido 1871: en Euskal Herria y el Estado español coincidió con una Huelga General Revolucionaria ese mismo año, y en Euskal Herria y el Estado francés con el profundo malestar social y militar expresado en los motines de tropas iniciados en 1916. Las fuerzas destructivas emergidas en 1917 crearon el fascismo, los militarismos, el salazarismo, el nazismo, el franquismo…; fuerzas irracionales azuzadas por la Gran Crisis de 1929. La II República española de 1931 y la insurrección de octubre de 1934; la III República francesa en 1932 y la ofensiva de la extrema derecha francesa ese año; el Frente Popular en ambos Estados en 1936, estos y otros acontecimientos van unidos a los cambios de estrategia de la Internacional Comunista entre su VI Congreso de clase contra clase de 1928 y su VII Congreso de frentes populares de 1935.
La Huelga General Revolucionaria de agosto de 1917 había sido precedida por una huelga general en diciembre de 1916 contra la carestía de la vida, que tuvo fuerza en Euskal Herria: en Donostia hubo once heridos en los enfrentamientos. Sobre esta base, la Huelga General de 1917 se prolonga una semana. Un piquete descarriló un tren el día 13 causando cinco muertos y dieciséis heridos. Se movilizó al ejército, los barrios obreros fueron cercados y detenidas cientos de personas: el día 15 el acorazado Alfonso XIII desembarcó en Bilbo soldados de infantería y artillería, y en un tiroteo con los insurgentes hubo doce muertos. También hubo huelga en Gipuzkoa y en menor medida en Araba y Nafarroa.
Cuatro meses después estallaba la revolución bolchevique divulgándose sus aportaciones teóricas y políticas. La fundación de la Internacional Comunista en 1919 tensa las diferencias en el PSOE vasco y su mensaje penetra en sectores que empiezan a radicalizarse fuera de este partido. La crisis económica de 1921 pone el marco en el que en ese año se produce la escisión en el PSOE entre partidarios de la socialdemocracia y del comunismo. El contexto sociopolítico es duro: protestas contra la guerra en África, gran huelga en septiembre de ese año y creciente lucha de clases en los meses posteriores, paulatino acercamiento en las luchas entre bases comunistas y solidarios de ELA a pesar de su choque frontal con el españolismo de UGT. La tensión aumentará hasta 1923, lo que explica la radicalización de la juventud nacionalista.
En efecto, el PNV se había escindido en 1916 entre Comunión Nacionalista Vasca, autonomista y de derechas, económicamente unida al gran capitalista Ramón de la Sota, y Aberri, independentista, reformista en lo social y con valentía para salir en defensa de los jóvenes comunistas muertos en las huelgas, reafirmando que la juventud de Aberri era, como la comunista, gente modesta, gente humilde, con ideales. En 1920 la juventud de Aberri criticó ferozmente a Comunión Nacionalista y en unión con otros sectores refundó el PNV en 1921.
El sindicato nacionalista vasco ELA, creado en 1911, no podía ser impermeable a esta evolución. La lucha de clases antagónica con la línea burguesa del PNV hasta 1916. La creación de Aberri y el impacto de la oleada revolucionaria iniciada en 1917 minaban su doctrina social católica. El aumento de la juventud comunista en las zonas industriales y el hecho de que asumiera la teoría leninista de la autodeterminación de los pueblos, combatida a muerte por UGT y el PSOE, excepto por un sector muy reducido, impulsaba el acercamiento en la lucha diaria, cotidiana.
Comprendemos así que para 1922 comunistas y nacionalistas de ELA y del recién refundado PNV actuaran unidos en la huelga de la importante empresa Euskalduna, propiedad de Ramón de la Sota, capo de Comunión Nacionalista. La radicalización social de ELA alarmó a la derecha más reaccionaria, fuera españolista o autonomista vasca, sobre todo cuando se vio la influencia vasca en la fundación del Partido Comunista de España en 1922, influencia que reaparecería a partir de 1931. Por su parte, el diario Aberri sostenía que se estaban gestando las condiciones para una sangrienta revolución independentista.
En Nafarroa, la lucha de clases también estuvo muy marcada por la defensa de los comunales, o por su recuperación, contra la furia privatizadora del capital. En realidad, la defensa de lo común, lo colectivo, forma parta de la lucha del pueblo explotado desde la aparición de la propiedad privada. Por circunstancias históricas, en Nafarroa subsistía mucho comunal, y en el resto de Euskal Herria los comunales habían sido considerables hasta finales del siglo XIX. Uno de los objetivos prioritarios de la derecha navarra para rebelarse en armas era apropiarse de lo común, privatizándolo.
La dictadura militar de 1923 a 1931 tuvo como objetivo aplastar la radicalización social y nacionalista. Surge aquí una constante que va a recorrer la historia vasca hasta el presente: en el II Congreso de la Internacional Comunista, en verano de 1920, se dictan veintiuna condiciones que deben cumplir las organizaciones y partidos que quieran integrarse en la Internacional Comunista. La tercera condición dice que como no hay que fiarse de la legalidad burguesa, hay que crear un organismo clandestino paralelo a la organización legal, en previsión de los golpes represivos. La tercera condición no solo responde al certero análisis contextual realizado por la Internacional Comunista, sino también al permanente debate desde la década de 1840 entre el socialismo reformista, por un lado, y el comunismo utópico y el marxismo, por otro, sobre la cuestión organizativa, que es una cuestión política.
La dictadura española golpeó muy especialmente al diario Aberri y al PNV, no tocando apenas a Comunión Nacionalista, pero prohibiendo toda expresión nacionalista, excepto la sindical de ELA-SOV; también golpeó muy duro a la izquierda revolucionaria, a los comunistas en ascenso y a los anarquistas en declive, dejando intacta la UGT y el PSOE que colaboraron con el Directorio Militar al tener visiones muy semejantes, como en el corporativismo y el españolismo. Aunque la represión hizo daño a los comunistas, estos habían aplicado la tercera exigencia de la Internacional Comunista y, con su red clandestina, lograron crecer bajo la dictadura, asumiendo los valores nacionales vascos como se refleja en el documento de comienzos de 1930 en el que la Federación Comunista Vasco-Navarra declara que ayudará a crear la República Socialista Vasca, en unión con los obreros de todos los países y razas. Los anarquistas suplieron con heroísmo sus deficiencias organizativas, pero no pudieron evitar la aniquilación a finales de 1923 del grupo de cincuenta hombres armados que querían entrar por la localidad navarra de Bera: un miembro de la embajada española en París se había infiltrado desde el comienzo del plan, ayudado por otros dos agentes más.
Bajo la III República
Para 1930 la agonía de la dictadura era innegable porque no había podido aplastar a las fuerzas revolucionarias y nacionalistas, y porque su ideal corporativo era impotente ante las gigantescas proporciones de la Gran Crisis iniciada en octubre de 1929. A las 7 de la mañana del 13 de abril de 1931 en Eibar se declara la II República. Es como si se quitase la tapa a una cazuela en ebullición: surgen cuatro grandes corrientes que desencadenarán la guerra de 1936-1945. Una de ellas es la movilización nacionalista. Casi al instante de proclamarse la II República se proclama la República Vasca, se pide a todos los ayuntamientos que hagan lo mismo y se exige la derogación de la ley de 1839 impuesta por Madrid y que supeditaba los derechos vascos a la constitución española de 1837.
La presión para conseguir un Estatuto de Autonomía logra acercar al PNV con el carlismo y otras fuerzas, pero choca con la decidida negativa del PSOE en mayo de 1931. A pesar de todo se elabora un proyecto de Estatuto para los cuatro territorios vascos que se oficializó en junio de 1931 en Estella. En septiembre, el proyecto fue rechazado en las Cortes españolas con la excusa de que el Estatuto Vasco establecía relaciones directas con el Vaticano. En diciembre se aprueba la Constitución de la II República, laica y separada de la Iglesia, lo que impide cualquier intento de Estatuto Vasco con relaciones directas con el Vaticano.
La negativa española crea fisuras entre el carlismo y otras fuerzas políticas navarras, lo que refuerza la intransigencia del PSOE, de modo que en 1932 fracasa el segundo y último intento de Estatuto hasta 1936. Las derechas y el españolismo no solo veían que en Catalunya, Galiza, Aragón y Andalucía crecían antiguas solidaridades e identidades colectivas, sino que, también, la Diputación y la Cámara de Comercio e Industria de La Rioja pidió en ese 1932 ser parte del Estatuto Vasco por obvias razones lingüísticas, toponímicas, culturales y económicas: ese año se publicó un libro en el que se demostraba que todavía en el siglo XIII se hablaba la lengua vasca en La Rioja, además del hecho de que las primeras palabras en castellano antiguo fueron escritas por un euskaldun riojano. La petición riojana es inseparable de las necesidades socioeconómicas de su burguesía, pero también de la tendencia al alza de la (re)construcción de un ideal vasquista, como se aprecia en el movimiento cultural navarro representado por Arturo Kanpion, movimiento que el franquismo quiso exterminar con el terrible bando militar contra la lengua y cultura vasca de 1936 que iniciaba una fase de genocidio cultural, como veremos.
La segunda fue la del golpismo militar que pretendió contactar mediante el general Orgaz con el PNV en 1932, año en el que hizo su primer intento de derrocar al Gobierno. El general Sanjurjo habló con el carlismo para empezar la sublevación en Sevilla. Tras el fracaso, consiguió salvar la vida y refugiarse, en 1934, en Portugal, precisamente cuando los carlistas solicitaron dinero y armas a Mussolini para preparar la insurrección antirrepublicana. En 1931-1933, el gobierno republicano-socialista reformó el ejército, pero no lo depuró. Aun así, esos ligeros retoques enfurecieron a los llamados africanistas, incondicionales del general Franco, inepto militarmente pero experto en exterminios. En el Bienio Negro, 1933-enero de 1936, la derecha miraba para otro lado dejando hacer a los golpistas creyendo que volvería a ganar las próximas elecciones.